Respuesta al articulo de Joxemari Olarra, militante de EH Bildu, «Inmigración en Euskal Herria» 

El articulo al que se da respuesta: https://www.naiz.eus/eu/iritzia/articulos/inmigracion-en-euskal-herria.

Desde hace un tiempo se está poniendo interesadamente a la inmigración como foco de problemas. En toda Europa, los mensajes xenófobos y racistas están siendo la avanzadilla para políticas autoritarias que refuerzan la miseria y la opresión de la clase trabajadora, y en concreto, del proletariado migrante. Voceros de todo tipo, desde presidentes hasta el segurata de la Renfe, pretenden convencernos «del peligro de la inmigración» para desviar el foco de la crisis actual y justificar esas políticas. Y es que el auge de estos discursos está estrechamente ligado a la situación prolongada de crisis que sufre el capitalismo, ya que a falta de estabilidad se intensifican todos los mecanismos de explotación, dominación y opresión de los que se constituye. Así pues, en el caso del proletariado migrante se recrudece la condición que el capitalismo y las potencias imperialistas les han impuesto: ser población sobrante, desechable y sin derechos políticos.

Aunque algunos sigan con la ensoñación del supuesto «ADN antifascista» de Euskal Herria, que aparentemente nos haría ser inmunes a esta tendencia, lo cierto es que entre nosotros también se están generalizando estas posiciones. Desde los sectores más radicalizados y abiertamente racistas (como los que cuelgan pancartas de «etorkinak kanpora» o la misma derechización del PNV), hasta los más encubiertos y aparentemente inofensivos, como el último artículo de Joxemari Olarra. Un artículo que para mí tiene el peligro de abrirle las puertas a esta ola y ser un paso más hacia el consenso nacional reaccionario que se está formando.

La primera clave que nos presenta su artículo es la del «principio de realidad». Pero a mi parecer, aparte de enumerar diferentes fenómenos diversos de la inmigración, obvia lo más importante: las causas o la tendencia estructural de estas migraciones. Aunque él lo plantee de manera abstracta, como efectos de «un mundo globalizado», esta globalización funciona según las relaciones capitalistas. Es así que de partida su enfoque sirve para tapar o desviar la atención de dos elementos fundamentales. Por una parte, la mencionada crisis capitalista que afecta a nivel mundial y del que son expresión el aumento de las desigualdades, la pobreza y las guerras. Y, por otra parte, las estructuras imperialistas que imponen a los proletarios de las periferias una posición devaluada y sin derechos en sus países de origen y que es reproducida en los países de destino mediante las políticas fronterizas y de extranjería. Por lo cual, no nos encontramos con un flujo de movimiento en abstracto, sino con una migración generada por la crisis y compuesta por proletarios que están sometidos a una opresión específica.

Olarra reconoce en parte esta realidad, y así nos da su segunda clave: los derechos humanos de estos sectores. Y es que es necesario solidarizarse y abrir los ojos frente a las durísimas condiciones a las que se enfrentan: huyendo de todo tipo de desgracias y dejándolo todo atrás, embarcándose en viajes sin ninguna seguridad en los que acecha la muerte y teniendo que sobrevivir sin medios, en la calle o perseguidos por la policía. Pero en el artículo, lejos de posicionarse firmemente en contra de las estructuras específicas que los oprimen y plantear una lucha unitaria en contra de toda desigualdad, rápidamente pasa a enfocar esta situación como un problema para los que vivimos aquí. Ahí se hace ver claramente, considero, el verdadero sentido de ese artículo: el de plantear la inmigración como «foco de problemas» para el bienestar de los de aquí, la de deshacerse de todo compromiso internacionalista de clase para abrazar (de manera egoísta) la creciente tendencia reaccionaria en defensa de «nuestra plácida convivencia».

Es así como nos da paso a la tercera y última clave, a mi entender, la más importante: los derechos de los ciudadanos autóctonos. Para él, los inmigrantes suponen un problema para nuestra «plácida convivencia», ya que no sienten apego con «nuestros esfuerzos, obligaciones, esperanzas, etc.», y que supondrían «un choque cultural agresivo y estresante»; además, se les acusa querer aprovecharse de nuestro nivel de vida. ¿Cómo puede ser que esté tan cegado y que sea tan descarado? Aparte de la visión llena de prejuicios que relaciona la presencia de diferentes culturas como algo automáticamente conflictivo, lo importante es que desvía el foco de las estructuras de exclusión y la marginalidad. Pareciera ser que la inestabilidad fuese algo innato de los que proceden de otro origen, en vez del producto de las instituciones actuales que marginan a todo aquel que no pase el filtro de los intereses inmediatos del Capital. ¿De qué plácida convivencia habla? Cuando en Euskal Herria se sigue desahuciando y la clase trabajadora lo tiene cada vez más crudo para sobrevivir, cuando el control social y el gasto policial-militar están aumentando con el augurio de guerras constantes en todo el planeta, cuando los asesinatos machistas, las agresiones homófobas, los «accidentes» laborales o las muertes de migrantes van en aumento, o cuando aquí mismo hay migrantes en situación de pobreza extrema, en centros de reclusión cada vez más deficitarios y en condiciones de semiesclavitud como el caso que salió a la luz hace unos meses en una quesería de Idiazabal. ¿A esta convivencia es a la que deben integrarse?

Yo creo que habla de ese pacto social idealizado del anterior ciclo económico en el que ciertas clases medias pudieron asentar unos niveles cómodos de vida, un pacto y unos derechos (o privilegios) que se caracterizaban por la «estabilidad» sostenida por la posición imperialista de Occidente. Pero en el actual panorama de crisis, este pacto se reactualiza para la clase media en claves aún más reaccionarias y agresivas, donde para mantenerlo se reivindica abiertamente la llamada guerra del penúltimo contra el último. La de alinearse con las políticas burguesas de destrucción para mantener el régimen de bienestar (o sus migajas) de la clase media vasca, ya sea en la guerra de Ucrania o el apoyo al Estado sionista y genocida de Israel, en las mortales políticas migratorias o en la creciente desigualdad social.

En el caso de Olarra, se ve claramente que afronta la realidad del proletariado migrante desde esta óptica general, y así debe entenderse su propuesta final: «La integración», o mejor dicho, la trampa de la integración, ya que esta promesa de integración es uno de los caballos de Troya para justificar las tendencias racistas en el marco de «izquierdas». Olarra reivindica que la estrategia a largo plazo debería ser la de integrarlos en «nuestro modelo social». Como he señalado, el modelo social actual es capitalista, y aunque él lo tenga idealizado, hoy en día está en crisis. Esto nos pone frente a dos vertientes: por una parte, la integración, pero de cada vez menos sectores y hacia un modelo social y laboral cada vez más empobrecido y autoritario; y, por otra parte, la marginación, el control, la represión, el encarcelamiento y el exterminio de cada vez más sectores que se consideran sobrantes para la burguesía y sus aliados. De hecho, Olarra admite que estas deben ser las dos variables encima de la mesa, abriéndole claramente la puerta a las políticas impulsadas por los sectores más fascistas y eliminando del panorama la opción internacionalista y revolucionaria.

En definitiva, su enfoque se mueve al compás de la lógica capitalista: si nos sirven como fuerza de trabajo (eso sí, devaluada y destinada siempre a los trabajos más desprotegidos, como por ejemplo los cuidados), pueden integrarse, pero si no, habrá que desecharlos. Este es el peligro de despreciar y renegar de la conciencia de clase, como hace explícitamente en su anterior artículo, y alinearse acríticamente con las estructuras económicas, sociales y culturales actuales: queriendo o no, se acaba defendiendo la tendencia que le beneficia al Capital y a los bloques burgueses. Por eso, de poco sirven los cantos a unas instituciones (vascas) propias, si no se rompe con las relaciones capitalistas. Al final, se acaba imitando el discurso del jardín de Josep Borrell, pero a la vasca.

Y es que, a fin de cuentas, la disyuntiva está cada vez más clara, también en este tema. Una opción es la de intentar sostener el sueño pasado de integración de la clase media, a un modelo que en el fondo seguía basándose en la explotación y dominación, y que actualmente además se desintegra. La otra es apostar por unirnos y organizarnos como clase para derrocar el actual sistema y construir un modelo basado en la libertad e igualdad universal. Algunos lo tenemos claro, el problema no son los migrantes, sino la pobreza y el racismo generados por el sistema capitalista. La respuesta no es alinearse con la política burguesa para utilizarlos cuando nos conviene y condenarlos a la miseria y a la muerte cuando «sobran»; sino la unión y la organización de los oprimidos, independientemente del origen, para combatir el poder de la burguesía en todos sus frentes y a nivel internacional, para así erradicar la pobreza, el racismo y toda injusticia generada por este sistema.

Iluminan ese camino ejemplos como los estudiantes de la UPV/EHU, que han logrado expulsar al profesor que hacía comentarios reaccionarios, o los mugalaris detenidos en Iparralde por ayudar a personas migrantes a cruzar el Bidasoa. Ambos casos nos muestran que, si aún podemos presumir de una Euskal Herria antirracista, es por los hechos de sectores aún comprometidos con ello, no por su ADN.

Por Adam Laamirni Agirrezabala.

Fuente: Haize Gorriak.

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