Fuerzas de EEUU, maoístas y la yihad: la batalla del sur de Filipinas se complica
La batalla de Marawi, la ciudad de Filipinas tomada por una milicia afín al Estado Islámico, está a punto de entrar en su tercera semana. El ejército filipino combate en el sur de la isla de Mindanao a los yihadistas del grupo Maute, que parecen haber recibido asesoramiento externo y copiado las técnicas de la organización matriz en Siria e Irak, cavando túneles bajo la localidad y emboscando al ejército con armas antitanque y explosivos improvisados. Las autoridades, por su parte, están recurriendo a tácticas de contraguerrilla urbana y a bombardeos desde el aire. Las bajas en ambos bandos no dejan de aumentar.
Los últimos en unirse a la lucha han sido decenas de miembros de las fuerzas especiales de EEUU, cuya asistencia ha sido solicitada por el Gobierno del presidente Rodrigo Duterte, a pesar de que el pasado septiembre exigió su salida de Mindanao. Un hecho que la Embajada estadounidense en Manila ha preferido obviar a la hora de explicar el apoyo que los soldados norteamericanos están proporcionando a las fuerzas armadas filipinas, sobre el que no ha dado detalles, por “razones de seguridad”. Sin embargo, la legación ha clarificado que las tropas estadounidenses “han estado proporcionando apoyo y asistencia en el sur de Filipinas durante muchos años, a petición de varias administraciones filipinas diferentes”.
La crisis estalló el pasado 23 de mayo, cuando el ejército realizó una redada en Marawi para tratar de capturar al legendario Isnilon Hapilon, líder de la guerrilla de Abu Sayyaf, que en 2014 juró lealtad al Estado Islámico y que el año pasado fue reconocido por esta organización. La operación fracasó, ante la enconada resistencia de un centenar de sus seguidores. A las pocas horas, cientos de hombres enmascarados y fuertemente armados leales a Hapilon, junto a combatientes Maute, tomaron varios barrios de Marawi, prendiendo además fuego a la comisaría, un colegio, una cárcel y una iglesia, donde secuestraron a un sacerdote y a 13 feligreses. La imagen de sus vehículos circulando a gran velocidad y ondeando la bandera negra del Estado Islámico desató el pánico entre gran parte de la población. Más de 200.000 personas han huido ya de la localidad.
Duterte ha declarado la ley marcial en Mindanao, y estudia extenderla al resto del país, en lo que muchos filipinos temen que pueda convertirse en la antesala de una dictadura. Pero mientras tanto el foco está puesto en Marawi. “Los grupos terroristas locales están usando la mezquita, están atrincherados allí. También están usando a civiles como escudos humanos. Estamos siendo muy precisos en nuestras operaciones para evitar los daños colaterales”, ha declarado un portavoz del ejército filipino a la prensa del país, según el diario Manila Times. Además, los yihadistas han ejecutado a varias personas que fueron incapaces de recitar las oraciones musulmanas, según algunos testigos locales.
La guerrilla entra en juego
El grupo Maute, llamado así por sus fundadores -los hermanos Abdullah y Omar Maute-, surgió como una banda de criminales de baja estofa que, siguiendo un patrón ya común en la fenomenología yihadista, fue poco a poco evolucionando hacia la militancia islamista radical. Las autoridades filipinas aseguran haber frustrado un plan suyo para atentar contra la embajada estadounidense en Manila el pasado noviembre. Su alianza con Abu Sayyaf -una veterana y peligrosísima organización yihadista responsable de numerosos secuestros y decapitaciones, anteriormente vinculada a Al Qaeda- los ha puesto en el radar de los servicios antiterroristas de la región.
Pero el conflicto podría complicarse con la aparición de un actor adicional: el Nuevo Ejército del Pueblo, la guerrilla maoísta que opera en las zonas rurales del país desde hace cuatro décadas, y que ha ofrecido sus servicios para combatir a los yihadistas. El pasado 5 de junio, el Frente Democrático Nacional, una plataforma paraguas que agrupa a varias organizaciones de la extrema izquierda filipina, se ofreció a desplegar a sus combatientes -unos 5.000 en todo el país- para ayudar en las operaciones. La idea, al parecer, había sido del propio Duterte: el fundador del ilegal Partido Comunista de Filipinas (que forma parte del FDN), José María Sisón, fue antaño profesor del presidente, por lo que la relación entre ambos es cordial. Gracias a estos contactos, ha sido posible poner en marcha varias treguas entre las fuerzas armadas y la insurgencia del NEP.
Pero enfrentado a la posibilidad real de que el ejército y sus archirrivales comunistas combatan hombro con hombro, Duterte ha dado marcha atrás: “Me dije, hijos de puta, mis soldados podrían recibir disparos por la espalda, no de frente. No es porque no me fíe de ellos. Pero simplemente no entra en el cuadro”, ha declarado. Aún así, estos podrían acabar entrando en la batalla si la situación sigue empeorando.
“El Partido Comunista de Filipinas y el Nuevo Ejército Popular siempre han combatido al terrorismo de cualquier grupo y a cualquier escala, incluyendo al llamado grupo Maute. Pero este grupo ha sido muy amorfo y ha atraído el escrutinio de los medios solo en estos últimos días. Ni siquiera nuestras tropas sobre el terreno habían reportado a este grupo como una gran amenaza anteriormente”, ha declarado un portavoz del PCF a la publicación War is Boring.
El Sudeste Asiático, ¿nueva base del ISIS?
Duterte ha tratado de sacar réditos políticos de toda la situación, asegurando que el problema no es el grupo Maute, sino Abu Sayyaf, que, asegura, se financia con el dinero del narcotráfico… vinculándolo así a su propia “guerra contra las drogas”, la polémica iniciativa de ejecución de pequeños traficantes que ha dejado más de 6.000 muertos en apenas 9 meses. Una iniciativa muy criticada por la oposición y por las organizaciones de derechos humanos, y por la que algunos diputados quieren llevar al presidente ante el Tribunal de La Haya.
Aunque el Departamento de Defensa de Filipinas asegura que el grupo Maute no tiene vínculos formales con el Estado Islámico, Duterte se ha apresurado a arremeter contra el ISIS. Y Rumiyah, la revista oficial de la organización tras la desaparición de Dabiq, parece darle la razón: su último número, aparecido la semana pasada, dedica su portada y su reportaje principal a la yihad en el este de Asia. Ilustrado con una imagen a página completa de Duterte, el artículo se dedica a explicar que, pese a las pérdidas del grupo en Irak y Siria, ha seguido expandiéndose en Siria, el Sinaí, la región de Afganistán-Pakistán y otras. “De modo que no fue una sorpresa cuando (…) los soldados del Califato en el Sudeste Asiático asaltaron la ciudad de Marawi al sur de Filipinas, en la isla de Mindanao, expulsaron a la policía local y al ejército, y alzaron el emblema del Estado Islámico en una escena que recuerda a la liberación de Mosul”, afirma el texto.
Especialmente significativas son las palabras dedicadas a Duterte: “Este ‘taghut’ [un término islámico que significa “aquel que ha cruzado los límites establecidos”, y, para estos radicales, alguien que adora a algo diferente a Dios, el que gobierna sin tener en cuenta los mandatos divinos, “tirano” o sencillamente “idólatra”] llegó al poder creyendo que tenía la capacidad de negociar con los ‘militantes islamistas’ de la región sur de Filipinas, particularmente aquellos en su tierra natal de Mindanao, con la esperanza de poner fin a su yihad y en consecuencia expulsar a las fuerzas estadounidenses presentes en Filipinas”, comenta el artículo. “Pero cuando los soldados del Califato repetidamente le demostraron que solo negocian con sus enemigos utilizando balas y bombas, se vio reducido a suplicar a los alcaldes de las áreas musulmanas que le ayudasen a lidiar con los muyahidines, mientras simultáneamente amenazaba con imponer la ley marcial en sus áreas si el problema no era resuelto. Entonces, cuando los soldados del Califato atacaron la ciudad de Marawi, mantuvo su promesa e impuso la ley marcial, enviando su ejército a intentar recuperar el control de la ciudad, con los muyahidines masacrando en consecuencia a docenas de sus soldados cruzados y prendiendo un nuevo frente en su guerra contra los ‘kufr’ [infieles]”, continúa.
Esta expansión, de hecho, preocupa mucho a las autoridades regionales, que temen que el desplome del Estado Islámico en Irak y Siria lleve a muchos de estos militantes a intentar establecerse en sus países. “Queremos coordinarnos bien con Indonesia y Malasia para que ellos no sufran también a manos de los extremistas. Pero el presidente sabía al inicio de su mandato que, a medida que los aliados tienen más éxito en Siria e Irak, ellos buscarían otra base territorial, e Indonesia, Malasia y Filipinas serían un objetivo potencial para ellos”, ha declarado el ministro de Exteriores filipino, Allan Peter Cayetano. ¿Será la batalla de Marawi el pistoletazo de salida de una nueva guerra general contra los yihadistas? Al menos así parecen quererlo ellos.
(Fuente: El Confidencial / Autor: Daniel Irialte)
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