Moria, la “prisión al aire libre” griega donde están muriendo los refugiados

Moria

“¿Cómo podemos vivir en Moria si hay un muerto cada pocos días?”, pregunta enfadado Osman. Mientras, pasa varias fotos en la pantalla de su teléfono móvil. Barro y charcos de agua por el suelo, retretes saturados de heces y basura, casuchas rehechas a base de maderas y jirones de lo que una vez fueron tiendas de campaña del ACNUR. “Mira, así es como vivimos. Peor que animales”. La luz del teléfono móvil ilumina su cara de hastío y desesperación.

Las imágenes, propias de una película distópica, pertenecen a Moria, un antiguo centro militar reconvertido ahora en un CIE, pero al que las autoridades europeas y griegas se empeñan en seguir llamando “Campamento de refugiados”. Un lugar que hace añorar a Osman incluso la prisión turca donde estuvo detenido durante 9 nueve días, tras ser sorprendido en su primer intento de cruzar el Egeo a bordo de un pequeño bote, con otras 50 personas más.

Tras un rápido vistazo a esas imágenes, se entiende mejor por qué el gobierno griego ahoga en un laberinto burocrático las peticiones de visita y no concede permisos a la prensa para ver lo que ocurre en su interior. De hecho, esta es la mejor muestra de la consecuencia de la política europea de migraciones. Más de 5.000 personas retenidas, sin posibilidad de avanzar hacia ningún lado, familias y niños incluidos, en un campamento cuya capacidad real es para 2.000 personas, según la abogada Lorraine Leete, del Legal Centre de Lesbos. Su oficina, constituida entre varios abogados, lleva más de 250 casos de personas de petición de asilo y peligro de expulsión.

Legal Center trabajaba en Calais anteriormente, pero tras su desmantelamiento, y al no existir una oficina física en la isla de Lesbos que diera apoyo legal a los refugiados, decidieron trasladarse hasta aquí. Su intención es mantenerse de manera indefinida para poder continuar los litigios, que a veces se demoran varios meses.

La desesperación de vivir aguardando una respuesta que no llega obliga a muchas de las personas que viven allí a tratar de huir de la isla por otras vías. Los que no tienen dinero para pagar a las mafias y contrabandistas recurren a otros métodos. Ahmed (nombre ficticio) es un argelino de 28 años que lleva 5 meses atrapado en la isla. Lo ha intentado hasta en cinco ocasiones. La última vez acabó medio ciego, cuando la policía le vació un bote de gas pimienta en la cara mientras se ocultaba en los bajos de un camión, dentro del ferry que hace el trayecto desde Mitilene, la capital de Lesbos, hasta Atenas. Después, le golpearon en el suelo hasta hacerle perder el conocimiento. Algunas veces ha despertado en la cárcel que existe dentro de Moria, pero en esta ocasión le encerraron en el calabozo de un cuartel de la policía, a las afueras de la capital. “A los días cuando me soltaron, me dijeron que volviera a Moria, y tuve que recorrer media isla andado para llegar hasta aquí.”

Brahim (nombre ficticio) es sirio, de Alepo. Sentado junto a Ahmed, admite que él no ha intentado huir. Ha escuchado en muchas ocasiones qué es lo que ocurre si alguien es detenido. “Tengo miedo de que la policía me coja intentándolo, de que me peguen…”, confiesa mientras agacha la cabeza. “Vivir aquí no es vida. Estos días, el agua esta tan fría que duele. Muchas veces si nos duchamos con este frío, acabamos enfermos. La última vez que me duché aquí, acabé varios días en la cama”, el eufemismo con el que llama a unos cartones para cortar la humedad bajo un saco de dormir.

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“No queremos más mantas, sino salir de aquí”

Para combatir el frio, la gente recoge leña de un bosque cercano y se junta en torno a pequeñas hogueras. Brahim insiste en mostrar una foto. Hace menos de un mes, una madre murió junto a su hijo en una de las tiendas, abrasados. En la pantalla de su teléfono móvil aparece un niño de pocos años de edad con quemaduras por todo el cuerpo en la cama de un hospital. “Ha perdido su familia. Han muerto y no ha cambiado nada. ¡No les importamos, les damos igual!”, dice con rabia.

Desde entonces, las familias con niños están separadas de los hombres y mujeres de mediana edad que viajan solos. Ellos viven con sus familias en tiendas de plástico, dentro de un pequeño campo interior, rodeado de vallas de más de tres metros de altura, coronadas por alambre de espino. No pueden salir de ese recinto a ningún lado. Al pasar junto a ellos, los niños observan a través de las vallas, quietos. No hay risas ni juegos. Al lado, varios policías antidisturbios con el casco colgando del cinturón charlan entre ellos.

Durante los últimos días de enero, la temperatura media registrada en el campamento fue de 0ºC grados. De hecho, entre el 10, 11 y 12 de enero, la nieve cubrió por completo el lugar. Varias de las tiendas cedieron y acabaron derrumbándose, debido al peso de la nieve. “La gente muere de frio”, afirma Brahim. Él lo sabe bien. El 24 de enero, un chico egipcio de 22 años amaneció cadáver en la tienda contigua a la suya. Días más tarde, un sirio de 46 años, que dormía en la misma tienda, también falleció a causa de las bajas temperaturas. “Y a pesar de eso, nada ha cambiado. Nuestra situación es la misma que hace un día, que hace dos días. Estamos exactamente igual”. Vuelven de nuevo a sus teléfonos móviles. Esta vez, lo que acapara su interés es una imagen que durante ese fin de semana circuló por Twitter, en la que aparecen dos médicos tratando de reanimar el cadáver de un refugiado sirio, que falleció durante la mañana del sábado. El lunes 30, el muerto fue un paquistaní de 20 años.

“Yo duermo vestido, dentro de un saco de dormir y con 5 mantas encima. Y aun así tengo frío. Hay días que el frío no te deja ni dormir”, afirma uno de los chicos argelinos. Los demás asienten. “No queremos más mantas. Queremos salir de aquí”.

Después de que la foto circulara por los teléfonos móviles de las personas atrapadas en Moria, varios sirios organizaron una manifestación de protesta frente a una de las puertas de entrada. La policía antidisturbios, la misma que patrulla en el interior, cortó la carretera y cargó contra los manifestantes. En ese momento no había ningún periodista para poder contarlo. Tan sólo las cámaras de los teléfonos móviles de los manifestantes, donde quedaron registrados los momentos de tensión y porrazos de la policía.

“Lesbos es una cárcel al aire libre. Moria también es una cárcel. Incluso dentro de Moria hay otra cárcel”, afirma Mohtar (nombre ficticio) originario de Damasco. “Este lugar, la desesperación, convierte a la buena gente en malas personas”, afirma. “Es una olla a presión”.

ONGs inexpertas, tan eficaces como ACNUR

Tras las primeras nevadas y como medida de emergencia, el gobierno quiso transportar a las familias y personas vulnerables a un barco militar de gran capacidad, llamado “Lesvos”, amarrado en el puerto de Mitilene, la capital de la isla. En principio había sitio para unas 450 personas, pero muchas de ellas se negaron a entrar él, pensando que las iban a deportar de vuelta a Turquía.

Para Osman, Hasan o Ibrahim, tres chicos de Sierra Leona que rondan la veintena, ésta era la primera vez que veían nevar. No tenían nada que perder por ir al barco. “¿Qué podíamos hacer? Moria estaba cubierto de nieve y hacía mucho frio. Para nosotros era una solución. Si nos hubieran llevado a Turquía, habríamos vuelto a cruzar”.

Alrededor de 150 personas, la mayoría de ellos de origen subsaharaiano, duerme ahora en el barco. Sin embargo, aunque la situación respecto a Moria ha mejorado en cuanto al frio, sus quejas se centran sobre todo en la comida y el trato que les dan de los militares. “La mayoría te pega sin razón. No les gustamos”, exclama Hasan. “Todo son golpes y gritos. No todos los militares nos tratan igual, pero sí la mayoría. Te pegan sin razón”.

Tienen prohibido usar las duchas del barco, por lo que tienen que coger el autobús para ir a ducharse hasta Moria. Sin embargo, no siempre hay agua. “A veces dura dos horas. Después, la cortan durante otras tres. Luego la vuelven a poner otras dos, y así todo el rato. Nunca hay agua suficiente para todos”.

Las temperaturas en la isla rondan entre 1ºC y 2ºC grados. El barco ha paliado la situación de frío para algunas pocas personas, pero no saben cuánto tiempo durará este apaño: “Íbamos a estar dos semanas, pero ya llevamos tres aquí dentro y nadie nos ha dicho nada aún. No sabemos qué es lo siguiente que va a ocurrir”.

Resulta un tanto contradictorio observar las medidas de vigilancia y los medios policiales con los que cuenta Moria. Miles de euros empleados en aumentar el tamaño de las vallas e instalar cámaras de seguridad, mientras que la mayoría de las personas que allí viven lo hacen en tiendas de campaña o sacos de dormir donados de manera solidaria por ciudadanos europeos. Es algo que confirma Aris, uno de los locales encargado del Warehouse de Attica, un gigantesco almacén donde voluntarios de origen europeo, junto con varias personas de la isla, ordenan material procedente de toda Europa. Cajas en alemán, inglés o catalán llenas de ropa preparada para repartir. “Nosotros no podemos entrar en Moria. La policía no nos lo permite”. Mientras tanto, al fondo, varios voluntarios cargan con cientos de sacos de dormir una furgoneta donada por una asociación suiza. “El día de las nevadas, el ACNUR repartió 6.000 mantas entre las personas que estaban en Moria. Nosotros 5.000”. Algo no va bien, se plantean, cuando un grupo de voluntarios sin experiencia anterior en cooperación internacional es capaz de igualar a la agencia de la ONU que debe velar por el derecho y la protección de los refugiados.

A la entrada del puerto, Osman mira la hora en su teléfono móvil. En pocos minutos darán las 22:00, última hora para poder entrar en el “Lesvos”. “Lo que teneis que entender los europeos es que no podéis destruir África durante años, y luego no dejarnos entrar. No he abandonado a mi mujer y a mis dos hijas por gusto. Ayer no pude evitar llorar cuando hablé con ellas. Pero debo permanecer en pie. Ser fuerte”. Mientras comienza a caminar hacia el barco, se gira y se despide. “Sufrimos mucho. Estamos aguantando demasiado”.

(Fuente: El Confidencial / Autor: Javier Julio)

Francisco Campos

Francisco Campos

Nació en Sevilla en 21 de julio de 1958. Trabaja como administrativo. Es autor del libro "La Constitución andaluza de Antequera: su importancia y actualidad" (Hojas Monfíes, 2017).

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