





Para más información ver el artículo del apartado “Memoria Andaluza”, titulado: “18 de agosto de 1487: La primera caída y matanza de Málaga”.


A las 6 de la mañana (hora de Moscú), del 19 de agosto de 1991 se producía el último intento para salvar la URSS, del precipicio al que se deslizaba. La URSS, como todo lo que cae, solo podía ser derribada desde dentro y eso lo entendió Occidente desde siempre y, especialmente, a partir de la década de los 80.
La Unión Soviética, controlada por sus sepultureros, desde hacía años (Gorbachev, A. Yakovlev, E. Shevardnadze, G. Aliev, etc.) era llevada hacia su final. Entre ese caos, emergió la figura de B. Yeltsin, con contacto directo y permanente con Washington.
Ese intento de salvación se convirtió, por su inacción, por su pusilanimidad, en un catalizador para los sepultureros.
Esa madrugada se escuchó en toda la Unión que “por motivos de salud, Mijaíl Gorbachov no puede desempeñar sus funciones. Todo el poder, según la constitución, pasa al vicepresidente, creándose un Comité Estatal para el Estado de Emergencia, GKChP)”. Más tarde se añadía que “la política de reformas iniciada por iniciativa de Gorbachov, concebida como un medio para garantizar el desarrollo dinámico del país y la democratización de la vida pública, durante varios años razones ha llegado a un callejón sin salida…”.
Tenían todos los resortes, pero les faltaba la decisión. Los grandes cambios requieren de decisiones importantes, duras, y estas, no se tomaron. Si no estás dispuesto a acabar, no lo empieces.
Se enviaron tropas a distintas ciudades: Moscú, Leningrado, Kiev, Riga, etc. La unidad especial Alfa bloqueó la dacha de Yeltsin, pero jamás llegó la orden de detención y Yeltsin pudo moverse libremente y declarar al Comité como “golpistas” y dar su discurso encima de un tanque. Permitir eso, algo tan básico, fue el principio del final.
Las tropas no recibían órdenes y no sabían cuál era su misión. Alguna gente salió a las calles (a favor de Yeltsin) y empezó a rodearlas…
No se movilizó a los millones de miembros del partido, a los sindicatos, al pueblo soviético… No se arrestó a Yeltsin, del que había pruebas más que suficientes de su papel de “agente extranjero”, no se arrestó a Gorbachev y su camarilla por traición a la URSS.
Todo lo anterior habría provocado el caos en la oposición liberal. Nada de eso se hizo. Al contrario, esa inacción provocó la desmoralización de tropas, del KGB y del resto de gente y estamentos que querían conservar la URSS. Todo lo anterior aceleró el final.
No se hizo nada, más que temblar. Todos eran ya hombres mayores, situados en los 70 años, sin liderazgo claro y que improvisaban, sabiendo lo que deseaban, pero no cómo alcanzarlo ni quién era el que debía asumir las decisiones. Todos se miraban a ver quién decía qué y quién daba el paso.
El relato de que el CEEE era un grupo de “inmovilistas, golpistas, enemigos de la libertad…” se le había servido en bandeja de plata a Yeltsin y su camarilla.
Lo único que pudieron contemplar más de 150 millones de ciudadanos soviéticos era que, a los defensores de la URSS, personificados en Yanaev, les temblaban las manos en la rueda de prensa. Esa imagen, lo decía todo. Un grupo de abuelos asustados frente a la fuerza de la «libertad».
Los defensores de la URSS, ciudadanos de a pie, se quedaron sus casas y los “amantes de la libertad” tomaron las calles y construyeron el relato público, propagado por los altavoces occidentales. Ni en los mejores sueños de los EEUU hubiera ocurrido algo así.
Fue un golpe en la mesa seguido de un silencio que nadie entendió. Nadie sabía qué hacer. Rusia pasaba a ser una colonia más de EEUU durante, al menos, 10-15 años.
La mañana del 21 de agosto, después de tres días marcados por la situación de espera absurda, todo acabó. Las tropas fueron retiradas, se anunció la disolución del Comité Estatal de Emergencia y sus miembros fueron arrestados. Hay que decir que todos ellos fueron amnistiados en 1994.
La vida siguió como si esos tres días no hubieran ocurrido, pero siguió más rápida y más terrible para el ciudadano medio soviético.
La “libertad” conquistó la URSS.
Fuente: Haize Gorriak.


Para más información ver el artículo de la sección Memoria Andaluza, titulado: “30 de marzo de 1781. Muerte de Diego Corriente, el Robin Hood andaluz”.


Tal día como hoy, 21 de agosto de 1791, se iniciaba la revolución en Haití con la rebelión de cien mil esclavos que terminaron con la esclavitud. La revolución haitiana (1791-1804) fue el primer movimiento revolucionario de América Latina. Saint-Domingue pasó de ser una colonia regida por un sistema de castas a ser el lugar donde se produjo la única rebelión de esclavos exitosa de la historia, además de ser una de las revoluciones más radicales.






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