¿Qué pasa si además de musulmana eres mujer? Pués que entonces te enfrentas a lo que se califica como islamofobia de género
La Islamofobia está a la orden del día. Este concepto define al Islam como amenaza social, religiosa y política. Aunque esta es una forma de discriminación muy arraigada en España desde hace siglos, existe una creencia popular que señala el atentado del 11-S como punto de inflexión en el que nace este concepto. Pero, ¿qué pasa si además de ser practicante de la religión musulmana eres mujer? Entonces te enfrentas a lo que algunos llamamos islamofobia de género.
La Islamofobia es una construcción del mundo
La sociedad española podría compararse a un conglomerado cultural. Personas de todo el mundo residen en el país y conviven unas con otras. Aun así, la discriminación por razón étnica o religiosa sigue estando muy presente en el imaginario colectivo. Esta discriminación no siempre se evidencia en forma de violencia. Es esencial no reducir el significado de esta a los ataques físicos y verbales hacia personas o instituciones de otra cultura, etnia o religión.
Las personas musulmanas están a la cabeza del ranking de discriminación. Según la Plataforma Ciudadana contra la Islamofobia, desde 2010 este tipo de racismo no para de crecer, de hecho, en los últimos años el número de denuncias por islamofobia ha aumentado en un 70% en comparación con años anteriores. Casualmente – o no – las denuncias que afectan a mujeres suponen más del 60%.
La islamofobia y cualquier forma de intolerancia se cimientan en tópicos. Por eso, la imagen que tenemos del Islam está totalmente basada en mitos y clichés universales. En Occidente, hay una visión generalizada de los musulmanes y las musulmanas como una ‘amenaza’. De esta forma, se estigmatiza a toda persona originaria de esta cultura, especialmente si es practicante de la doctrina religiosa.
Sin duda esta discriminación adquiere una doble dimensión cuando afecta a las mujeres. En primer lugar, por ser musulmanas, sufren el estigma de social impuesto por la sociedad occidental. En segundo lugar, por ser mujeres.
“En mi casa todos los días veo tres perfiles diferentes de mujeres musulmanas, mis hermanas, mi madre y yo. Y te puedo decir, que esa discriminación la sentimos todas”. Naima es integradora social en Madrid, ella nació en Marruecos y viajó hasta España con su madre Arub. Tiene dos hermanas pequeñas, Mayida y Salma, las dos nacieron en la capital española.
“Veo que mi madre sufre racismo por ser de Marruecos, por ser de otra cultura, por ser de otro país, por ser de otra religión… Pero lo peor es que ella vive completamente aislada del sistema. No trabaja, y siempre que lo ha hecho ha sido en situaciones de altísima precariedad. No conoce el idioma, y eso supone para ella una enorme barrera”.
Y es que este rechazo está altamente vinculado a la imagen estereotipada que se tiene de ellas. En la construcción de la diferencia entre Occidente y Oriente, el género posee una dimensión clave y decisiva.
Por lo tanto, el rechazo a “lo musulmán”, se vehicula a través del asunto de la mujer como víctima de su religión, y la cultura que de ella se deriva. Se da por hecho que el Islam es el origen de la discriminación de género, en vez de buscar las causas en la política de los estados correspondientes y la herencia sociocultural patriarcal de sus sociedades.
“Muchas veces los grandes poderes de Europa y Occidente son incapaces de reconocer que también cometen errores. Europa es una potencia hegemónica y no se puede permitir mostrar debilidades o pequeñas brechas en el sistema. Lo mismo pasa con el racismo y con la islamofobia, la culpa no la van a tener los europeos ni las instituciones europeas”, afirmaba el presidente de Tayba.
Fue al hablar con el presidente de la Asociación Tayba, la asociación de jóvenes musulmanes, cuando me di cuenta de cual era realmente el objeto de análisis en el estudio de la islamofobia de género. No se trata solo de hacer un análisis crítico de la situación de las mujeres musulmanas en España, de las problemáticas que se encuentran día a día o de las evidencias de precariedad.
Para entender el porqué de la islamofobia de género hay que indagar en el proceso de construcción de la identidad cultural y de los roles sociales. La sociedad europea cree gozar de un mayor desarrollo cultural y social, considerando a quienes pertenecen a otras culturas como unas personas poco civilizadas y con valores y costumbres incomprensibles o subdesarrollados.
Diferentes pensadoras e investigadoras musulmanas como Djaouida, Moualhi, Romina Forti, Asma Lamrabet, Fatima Mernessi, Nawal al-Sa’dawi y organizaciones feministas como Sisters in Islam se esfuerzan en transmitir que el problema de las mujeres en los países y las culturas islámicas no es la religión en sí, sino el patriarcado. Destacan que la contrariedad no es lo que dice o no dice el Corán, sino las lecturas e interpretaciones y reinterpretaciones que se han hecho de este libro sagrado a lo largo de los siglos. También exponen que los componentes esenciales del patriarcado en una sociedad musulmana no son diferentes de los que encontramos en otras partes.
El presidente de Tayba explicaba que “la religión debe hacer libre a la persona que la practica. El Corán habla de libertad de creencia. No impone ninguna ley”. En una sociedad como la nuestra, élites económicas y políticas son pieza fundamental para construir y mantener un determinado estatus quo, y por tanto, es su ley la que impera.
Asimismo, se ha de tener en cuenta que por lo general los símbolos religiosos, (diferentes tipos de pañuelo, vestimenta, etc.) la hacen muy visible, explicitando, supuestamente, sus creencias. Todo ello, lleva a una discriminación específica y con unos atributos propios.
El hecho religioso actúa sobre las mujeres musulmanas como un elemento de más desvalorización en relación a las mujeres de otras procedencias y otras confesiones. Por lo tanto, el colectivo se enfrenta con mayor intensidad que el resto de mujeres, a una infravaloración, que les dificulta la inserción y legitima la desigualdad social que padecen.
Los medios de masas, principales agentes de la estigmatización
Los medios de comunicación han contribuido a integrar una serie de ideas erróneas en el imaginario colectivo occidental. Es obvio que en la mayoría de sociedades musulmanas se da un modelo social caracterizado por ser en extremo patriarcal. No obstante, este hecho está más determinado por los diferentes gobiernos autocráticos que por la religión en sí.
Pero, además de que el patriarcado es un trasfondo compartido por todas las culturas, los medios de comunicación suelen obviar que las sociedades por definición son dinámicas, y las poblaciones musulmanas no son una excepción. Tienen lugar en ellas, importantes e inevitables realidades de cambio y transformación social promovidas por infinidad de factores: El activismo feminista, aspectos socioeconómicos, influencia de Occidente, etc. Por consiguiente, también en estos lugares, se está intentando desafiar el orden jerárquico patriarcal.
Laila Serroukh, estudiante de periodismo y una de las redactoras de ‘hijabiplus’, una revista de mujeres musulmanas para mujeres musulmanas, empezó a colaborar con esta revista al ver la necesidad de elaborar información sobre mujeres musulmanas que no estuviese sesgada.
Los medios de comunicación por su parte, presentan siempre los casos más extremos y sensacionalistas, aunque los adornan siempre con ‘rigor informativo’. De esta forma, el o la occidental cree conocer bien la realidad de estas personas. “Cuando leo los medios convencionales veo que transmiten una imagen de las mujeres musulmanas que no es real. Siempre las muestran sumisas como si no tuviesen capacidad para expresarse” añadía.
La apariencia que se difunde en Occidente es tan reduccionista y estereotipada como falsa. El motivo es que se sigue relacionando estrictamente a la mujer que profesa el Islam como sumisa al varón y a la religión.
Los medios de comunicación y en general, el sector audiovisual en España, han frivolizado mucho con temas que apuntan directamente a las mujeres musulmanas. Empezando por los arquetipos que plantean en cualquier serie de televisión o película cuando aparece una mujer musulmana, pasando por los absurdos titulares de los medios generalistas acerca del uso del hiyab en las Olimpiadas de Rio y terminando con lo polémica de todos los veranos: el burkini.
Además, Laila Serroukh hablaba de que como periodista ha sentido en sus propias carnes dos tipos de discriminación: “En algunos casos de primeras ya no tienes acceso ni a la fase de entrevista, te ven con el velo y te vetan. No se si por miedo o porque piensan que no vas a estar a la altura. Otras veces he sentido discriminación positiva, te contratan precisamente porque llevas el velo, y de esa forma el medio refleja una imagen súper “integradora”. A veces te encasillan desde el minuto uno, estuve trabajando en un medio en el que solo me mandaban hacer información sobre yihadismo y yo por ser musulmana no se más sobre yihadismo que cualquier otra chica como yo que esté empezando en el sector de los medios”.
Estereotipos: La mirada sesgada desde Occidente
El mundo occidental traza un estereotipo en el que sitúa a la mujer musulmana como tradicional y retrasada, y a la mujer occidentalizada como moderna y empoderada: libre. Esto es un cliché falso y peligroso.
Hay un importante sector de mujeres musulmanas, con un alto nivel educativo, que se niega a abandonar su fe. Se adhieren libre y deliberadamente al Islam. Ésta es precisamente la cuestión que Occidente no “metaboliza”. Sin embargo, le importuna aun más, que estas mujeres vistan, por voluntad propia, prendas símbolo de sus creencias, más allá de cómo interpreta cada una de ellas tales signos.
La activista Fátima Bourhim hablaba de autodeterminación a la hora de vivir la propia fe. “No es diferente a otras religiones, no es diferente a la religión católica. La sociedad piensa que el hecho de llevar velo ya supone que tu fe prevalece ante todo lo demás en tu vida, pero no es asi”.
“Hay chicas musulmanas que no llevan el velo y sin embargo la religión está más presente en sus vidas y otras que lo llevan como un símbolo cultural o como una forma para romper con los prejuicios”, afirmaba la activista.
No obstante, ¿Cómo son los estereotipos que el occidental posee de la mujer musulmana? Básicamente son tres: Son pasivas, ya que aparecen como observadoras distantes y no como participantes en la sociedad. Son víctimas, por representar a la figura subordinada que sufre la opresión religiosa machista y, por último, veladas, presentan el velo como signo de misterio, sumisión y opresión.
La mayoría de estudios sobre la imagen de las personas musulmanas en Occidente se basan en analizar la figura masculina. Las mujeres no tienen relevancia. De hecho, en general, se supone que la única característica de estas mujeres es ser islámicas. Es como si la religión las definiese totalmente, como si no existieran más dimensiones en ellas que las que les confieren sus creencias. De hecho, generalmente, cuando se las muestra en los medios vistiendo algún tipo de velo, se las presenta como ausentes de atributos individuales o personales. En cambio cuando aparecen mujeres musulmanas occidentalizadas, se les resalta las similitudes culturales occidentales y se les concede un estatuto individual.
“Me atrevería a decir que he visto como miraban a mi madre con terror, como si llevara escrito en la frente ‘soy yihadista’. Pero, es una madre como otra cualquiera, una mujer como otra cualquiera, ella vive su fe a su manera y nos ha enseñado valores del Islam, pero siempre nos ha dado la libertad para tomar nuestras propias decisiones”, aseguraba Naima.
“Mis hermanas están en el instituto, ellas están totalmente integradas allí, no llevan el velo porque así lo han decidido, y te puedo asegurar que, aunque en diferente medida, ellas también sienten esos estereotipos y esos prejuicios. Yo llevo el hiyab, y practico mi religión. Lo hago por voluntad propia, nadie me ha sometido, ni me han lavado el cerebro”.
La doble moral occidental, el velo
En España, como en Europa, los prejuicios hacia estas mujeres han llevado en ocasiones a vulnerar sus derechos por no permitirles vestir como desean. Se argumenta, que se cubren con un velo por obediencia machista. No obstante, se obvia lo principal: dar voz a las sujetas en cuestión. Se ignora su punto de vista y su voluntad.
No deben menospreciarse los numerosos casos en los que se obliga a mujeres a vestir con prendas de este tipo. Esta conducta significa una vulneración clara de sus libertades y derechos. Sin embargo, es necesario dar a estas personas un poco de espacio y libertad. Ellas son las que deben decidir cómo vestir. Han hacerlo libremente, sin coacción de ningún tipo. Tampoco bajo las presiones de miradas llenas de clichés y juicios de valor.
La sentencia del 14 de febrero de 2013 del Tribunal Supremo Español manifestó: “Ni las escuelas pueden expulsar a una niña por portar el velo musulmán, ni los ayuntamientos pueden prohibir su uso, porque no tienen competencia para limitar la libertad religiosa”.
Pero además, el uso de determinadas prendas no solo tiene que ver con la religión. Muchas jóvenes que viven en Francia o en España, que estudian en las universidades, que hablan perfectamente el idioma del país que acogió a sus familias y en el que la mayoría de ellas han nacido, utilizan el pañuelo como una expresión de afirmación cultural, como un signo de identidad.
Según las encuestas sociológicas realizadas a mujeres que visten el velo voluntariamente, entre la variedad de argumentaciones que aducen a favor del uso del hiyab, (profesionales, feministas, nacionalistas o antiimperialistas) la religión, en sentido estricto, no viene casi nunca sola, ni ocupa el primer lugar en el discurso de estas mujeres.
Actualmente, con las prohibiciones en varios países, el llevar velo es una forma de rebelión y resistencia contra el modelo occidental donde muchas veces las que lo llevan resultan agredidas y se encuentran en la necesidad de utilizarlo para reforzar sus ideales en contra de la discriminación.
Esta es la doble moral de la sociedad Occidental, por un lado, predican libertad y hablan de autodeterminación y de decisiones personales. Por otro lado, miran a las mujeres que deciden llevarlo con pena, porque creen que el velo las somete al yugo de la religión islámica. Llegados a este punto, es interesante lanzar la siguiente pregunta: ¿Son las mujeres occidentales tan libres cuando llevan tacones – que, está comprobado son perjudiciales para la salud – o cuando eligen las prendas de su vestimenta?
Obviamente, la solución no pasa por identificarse con una u otra prenda o postura. Las mujeres que deciden no llevar el velo voluntariamente también deben luchar contra los prejuicios tanto de los musulmanes como de los no musulmanes, resultan estigmatizadas aunque lleven o no el hiyab. Es lo que se conoce como el velo interior.
Pero, ¿por qué se asocia el velo a la represión y no se cuestiona a las monjas que llevan el hábito o a las mujeres judías que también se cubren el cabello con el sheytel? La respuesta es simple, hay ciertos intereses políticos, a los gobiernos les interesa esta visión estereotipada de la cultura musulmana, les interesa porque legitima sus acciones.
(Fuente: AmecoPress / Nueva Tribuna)
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