La historia de Arraijanal, la última playa virgen de Málaga ciudad y una de las últimas de la provincia, a punto de desaparecer

En la costa de Málaga ya no cabe nada más. Lo dijo hace un año Greenpeace en su informe anual sobre el estado de las costas españolas. La provincia ocupa el puesto de la vergüenza con el litoral más cementado de todo el país. De los 160 kilómetros de litoral, 131 están ocupados por pasarelas, sombrillas, hamacas, chiringuitos y apartamentos en primera línea a 80 euros la noche.

La Costa del Sol va camino de agotarse. También lo dijeron hace un año. Y hace dos, tres, diez. De tanto repetirlo se ha convertido en tópico. Se asume con resignación, con indignado aburrimiento. Como el que se queja de los mosquitos o de la lengua áspera del terral. Aun así, en medio de tanta bandera azul y tanta arena muerta, todavía existen algunos tramos de costa libre, sin domesticar. Tan esquivos que les llaman “los últimos”.

Arraijanal es la última playa virgen de Málaga ciudad y una de las últimas de la provincia. Virgen porque es la única que no ha sido transformada por el hombre, que se mantiene casi como nos la encontramos. Cincuenta y cuatro hectáreas de puro vacío al suroeste de Málaga, acorraladas entre un aeropuerto, una urbanización de chalets y un campo de golf. Un terreno asalvajado que ha escapado de milagro a la especulación inmobiliaria.

Porque esta playa virgen, la última, estuvo a punto de ser un puerto deportivo, uno más. Sobre sus dunas quebradizas se proyectaron mil puntos de atraque, más de 600 viviendas de lujo, hoteles y una zona comercial. Finalmente, el proyecto se paró y, a cambio, a Arraijanal se le prometió ser parque. Un gran parque litoral a salvo del ladrillo, el alquiler vacacional y las franquicias.

Una década después, el parque aún no está y a esta playa virgen, la última, le quieren amputar un trozo. Una extremidad de 108.000 metros cuadrados en donde se pretende levantar la futura Academia del Málaga Club de Fútbol por deseo expreso del jeque Al Thani, máximo accionista y presidente del equipo. En la costa de Málaga ya no cabe nada más. Y aun así, las excavadoras ya están dentro.

De descampado a Marina de lujo

Arraijanal viene del vocablo andaluz arraiján, que a su vez derivó en arrayán. Es el nombre de una planta morisca de verde intenso, flores blancas y olor a limón.

No se sabe si alguna vez hubo arrayanes en los terrenos que hoy llevan su nombre. Lo que sí hubo fueron patatas, melones y caña de azúcar. Pequeñas plantaciones se extendían por los márgenes de la parcela durante el siglo pasado. El resto era, simplemente, naturaleza en anarquía.

“Este terreno era todo virgen, no había ni caminos. Si andabas por aquí veías de todo: liebres, lechuzas, jilgueros, erizos”, cuenta Paco Gaspar. Vive desde hace 30 años en la urbanización que linda con Arraijanal y es el actual presidente de la asociación de vecinos. Se confiesa aficionado a la ornitología. Suele rondar por las proximidades de las dunas a la caza de un cernícalo, de un mochuelo, con suerte de un avión común, de esos que paran a descansar en la desembocadura del río Guadalhorce, a solo unos metros de allí. “Esto es una gozada”, insiste.

Pero el fervor con el que Paco habla de este sitio no es habitual. La mayoría de malagueños ni siquiera conoce su nombre. Para ellos, Arraijanal es un simple descampado entre Málaga y Torremolinos. Un punto ciego bajo la vegetación donde lo mismo se puede arrojar basura que organizar un circuito improvisado de motocross o desfogar las pasiones al fresco.

Las administraciones tampoco lo han tenido nunca en cuenta. Hasta principios de los 2000, este terreno era un espacio en blanco en los planes urbanísticos, un suelo calificado como urbanizable pero sin desarrollar, una extravagancia salvaje entre bloque y bloque de hormigón. “El abandono y el desprecio por esta zona ha sido total, se hizo a propósito pensando en lo que vendría después”, asegura Paco.

La desidia duró lo que tardó en llegar el primer proyecto urbanístico: la marina deportiva. En 2008, el Ayuntamiento del PP se apresuró en firmar un convenio con los titulares del solar —pequeños propietarios y la constructora Sacyr Vallehermoso— e incluirlo en su nuevo plan de ordenación urbana.

“Se hablaba de cientos de viviendas y yates aparcados en la puerta. Significaba la privatización de este espacio litoral”, explica Sergio Brenes, concejal del Psoe. Su grupo y el de Izquierda Unida encabezaron en aquel momento las protestas por la supervivencia de esta playa. “Nos acusaban de querer frenar el progreso de Málaga”, recuerda.

En 2009, la Junta de Andalucía lo paralizó y obligó al Ayuntamiento a redactar un nuevo plan que calificase Arraijanal como un Sistema General de Interés Territorial. Se dejó claro que era “inviable construir en esta zona”. Por un lado, por sus valores ambientales como corredor verde y su proximidad con el Parque Natural del Guadalhorce, un hábitat protegido con más de 260 especies de aves.

Por otro, por su patrimonio arqueológico. La parcela se encuentra muy cerca del Cerro del Villar, la ciudad fenicia que dio origen a lo que hoy llamamos Málaga. Con toda seguridad, bajo esta última playa virgen también hay restos.

“Arraijanal se salva. O eso pensábamos. La Junta se comprometió a hacer un parque litoral para recuperar este lugar. Un parque de 54 hectáreas”, recuerda Eduardo Zorrilla, portavoz del grupo municipal Izquierda Unida-Málaga para la Gente. “Pero aquí surge un nuevo actor: el jeque”.

Un plan a medida de un jeque

Era el año 2010 y Málaga se consumía fuera de la burbuja. Fue entonces cuando llegó Abdullah bin Nasser Al Thani. El jeque. Mientras unos seguían buscando monedas entre los cojines del sofá, él soltaba de golpe 50 millones de euros para comprar el Málaga Club de Fútbol y otros 58 para pagar fichajes imposibles. Los pretrodólares devolvieron la ilusión a una ciudad mustia por el desánimo y algunos quisieron ver esto como una premonición.

Muy pronto Al Thani demostró que no solo le interesaba el deporte. Por eso se adjudicó la ampliación del Puerto de la Bajadilla, en Marbella. Se propuso convertir este muelle de pescadores en un nuevo y mejorado Puerto Banús para el goce de miles de cruceristas. La obra de 400 millones de euros nunca llegó a hacerse. La Junta de Andalucía le quitó la concesión por abandono, mala gestión y, sobre todo, por no pagar el canon.

En medio de todo esto, el jeque verbaliza su nueva visión: una ciudad deportiva donde puedan entrenar los niños de la cantera del Málaga CF (La Academia). De todos los suelos disponibles, escoge precisamente el último frontal de litoral que quedaba por construir. A finales de 2011, el Ayuntamiento compra los terrenos de Arraijanal por más de 60 millones de euros y un año después presenta un Plan Especial para poner sobre el papel qué uso se le dará a esta zona.

El documento contempla el famoso parque prometido, pero incluye una novedad: reserva el 21% del suelo para equipamiento deportivo. Un mordisco de 108.000 metros cuadrados al noreste del terreno. Dicen que es la zona más alejada de la costa, que aquí no hay nada de valor, solo pastizal y plantas invasoras, que es poco más que una escombrera.

“Yo he jugado aquí desde que tenía cuatro años, he visto crecer estos árboles”, cuenta Elisa Martínez, arquitecta. Ella basó su proyecto final de carrera precisamente en la conservación de Arraijanal. Por eso fue una de las primeras que alegaron. “Este espacio tiene más riqueza que lo que le quieren poner encima. La Academia es una amenaza porque nos estamos cargando el ecosistema de la playa. Las dunas embrionarias llegan hasta aquí, los animales necesitan este espacio para moverse”, afirma.

Aun así el proyecto siguió adelante. Se amparaba en una ordenanza de parques y jardines según la cual el uso deportivo es compatible con los espacios verdes. Pero, claro, una cosa es construir una pista de fútbol para los niños del barrio y otra muy distinta es levantar nueve campos profesionales, con sus gradas, sus oficinas, su lavandería, su gimnasio y sus 300 aparcamientos. “No son cuatro campitos de fútbol, esto lleva hormigón por un tubo”, critican desde IU.

La idea del jeque era tener La Academia lista para 2015, pero los trámites se alargaron. Faltaba el visto bueno de la Junta y Al Thani, poco acostumbrado a esperar, llegó a amenazar con llevarse sus inversiones fuera de Andalucía.

Fue en este punto cuando el gobierno andaluz cambió de opinión. Seis años después de haberse negado a construir en Arraijanal, ahora daba luz verde a la ciudad deportiva. “La decisión de reservar esa parte para uso deportivo fue del PP, y estaba en su derecho porque los suelos eran suyos”, se excusa Sergio Brenes del grupo socialista. “La Junta no se negó porque son usos compatibles. Diferente sería si quisieran poner un hotel o un centro comercial”.

En mayo de 2017, el Ayuntamiento cedía los 108.000 metros cuadrados a la Fundación Deportiva Málaga Club de Fútbol, presidida una vez más por el jeque y su familia. Al ser una asociación sin ánimo de lucro, le entregaron el terreno gratis por un periodo de 75 años.

La Academia ya no era solo una idea. La prensa local reproducía los planos de unas instalaciones pintadas en blanco inmaculado y rodeadas de palmeras, hablaba del presupuesto —unos 15,6 millones de euros— y de un calendario de obras en tres fases. La primera incluía abrir caminos, cortar árboles y hacer hueco para los primeros tres campos, los aparcamientos y el edificio principal.

Finalmente, en marzo de 2018 la constructora malagueña Bilba entraba en Arraijanal. Y, de pronto, todos aquellos que andaban confiados pensando que esto no iba a salir se vieron con las excavadoras encima.

Campamento Arraijanal

“La causa ecologista es la única por la que merece la pena luchar”, dice Eli. Este activista llegó a Arraijanal en marzo, desde Coín. Fue uno de los que subió a los árboles para impedir que los talaran el día que entraron las máquinas.

Desde entonces forma parte del Campamento Arraijanal, un asentamiento protesta apostado junto a la valla de la obra que ya ha sido desmontado varias veces por la policía —la última se saldó con dos personas detenidas— y reconstruido otras tantas.

No son muchos, una decena quizá. Duermen en coches o sobre los propios árboles, pasan allí el día entero para vigilar con atención implacable el avance de los trabajos —ellos fueron los primeros en alertar sobre la aparición de restos fenicios durante los movimientos de tierra—. Así llevan meses, haciendo presión a pie de tajo, recordándole a la constructora que no están solos.

Varias veces Bilba ha denunciado supuestas agresiones a su equipo, pero ellos lo niegan. “Nuestra resistencia es pacífica”, insisten en el campamento. Mientras, otras resisten en los tribunales. “No estamos en contra del fútbol, ni mucho menos de la ciudad deportiva del Málaga. Simplemente pensamos que debería hacerse en otro lugar, donde no exista tanto impacto ambiental y arqueológico”, puntualiza Mari Cruz Torres de Ciriana. Junto a Arcusves y Torrevigía, son las tres pequeñas asociaciones ambientales que intentan paralizar lo que parece inevitable.

Aseguran que la zona no ha sido correctamente cartografiada, que aquello es más que un pastizal y para demostrarlo aportaron dos informes de profesores de la Universidad de Málaga y los pusieron en manos de la Fiscalía. Según estos documentos, en Arraijanal existen tres hábitats de interés comunitario para Andalucía y dos villas romanas en el subsuelo. Por eso no se conforman con un 80% de parque litoral, quieren el 100% libre de cemento.

Apoyan sus quejas las cuatro principales organizaciones ecologistas (Greenpeace, WWF, SEO/Birdlife y Ecologistas en Acción) y los grupos políticos Izquierda Unida-Málaga para la Gente (que también ha solicitado la nulidad del Plan Especial) y Málaga Ahora.

“No es necesario que estas instalaciones estén allí. No hay una necesidad social. Esto va a tener un uso restringido y privado”, advierte Ysabel Torralbo, concejal de Málaga Ahora. Como muchos de los contrarios al proyecto, critican que se haya “regalado” este pedazo de suelo al jeque. No se fían de sus intenciones, mucho menos tras el fracaso del Puerto de la Bajadilla. Temen que tanto interés por ubicarse en esta playa en realidad esconda otra finalidad más relacionada con los negocios que con los niños de la cantera.

Por otro lado, están los vecinos. Ellos también siguen con suspicacia el movimiento de camiones y máquinas perforadoras. “A mí las gradas me van a llegar a la altura del dormitorio”, se lamenta Paco Gaspar. Él, que vive a solo 30 metros de la futura academia, reconoce que tiene miedo del colapso de tráfico que se armará minutos antes de cada partido, que tiene miedo del ruido, pero sobre todo de la lluvia.

“Aquí, los días que llueve nos llega el agua por los tobillos. ¿Qué va a pasar cuando todo esté construido? Los campos de fútbol drenan, no chupan el agua. Y todo ese agua vendrá para acá. Para nuestras casas”, afirma Gaspar.

Es un problema que también ha denunciado Ecologistas en Acción. Que, al estar tan próximos al mar y a la de­sembocadura de un río, tanto el parque litoral como parte de la ciudad deportiva se asientan sobre terreno inundable y que la Junta de Andalucía no tuvo en cuenta ese riesgo.

Para el alcalde (PP), sin embargo, todas estas quejas no tienen fundamento. “Todo tiene estudios, análisis y permisos”, responde Francisco de la Torre cada vez que le sacan el tema. Según él, los activistas deberían celebrar que al menos el 80% del terreno vaya a ser parque. Como si el hecho de conservar ese trozo ya fuera un milagro.

Ciudadanos se pronuncia en la misma línea. “Imagina la de promotores que puede haber interesados en explotar ese suelo”, advierte su concejal Alejandro Carballo. “Al menos tenemos la garantía de que esa zona se va a preservar”.

Y sí, quizá se preserve, pero a costa de perder una cuarta parte. La naturaleza es la única en esta historia a quien no se le cede nada gratis. “Es verdad que había otros suelos disponibles para La Academia, se podía haber planteado otro lugar, pero cuando se estuvo tramitando no hubo esta oposición que hay ahora. Llegan tarde”, concluye el socialista Sergio Brenes.

Cabría preguntarse si son ellos o somos todos los que llegamos tarde. En todo caso, el movimiento en defensa de Arraijanal se niega a claudicar. “Estamos convencidos de que se puede parar, porque hay argumentos de sobra”, avisa Cruz Torres.

De momento, la Fiscalía ha archivado la investigación por la vía penal, pero ellos siguen buscando pruebas, presentando denuncias —la última, por la perforación de un acuífero sin permisos—. Saben que esos 108.000 metros cuadrados bien merecen ser peleados, porque son “los últimos”. Porque después de ellos ya no quedará ninguna playa más por la que luchar.

(Fuente: El Salto / Autora: María José Carmona)

Francisco Campos

Francisco Campos

Nació en Sevilla en 21 de julio de 1958. Trabaja como administrativo. Es autor del libro "La Constitución andaluza de Antequera: su importancia y actualidad" (Hojas Monfíes, 2017).

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