La solidaridad puesta a prueba: mantenerse firmes cuando la victoria parece lejana

El ascenso de Donald Trump al poder marcó un punto de inflexión para Palestina, no porque fuera el primer presidente estadounidense en ponerse del lado de la agresión israelí, sino porque lo hizo sin rodeos.

Su administración abandonó las fachadas diplomáticas, alentando a Israel a actuar con aún más impunidad y señalando al mundo que el sufrimiento de los palestinos ya no justificaba ni siquiera una preocupación retórica.

Con Trump, la máscara ha sido arrancada, revelando la cruda y desvergonzada realidad de la complicidad de Estados Unidos en los crímenes de Israel.

Hoy estamos siendo testigos de una represión sin precedentes del activismo propalestino en Occidente, particularmente en las universidades estadounidenses, donde los estudiantes que se atreven a hablar en contra de las atrocidades israelíes se enfrentan al acoso, la denuncia en línea y las amenazas legales.

La solidaridad misma es criminalizada, mientras que los partidarios de Israel promueven descaradamente la “Riviera de Gaza” como una fantasía distópica: una franja de tierra colonizada y despoblada, limpia de sus habitantes, a la espera de inversores extranjeros.

No se trata de hechos aislados; Estos son síntomas de un proyecto más grande y peligroso para borrar la historia, alentado por la complicidad global y el silencio ensordecedor de quienes dicen defender los derechos humanos.

Este cambio ha desilusionado a muchas personas que antes habían depositado su confianza en el derecho internacional y en las instituciones de derechos humanos. Sin embargo, también ha sacado a la luz una verdad esencial: la lucha por Palestina nunca ha dependido de la buena voluntad de los gobiernos, sino que siempre ha dependido de la perseverancia de la gente común que se niega a mirar hacia otro lado.

La historia nos enseña que cuando los canales oficiales fallan, los movimientos populares se convierten en la última línea de defensa contra la tiranía.

Si los opresores redoblan sus esfuerzos, nosotros debemos hacer lo mismo. Si intentan intimidarnos, debemos alzar la voz. Si ellos tratan de encarecer la solidaridad, nosotros debemos hacerla imparable. Si creen que pueden reescribir la historia silenciando a los que dicen la verdad, entonces nuestra tarea es anclarla aún más profundamente en la conciencia pública.

La solidaridad es más necesaria que nunca en momentos de debilidad

Hay un deseo comprensible de victorias, de algo tangible que demuestre que nuestros esfuerzos importan. Es fácil apoyar una causa cuando es ganadora.

Cuando los boicots ganan terreno, cuando los políticos cambian su retórica, cuando las protestas masivas parecen cambiar el rumbo, es cuando la gente se apresura a estar en el lado correcto de la historia.

Pero la verdadera prueba de solidaridad no se produce en los momentos de triunfo, sino en los momentos de agotamiento, cuando la desesperación amenaza, cuando la lucha parece inútil.

Hoy, cuando el mundo está siendo testigo de un genocidio en tiempo real, cuando los gobiernos están tomando medidas enérgicas contra aquellos que se niegan a guardar silencio, y cuando los principales medios de comunicación continúan su campaña de culpa, distorsión y deshumanización, este es precisamente el momento en que la firmeza es más importante.

La verdadera solidaridad consiste en aparecer cuando las cámaras están apagadas, cuando las victorias son raras, cuando el camino a seguir no está claro. La opresión no se detiene cuando el mundo pierde interés en ella, y tampoco lo hace nuestra resistencia.

La ausencia de éxito inmediato no significa fracaso. Esto significa que la lucha se encuentra en su etapa más crucial, que requiere un mayor compromiso, estrategias más agudas y una creencia inquebrantable de que la justicia no es una cuestión de azar, sino de voluntad colectiva.

El costo emocional de la solidaridad

Solidarizarse con Palestina es presenciar, día tras día, un ciclo implacable de brutalidad. Es absorber en un instante las imágenes de casas bombardeadas, cuerpos mutilados, familias aniquiladas. Es cargar con el peso de la hipocresía, ver a los líderes occidentales hablar de derechos humanos con una sola voz mientras arman el apartheid con la otra.

No es fácil. Los activistas y defensores de Palestina se enfrentan a riesgos reales de agotamiento, fatiga emocional y desesperación. La enormidad de la injusticia –las traiciones, las hipocresías, la magnitud del sufrimiento– puede ser paralizante, especialmente para los recién llegados al movimiento.

Es por eso que la solidaridad no puede ser alimentada únicamente por la indignación reactiva. Debe estar respaldada por el conocimiento, la comunidad, el pensamiento crítico y una visión a largo plazo.

Aquellos que han estado comprometidos en esta lucha durante años deben apoyar a los recién llegados, no solo proporcionándoles información, sino también guiándolos para que puedan soportar el peso psicológico de esta lucha.

Los grupos de solidaridad deben cultivar algo más que la resistencia; Deben fomentar espacios de diálogo, empatía revolucionaria y sanación. Sin esto, los movimientos se fracturan y se produce el agotamiento.

Entender Palestina más allá de las narrativas simplistas

La solidaridad no debe basarse en mitos idealizados. No puede basarse en una imagen idealizada de los palestinos como un frente unido de resistencia heroica.

La realidad es más dolorosa: la colonización fractura las sociedades. Siembra división, impone opciones imposibles y enfrenta a las personas entre sí en una lucha desesperada por la supervivencia.

El fratricidio –una trágica consecuencia de las divisiones internas palestinas– no es una traición a la lucha; Es un producto intencional de la colonización misma.

Todos los proyectos coloniales de la historia se han basado en la fragmentación para debilitar la resistencia. Reconocer esto no debería debilitar la solidaridad internacional, sino más bien profundizarla.

La verdadera solidaridad no exige perfección por parte de los oprimidos; Requiere una comprensión de las presiones implacables a las que están sometidos. El camino hacia la liberación no es limpio ni lineal; Está sembrado de trampas, traiciones y realidades dolorosas.

Apoyar a Palestina es apoyar a su pueblo en toda su complejidad, no a pesar de ello, sino a causa de él.

La duración de la lucha excede la de una generación

Las luchas de liberación no se miden en ciclos de noticias ni en mandatos electorales. La lucha por Palestina no es nueva y no terminará mañana. Pero la historia ya ha respondido a la pregunta de si tales peleas se pueden ganar.

Argelia luchó durante más de un siglo antes de liberarse del dominio francés. El apartheid en Sudáfrica parecía eterno, hasta que colapsó. En Estados Unidos, los activistas de los derechos civiles fueron golpeados, encarcelados y asesinados, pero cambiaron la historia.

El mundo está lleno de ejemplos de sistemas de opresión que alguna vez fueron dominantes y que parecían invencibles, hasta que dejaron de serlo. Y en cualquier caso, los opresores no cedieron por revelación moral; Se vieron obligados a retirarse por la persistencia de aquellos a quienes trataban de doblegar.

Los palestinos han estado librando esta lucha durante generaciones. No corresponde a los movimientos de solidaridad ofrecerles esperanza, sino asegurarse de que nunca estén solos en su resistencia.

Cada acción, cada voz, cada desafío al statu quo sacude la máquina de la opresión.

Incluso cuando las victorias parecen lejanas, la historia muestra que la perseverancia remodela la realidad. Palestina no es una excepción.

Es posible que el trabajo realizado hoy no dé resultados inmediatos, pero nunca es en vano. Cada voz que se niega a ser silenciada, cada desafío a la propaganda, cada acto de desafío contribuye a una fuerza imparable que un día inclinará la balanza.

Esta no es una lucha por la gratificación instantánea; Es una prueba de resistencia. Y los que se comprometen a ello deben hacerlo sabiendo que sus esfuerzos, por discretos que sean, nunca son en vano.

La disyuntiva que tenemos ante nosotros

Estamos pasando por un momento difícil, pero también es un momento de lucidez. Nadie puede decir que no está al tanto de los horrores que se están desarrollando en Gaza, la hambruna forzada, las masacres, la destrucción deliberada de todo un pueblo.

La pregunta que tenemos ante nosotros es simple: ¿vamos a dejar que el miedo, el agotamiento o la desesperación nos paralicen? ¿O vamos a unirnos, mantenernos unidos y fortalecernos unos a otros, sabiendo que la justicia no se da, y que la toman los que están dispuestos a luchar por ella?

No sabemos cuándo Palestina será libre, pero conocemos el camino hacia su libertad. La historia nos asegura que ningún imperio, ningún sistema de opresión, ningún proyecto colonial ha sido permanente.

La cuestión no es si la justicia prevalecerá, sino más bien cuándo, y si entonces estaremos valientemente en el lado correcto de la historia.

La solidaridad no es un acto circense. No es un accesorio que te pongas cuando te convenga. Es un compromiso de por vida con la verdad, la justicia y la creencia inquebrantable de que, no importa cuánto tiempo tome, los oprimidos se levantarán un día y los opresores caerán.

Samah Jabr / Chronique Palestina.

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