Ya se prepara una nueva guerra para después de ‎la derrota frente a Rusia

A pesar de las apariencias de unidad entre los miembros de la OTAN y de la supuesta ‎consolidación de ese bloque militar con la eventual admisión de nuevos países, varios ‎actores importantes ya buscan su propio modus vivendi. Los que no están cegados ‎por su propia propaganda ya saben que su bando va a perder y que está en busca de ‎otros enemigos en otros campos de batalla. Frente a la derrota inminente, la apuesta de ‎Washington consiste en seguir agitando la «amenaza rusa» para obligar sus aliados a cerrar ‎filas.‎

La subsecretaria de Estado Victoria Nuland reunió 85 países en Marrakech para planificar la ‎próxima guerra en el Sahel. Decenas de miles de millones de dólares en armamento, ‎supuestamente destinado a Ucrania, se acumulan ya en los Balcanes. Pero esas armas serán ‎entregadas a los yihadistas del Emirato Islámico (Daesh).‎

Ocupando un lugar destacado en el escenario, la OTAN afirma que la «locura de Putin» ha ‎acabado fortaleciéndola. Ucrania, que sigue recibiendo armamento de Occidente, ha emprendido ‎una contraofensiva y está rechazando al «invasor». En el plano internacional, las sanciones ‎están dando resultados. Sintiéndose amenazadas, Finlandia y Suecia, han decidido convertirse en ‎miembros de la alianza atlántica. Y en Rusia… los rusos derrocarán al «dictador». ‎

Esta bella narrativa está en abierta contradicción con la realidad de los hechos. La verdad es que ‎lo que llega al frente es sólo una tercera parte del armamento que Occidente envía a Ucrania. ‎Pero el ejército ucraniano está agotado y está retrocediendo en todas partes, algunos éxitos ‎aislados aquí y allá no modifican ese panorama general. Sin embargo, dos terceras partes del ‎armamento occidental, principalmente el armamento pesado, ya está disponible en el ‎mercado negro de los Balcanes, sobre todo en Kosovo y en Albania, que se han convertido en ‎las principales plazas del tráfico de armas. ‎

Otro hecho es que las sanciones occidentales están a punto de desatar hambrunas, no en Rusia ‎sino en el resto del mundo, sobre todo en África.‎

Y, en el seno mismo de la alianza atlántica, Turquía y Croacia se oponen a la admisión de nuevos ‎miembros. Si bien no parece imposible convencer a esos dos países para que den finalmente ‎luz verde a la ampliación de la OTAN, su consentimiento tendrá como precio ciertos cambios ‎políticos radicales que Occidente siempre ha rechazado. ‎

Aunque Rusia será seguramente lo bastante sabia como para celebrarla con discreción, como ya ‎lo hizo en Siria, la victoria rusa se verá como el fracaso de la mayor fuerza militar de toda ‎la Historia: la OTAN. Y será una victoria indiscutible ya que la alianza atlántica se ha implicado ‎físicamente en Ucrania, mientras que en Siria se mantuvo más bien gravitando alrededor del ‎conflicto. ‎

El resultado será que numerosos Estados vasallos de Washington van a tratar de distanciarse. ‎Es posible que sus dirigentes civiles se mantengan mentalmente orientados hacia Occidente pero ‎sus jefes militares se volverán más rápidamente hacia Moscú o Pekín. En los años venideros ‎habrá una redistribución de las cartas y no será cosa de pasar de un alineamiento junto ‎a Washington a un nuevo alineamiento junto a los nuevos vencedores sino de crear un mundo ‎multipolar donde cada cual será responsable de sí mismo. ‎

Lo que está en juego no es una redefinición de las zonas de influencia sino el fin de la mentalidad ‎que ve una jerarquía entre los pueblos. ‎

Desde ese punto de vista, es fascinante observar la retórica occidental. Son numerosos los ‎expertos del mundo anterior que nos explican que Rusia quiere reconstruir su imperio. Nos ‎aseguran que ya reconquistó Osetia y Crimea y que ahora está atacando el Donbass. ‎Pero esos “expertos” en realidad “reconstruyen” la historia apoyándose en frases que atribuyen ‎falsamente al presidente Vladimir Putin. Todos los que realmente estudian la Rusia ‎contemporánea saben que lo que afirma esa gente es falso. El regreso de Crimea a la ‎Federación Rusa y las venideras incorporaciones de Osetia, del Donbass y de Transnistria ‎no tienen absolutamente nada que ver con la “reconstrucción” de un imperio sino con la ‎reconstitución de la nación rusa, desmembrada durante el derrumbe de la URSS.‎

En ese contexto, una pequeña parte de los dirigentes occidentales comienza a cuestionar las ‎decisiones del amo estadounidense. Ese fenómeno ya pudo verse, durante un trimestre, al final ‎del mandato del presidente francés Nicolas Sarkozy. Viendo el desastre que había contribuido a ‎provocar en Libia y su posterior fracaso en Siria, Sarkozy aceptó en aquel momento negociar ‎una paz separada con el gobierno sirio. Pero Washington, furioso ante esa muestra de ‎independencia, organizó la derrota electoral de Sarkozy, favoreciendo a Francois Hollande. ‎Al llegar a la presidencia de la República Francesa, Hollande reactivó la maquinaria occidental ‎de guerra contra Siria por 10 largos años. Fue precisamente entonces cuando Rusia ‎se comprometió a intervenir en Siria. En 2 años, Moscú terminó de perfeccionar sus nuevas ‎armas y acudió en ayuda de Siria, que luchaba contra los yihadistas armados por las potencias ‎occidentales… y dirigidos por la OTAN desde su Allied Land Command en Turquía.‎

Si bien los eslóganes de la OTAN se repiten sin descando en la prensa occidental, nuestros ‎estudios sobre los antecedentes y el papel de los banderistas en la Ucrania actual han circulado ‎ampliamente entre los dirigentes del mundo entero. Sabiendo ya que los banderistas son ‎en realidad neonazis, numerosos “aliados” de Washington se niegan ahora a respaldarlos. Ahora ‎estiman que, en esa lucha, la razón está del lado de Rusia. Alemania, Francia e Italia ya han ‎autorizado algunos miembros de sus gobiernos a conversar con Rusia, sin aportar cambios, ‎por ahora, a la política oficial de sus países. Al menos esos tres Estados miembros de la OTAN ‎ya están inmersos, con prudencia, en un doble juego. Si la cosa se pone fea para la OTAN, esos ‎tres países serán los primeros cambiar de casaca. ‎

Lo mismo está sucediendo con el Vaticano, que estuvo a punto de llamar a una nueva ‎cruzada contra la «Tercera Roma» (Moscú) y divulgó fotos del papa rezando con esposas de ‎banderistas miembros del regimiento Azov. En este momento, la Santa Sede ya se ha puesto ‎en contacto no sólo con el patriarca de la iglesia ortodoxa rusa sino también con el Kremlin. ‎

Todos esos contactos, por muy discretos que sean, molestan a Washington, que trata de apartar ‎los emisarios secretos. Pero el hecho de ser oficialmente objeto de purgas, en realidad amplía el ‎margen de maniobra de esos emisarios para negociar. Lo importante es que puedan rendir ‎cuentas de lo que hacen ante quienes los comisionan. Por supuesto, ese es un juego peligroso –‎así lo demuestra la derrota electoral del ya mencionado Sarkozy, así castigado por haber tratado ‎de actuar sin permiso de su patrón estadounidense. ‎

Croacia y Turquía tienen intereses comunes en los Balcanes. En esta ‎imagen vemos al presidente croata, Zoran Milanovic, y al presidente turco, Recep Tayyip ‎Erdogan, durante su encuentro de septiembre pasado en Nueva York.

Hipótesis 1: la ampliación de la OTAN confirmaría que ha cambiado de objetivo

Tratemos de tomar algo de distancia de lo que está sucediendo para ver cuál puede ser la ‎evolución de los acontecimientos. ‎

Para que Turquía y Croacia acepten que Finlandia y Suecia se conviertan en miembros de ‎la OTAN, esa alianza bélica tendría que aceptar ciertas condiciones:
 Turquía exige:
1- Que el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) y el Hizmet –la organización de ‎Fethullah Gulen– sean incluidos en las listas de organizaciones terroristas y que ‎sus miembros sean arrestados y entregados a las autoridades turcas;‎
2- que la industria militar turca sea admitida nuevamente en el programa de fabricación ‎del avión estadounidense de combate F-35.‎
 Croacia exige:
3- Que se modifique la ley electoral en Bosnia-Herzegovina para que la minoría croata ‎obtenga la igualdad política. ‎

En el caso de Turquía hay que resaltar que

 El PKK no representa a los kurdos de Turquía en general sino a ciertos grupos. El PKK fue ‎inicialmente un partido marxista-leninista que luchó contra la dictadura militar turca durante la ‎guerra fría. Posteriormente, luego del encarcelamiento de su líder histórico y la disolución de ‎la URSS, el PKK cambió de bando y se convirtió en un partido libertario al servicio del ‎Pentágono en el Medio Oriente. El PKK de hoy es una milicia mercenaria que sirve de coartada a ‎la ocupación estadounidense en ciertas regiones de Siria. Incluirlo en las listas de organizaciones ‎terroristas equivaldría a tener que retirar las fuerzas militares que Estados Unidos mantiene ‎ilegalmente en Siria… y devolver al gobierno sirio los pozos de petróleo.‎

 El predicador turco Fethullah Gulen es el padre espiritual de una extensa organización caritativa ‎presente en numerosos países. Su extradición a Turquía desde Estados Unidos, donde ‎actualmente reside, y clasificar su organización como terrorista sería privar a la CIA de “ojos” y de influencia en ‎numerosos países africanos y en naciones asiáticas con poblaciones turcoparlantes. Washington ‎sólo podría aceptar eso si el AfriCom ya estuviese desplegado en África… pero todavía está ‎‎“exilado” en Alemania. Washington está enfrascado en negociaciones para implantar el AfriCom ‎en Somalilandia, a cambio de garantizar reconocimiento internacional a ese Estado ‎no reconocido [1]. ‎

Habida cuenta de la larga serie de atentados que el PKK ha cometido en Turquía y el papel ‎protagónico que tuvo el Hizmet –actuando por cuenta de la CIA– en el intento de asesinato ‎contra el presidente Erdogan (en julio de 2016) y en la subsiguiente intentona golpista, las ‎exigencias del gobierno turco sobre esas dos organizaciones están plenamente justificadas.

 Nada costaría readmitir a Turquía entre los países que participan en la fabricación del F-35. ‎Pero su exclusión fue un castigo por haber adquirido el sistema antiaéreo ruso S-400. Complacer ‎a Turquía con tal de ampliar la OTAN frente a Rusia sería, como mínimo, contradictorio. ‎Además, aceptar como participante en la fabricación del F-35 un país que no ha tenido reparos ‎en criticar la supuesta calidad de ese aparato es, cuando menos, embarazoso. ‎

Sobre la exigencia de Croacia, hay que recordar lo siguiente:‎

 Bosnia-Herzegovina fue creada por iniciativa de los straussianos (los seguidores del filósofo Leo ‎Strauss incrustados en las administraciones estadounidenses [2]). De hecho, el straussiano ‎Richard Perle no participó en los acuerdos de Dayton como estadounidense sino como miembro ‎de la delegación bosnia. Conforme al pensamiento de los straussianos, Bosnia-Herzegovina fue ‎concebida como una entidad homogénea, así que la minoría croata (15% de la población) hoy ‎está condenada al ostracismo, su lengua no es reconocida y ni siquiera dispone de ‎representantes políticos. Pero aceptar la exigencia de Croacia significaría cuestionar las razones ‎que los straussianos invocaron para organizar las guerras en Yugoslavia –separar las etnias que ‎convivían en la antigua Yugoslavia y crear allí países con poblaciones homogéneas. Y quienes ‎están manejando el conflicto en Ucrania son precisamente los straussianos. ‎

Suponiendo que se acepten las tres condiciones que Turquía y Croacia plantean, o que sean ‎derrocados los dirigentes que las formulan, la ampliación de la OTAN con la entrada de Finlandia ‎y Suecia confirmaría el cambio de naturaleza de ese bloque militar. La OTAN ya no sería una ‎estructura creada para estabilizar la región del Atlántico Norte, como se estipula en su texto ‎fundador –lo cual llevó a otro presidente ruso, Boris Yeltsin, a plantearse seriamente, en 1995, ‎la posibilidad de solicitar la admisión de Rusia. Más bien, la OTAN terminaría así su mutación, ‎convirtiéndose definitivamente en una administración militar estadounidense del imperio ‎occidental de Washington. ‎

En Kosovo y en Albania se almacena hoy el doble de todo el armamento ‎que ya se utiliza en Ucrania, antes de su envío a otro teatro de operaciones. Para ‎los straussianos estadounidenses, la próxima derrota ante Rusia no será gran cosa. Habrá ‎otras guerras que emprender contra otros enemigos… para mantener el negocio funcionando.

Hipótesis 2: el verdadero objetivo de las sanciones y de la ayuda militar occidentales es ‎preparar nuevos conflictos

Observemos ahora las verdaderas consecuencias de las sanciones occidentales. ‎

Las medidas tendientes a excluir a Rusia del sistema financiero internacional no están ‎perjudicando a ese país. Rusia sigue importando y exportando según sus necesidades pero ‎se ha visto obligada a cambiar de proveedores y de clientes. Está poniendo rápidamente ‎en marcha un equivalente del sistema SWIFT con los otros países del grupo BRICS (Brasil, la India, ‎China y Sudáfrica) pero ya no puede comerciar directamente con el resto del mundo. En África ya ‎es imposible comprar fertilizantes de base potásica… porque Rusia y Bielorrusia son ‎los principales exportadores. La hambruna toca a las puertas y el secretario general de la ONU, ‎Antonio Guterres, ha dado la voz de alarma [3] solicitando a las potencias occidentales que ‎levanten el embargo contra los fertilizantes de base potásica.‎

Lo más probable es que en Washington decidan mantener su política… y el hambre provocará ‎nuevas guerras, y también nuevas oleadas de migrantes hacia la Unión Europea. ‎

Parece sorprendente que, aun después de la caída de Mariupol, Estados Unidos haya decidido ‎mantener el envío de 40 000 millones de dólares para Ucrania, donde ya ‎ha perdido otros 14 000 millones. En realidad, dos terceras partes de todo nunca llegó al destino anunciado –ha sido desviado y hoy se amontona en Kosovo y en Albania. ‎Allí habrá en poco tiempo alrededor de 18 000 millones de dólares en armamento. Tenemos ‎entonces dos opciones: creer que el Pentágono está botando el dinero por la ventana… o que ‎está invirtiéndolo al sustraer ese gigantesco arsenal al control del Congreso. ‎

Si seguimos analizando los hechos, veremos que la subsecretaria de Estado, la straussiana ‎Victoria Nuland, viajó el 11 de mayo a Marruecos para presidir allí una reunión de la «Coalición ‎global contra Daesh», en la que participaron 85 países enviando sus ministros de Exteriores. ‎De manera totalmente predecible, la señora Nuland dijo allí que el Emirato Islámico (Daesh) está ‎resurgiendo, pero no en el Medio Oriente sino en el Sahel, e invitó los participantes a unirse a ‎Estados Unidos para luchar contra ese enemigo. Como ya todos han podido comprobar el apoyo ‎masivo que Estados Unidos aportó a los yihadistas de Daesh en Irak y en Siria, todos los diplomáticos presentes entendieron que la tormenta no tardará en caer sobre el Sahel. Para ‎desencadenarla, el Pentágono necesita armas, muchas armas, y no quiere que vuelvan a ‎atraparlo “con las manos en la masa” mientras arma otra vez a los yihadistas. Así que hay ‎grandes probabilidades de que el armamento oficialmente destinado a Ucrania y desviado hacia ‎los Balcanes acabe en el Sahel. ‎

Una guerra en el Sahel no será “problemática” porque no afectará a las grandes potencias y las ‎víctimas serán “sólo” africanos. Esa guerra durará mientras la alimenten y ningún aliado de ‎Washington se atreverá a señalar que ese conflicto existe desde que se invadió y se destruyó ‎Libia. ‎

Y todo podrá seguir como antes. Al menos para una parte de la humanidad, el mundo seguirá ‎siendo unipolar… con Washington como centro.

por Thierry Meyssan/Red Voltaire

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