El suicidio, herramienta de protesta social en Túnez

Concentrados delante de la sede central de la UGTT, el histórico sindicato de Túnez, decenas de jóvenes gritaban consignas y alzaban carteles (foto adjunta). “Hemos venido para apoyar las demandas de justicia social en Kaserine que se iniciaron con el martirio de Ridha Yahyaoui”, explicaba Haizam Benzit, un estudiante con una rizada melena, al inicio de la última ola de protestas sociales que ha sacudido el país magrebí desde finales de enero y aún no se han apagado.

Los medios de comunicación habían difundido ampliamente la noticia del suicidio de Yahyaoui, un parado de 28 años que días antes había perdido una oportunidad de empleo público a causa de la corrupción, en el transcurso de una concentración de protesta.

“La idea del suicidio como forma de protesta se halla bien arraigada en la mentalidad tunecina, sobre todo desde la era Ben Alí. Pero viene de lejos. De hecho, no hay que olvidar que así terminó con su vida Aníbal, el líder de Cartago“, comenta Abdesatar Sahbani, sociólogo del Foro Tunecino para los Derechos Económicos y Sociales (FTDES).

En Kaserine, no obstante, la historia de Yahyaoui, el último “mártir” de la juventud revolucionaria tunecina, se presta a diversas interpretaciones. “Él no se quería suicidar, fue un accidente. Simplemente, se subió a un poste de la electricidad para protestar, y se cayó”, sostiene Akry, una mujer con más de una década en el paro que participaba aquel día en la manifestación y vio el incidente. Actualmente, junto con otras decenas de jóvenes, ocupa la sede del gobierno provincial.

¿Adornaron los activistas la tragedia del joven desempleado para suscitar una reacción de rabia entre la sociedad y desencadenar las protestas? “No, estoy seguro de que fue un suicidio. ¿Por qué si no se subiría alguien a un poste eléctrico con lo peligroso qué es? Estaba desesperado”, opina Badredín, un chico de mirada intensa que participa desde hace semanas en la ocupación del edificio del gobierno provincial exigiendo trabajo.

Precisamente, la chispa que encendió la revuelta de 2010 en Túnez y que se acabó propagando por todo el mundo árabe fue también un suicidio: la inmolación del célebre Mohamed Bouazizi, un vendedor ambulante al que una policía requisó su mercancía por no contar con el permiso adecuado. En su caso, no hay duda de cuál era su intención. “Mohamed llamó a su tío muy alterado, diciéndole que se iba a suicidar. Pero no le creyó. Pensó que sólo quería llamar la atención. Quince minutos después le llamaron de una ambulancia informándole de que estaba en estado crítico”, recuerda con tristeza Lamine Buazizi, un familiar suyo.

Desde entonces, se han registrado decenas de suicidios o intentos de suicidio por motivaciónes sociales y políticas en Túnez. Según un informe del FTDES, en 2015 se produjeron 549 suicidios o intentos de suicidio, lo que representa un aumento del 170% respecto al año anterior. Y es que el año pasado fue especialmente duro en Túnez. Tres brutales atentados suicidas segaron la vida de más de 70 personas y dejaron al sector turístico en la UVI.

“Sin la atención o el apoyo del Gobierno, los partidos políticos o los sindicatos, muchos jóvenes se sienten completamente desamparados y consideran que su cuerpo es su único recurso para la protesta”, señala Sahbani mientras sus manos acarician un sombrero negro. En la mayoría de casos, se trata de suicidios o de intentos que el sociólogo define como “teatrales”, es decir, no se llevan a cabo en soledad, sino que se convoca antes a toda la comunidad. En 2015, esta categoría constituyó un 25% del total de casos, con más de un centenar.

Según este investigador, las formas más habituales de hacerlo son quemarse a lo bonzo o lanzarse desde lo alto de un edificio, normalmente frente la sede de la autoridad política o un edificio público. En cambio, casi nadie se cuelga, un método más vinculado a causas personales o de depresión. En cuanto a las regiones, aquellas que registran una cifra más elevada son las del centro del país, tradicionalmente marginadas por el Gobierno central y con un paro juvenil superior al 50%, como Kairuán, Kaserine, Gafsa o Sidi Bouzid.

Cinco años después de su trágica muerte, Mohamed Bouazizi es reconocido como un héroe nacional. En su ciudad, Sidi Bouzid, un póster enorme con su fotografía preside la plaza principal. Y en la capital, una amplia avenida ha sido rebautizada con su nombre. Sin embargo, no toda la sociedad tunecina admira a los suicidas por motivos sociales. “En el islam el suicidio está prohibido. Y muchas familias intentan ocultar este tipo de casos. Por eso, es difícil saber el alcance verdadero del fenómeno”, agrega Sahbani.

(Fuente: Diagonal /Autor: Ricard González)

Francisco Campos

Francisco Campos

Nació en Sevilla en 21 de julio de 1958. Trabaja como administrativo. Es autor del libro "La Constitución andaluza de Antequera: su importancia y actualidad" (Hojas Monfíes, 2017).

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