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La Gran Depresión y la teoría marxista de las crisis

Por Rolando Astarita

I

En notas anteriores, dedicadas a la acumulación y crisis capitalista, hice referencia a algunas de las principales explicaciones marxistas sobre las causas de la Gran Depresión. En particular, señalé que no existe evidencia de que la crisis se haya debido a una “compresión de las ganancias”; ni a “escasez de plusvalía”. Además, y contra una creencia establecida entre muchos marxistas, planteé que tampoco se observa una tendencia. más o menos constante, al descenso de la tasa de ganancia en la década anterior a 1929. Por eso, como alternativa, sugerí que la crisis de 1930 sería un caso de crisis por sobreproducción, o sobreacumulación, del tipo de las descritas por Marx y Engels. En esta nota amplío esta cuestión. Además, y desde el punto de vista del método, intento mostrar la necesidad de un análisis concreto, esto es, que incorpore las múltiples determinaciones que afectan el modo, ritmo, profundidad y extensión de cada crisis. Así, en esta primera parte de la nota destaco la crisis del agro en los 1920 – en lo esencial, también una crisis de sobreproducción – y su rol en la agudización de la depresión y propagación global de la misma. Esto es, intento un abordaje menos abstracto que explicaciones que reducen la causa de las crisis a la evolución, mecánicamente lineal, de una o dos variables (aunque estas sean importantes; véase aquí).

Los 1920 en EEUU

Una primera cuestión a destacar es que la crisis de los 1930 no se puede entender sin el antecedente de la fuerte expansión de la economía estadounidense en los 1920 (este apartado se basa principalmente en Corey, 1934, y Smiley, 2004). En particular, luego de la recesión de 1920-21, y hasta 1929 el crecimiento fue muy fuerte. El producto nacional bruto pasó de 74.000 millones en 1922 a 103.100 millones en 1929. En términos reales, entre 1920 y 1929 el producto creció al 4,2% anual; el producto por habitante aumentó 2,7% anual. Entre 1919 y 1929 el rendimiento por trabajador en la industria creció 43%; la producción de bienes de inversión aumentó a una tasa anual de 6,4%; los bienes de consumo durable al 5,9% y los bienes de consumo no durable 2,8%. Entre 1922 y 1929 el desempleo nunca superó el 4% y la inflación se mantuvo baja. Aunque hubo recesiones suaves en 1924 y 1927, estas no cambian el panorama. Incluso la de 1927 fue asociada a la decisión de Ford de cerrar todas sus plantas por seis meses para cambiar del modelo T al modelo A. En la década aumentó fuertemente el empleo manufacturero: entre 1922 y 1929 se incorporaron a la industria 1,5 millones de obreros; aunque el empleo agrícola bajó en 20.000 (tratamos aparte la situación agrícola). También aumentó el empleo femenino, en un 25%.

Hubo un fuerte crecimiento de las fuerzas de la producción, con eje en la electricidad, el motor eléctrico, la cadena de montaje y la estandarización del mecanizado de piezas. La red eléctrica pasó de 39 millones de Kw en 1919 a 97 millones en 1929. El motor eléctrico permitió mecanizar muchos procesos que antes se realizaban a mano; las máquinas movidas por electricidad eran más rápidas, poderosas y precisas que las movidas a vapor. En 1914 aproximadamente el 30% de la industria se basaba en la electricidad; en 1929 el 70%. La electrificación también permitió automatizar la producción de rayón y otros textiles. En las fábricas de acero, aluminio y pulpa de papel, las temperaturas y presiones pasaron a estar bajo control de aparatos eléctricos. Las células fotoeléctricas contribuyeron a la automatización, y a la precisión y calidad de la producción en muchas ramas.

El consumo de electricidad se extendió y en 1929 el 70% de los hogares tenían electricidad. Vinculado a la extensión de la red eléctrica, se desarrolló la producción de bienes durables de consumo para los hogares: radios, heladeras eléctricas, planchas eléctricas, ventiladores, iluminación eléctrica, aspiradoras. Entre 1923 y 1930 seis de cada 10 hogares estadounidenses compraron un equipo de radio. En 1919 se vendieron 60.000 radios; en 1929 la cifra ascendió a 10 millones de equipos. Se desarrollaron, además, las cadenas de transmisiones radiales. Las acciones de las empresas en estas ramas ayudaron a crear el boom del mercado accionario de finales de los 1920. RCA fue una de esas empresas; no pagó dividendos, pero el precio de su acción subía por las expectativas en su valor futuro. El boom de la electricidad se lo ha comparado al actual de la Internet. Hacia finales de la década más de 1000 compañías habían creado programas de investigación y desarrollo. La más famosa fue Laboratorios Bell, incorporada por ATT como empresa separada.

También crecieron las comunicaciones. Las líneas telefónicas pasaron de 30 millones en 1920 a 70 millones en 1930; los teléfonos de 10 millones en 1915 a 20 millones en 1930. Esto representó no solo un beneficio para los hogares, sino también mejoró la productividad. Además, el despliegue de las comunicaciones (la radio en primer lugar) y de las redes eléctricas disminuyó el aislamiento de las poblaciones rurales. Estos procesos fueron de la mano de innovaciones promovidas por las empresas.

Otra industria clave, de punta, fue, por supuesto, la automotriz. La cadena y el mecanizado estandarizado de piezas permitieron bajar dramáticamente los costos. En 1920 el automóvil promedio costaba 940 dólares; en 1929 costaba 290 dólares. En los 1920 las tres más grandes (Ford, GM y Chrysler) empleaban el 7% de la fuerza laboral industrial y generaban el 12,7% del ingreso global. Las compras de automóviles pasaron de 2,2 millones en 1920 a 5,3 millones en 1929. En este último año había 23 millones de automóviles en EEUU. El automóvil impulsó toda una serie de industrias: caucho y neumáticos, petróleo y refinación, vidrio, cuero, acero, pintura, aluminio, entre otras. También la construcción de rutas; y de viviendas en los suburbios, que se desarrollaban a medida que crecía el uso del automóvil. Por su parte, la introducción de los camiones disminuyó costos, ya que eran más efectivos que los carros tirados por animales; y permitieron un transporte adaptable a las particularidades geográficas.

El crédito ayudó a la expansión de las industrias y de la venta de bienes de consumo durables. En 1929 el 60% de los automóviles y el 80% de las radios se compraban con crédito. Los préstamos al consumo alcanzaron un pico de 7.000 millones de dólares en 1929. El crédito también proveyó fondos para una ola de fusiones de empresas; entre 1924 y 1929 hubo 1250 fusiones de empresas. Los activos de los bancos pasaron de 48.000 millones de dólares en 1919 a 72.000 millones en 1929; la mitad de estos estaba controlada por el uno por ciento de los bancos.

También hubo boom en la construcción de carreteras, plantas industriales, edificios de oficinas, más la ya citada construcción suburbana. Este auge fue apuntalado por la extensión de los créditos hipotecarios. Más aún, incluso el boom dio lugar a una burbuja en el estado de Florida, donde los precios de la tierra subieron rápidamente y muchos apostaron a hacer rápidas ganancias especulativas, apalancándose en la suba. En tres años seis millones de personas se mudaron a Florida. Hasta que en 1925 la burbuja explotó. La consecuencia fue que la economía del estado entró en depresión cuatro años antes que el crack de la Bolsa. El crédito también impulsó la sobreespeculación y la burbuja bursátil a fines de los veinte (un tema a desarrollar más adelante).

La otra cara de la moneda de este crecimiento económico es que aumentó la presión sobre la clase obrera. La práctica taylorista de management científico y la cadena de montaje se extendieron, y se incrementaron los ritmos de trabajo. Así el capital compensó una cierta escasez de mano de obra, producto de restricciones a la inmigración y de la menor cantidad de hijos de las familias obreras urbanas con respecto a las familias rurales. Smiley señala también que el capital debilitó a las fuerzas del trabajo. En 1919 fue derrotada una huelga en la U.S. Steel, y enseguida otra convocada por la United Mine Workers. “Estas dos huelgas perdidas más la depresión de 1920 y 1921 quitaron ímpetu al movimiento sindical y ocasionaron severas pérdidas de membrecía, que continuaron a lo largo de los 1920”. En la dirección de la American Federation of Labor tomaron la delantera los sectores más proclives a colaborar con el capital. También crecieron los sindicatos por empresas, controlados por estas.

La mecanización y el aumento de los ritmos de producción también afectaron a los trabajadores administrativos y similares, y técnicos calificados. Corey señala que en su mayoría fueron descendidos desde el status de “altos empleados” al nivel ocupacional de los trabajadores asalariados. Cada vez más se vieron sometidos a las condiciones generales del resto de los asalariados (aunque subjetivamente no se considerasen a sí mismos parte de la clase obrera).

Si bien los salarios mejoraron, los beneficios del capital crecieron aún en mayor medida. El resultado es que se produjo un fuerte aumento de la desigualdad. Entre 1919 y 1929 el producto por obrero aumentó 43%: solo entre 1923 y 1929 el incremento fue del 32%. Pero en esos seis años los salarios aumentaron solo 8%. Las ganancias de las corporaciones subieron 62%. En 1929 el 40% de la población de menores ingresos recibía el 12,5% del ingreso agregado personal, en tanto que el 5% más rico embolsaba el 30%. Los sectores más ricos ponían mucho de sus ganancias en inversiones especulativas, valores inmobiliarios o las acciones. Entre 1924 y 1929 el índice Dow Jones industrial se multiplicó por cinco. Estos datos no encajan en la tesis de que la crisis se debió a un estrangulamiento de las ganancias, debido a aumento de la presión salarial. Tampoco en la tesis – vinculada al autonomismo obrero italiano, y marxistas como Cleaver y Holloway – que dice que las crisis capitalistas son provocadas por la agudización de la lucha de clases.

La situación del agro

El crecimiento de la economía estadounidense en los 1920 fue muy importante, pero en algunos sectores las cosas no fueron tan bien. La industria del carbón recibió el impacto del crecimiento del petróleo y gas. Los ferrocarriles tuvieron la competencia de los camiones y autobuses. Sin embargo, lo peor estuvo en el sector agrícola.

Es que el inicio de la Gran Guerra desató un boom en el agro estadounidense (y en otros países), dada la caída de la producción en Europa. La demanda y los precios subieron – por ejemplo, el precio del trigo más que se duplicó entre 1914 y 1919 – y el gobierno alentó la creación de bancos agrícolas con el fin de otorgar préstamos a los granjeros, y que estos aumentaran la producción. Los granjeros extendieron la producción a nuevas tierras y compraron maquinarias (tractores, arados, segadoras, trilladoras). El tractor con motor que funcionaba a gasolina, en lugar del motor a vapor, significó una revolución tecnológica, al inducir a una maquinaria universal con implementos intercambiables. También aumentó y mejoró el uso de fertilizantes. Como resultado, se incrementó la producción. Antes de la Gran Guerra en EEUU se producían menos de 690.000 bushels de trigo; al finalizar la contienda se superaban los 945.000 bushels. Entre 1910 y 1920 los precios de la tierra subieron, en algunos casos más del 100%. Pero también subió la deuda hipotecaria. Muchos granjeros se endeudaron para comprar maquinaria y tierras.

La expansión continuó más allá de la finalización de la guerra en 1919, ya que inicialmente las exportaciones y los precios siguieron siendo elevados. Además, muchas empresas, temerosas de nuevas subas de precios, incrementaron sus inventarios; lo cual ayudó a sostener los precios elevados. Sin embargo, la recuperación de la producción en Europa fue más rápida de lo que se pensaba. Se produjo entonces una típica crisis de sobreproducción. Pero con nuevos equipos y maquinaria, y endeudados, los granjeros encontraban difícil reducir la producción. Incluso la aumentaban. Aldcroft escribe: “Cuando caen los precios los productores agrarios suelen aumentar la producción durante un tiempo a fin de mantener sus rentas agregadas” (p. 264). Lo cual hundía más los precios. Corey escribe: “La eficiencia se incrementó, particularmente durante y después de la Guerra Mundial, pero esto tendió a multiplicar las cargas de los granjeros. Mayores necesidades de capital significaron más hipotecas y pagos de intereses. Por otro lado, si bien el uso del tractor permitió ahorrar tierra y mano de obra, aumentó la dependencia de los granjeros del mercado: Ya que no podían producir el gasoil para sus tractores, como producían el pienso para sus mulas y caballos. Lo mismo con piezas de repuesto y otras herramientas, además del tractor” (p. 282).

Con la depresión de 1920-21, además de la caída de la demanda, las empresas empezaron a utilizar los inventarios que habían acumulado. Los precios agrícolas se hundieron 53,3%, en tanto los precios minoristas 11,3% y los mayoristas 45,9%. El gobierno puso en marcha programas para bajar la producción, y se establecieron tarifas a las importaciones. Pero esto no impidió la caída de los ingresos de los granjeros. Por otra parte, y dada la mayor eficiencia productiva, el trabajo fue desplazado y se creó un excedente de población agrícola (Corey, p. 282). Entre 1919 y 1929 fueron desplazados del campo al menos 500.000 trabajadores (p. 294). Muchos se convirtieron en arrendatarios, y otros se emigraron a las ciudades. Las deudas de los granjeros pasaron de 7857 millones de dólares en 1920 a 9468 millones en 1928. A esto se sumaban 3000 millones de dólares por otras deudas. Las ejecuciones hipotecarias permanecieron elevadas a lo largo de toda la década. La mayoría era sobre segundas hipotecas, más que sobre las primeras, como ocurriría más tarde, durante la Depresión. El precio de la tierra y las construcciones agrícolas cayeron, y por primera vez en la historia de EEUU se redujo el área sembrada. Entre 1919 y 1930 el ingreso agrícola como porcentaje del ingreso nacional cayó del 16% al 8,8%. Según Smiley, el ingreso neto real por granja disminuyó 72,6% entre 1920 y 1921; aunque se recuperó luego, nunca volvió a los niveles de 1918 y 1919.

El agro y la Gran Depresión en EEUU

La Gran Depresión fue desastrosa para los granjeros. En 1929 la cosecha de trigo fue récord. Pero también hubo cosechas abundantes en Europa y Canadá; además, Rusia había vuelto al mercado mundial. De nuevo había exceso de producción, y los precios comenzaron a caer en el verano de 1929 y lo siguieron haciendo casi sin interrupción hasta inicios de 1933. El índice de los precios de productos agrícolas cayó, entre mediados de 1929 y febrero de 1933, aproximadamente 60%;  y el de precios de alimentos 46%. Para peor, se desató una gran sequía, y entre 1930 y 1939 se sucedieron tormentas de polvo que convirtieron gran parte de las grandes llanuras en un desierto. Miles de familias emigraron hacia California y otros estados (John Steinbeck lo registra en Las uvas de la ira). Finalmente los precios tocaron fondo y comenzaron a subir en 1933, acompañando la suba general, y mejora de los negocios, que siguieron a la devaluación del dólar (en 1933 el precio de la onza de oro pasó de 20,67 a 35 dólares). Incluso los precios agrícolas subieron más que el resto, debido a la sequía. De todas formas, todavía en 1937 el 21% de las familias rurales dependía del auxilio del gobierno.

La sobreproducción y la crisis en el sector agrícola contribuyeron a profundizar la caída de la demanda y la depresión en los 1930. Por entonces la agricultura seguía siendo el sector que empleaba más mano de obra. Pero además, la crisis de los granjeros repercutió fuertemente en el sector financiero. Es que para cientos de pequeños bancos rurales la caída del precio de la tierra significó la licuación del colateral de los préstamos que habían otorgado a los granjeros. Muchos de esos bancos rurales a su vez estaban endeudados con bancos más grandes. Los cuales también tenían grandes carteras de créditos hipotecarios, también incobrables.

El sector primario y la depresión mundial

La crisis que tuvo epicentro en EEUU rápidamente se hizo global. Entre sus principales mecanismos de transmisión deben contarse las obligaciones impuestas, al término de la guerra, a Alemania por el tratado de Versalles; y el intento de estabilizar las monedas mediante la vuelta al patrón oro de Gran Bretaña y otros países. No lo analizaremos ahora, pero dejamos señalado que la convertibilidad al oro y el tipo de cambio fijo, asociado al patrón oro, más la herencia de las cargas de las deudas, inducían a los ajustes deflacionarios que, a su vez, agudizaban la crisis.

Pues bien, a esos mecanismos de transmisión hay que sumar la crisis de la producción y demanda de los bienes primarios. Aldcroft (1985, cap. 9) destaca este factor de agudización de la caída. Aldcroft recuerda que al finalizar la década de 1920 cerca de dos tercios de la población mundial estaban en el sector agrícola o en actividades relacionadas con ella. Según Madsen (2001), incluso en Europa Occidental, Japón y América del Norte los trabajadores de la agricultura superaban a los industriales. Aldcroft también señala que cerca de las dos quintas partes del comercio mundial consistían en productos alimentarios y productos agrícolas; las materias primas representaban aproximadamente otra quinta parte. La mayoría de las economías de los países subdesarrollados dependían de las exportaciones de estos productos. Los países industriales representaban la mitad del comercio mundial y más del 50% de sus exportaciones eran industriales. Los países no industriales representaban alrededor de la mitad o más de los productos básicos exportados, de los cuales el 84% iba a los países industriales; y compraban la mitad del total de las importaciones de las manufacturas (p. 260-1).

Ante estos datos Aldcroft discute si la depresión tuvo su origen en el sector primario de los países atrasados. Aunque la respuesta es negativa, “la situación de las materias primas contribuyó a que la depresión iniciada en 1929 se transformase en un desastre económico” (p. 263, referencia a la tesis de Copeland). Aldcroft también observa que la sobre-expansión fuera de Europa, durante la Gran Guerra, no fue privativa de EEUU. Canadá, Australia y Argentina también aumentaron la producción de trigo. Además, aumentó la producción de otros bienes. Por ejemplo, durante la Gran Guerra Cuba, Java y Mauricio incrementaron fuertemente la producción de caña de azúcar, dada la caída de la producción de remolacha en Europa. Por otra parte, diversos avances tecnológicos – entre ellos, los sustitutos sintéticos del nitratos y caucho; las mejoras en reciclado y aprovechamiento de insumos – redujeron los costos y la demanda de bienes primarios. Dice Aldcroft: “… en lo que respecta a varias mercancías importantes (en especial trigo, azúcar, café, algodón, caucho, seda natural, plomo, cinc y aceite mineral), las existencias venían subiendo ininterrumpidamente, a la vez que los precios caían, desde más o menos la mitad del decenio de 1920”. Por término medio las existencias se duplicaron entre 1924 y 1929, en tanto los precios bajaron de un 25 a un 30% (p. 266). Luego: “Las exportaciones de estas mercancías comprendían alrededor de la mitad, en valor, de las exportaciones totales de dieciséis países agrarios principales fuera de Europa, a saber: Argentina, Brasil, Uruguay, Cuba, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, África del Sur, Argelia, Egipto, India británica, Indias Orientales Holandesas, Malaya británica, Indochina francesa, China y Siam” (p. 267).

Como resultado, los países exportadores de materias primas, no europeos, vieron reducidos sus saldos de 1700 millones de dólares en 1925 a 233 millones en 1929. Sin embargo, la situación todavía no era grave. El problema serio se desató a partir de 1929, con el colapso de la economía de EEUU. Es que las exportaciones de EEUU cayeron de 437 millones de dólares en 1929 a 198 millones en 1931; y las importaciones pasaron de 340 millones a 174 millones de dólares, en el mismo período (Gilles, 164). Dice Aldcroft: “En un momento en que el mundo productor básico se hacía cada vez más vulnerable a las conmociones exteriores los efectos fueron cataclísmicos. Los precios de las mercancías bajaron vertiginosamente, los ingresos de exportación disminuyeron de forma sensible, y los productores básicos se encontraron sumidos en un déficit global en relación con los países industriales. (…) Una vez iniciado, el proceso fue cumulativo; repercutió en Europa y los EEUU e intensificó la depresión internacional en los primeros años treinta” (p. 279). Según Gilles, entre 1928-9 y 1932-3 las exportaciones de Chile cayeron 80%, las de Argentina, India y España entre 65 y 70%; y entre 50 y 55% las de Australia, Nueva Zelanda y Dinamarca (p. 161). Madsen  también destaca que la caída del ingreso agrario a nivel mundial contribuyó a deprimir la demanda e impulsó la deflación (fenómeno este que se vincula, además, con la adhesión al patrón oro). Lo cual, además, exacerbó el proteccionismo y las rivalidades nacionales.

II

Apoyándonos en Lewis Corey, The Decline of American Capitalism, pensamos que la crisis de los 30, en EEUU, es representativa de la crisis por sobreproducción a la que Marx y Engels se refirieron en muchas de sus obras (véase aquí aquí). La idea central es que la competencia obliga a los capitalistas a invertir y ampliar la capacidad de producción por encima de lo que el mercado puede absorber, desembocando en el atascamiento de los mercados. El punto de partida de esta explicación es que la acumulación está regida por la tendencia de cada capital a generar más y más plusvalía. Es lo que Marx llama, en el tomo 3 de El Capital, “el primer acto del proceso capitalista de producción”; es la producción directa. Pero, sigue la tesis, luego viene el segundo acto del proceso: la masa de mercancías producidas debe venderse. Si esto no ocurre, o si se malvenden a precios muy inferiores de los precios de producción, la explotación del obrero no se habrá concretado en plusvalía. Se produjo demasiado para lo que el mercado puede absorber, y aparece entonces “un exceso de capacidad de producción, cuyos costos son una carga sobre los beneficios realizados” (Corey, p. 120). Este exceso se manifiesta de dos formas:

  1. En la capacidad utilizada para producir bienes que saturan al mercado, con la consecuencia de la caída de precios y beneficios. Es que operar al 100% de capacidad cuando los mercados están limitados y no pueden absorber la producción, agudiza la competencia, de manera que los precios caen a niveles que no son rentables. Esta situación también puede empujar al incremento de gastos en publicidad y marketing; lo cual deprime más la tasa de ganancia.
  2. En la capacidad no utilizada, en equipo ocioso que no se utiliza porque la demanda es insuficiente (p. 120). La capacidad ociosa deprime las ganancias y es una manera en que se manifiesta el aumento de la relación capital constante / trabajo vivo (o sea, de la composición orgánica del capital).

Dice Carey: “Las dos formas [exceso de producción con caída de precios o exceso de capacidad sin utilizar] se entrelazan, fluyen una en la otra, se combinan en la misma empresa: ambas tienden a bajar la tasa de beneficio” (p. 120). Además, cuanto mayor sea la escala de producción, y más elevada la composición de capital (la relación capital constante / trabajo vivo) y la productividad del trabajo, mayor es la presión de la capacidad no usada sobre la tasa de beneficio.

A partir de lo anterior, operar por debajo de la capacidad en la industria a gran escala, con su composición de capital más elevada, es fatal, ya que los costos fijos y semi-fijos son mayores que los costos variables del trabajo (véase p. 121).

Sobreinversión en los 1920

Hacia 1926, dice Corey, la economía estadounidense estaba sometida a una fuerte tensión: exceso de capacidad, elevada composición del capital, competencia intensificada, capital sobreabundante y presión bajista sobre la tasa de beneficio. Testimonios de la época reconocían que la producción era mayor que el poder de absorberla, pero que la competencia continuaba ya que el fracaso en competir significaba la rápida destrucción del capital. Casi el mismo argumento de Marx y Engels, cuando observaban que los capitalistas estaban obligados, en muchas circunstancias, a seguir invirtiendo aunque los mercados tendía a saturarse, so pena de perecer. Escribe Corey: “La tendencia de la tasa de beneficio a caer se fortaleció. Los esfuerzos por frenar la caída aumentaron la competencia y el exceso de capacidad, y crearon mayor presión bajista sobre la tasa de beneficio” (pp. 160-1). Pero los esfuerzos por frenar la caída de la tasa de ganancia son, en primer lugar, esfuerzos por aumentar la productividad. La cual contrarresta la caída de la tasa de ganancia, pero aumenta la sobreproducción y sobrecapacidad. “La tendencia de la tasa de ganancia a caer obligó a esfuerzos para aumentar los beneficios reduciendo los costos o aumentando la producción a fin de asegurar una mayor participación en los mercados, o por una combinación de ambos métodos” (p. 161). Un uso más económico de materias primas, reducción de desperdicios, estandarización de la producción y explotación más intensiva del trabajo. Y también aumentó la capacidad productiva mediante la inversión en nuevos equipos, en un contexto de abundancia de capital y altos beneficios (esto es, no existió algo así como “escasez de plusvalía disponible para la inversión”). Todo ello estimulado por un abundante crédito.

Corey señala que el exceso de capacidad y la competencia fueron particularmente fuertes en las industrias más nuevas. “Sus grandes beneficios iniciales y los mercados en constante crecimiento llevaron a la sobre expansión de las plantas existentes y al establecimiento de nuevas plantas innecesarias, por parte de un capital que buscaba beneficios por todos lados y de cualquier modo” (p. 162). Cita como ejemplar la sobre expansión, entre 1928 y 1929, de la industria de equipos de radio. “En el corto espacio de 18 meses la producción potencial de esta industria se multiplicó por tres, hasta un estimado de 15 millones de equipos anuales para fines de 1929. Ese año todo el mercado absorbió poco más de 4 millones de equipos” (ibid.). Incluso empresas que no pertenecían a la rama, incursionaron en la producción de radios.

Más en general: “El exceso de capacidad fue enorme. En 1928-29… la mayoría de las industrias estadounidenses eran capaces de producir entre un 25 y 75% más de bienes de lo que el mercado podía absorber. La porción de capacidad no utilizada, llegando al 75%, era particularmente grande en las industrias más nuevas: radio, automóviles, rayón, químicos… A causa del creciente uso de la energía eléctrica, los métodos de combustión más eficientes y la productividad del trabajo más elevada, la minería de carbón estaba crecientemente acosada por la capacidad no utilizada… Había capacidad sin utilizar del 15% en la industria del papel; 20% en refinación de petróleo; del 25 al 40% en cristalería; 45% en harina de trigo; en textiles desde el 15% en algodón hasta el 40% en seda; en hierro y acero desde el 5% al 45%; en refinación de azúcar la capacidad sin usar era 100%… (…) La capacidad sin usar en las fábricas de Cemento Portland era 28%; en botas y zapatos, 50%; en ropa 40%…”. Señala luego la caída en la producción de barcos, y la gran cantidad de capacidad sin usar entre 1927 y 1929. En las centrales eléctricas la capacidad sin utilizar llegaba al 64,2%; también había mucho exceso de capacidad en la producción de petróleo y metal, en ferrocarriles (por la competencia de los buses y camiones)  y en la industria eléctrica.

En un pasaje que nos recuerda descripciones de sobreacumulación y sobreproducción de Marx y Engels, referidas a crisis del siglo XIX, Corey escribe: “Donde el exceso de capacidad no se utilizaba, sus costos fijos comían las ganancias, presionaban hacia abajo la tasa de beneficio y era una invitación perpetua a aumentar la producción, a pesar de la limitada, saturada condición   de los mercados. Donde el exceso de capacidad se utilizaba, significaba una producción de mercancías que superaba la demanda efectiva (en términos de poder de compra disponible), lo que agravaba la competencia y bajaba los precios a niveles no rentables” (pp. 163-4). En ese cuadro se multiplicaban los gastos de distribución y propaganda, presionando a la baja a los beneficios.

El final del auge

Corey subraya el impulso a la sobreproducción como motivo central de la crisis. La producción y venta de bienes de capital promueven la acumulación; lo cual rinde nuevos beneficios que se pueden invertir y devienen capital, debido a la producción creciente. A su vez, esta producción de bienes de capital promueve el consumo, vía el pago de salarios, así como la parte de las ganancias que se gastan en consumo capitalista. De manera que la producción de bienes de consumo es activa y rentable. Crece la inversión en medios de producción que producen medios de producción y medios de consumo. Temporariamente hay equilibrio entre la oferta y la demanda, o entre producción y consumo. Los beneficios aumentan y los salarios reales se mantienen, o incluso aumentan. A su vez, los salarios se retrasan con respecto a los beneficios, lo cual estimula la acumulación de capital. Los nuevos bienes de capital dan lugar al aumento de la productividad y de la escala productiva.

Aparece entonces el exceso de capacidad, la sobreproducción y la competencia, que debilitan la tasa de beneficio. Pero ese debilitamiento promueve, por un tiempo, la prosperidad ya que se intensifica la inversión (Marx señala este aspecto: los capitalistas intensifican la inversión para contrarrestar la caída de la rentabilidad y mantener las cuotas de mercado frente a los competidores). Se distribuyen más salarios. O sea, el consumo, en términos absolutos, no cae; es la idea de Marx de que la crisis no se produce porque los salarios sean bajos. Pero la producción empieza a no encontrar salida. En este respecto, Corey señala la depresión cíclica menor en 1927, con caída de la tasa de ganancia. La cual estimuló los esfuerzos por aumentar los beneficios aumentando la productividad del trabajo, y creó nuevas demandas para los bienes de capital. Entre 1927 y la primera mitad de 1929 creció la producción de medios de producción, y también de bienes de consumo, aunque en menor medida. “Se puso un enorme peso sobre todos los mercados, tanto de bienes de capital como de bienes de consumo, particularmente porque el gran incremento tuvo lugar en los primeros seis meses de 1929; después de junio la producción disminuyó” (p. 182).

La tasa de beneficio e incluso los salarios crecieron ligeramente; pero esas subas fueron el producto temporario de un esfuerzo absoluto sobre las fuerzas productivas, que llevó a la sobreproducción de bienes de capital y sobreproducción latente en el exceso de capacidad que se actualizó en la medida en que los bienes de capital acumulados produjeron una masa de nuevas mercancías – en particular, de bienes de consumo durables – frente a mercados limitados. En el sector productor de bienes de capital (incluida la construcción) cayeron la demanda y el output, dada la sobreproducción en bienes de consumo. La sobreproducción apareció principalmente en las industrias que habían sido los pilares principales de la prosperidad. Cayeron también el empleo y los salarios de los trabajadores del sector productor de bienes de capital.

Consumo, inversión y sobreproducción

Ampliamos lo anterior en base a Gordon (1951). Gordon divide el período 1921 – 1929 en tres subperíodos: 1921-1923 de fuerte expansión; mitad de la década, de aumento constante del producto (con solo dos interrupciones breves y suaves en 1924 y 1927); y la última aceleración de la expansión en 1928 – 29. En segundo término, al comparar los picos de 1920 y 1929 Gordon encuentra que casi cuatro quintas partes del crecimiento del PNB ocurrió en el sector de bienes de consumo. La formación de capital entre 1923 y 1928 permaneció aproximadamente constante, mientras que los gastos de consumo  aumentaron 18%; la mayor rapidez del crecimiento del consumo en comparación con la formación de capital se ve claramente entre 1920 y 1926. Sin embargo, hacia 1929 la formación de capital tuvo un porcentaje de crecimiento mucho mayor que el crecimiento del consumo. Lo cual apuntala el diagnóstico de Corey acerca de la sobrecapacidad.

En tercer lugar, Gorrdon destaca que entre 1920 y 1929 la mayor contribución en términos absolutos a la expansión del consumo fueron los servicios (comercio, finanzas). Si bien el aumento del producto en bienes durables (industria del automóvil, en primer lugar) fue mayor en términos porcentuales que el crecimiento de servicios, en términos absolutos fue menor. En relación a estas evoluciones, vale mencionar que servicios, finanzas y comercio estuvieron entre los sectores que generaron mayor empleo. En servicios y comercio se crearon 2,7 millones de puestos de trabajo, sobre un total de 4,3 millones en la década. En construcción, finanzas y “otras”, se generaron otos 1,7 millones. De hecho, durante la década disminuyó la participación del empleo industrial en el total del empleo. Por eso, cuando se analiza el comportamiento del consumo, no hay que limitarse a los salarios de los obreros industriales (como ocurre en algunas explicaciones subconsumistas de la crisis de los 1930).

Por otra parte, la tasa de crecimiento de la producción de bienes de consumo durables disminuyó a partir de 1927, y hacia 1928-29 el mercado automotor se estaba saturando.Sin embargo, entre 1928 y 1929 hubo una última aceleración de la producción de durables, y de la inversión, a pesar de las fuerzas deflacionarias (también en construcción, véase más adelante) que empezaban a operar. La formación de capital aumentó en 3000 millones de dólares e indujo al mayor crecimiento del PBN en un año desde 1923. La producción de automóviles alcanzó un nuevo pico en 1929 (que no se volvería a alcanzar en todo el período de entreguerras). Otra rama en la que Gordon registra sobreproducción (o sobrecapacidad) hacia el final de la década fue el de equipos de radio. Esto es, registra, igual que Corey, la aceleración de la inversión, a contramano del debilitamiento que estaban experimentando las ventas. Gordon señala que este es uno de los aspectos más intrigantes del comportamiento del ciclo en ese período.

La aceleración de 1928-29 tuvo dos componentes: principalmente formación de inventarios, y en segundo término el mayor incremento en la producción de bienes de consumo durables. Agreguemos que Gordon no encuentra prueba de que la aceleración de la inversión se haya debido a un aumento de la tasa de beneficio; esta habría sido relativamente estable a lo largo de la década (trataremos esta cuestión en la tercera parte de esta nota). Como hemos visto, según Corey, la tasa de beneficio se estaba debilitando hacia 1929.

En el cuadro anterior hay que ubicar a la construcción, un componente de peso en la demanda. Según Gordon, de 1921 a 1929 representó más de la mitad de la formación de capital. Entre 1919 y 1927 la construcción total (residencial, pública, plantas industriales o comerciales) aumentó 80%. Un crecimiento que empequeñece al de bienes de consumo durables, y fue ayudado por un boom del crédito. Sin embargo, a partir de 1927 comenzó a declinar. En particular, entre 1927 y 1928 hubo una caída de la construcción residencial (compensada en parte por el aumento de la construcción pública), seguida de una caída aún más importante en 1929. En 1925-26 la construcción residencial representaba el 40% del total de la construcción, pero en 1928-29 solo un tercio. A partir de 1927 aumentaron las ejecuciones hipotecarias. Hacia el final de la década también comenzó a declinar la construcción de plantas comerciales. De manera que la aceleración final de la inversión de 1928 y 1929, que hemos mencionado más arriba, ocurrió frente a las presiones deflacionarias que se hacían sentir sobre el mayor componente del total de la inversión. Gordon señala que el boom de viviendas de los 1920 desembocó en una elevada sobrecapacidad, la cual afectó a la nueva construcción residencial a partir de 1926.

Steindl y la sobrecapacidad en los 1920

Desde un enfoque kaleckiano (economía dominada por los oligopolios; rigidez de precios; sobrecapacidad planeada por las grandes corporaciones) Josef Steindl también registra una sobrecapacidad no planificada en la industria estadounidense en la segunda mitad de los 1920. Escribe: “Encontramos que en esa época [segunda mitad de la década de 1920] eran varias las industrias que estaban en expansión, y en las que el grado de utilización de la capacidad iba en descenso durante esa expansión, hasta 1929: la capacidad se incrementó antes que la demanda. Esto se aplica a las industrias siguientes…: automóviles, llantas para automóviles, cemento, periódicos… alambre… En algunas de ellas (periódicos, cemento) la capacidad aumentó todavía en 1930, cuando ya se había desmoronado el auge, y en el acero la expansión continuó hasta 1932… ” (p. 25). Más adelante: “Es posible que se tratara de un incremento no intencional de la capacidad excedente” (p. 27). La ampliación de la capacidad precedía a la demanda.

El inicio de la depresión

Hacia mediados de 1929 – o sea, antes del crack bursátil – la economía entró en recesión. Cayeron la construcción y el gasto en consumo. En el sector inmobiliario hubo baja de precios desde el pico alcanzado en 1926 y muchos empezaron a tener deudas hipotecarias superiores al valor de sus viviendas. Por otra parte, muchas empresas tenían inventarios elevados, y empezaron a bajar la producción y el empleo para reducirlos, deprimiendo más la demanda.

Luego, con la baja de los valores en la Bolsa, y la consiguiente caída de los beneficios especulativos, la demanda se contrajo más todavía. La caída se generalizó. En el sector de materias primas, y dada la sobreproducción que se arrastraba de larga data, la caída fue muy fuerte y pronunciada. Pero la caída de la demanda fue general. Además, la depresión en la industria de conjunto agravó la crisis del crédito, de los precios y otros factores monetarios.

Las industrias de bienes de consumo comenzaron a contraerse. La producción de maquinaria comenzó a caer en junio de 1929, y hacia fin de año los pedidos de máquinas herramientas y equipos habían caído 50%. La producción de automóviles comenzó a caer en julio, y para fin de año había bajado 57%; la construcción empezó a bajar en agosto, y había caído 52% para fin de año; la producción de hierro y acero empezó a caer en julio, y a– fin de año había caído 42%. La producción manufacturera de conjunto comenzó a caer en julio, y al terminar el año había caído 24% (Corey, pp. 183-4). Corey señala también que la crisis se postergó primero, y se agravó después, porque muchas empresas trataron de superar la caída de la tasa de beneficio aumentando la productividad del trabajo con equipos más eficientes. Según Gilles, en la industria automotriz los beneficios cayeron 28% entre el segundo y el tercer trimestre; y en ferrocarriles los ingresos netos habían caído 5,6% en comparación con los de 1928.

III

En la primera parte de la nota presentamos, entre otros elementos, la sobreproducción en la agricultura, en EEUU y a nivel global, y sostuvimos que fue un factor de peso en la Gran Depresión. En la segunda parte de la nota presentamos evidencia de la sobre-acumulación y sobreproducción en la industria y la construcción, en Estados Unidos. En esta tercera parte complementamos lo referido a la sobreproducción y sobreacumulación con Política fiscal y ciclo económico, de Alvin Hansen; en segundo lugar, presentamos algunas consideraciones sobre la relación entre inversión y consumo; y por último, tratamos la evolución de la masa y la tasa ganancia en los años que preceden a la crisis.

Hansen acerca de la sobreinversión y sobreproducción

Igual que Gordon, y antes Corey, Hansen señala que hacia el final de los 1920, en EEUU, había sobreproducción y sobreinversión en la construcción, pero también en ferrocarriles y energía eléctrica. Con relación a la primera, escribe:

“… es digno de notarse que el auge de las construcciones de los veintes fue el más poderoso que registra la historia norteamericana y que su precipitada caída a partir de 1928 excedió cualquier otra de períodos anteriores…” (p. 30). Dice que la causa más importante de la celeridad de la recuperación de la depresión de 1921 se encuentra “en la fenomenal expansión de las construcciones que se inició ese año para alcanzar un punto máximo sin precedentes en 1925 y permanecer a un nivel extraordinariamente elevado hasta 1928 en que se inició un fuerte descenso” (pp. 31-2). Agrega que “probablemente en ninguna época de la historia norteamericana se ha alcanzado una saturación temporal tan completa en la construcción de edificios, incluyendo casas de departamentos y residenciales, oficinas y otras edificaciones comerciales, como la alcanzada en los finales de la tercera década” (p. 32).

En lo que respecta a las construcciones ferroviarias, destaca que en los veinte se elevaron progresivamente “hasta la cúspide del auge y aún continuaron elevándose (no obstante el creciente empleo de camiones) durante la depresión, para alcanzar su punto culminante en 1930″ (p. 34). Incluso cuando la economía ya se hundía en la recesión, en algunas ramas continuaron las inversiones, agravando la sobreacumulación. También en electricidad. “… las inversiones en plantas de energía eléctrica aumentaron de nuevo en 1929 e inclusive en 1930… y a pesar de un agudo descenso en la producción total de energía eléctrica en 1930, la capacidad de las plantas y equipos ya instalados aumentó grandemente. Durante varios años la capacidad de las plantas y equipos ya instalados permaneció muy por encima de las necesidades de la producción” (ibid.).

Hansen y Sherman sobre la relación inversión – consumo

Vinculado a lo anterior, Hansen destaca que “las inversiones tienden a abrir la marcha y el consumo viene después” (p. 58). Así, no el consumo sino las inversiones para reponer inventarios, tienen el rol crucial en la inflexión hacia la recuperación desde el punto más bajo de una depresión. De la misma manera, en el giro del auge a la depresión el consumo sigue a la inversión: “En la vuelta al descenso que se inició en 1929, las inversiones y el consumo cayeron simultáneamente, debiendo notarse, sin embargo, que las inversiones descendieron con agudeza de 1929 a 1930, mientras que el consumo disminuyó solo en una cantidad muy pequeña. Esto indica que en el período de descenso el consumo también sigue a la inversión” (ibid.). Más adelante precisa que “el factor dinámico y activo dentro del ciclo es la inversión, y… el consumo tiene solo un papel pasivo y secundario” (p. 59).

Naturalmente, el consumo de bienes durables se contrae más violentamente que el de consumos no durables, pero lo que nos interesa destacar aquí es que la variable clave es la inversión o, en términos marxistas, la acumulación del capital. En particular, porque el consumo de las masas asalariadas depende de la decisión de los capitalistas de invertir, esto es, adquirir medios de producción y fuerza de trabajo. En este respecto, Sherman (1991) escribe: “La inversión, o la acumulación de capital, es el corazón del sistema económico capitalista. Más aún, la inversión es la variable clave en el ciclo económico. … la inversión fluctúa mucho más violentamente que el consumo, de manera que cuenta en mucho del incremento del producto nacional bruto en una expansión, pero también en mucho de su caída en una contracción” (p. 110). Por eso, a pesar de que el gasto en bienes de consumo es mucho mayor que el gasto en inversión, esta última es la clave del ciclo. Sherman presenta datos de Wesley Mitchell, según los cuales la inversión cayó 50% en la contracción promedio de los 1920 y 1930, en tanto el consumo disminuyó solo un 16%. Fue una caída fuerte, pero menos de la tercera parte de lo que cayó la inversión.

Masa de ganancia en los 1920

Muchos marxistas explican las grandes crisis capitalistas por la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, planteada por Marx. En trazos gruesos este abordaje tiene dos expresiones. Por un lado, la que sostiene que la caída de la tasa de ganancia genera la crisis porque en determinado punto de la acumulación se reduce, en términos absolutos, la masa de ganancia (o de plusvalía). De acuerdo a este enfoque, por sí misma la caída de la tasa no explica la depresión, o recesión. Es una teoría de la crisis por “escasez de plusvalía”. La otra explicación dice que la crisis ocurre directamente por caída de la tasa de ganancia. Examinamos entonces estas teorías a la luz de lo ocurrido en los 1920, en EEUU.

Con respecto a la primera hipótesis, los datos dicen que en vísperas de la crisis no hubo escasez de plusvalía. En este punto, sin embargo, alertamos que las cifras de las ganancias de 1929 posiblemente sufran cierta distorsión debido a la existencia de ganancias especulativas, asociadas con compras en el margen de acciones. Recordemos que la compra en el margen consiste en que corredores de bolsa otorgan créditos para que sus clientes compren acciones especulando con futuras alzas de sus precios. Así, por ejemplo, si el margen es 50%, un inversor que adquiere 100 acciones abonará solo el valor de 50. Las otras 50 las compra con un crédito concedido por su agente de bolsa. Este último, por su parte, asegura el crédito con las 50 acciones que el inversor pagó con sus fondos propios. Y se fondea con préstamos tomados de bancos, o de otras fuentes. Naturalmente, en la medida en que los precios de las acciones suban, todo es ganancia. Más aún, en tiempos de euforia – como ocurrió hacia el final del boom de los veinte – los precios suben porque se compran acciones; y se compran acciones porque los precios suben. Esto significa que las acciones se valorizan sin correspondencia con la generación y realización de plusvalía; es lo que Marx llama crecimiento de capital ficticio.

Pues bien, en EEUU, hacia 1928-1929, los bancos habían restringido el crédito a las casas de bolsa, y estas tomaban fondos de fuentes no bancarias en el mercado call (préstamos a 24 horas que se renovaban). En 1929 el 56% de esos fondos no bancarios eran provistos por corporaciones; el 20% por individuos ricos, y el 14% por fondos de inversión. Los fondos de las corporaciones que alimentaban el crédito para las compras en el margen eran ganancias no distribuidas. El negocio era muy conveniente debido a que la tasa call era superior a otros rendimientos. Corey señala: “La sobreabundancia de capital aumentó el exceso de capacidad e infló la especulación. Aunque la tasa de ganancia estaba cayendo, muchas empresas experimentaron una tasa en ascenso… La tasa de ganancia en descenso llevó al capital detrás de los beneficios más elevados de la especulación” (pp. 177-8).

De manera que por esta vía pueden haberse inflado, en alguna proporción, las ganancias corporativas. Esta hinchazón de las ganancias también puede haber disimulado una creciente dificultad de ventas, esto es, de realización de valor y plusvalor, a medida que los mercados se acercaban a un nivel de saturación. Sin embargo, de ahí a sostener que haya habido escasez de plusvalía hay un tramo demasiado largo. De hecho, en vísperas del estallido de la crisis no se advierte que haya existido escasez de ganancias en un grado tal que imposibilitara la continuidad de la acumulación (como pretende el enfoque Grossmann, Mattick, Shaikh, véase aquíaquí). El siguiente cuadro, elaborado con datos de la NBER, presenta los promedios anuales de ganancias trimestrales de las corporaciones de EEUU entre 1920 y 1932.

Fte: NBER

Más específico, las estadísticas de la NBER no muestran que la masa de ganancia haya disminuido en algún grado significativo entre el segundo y tercer trimestre de 1929. Sí puede verse su derrumbe a partir de 1929. Otro dato: en los 9 primeros meses de 1929 1436 empresas anunciaron aumento de dividendos; en 1928 fueron 955 y 755 en 1926 (Bierman, 2008).

El siguiente cuadro también muestra la evolución de la masa de beneficios, esta vez entre 1923 y 1929; elaborado en base a datos de Corey.

De nuevo, con todas las previsiones del caso sobre la inflación de las ganancias, parece imposible sostener que hubo escasez de masa de ganancia.

Tasa de ganancia

En cuanto a la tasa de beneficio, es difícil establecer los movimientos de largo plazo debido a la escasez de datos anteriores a 1920. Steindl, reconociendo esa limitación, se basó en los dividendos informados por las empresas, y el capital “negociable” (o sea, su valoración bursátil) para aproximarse a la tasa de ganancia. Por esta vía encontró una caída de la ratio dividendos / capìtal bursátil entre los períodos 1899-1908 y 1919-1928, y consideró que la misma expresaba la caída de la tasa de beneficio. “Se deduce que en el decenio de 1919 a 1928 la tasa de beneficio fue sustancialmente más baja que en el de 1909-1913” (p. 234). Aunque advierte que “las pruebas estadísticas de la baja de la tasa de beneficio no son incontrovertibles” (ibid.).

En cualquier caso, si es cierto que en promedio la tasa de beneficio fue más baja en la tercera década del siglo que en la primera y segunda, ello no explicaría por qué la crisis. Como han señalado los partidarios de la explicación de la crisis por escasez de plusvalía, no hay razones para que la acumulación se detenga cuando la tasa de ganancia baja, por ejemplo, del 10% al 8%. ¿Por qué habría de desatarse entonces una crisis?

La pregunta, además, parece imponerse cuando examinamos la evolución de la tasa de ganancia entre 1921 y 1929 que presenta Corey. En uno de sus cálculos Corey consideró los beneficios netos – sin impuestos – sobre capital fijo (inmobiliaria, construcciones y equipo). El siguiente cuadro lo hemos elaborado con sus resultados:

Fte Corey, 1934, p. 123.

No se advierte ninguna tendencia clara a la caída de la tasa de ganancia. Es curioso, de todas formas, que Corey consideró que las cifras que presentaba confirmaban una tendencia bajista de la tasa de ganancia, tal como lo establece la ley formulada por Marx. Lo mismo diría Mattick (1978), muchas décadas después, citando estos datos de Corey.

En el siguiente cuadro, y de nuevo en base a Corey, presentamos la evolución de la tasa de beneficio calculada esta vez tomando en cuenta el capital total.

Fte: Corey, p. 123.

Aquí sí se advierte una tendencia a la baja desde 1923 a 1929, pero nada demasiado dramático; más aún teniendo en cuenta que la tasa de ganancia habría sido menor en 1928 que a mediados de 1929. Por otra parte, puede existir cierta distorsión dado que Corey determina el capital total según el valor de los paquetes accionarios. Tengamos presente que entre 1925 y el tercer trimestre de 1929 los precios de las acciones subieron 120%. Por lo cual el valor bursátil de las empresas no parece ser un buen proxy para establecer el valor del capital real invertido. De hecho, la tasa de ganancia calculada de esa manera es la inversa del ratio precio bursátil / ganancia (price/earning, según la denominación común). En vísperas del crack bursátil el p/e de las acciones de la industria era algo superior a 15, contra 12 en 1928 (véase Bierman, 2008, quien señala también que un p/e de 15, si bien no era bajo, tampoco estaba fuera de los promedios históricos). En cualquier caso, Corey (y Mattick) consideraron que estas cifras constituían suficiente prueba de la ley tendencial formulada por Marx.

LTDTG y crisis

En base a lo discutido, parece cuestionable asignar, de manera directa y simple, la causa de la crisis, y posterior depresión, a una caída tendencial de la tasa de ganancia. Si es correcto el cálculo de Steindl (pero… ¿son los dividendos un buen indicador de las ganancias?), la caída de largo plazo de la rentabilidad del capital podría haber actuado en una manera sugerida por Marx en algunos de sus escritos: agudizó las presiones competitivas y por eso mismo pudo haber contribuido a la sobreacumulación (véase aquí). Sobre esta cuestión precisemos que Steindl no pretendió explicar el ciclo por la caída de largo plazo de la tasa de ganancia, sino la tendencia del sistema capitalista a experimentar menor crecimiento y, eventualmente, al estancamiento. Por otra parte, y como hemos mostrado más arriba, parece imposible sostener que la crisis de 1929 se produjo por escasez de plusvalía.

Todo indicaría que en cierta fase del ciclo las presiones bajistas de precios, y acumulación de stocks, son respondidas con una aceleración de la acumulación. Es lo que habría ocurrido entre finales de 1927 y los primeros meses de 1929 (incluso a pesar del aumento de la tasa de interés, ad notam de los partidarios de la explicación de Hayek de las crisis). Más aún, en algunas ramas, como señala Hansen, la inversión continuó cuando la economía ya se precipitaba en la recesión. Pero la sobreinversión y la sobreacumulación no pueden prolongarse indefinidamente. En algún punto se detienen la inversión y el consumo; estalla la caída bursátil, seguida de más caída de la demanda, y luego la crisis bancaria, que potencian la preferencia por la liquidez, y hunden más y más la demanda. En el marco del patrón oro, se exacerban las presiones deflacionarias, las tensiones competitivas entre las naciones capitalistas, la mayor caída  de los precios – commodities en primer lugar -, del comercio mundial y del mismo sistema monetario internacional (con la crisis de 1931). Factores que se potencian hasta provocar una depresión de proporciones gigantescas.

Textos utilizados
Aldcroft, D. H. (1985): De Versalles a Wall Street, 1919-1929, Barcelona, Crítica.
Corey, L. (1934): The Decline of American Capitalism, New York.
Crafts, N. y P. Fearon (2010): “Lessons from the 1930s Great Depression”, Oxford Review or Economic Policy, vol. 26, Issue 3, pp. 285-317, https://doi.org/10.1093/oxrep/grq030.
Gilles, P. (2004): Histoire des crises et des cycles économiques, Paris, Colin.
Madsen, J. B. (2001): “Agricultural Crises and the International Transmission of the Great Depression”, Journal of Economic History, vol. 61, pp. 327-365.
Smiley, G. 82004): “US Economy in the 1920s”. EH.Net Encyclopedia, edited by Robert Whaples. June 29, 2004. URL http://eh.net/encyclopedia/the-u-s-economy-in-the-1920s/

Gordon, R. A. (1951): “Cyclical Experience in the Interwar Period: The Investment Boom of the Twenties”, Conference on Business Cycles, NBER, pp. 163-224), htpp://www.nber.org/chapters/c4763.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Steindl, J. (1979): Madurez y estancamiento en el capitalismo norteamericano, México, Siglo XXI.

Bierman, H. (2008): “The 1929 Stock Market Crash”. EH.Net Encyclopedia, edited by Robert Whaples. March 26. URL http://eh.net/encyclopedia/the-1929-stock-market-crash/

Hansen, A. (1945): Política fiscal y ciclo económico, México, FCE.

Mattick, P. (1978): “Sobre la teoría marxiana de la acumulación y del derrumbe”, en K. Korsch, P. Mattick, A. Pannekoek ¿Derrumbe del capitalismo o sujeto revolucionario?, México, Pasado y Presente, pp. 86-106.

Sherman, H. J. (1991): The business cycle: growth and crisis under capitalism, Princeton University Press.

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