Entrevista con Néstor Kohan: “Resistencias, imperialismo y dependencia en el capitalismo contemporáneo”
Revista Germinal
Marina Machado Gouvêa: Tú has coordinado recientemente una excelente antología de textos titulada Teorías del imperialismo y la dependencia desde el Sur Global [Buenos Aires, coedición Cienflores-Amauta, 2022. 18 autor@s, 387 pág.]. ¿Cómo visualizas la relación dinámica entre imperialismo y dependencia en la dialéctica del mercado mundial capitalista y, asimismo, la importancia del marxismo para la superación del imperialismo y de la dependencia?
Néstor Kohan: En tu pregunta aparecen mencionadas tres categorías clave, que
remiten a tres momentos distintos de elaboración y enriquecimiento histórico de la
teoría crítica marxista: (a) el mercado mundial capitalista, (b) el imperialismo, (c) la
dependencia.
La primera categoría (a) constituye el gran objetivo perseguido por Karl Marx en sus diferentes planes de investigación de crítica de la economía política (sean éstos 14 ó 19, según los especialistas, pues los fue modificando y rearmando muchas veces a lo largo de los años). Marx planificaba escribir varios libros, de los cuales El Capital sería tan solo el primero. Era un plan tan ambicioso y abarcador, que nunca hubiera podido ser completado y concluido en una sola vida humana, aunque se dedicara enteramente a dicha tarea. Por eso, entre muchas otras dimensiones de su obra y su vida, nos legó un proyecto de investigación colectivo válido para varias generaciones futuras. A pesar de las numerosas variaciones de ese plan de trabajo tan exhaustivo y riguroso, lo que está fuera de discusión es que el objetivo final apuntaba a escribir sobre la totalidad concreta mayor, la más abarcadora de todas: el mercado mundial capitalista (unidad de la producción, la distribución, el intercambio y el consumo, momentos mutuamente articulados que atraviesan todas las relaciones sociales a escala planetaria). El mercado mundial capitalista es comprendido por Marx como un conjunto estructurado de relaciones sociales, que se desarrollan y se despliegan históricamente (por lo tanto nunca lo concibió como algo “eterno” o “inmodificable”: ¡todo lo contrario!). Según el método dialéctico, empleado por Marx en ese proyecto dentro del cual redactó muchas veces El Capital (recién la cuarta redacción del tomo primero fue a la imprenta), el mercado mundial capitalista constituye una totalidad concreta, noción de claro cuño hegeliano. Es decir, un conjunto gigantesco conformado por subconjuntos menores, relacionados todos entre sí (de modo desigual y asimétrico). Esos subconjuntos menores que integran la
totalidad concreta mayor, se “ordenan” a partir de dicha totalidad concreta que los
integra, les otorga su lugar, su sentido, sus funciones y sus respectivas posibilidades de desarrollo. Sin tomar en cuenta esa metodología dialéctica empleada por Marx se puede transformar al marxismo y su principal obra, El Capital, absolutamente en cualquier cosa, según las necesidades políticas coyunturales, las modas intelectuales más efímeras y los oportunismos más variados. En cambio, si partimos de su perspectiva dialéctica (corriente epistemológica que claramente hoy no está de moda en los mundillos académicos universitarios), podremos comprender que esos subconjuntos menores (cada una de las formaciones económico sociales o aquello que en el habla popular se conoce como las sociedades nacionales) nunca tuvieron ni tienen existencia completamente autónoma ni recíprocamente excluyentes. Aunque los hábitos escolares nos han educado desde la infancia en el estudio de país por país (historia nacional, geografía nacional, economía nacional, demografía nacional, etc., desconociendo muchas veces incluso las “aventuras y desventuras” del país vecino más próximo, quizás porque habla otro idioma), en la vida real ningún país ni ninguna sociedad están aislados. Todos los países, sociedades y comunidades conforman un sistema mundial. Según el lugar geopolítico y las relaciones de poder (económicas, políticas y político-militares) que ocupen dentro de dicho sistema mayor se conformarán históricamente como sociedades y naciones imperialistas, coloniales, semicoloniales o dependientes.
La metodología dialéctica de Marx nos brinda pistas fundamentales para poder comprender la escala en la que se despliegan sus análisis críticos del capitalismo y el
objetivo de El Capital, tanto en el plano científico como político. En otras palabras, Marx se formula ese plan de investigación que desarrolla a lo largo de treinta años, aproximadamente, intentando comprender las regularidades, tendencias y
contradicciones del régimen capitalista a escala mundial, para intentar demostrar que
sus relaciones sociales fundamentales no son eternas ni absolutas, sino relativas a un
tiempo histórico. Por lo tanto… ¡transitorias y potencialmente modificables! Ni el mercado capitalista ni la producción capitalista ni las instituciones que los defienden y
legitiman forman parte del “ADN de la especie humana”. Nuestra especie no vino al
mundo (pasando de la naturaleza animal al mundo humano cultural) con el capitalismo bajo el brazo. No necesariamente el mercado —en tanto sociabilidad indirecta de la producción y reproducción de la vida— nos acompañará desde los tiempos más remotos hasta la eternidad. A pesar de lo que habitualmente sostienen los manuales de economía universitaria, el llamado “factor capital” no es un requisito insustituible para que una sociedad pueda producir y reproducir sus formas de vida.
En el plano teórico, El Capital de Marx se encargó de desmontar las principales apologías legitimantes del empresariado, los banqueros y los terratenientes. En el plano mundano y cotidiano, la existencia de fábricas y empresas —ocupadas y tomadas por sus trabajadores y trabajadoras rebeldes— que funcionan sin patrón ni empresarios demuestra que “el factor capital” no es indispensable. ¡Hay vida más allá
del capital! Y es una vida mejor.
Aquellos descubrimientos fundamentales de Karl Marx, desarrollados durante la segunda mitad del siglo XIX, marcaron tendencias para toda sociedad que se rija según la lógica de la maximización de ganancias y la acumulación capitalista. Pero dichas tendencias no se reproducen en todos lados de forma exactamente idéntica. Ya en vida de Marx, el autor de El Capital aclaró en varias ocasiones (“Carta al periódico Anales de la patria” [1877], Cuaderno Kovalevsky [1879], correspondencia con Vera Zasulich [1881], etc.) que sería un tremendo error metodológico extraer de su teoría una formula falsamente universal, presuntamente válida para todo tiempo y espacio.
Eso implicaría recaer en las viejas metafísicas de las filosofías universales de la historia (por lo general de matriz eurocéntrica). Marx reiteró explícitamente en varias ocasiones esta advertencia, tan desoída por las vertientes occidentalistas del “marxismo” liberal, que repite frases sueltas de El Capital, justificando en la práctica las subordinaciones de unas sociedades por otras y la explotación de unas clases sociales por otras. Por ejemplo, en la edición francesa de El Capital, cuando Marx corrige y reescribe el capítulo sobre la acumulación originaria (final del primer tomo), deja expresamente aclarado que su exposición adopta como base empírica a…. Europa Occidental. No formula una receta “universal”. Reitero: lo reafirma luego en una carta de 1877 a un periódico ruso denominado Anales de la patria. Lo vuelve a plantear dos años después, en 1879, en el Cuaderno Kovalevsky (recién publicado en español completo en la segunda mitad de 2018… hace muy poco tiempo). E insiste nuevamente, casi como una obsesión, en 1881, tanto en los gruesos borradores como en la sintética carta definitiva que le envía a su interlocutora epistolar, la revolucionaria rusa Vera Zasulich.
Tomando en cuenta semejante insistencia metodológica de Marx; Lenin, uno de sus discípulos más radicales y consecuentes, enfatizará que el sistema mundial capitalista se despliega y se expande en extensión y en profundidad a través de múltiples contradicciones antagónicas y en un formato desigual. Hipótesis importantísima, inspirada precisamente en la dialéctica marxiana, que se ubicará en el nervio central de (b) su teoría del imperialismo, condensada en su célebre obra El imperialismo, fase superior del capitalismo de 1916. Esta obra no se reduce a un “folleto popular” (aunque Lenin intenta otorgarle cierta finalidad pedagógica, pues estaba dirigida a la militancia), sino que constituye el punto de llegada de una abrumadora sedimentación de estudios, abordados en medio de numerosas y diversificadas polémicas, por lo menos entre 1893 y 1916, es decir durante más de dos décadas. Quienes pretenden “archivar” la teoría del imperialismo de Lenin reduciéndola a las cinco características que el principal pensador bolchevique expuso con fines pedagógicos, dejan escapar, subestiman y finalmente terminan desconociendo que esa teoría es mucho más compleja y rica de lo que habitualmente se supone. Tiene “marcas propias de época” que no pueden desconocerse (a riesgo de convertir la obra y el pensamiento de Lenin en un dogma sagrado y metafísico válido para todo tiempo y lugar). Pero al mismo tiempo, si tenemos la paciencia de ir desgranando y examinando la conformación genético-histórica de la teoría del imperialismo de Lenin, podremos apreciar que algunas de las tendencias que él va estudiando, inspirado en la metodología dialéctica de Marx, se han prolongado e
incluso profundizado después de la muerte de su autor. Por eso la teoría leninista del
imperialismo constituye, a nuestro entender, la plataforma epistemológica y el subsuelo común para la mayor parte de las teorías que acompañan las resistencias, rebeliones e insurgencias del Sur Global, desde la teoría marxista de la dependencia (TMD, principalmente centrada en Nuestra América) hasta la teoría de la acumulación a escala mundial (elaborada sobre todo desde las luchas y resistencias de África y Asia).
Proporciono un primer ejemplo a modo ilustrativo del modo cómo Lenin percibió y describió tendencias que luego se convirtieron en realidades fundantes y centrales del imperialismo contemporáneo. Cuando en 1907 Lenin hace referencia (sin utilizar exactamente ese término) al concepto de explotación redoblada o superexplotación de los pueblos coloniales e indígenas por parte de las burguesías metropolitanas colonialistas, con la complicidad y asociación (subordinada) de las burguesías criollas de las formaciones sociales dependientes, evidentemente está abordando una problemática que no queda limitada en el tiempo a 1924, cuando fallece el principal pensador bolchevique. ¿“Acaso algo que ya sucedió y nunca más apareció en la historia”? ¡De ninguna manera! La superexplotación de la fuerza de trabajo y los pueblos oprimidos de la periferia dependiente constituye un fenómeno que se ha ido reproduciendo de forma amplificada con el correr de los años y las décadas posteriores, llegando hasta nuestros días [2022]. Por lo tanto, lo que en su momento era una potencial tendencia —cuando Lenin la aborda, en medio de una polémica con la socialdemocracia colonialista, supremacista y apologética de la Segunda Internacional, corriente política y teórica que tiene claros herederos y herederas hoy en día…—, se va transformando en una realidad palpable cada vez más extendida, profundizada y aguda que, a mi modesto entender, no ha desaparecido enel capitalismo mundial del siglo XXI, sino más bien todo lo contrario.
Aporto un segundo ejemplo con el mismo fin. Lo mismo sucede con la noción de “dependencia”, subproducto de la teoría leninista del imperialismo. Noción que Lenin adopta de un libro del Dr. Robert Redslob Países dependientes (Un análisis del concepto de poder gobernante originario) [Leipzig, 1914, 352 páginas]. De este autor, Redslob, Lenin incorpora la expresión “países dependientes”, empleada en la fuente original para hacer referencia a países y sociedades bajo dominación colonial principalmente inglesa que logran su posición de supuestos “países libres”, pero en realidad “son países dependientes” [subrayado de Lenin. N.K.]. A propósito de esta problemática, Lenin anota y subraya: “Utilizar para comparar el imperialismo (económico) y la independencia política”. La reseña leninista de esta obra puede consultarse en sus Cuadernos sobre el imperialismo (dos inmensos tomos que a lo largo de más de 800 páginas reúnen muchos cuadernos de estudio y notas de lectura, redactados entre 1912 y 1916, utilizados como insumos para su posterior texto de 1916). En el libro original de Robert Redslob consultado y reseñado por Lenin, la categoría de “dependencia” era aplicada a Australia, Canadá y Sudáfrica. En cambio, en El imperialismo, fase superior del capitalismo, Lenin desplaza el empleo de esta categoría a… la Argentina, caracterizada como arquetipo de país dependiente.
Erudito obsesivo en el estudio de El Capital, gran investigador sobre el imperialismo y la dependencia, al mismo tiempo Lenin incorpora a su profundización y enriquecimiento del marxismo muchas otras fuentes de inspiración. Entre otras, deberían subrayarse y poner de relieve la presencia de: (a) la dialéctica de las contradicciones antagónicas de Hegel, (b) la teoría de la guerra como continuación de la política por otros medios de Karl von Clausewitz, (c) la “doctrina” del derecho de las naciones a la autodeterminación; por no hablar de sus análisis previos desarrollados por Lenin en (d) sus polémicas con el “marxismo legal” (neoarmonicista) y (e) sus debates con el populismo tardío, ya aburguesado (tremendamente distinto al de la fase “heroica” del primer populismo revolucionario con el cual se carteaba Marx durante las décadas de 1870 y primeros años de 1880); e incluso (f) sus estudios sobre el papel de la expansión del capitalismo sobre las periferias y zonas coloniales, ya presente en su obra, siempre citada y pocas veces
estudiada: El desarrollo del capitalismo en Rusia; (g) sus polémicas con Karl Kautsky, Otto Bauer, Rudolf Hilferding, Rosa Luxemburg; etc.
Recorrer esa variedad apabullante de lecturas, polémicas, debates y elaboraciones nos permite dar cuenta de una teoría leninista del imperialismo muchísimo más compleja, diversificada y completa que la versión vulgar y ultra simplificada que suele atribuírsele, tanto por parte de adherentes y partidarios suyos como —principalmente— a cuenta de polemistas e impugnadores que jamás le han perdonado su radicalidad política.
No todos (ya que la obra que compilamos reúne posiciones polémicas), pero sí la gran mayoría de autores y autoras cuyas intervenciones son reunidas en el libro Teorías del imperialismo y la dependencia desde el Sur Global (2022), coinciden en que la teoría marxista de la dependencia (TMD) tuvo y tiene la virtud de haber logrado identificar aquel núcleo metodológico central en la dialéctica de Karl Marx sobre el mercado mundial capitalista y ese componente crítico, sumamente radical y abiertamente disruptivo en la teoría leninista del imperialismo, sistematizando en un complejo y sumamente coherente corpus científico, teórico y político, aquellas hipótesis y líneas de tendencia que se fueron tornando una realidad aplastante en las últimas décadas del siglo XX y en las primeras del siglo XXI. La dependencia (c), no constituye entonces un fenómeno perimido y pasado de moda, sino una realidad renovada, complejizada y reproducida en forma ampliada en nuestros días.
Frente a las corrientes “globalistas” y “desterritorializadas”, que se han difundido en no pocas academias, postulando para el siglo XXI un ilusorio capitalismo mundial plano, horizontal, homogéneo, carente de asimetrías y dominaciones, articulado presuntamente a partir de simples diferencias cuantitativas en desarrollo y productividad técnica entre las diversas formaciones sociales, cancelando por decreto toda posibilidad de futuras guerras imperialistas (pensemos en Imperio, el promocionado best seller de Hardt & Negri, por no hablar de otros apologistas del capitalismo desterritorializado como los anglosajones Bill Warren, Nigel Harris, John Weeks, Elizabeth Dore, etc.); la teoría marxista de la dependencia (TMD), síntesis magistral de los principales descubrimientos e investigaciones anticolonialistas de Karl Marx y de la perspectiva antiimperialista radical de Lenin, constituye un insumo imprescindible y una fuente de inspiración para continuar desarrollando aquel programa tan ambicioso (e inconcluso) de investigación que nos legara Karl Marx.
Ni las vertientes (neo)liberales de la socialdemocracia, ni el abanico monocorde de las metafísicas “post” (posmodernismo, posmarxismo, postestructuralismo, estudios poscoloniales, etc.), y mucho menos que nadie los lugares comunes de la oxidada economía neoclásica pueden proporcionar una alternativa realista y viable frente al marxismo revolucionario. Ni en el plano de la teoría crítica ni tampoco en el terreno de los proyectos políticos y sociales. Esté o no de “moda” en la Academia, el marxismo radical, desde Marx a Ruy Mauro Marini, pasando por Lenin y toda la familia revolucionaria que en ellos se inspira, continúan siendo, a nuestro entender, “el horizonte insuperable de nuestra época”, si me permites emplear una expresión famosa utilizada en los libros de un pensador célebre de otras épocas.
Marina Machado Gouvêa: ¿Cómo caracterizas la actual crisis capitalista mundial, y
específicamente su relación con la polémica sobre la pérdida de hegemonía estadounidense y las guerras más recientes (Libia, Siria, Afganistán, Ucrania)?
Néstor Kohan: Para entender la crisis más allá de la superficialidad de los relatos periodísticos, los lugares comunes de los gurúes de las grandes empresas capitalistas y los axiomas dogmáticos del FMI o el Banco Mundial, debemos volver a retomar la metodología dialéctica. Moleste a quien moleste. Y si los principales apologistas del capitalismo contemporáneo no la han estudiado… es un problema de ellos, no
nuestro. La ignorancia no torga derecho.
En la segunda parte de la Ciencia de la Lógica, Hegel retoma la lógica formal de Aristóteles y su principio de identidad. Allí descubre, a contramano del sentido común, que dentro mismo de la identidad anida la diferencia. Ésta a su vez se despliega en una oposición y una contrariedad hasta convertirse en una contradicción antagónica. Pero la contradicción antagónica (“prohibida” en la lógica clásica de Aristóteles al punto que el pensador griego le otorgó rango y status formulando su famoso “principio de no contradicción”) no es externa sino que está en el corazón mismo de la realidad. ¿Y entonces? ¿Cómo continúa la exposición dialéctica de Hegel? Pues bien, inmediatamente a continuación, Hegel vuelve al “fundamento”. En El Capital Marx retoma ese mismo camino, desde el inicio de su escritura, pero concluye de manera diferente. En la identidad de la mercancía anida la diferencia(entre valor de uso y valor). A lo largo de la historia se despliegan distintas formas de valor, que al comienzo enfrentan mercancías simplemente diferentes entre sí, intercambiadas a través del trueque. Pero con el transcurrir de la historia social y la posterior generalización de la división social del trabajo, el intercambio multiplicado hasta el infinito y el predominio del trabajo abstracto, esas primeras diferencias se transforman en contrariedades y oposiciones hasta llegar a la forma social del equivalente general. El dinero ocupa en El Capital la forma equivalencial, espejo “objetivo” en el cual se refleja todo el universo de las demás mercancías. La forma valor más desarrollada. Pero esa primera aparición “objetiva” del dinero, en el capitalismo se invierte y transforma exactamente en su contrario, cuando el
equivalente general deja de ser “el objeto” en el cual se reflejan las demás mercancías para transformarse en el sujeto que rige despóticamente a toda la sociedad, bajo la forma de capital que emplea fuerza de trabajo, destruye sistemáticamente la naturaleza, subsume todas las relaciones sociales previas (incluyendo las más arcaicas, como el patriarcado), etc. El capital, como relación social de producción, es una sustancia en proceso (según la conocida expresión con la que Hegel define al sujeto). Por eso mismo es sujeto. En el régimen capitalista, generalizado a escala mundial, el capital está atravesado por una multiplicidad de contradicciones antagónicas. Y aquí encontramos un matiz distinto entre Marx y Hegel, ambos integrantes de la tradición dialéctica. Si en la Ciencia de la Lógica, Hegel pasaba de la contradicción antagónica al fundamento… en El Capital, Marx nos explica que el capital, en tanto relación social antagónica, está constituido y atravesado por múltiples contradicciones. Contradicciones que en determinado período histórico ya no pueden ser contenidas en la relativa estabilidad de su unidad y por lo tanto “estallan” abriendo una época de crisis multidimensional.
Esa es nuestra época [2022], precisamente, la de un sistema capitalista que opera a escala mundial y está atravesado por múltiples contradicciones, simultáneas aunque diferentes, de ahí que la crisis capitalista actual sea probablemente la más aguda de toda la historia. Mucho peor que las de 1929, 1973 y 2008. Como ya han planteado varios pensadores marxistas (desde el inglés John Smith al chileno Orlando Caputo Leiva, entre muchísimas otros más) la crisis capitalista actual no es sólo financiera. Sería una visión demasiado simplificada y completamente ahistórica creer y suponer que la crisis contemporánea enfrenta en un polo a un “capitalismo malo” (el “globalista”, hegemonizado por los bancos y las finanzas internacionales) y en el otro extremo a un “capitalismo bueno” (el industrial y productivo, centrado supuestamente en los mercados internos). El sistema capitalista mundial no funciona así. No existe un “capitalismo malo” ni un “capitalismo bueno”. El sistema capitalista mundial actual está atravesado por múltiples contradicciones antagónicas que potencian y multiplican su crisis multidimensional, que arrastra tanto a la producción y sus cadenas globales de valor como al mundo financiero.
La dialéctica marxista nos permite abordar muchas contradicciones al mismo tiempo. Capacidad de la que carecen todos los derivados de las metafísicas “post” así como la economía convencional en sus diferentes formulaciones.
Al no haber una única contradicción (capital versus fuerza de trabajo, disputa exclusiva entre ganancias y salarios) sino múltiples contradicciones que confluyen, el marxismo revolucionario permite articular y conectar en un horizonte convergente diversas luchas, protestas y demandas, como las de los feminismos rojos, los ambientalismos anticapitalistas, la recuperación de las cosmovisiones de los pueblos originarios contra el etnocentrismo europeo-occidentalista, etc.). El proyecto socialista y comunista no divide ni fragmenta, como han hecho durante 40 años el posmodernismo y su descendencia. Por el contrario, une y articula esas múltiples demandas dentro de un horizonte común: la lucha contra el capitalismo y el imperialismo a escala mundial.
En ese contexto internacional y mundial de crisis multidimensional, el hegemón del complejo industrial-militar norteamericano, dominante desde la segunda guerra mundial hasta hace poco tiempo, va perdiendo el lugar central, tanto en lo económico, lo productivo, lo geopolítico, lo tecnológico y lo militar. Por eso se vuelve más agresivo que nunca, amenazando otra vez con la guerra nuclear total, que destruiría la civilización humana sobre el planeta. El imperialismo norteamericano, arrastrando a sus hermanos menores y sobrinos sumisos de la Comunidad Europea, ha intentado desplazar las grandes cadenas de valor del Norte hacia el Sur Global, buscando como siempre maximizar ganancias, con su sed insaciable de mano de obra más barata y la superexplotación de la fuerza de trabajo de los pueblos dependientes del Sur Global. Como ese mecanismo ha ralentizado pero no ha impedido que continúe agudizándose su crisis sistémica, aumenta su apuesta genocida a favor de la guerra y el militarismo. No por una supuesta “fortaleza” sino por la agudización de su crisis y su pérdida del lugar central que ocupó —tanto en lo económico como en lo geopolítico— en el sistema mundial durante décadas.
Las guerras más recientes sobre las que me preguntas (Libia, Siria, Afganistán, Ucrania, a las que yo agregaría la agresión permanente de Israel contra Palestina, el papel de gendarme latinoamericano asumido por Colombia, etc.) se inscriben en ese panorama y ese horizonte de crisis capitalista multidimensional. El imperialismo euro-occidental ha implementado en las primeras décadas del siglo XXI nuevas guerras de conquista que reviven procesos neocoloniales (que las vertientes liberales y escandalosamente eurocéntricas del “marxismo” daban por perimidas y olvidadas).
No es casual que en el plano de las ideologías y las formaciones políticas esa creciente agresividad del imperialismo euro-occidental sea acompañada por el resurgir de formas políticas neofascistas y neonazis que hasta hace unos años formaban parte de los viejos documentales en blanco y negro. Comenzamos a observar el ocaso y la fase crepuscular del imperialismo, abriendo el juego a la posibilidad de un mundo multipolar. En el futuro no podemos descartar nuevas guerras ni tampoco revoluciones. Ya es hora de archivar las apologías liberales y occidentalistas de la “globalización” capitalista, salpicadas con dos o tres citas sueltas, descontextualizadas y deshilachadas de Marx. Hoy más que nunca se ha tornado evidente que el imperialismo jamás desapareció, salvo en los papers académicos y en los ensayos superficiales de tres o cuatro gurúes posmodernos cuyos libros ya ni sirven para mesa de ofertas.
En ese contexto, podemos observar una aceleración vertiginosa en cada una de esas guerras. Desde la primera guerra e invasión norteamericana de Irak en adelante, pasando por la “guerra infinita” (declarada oficialmente por el Pentágono tras septiembre de 2001), la destrucción y desmembramiento planificado de Yugoslavia, los bombardeos de la OTAN en distintos países de África, la sucesión ininterrumpida de “golpes blandos” y “guerras híbridas” en América Latina hasta llegar a la actual guerra en Ucrania. Todas han sido expresión de la aguda crisis capitalista y la forma salvaje en que sobrevive y se reproduce el complejo industrial-militar del imperialismo occidental.
En cuanto a la especificidad de la actual guerra de Ucrania, ésta no empezó en el año 2022 sino en 2014 con un golpe de estado impulsado, desde el exterior, por Estados Unidos y la OTAN e implementado, desde el interior, por fuerzas neofascistas que nombraron “héroe nacional” a un lacayo subalterno de Adolf Hitler, Stepán Bandera, patético colaboracionista del genocidio nazi. Los batallones ucranianos neonazis que se toman fotografías celebrando retratos de Hitler o muestran a sus integrantes con inmensos tatuajes de cruces esvásticas son difíciles de “adornar” o maquillar. No sirve de nada hacer malabarismos puramente retóricos con una que otra oración suelta y deshilachada de los clásicos marxistas, para intentar disculpar y justificar a la OTAN y Estados Unidos, como han hecho grupúsculos liberales brutalmente eurocéntricos que emplean, para legitimarse, argot marxista.
Reducir esta guerra a la simpatía o antipatía ante un individuo llamado Vladimir Putin (se lo caracterice como se lo caracterice) es involucionar en el tiempo y retroceder a la época del liberalismo más ramplón. Hace más de un siglo que los marxistas clásicos discutieron sobre “el papel del individuo en la historia”. Construir un “monstruo” sobre la figura de Putin (reproduciendo todos los lugares comunes de la vieja doctrina del “despotismo oriental”, tan difundida por Karl August Wittfogel en tiempos del macartismo en plena guerra fría), puede ser comprensible para un noticiero pagado por la embajada estadounidense de cualquier país occidental, pero en el campo marxista reproducir esos clichés es un bochorno vergonzoso y una capitulación ideológica en toda la línea.
¿Cómo se va a explicar una guerra así, recurriendo a las características individuales de una persona? Los supuestos “marxistas” que actúan de esa forma son liberales disfrazados para el carnaval. Se ponen una capa roja y se agregan una barba postiza y creen que de este modo se parecen a Marx. ¿Se puede acaso explicar la segunda guerra mundial porque Hitler, como individuo, fue un pintor frustrado? ¿Acaso se puede comprender las agresiones de Estados Unidos contra la revolución cubana (y su derrota aplastante en Playa Girón) por el affaire amoroso de Kennedy con Marilyn Monroe? Esas seudo explicaciones que se concentran en un individuo — el que sea— no se sostienen ni para la escuela secundaria y, por supuesto, de marxismo no poseen ni la sombra. Constituyen una escandalosa estafa intelectual.
Marina Machado Gouvêa: ¿Cómo analizas el reciente ascenso reaccionario en
Nuestra América?
Néstor Kohan: Si hoy aparecen en el horizonte nuevas derechas, deberán surgir nuevas izquierdas, más audaces, menos timoratas, menos pusilánimes. La lucha de clases jamás es lineal. Y tampoco se explica a escala puramente nacional. Algunos analistas daban por muertos y enterrados los proyectos rebeldes y emancipadores a partir de la derrota sandinista de 1990 y la firma de la paz en El Salvador por esa misma época. No obstante, al poco tiempo, emergió la rebelión contra el neoliberalismo de la vieja socialdemocracia venezolana por parte de Hugo Chávez quien dio inicio, en ese proceso, al proyecto bolivariano. Lo hizo en paralelo a la insurgencia colombiana, igualmente bolivariana. En menos de dos años apareció también la insurgencia zapatista. Mientras tanto, quienes vaticinaban el ocaso de la revolución cubana se quedaron, una vez más, con las ganas. Lo que parecía muerto renacía de sus tumbas. A partir de allí, a pesar de la firma de los acuerdos de paz en Guatemala, se vivió un resurgir de los movimientos antiimperialistas. Creo que el proceso bolivariano en Venezuela le dio un nuevo impulso a los Foros Sociales mundiales y entonces, luego de “las guerras” del agua y del gas en Bolivia, se puso un freno al ALCA, impulsada por el imperialismo norteamericano. Desde allí en
adelante, volvió a la agenda de los movimientos sociales una palabra “prohibida”: el
socialismo.
Recuerdo a Hugo Chávez en Caracas convocando a retomar la lucha por el socialismo. Su prédica quedó inconclusa, pero logró barrer el neomacartismo y reinstalar la prédica antiimperialista, perdiendo el miedo (instalado desde 1990) al socialismo y la bandera roja. Chávez convocó al “socialismo del siglo XXI”. Al día de hoy nunca quedó definido si se trataba de un proyecto basado en la planificación socialista, en el mercado socialista, en la autogestión socialista o qué otra alternativa en cuestión. Pero al menos, en pleno siglo XXI, se volvió a retomar en las condiciones latinoamericanas el debate bolchevique de la década de 1920 y el cubano de la década de 1960 sobre diversas vías para ir más allá del capitalismo y gestionar una nueva sociedad. Esa discusión quedó inconclusa con la muerte (¿asesinato?) de Chávez. El imperialismo norteamericano volvió a reflotar su vieja doctrina contrainsurgente, combinándola con “golpes blandos” y el lawfare, hasta que llegamos al golpe de estado “clásico” en noviembre de 2019 en Bolivia. En el medio apareció un personaje como Bolsonaro, rodeado de militares reaccionarios, que le otorgaron nuevo impulso a las extremas derechas continentales. Con Bolsonaro ya el narco-estado colombiano no estaba solo en su cruzada pro norteamericana. Pero ninguno de estos procesos logró consolidarse definitivamente. Creo que debemos tener una mirada abierta. El futuro de Nuestra América continúa indeterminado. Dependerá de que los movimientos populares no vuelvan a dejarse arrastrar por los cantos de sirena y la manzana envenenada de la fracasada socialdemocracia que conduce, invariablemente, a la frustración de todo proyecto emancipador.
Marina Machado Gouvêa: ¿Cuál es el significado de las victorias progresistas o de
la izquierda en países como México, Argentina, Chile, Bolivia, Perú, con sus distintos límites y posibilidades? ¿Qué opinas sobre una posible victoria de Lula en Brasil?
Néstor Kohan: En todos los países que mencionas han emergido fuerzas con saludable sensibilidad progresista, pero que no han logrado (si es que acaso se lo han propuesto) desembarazarse de ese imaginario socialdemócrata que tanto daño nos ha hecho. Proceso que no avanza, es golpeado, retrocede y cae derrotado. Más allá de las especificidades políticas, culturales y sociales de cada país, lo que en términos generales marca tendencia es la vocación por dejar atrás los regímenes represivos neoliberales. Sin embargo, sin ser pesimista, no veo en ninguno de estos países la decisión política de avanzar hacia un proceso de cambios radicales y estructurales.
Para ir más allá de lo que ya conocemos, necesariamente hay que confrontar (interna y externamente). No se puede ser amigo de todo el mundo. Sin confrontación con el imperialismo —en su fase crepuscular— y las clases dominantes locales que le otorgan sustento, resulta imposible marchar hacia una sociedad más justa. A la larga o a la corta, la lógica del mercado capitalista termina imponiéndose contra toda sensibilidad progresista. Por eso considero que someter a discusión, con nombre y apellido, a la socialdemocracia como un callejón sin salida resulta impostergable si pretendemos que la derecha extrema (neoliberal en economía, neofascista en la política) no vuelva a imponerse a escala continental. El gran desafío de Lula no es sólo ganar las elecciones, donde es favorito, sino retomar sus orígenes clasistas.
Cuando Lula fue presidente muchas veces se comportó como “hombre de Estado”, esto es, como un representante del Brasil oficial. Eso no lo ayudó en nada. Al contrario. Terminó preso. Yo no soy nadie para dar consejos. Pero me parece que hay que hacer un balance para no chocarse dos veces con la misma piedra. Lula es quien es principalmente porque se forjó en la lucha contra la dictadura y a partir de una perspectiva clasista. Cuando dejó de lado ese origen que lo hizo tan querido y popular, no le fue bien.
Marina Machado Gouvêa: ¿Cuáles serían, desde tu análisis, las principales
posibilidades y límites de la actual reactualización de la teoría marxista de la
dependencia (TMD) en Nuestra América?
Néstor Kohan: A escala continental, la teoría marxista de la dependencia posee un despliegue desigual. En algunos países está desacreditada porque se la asocia con una vieja doctrina desarrollista, nacionalista burguesa, marcada a su vez por concesiones
metodológicas al estructural-funcionalismo. Por lo general, en varias academias incluso se homologa la expresión “teoría de la dependencia” con dos apellidos: Cardoso/Faletto. A esta altura queda claro que Cardoso y Faletto fueron minoritarios dentro de esta escuela de pensamiento social y además su vinculación con el marxismo dista largamente de poder asumirse como un dato de la realidad. Más bien todo lo contrario.
En cambio, en otros países ha quedado ya muy claro que el representante más radical de esta corriente ha sido Ruy Mauro Marini (junto con sus amigos y amigas Theotonio Dos Santos, Vania Bambirra y sus discípulos chilenos, como Orlando Caputo). Una nueva generación ha prolongado y enriquecido con una nutrida producción teórico-científica y renovados debates y polémicas esta constelación intelectual en los últimos años. Ese ha sido un gran aporte, sin dudas.
Sin embargo, creo que la principal limitación reside en que dicha escuela de pensamiento ha sido recluida al interior del mundo universitario. Si la TMD permanece solo como objeto de estudio académico, sus capacidades se verán notoriamente frustradas. Pero si esta tradición de pensamiento marxista logra articularse con movimientos sociales y nuevas insurgencias populares, creo que tiene un potencial todavía inexplorado. Pues su arsenal teórico y político resulta tremendamente superior a cualquier otro paradigma en danza (incluyendo desde la familia posmoderna, la economía neoclásica e incluso el neokeynesianismo). La teoría marxista de la dependencia aporta al movimiento popular latinoamericano un rumbo estratégico fundamental: el antiimperialismo y el anticapitalismo. Creo que en esa dirección podría cobrar nuevos bríos el proyecto de los Foros Sociales Mundiales así como el ya mencionado e inconcluso “socialismo del siglo XXI”. De la mano de la socialdemocracia reviviremos nuevos fracasos y frustraciones. En cambio, en la perspectiva antiimperialista y anticapitalista habrá posibilidades de reconstruir el sueño siempre pendiente de la Patria Grande para dejar de ser, de una vez por todas, el triste “patio trasero” del imperialismo al que nos sometieron desde hace demasiado tiempo.
Fuente: Cronicón.
Síguenos en nuestras redes sociales: