Siete días de horror: De cómo las matanzas de Sabra y Chatila quedaron enterradas con las víctimas

Siete días de horror: De cómo las matanzas de Sabra y Chatila quedaron enterradas con las víctimas

La obscenidad de las matanzas, sus detalles de sadismo, el paisaje surrealista de cuerpos hinchados por el sol y edificios demolidos por excavadoras, todo esto contribuyó a bloquear las pruebas menos visibles de una cuidadosa planificación logística.

La obscenidad de las matanzas, sus detalles de sadismo, el paisaje surrealista de cuerpos hinchados por el sol y edificios demolidos por excavadoras, todo esto contribuyó a bloquear las pruebas menos visibles de una cuidadosa planificación logística. Una vez que los periodistas consiguieron entrar en la zona donde se había producido la matanza, sus detalladas informaciones y fotografías provocaron primero horror, «naturalizando» después el episodio con los estereotipos ya conocidos sobre los árabes: «venganza», «odio», «brutalidad primaria». Las fotos de la matanza cobraron una extraña transhistoricidad al ser utilizadas una y otra vez por los medios occidentales, como si esos cuerpos retorcidos y abotargados nunca hubieran tenido vida. Aunque los periodistas desplazados al lugar pronto encontraron pruebas de cooperación entre los israelíes presentes en el exterior del campo y las milicias libanesas que estaban dentro, y si bien escribieron sobre ello, la imagen que ha perdurado es la de una especie de desastre natural. Como puso de manifiesto un periodista norteamericano con el que visité la escena de la matanza, «en la guerra estas cosas pasan». Pero, claro está, estas cosas no pasan simplemente sino que son resultado de algo.

El horror de la matanza atrajo a medios de todo el mundo y fue motivo de reportajes que recibieron premios diversos por su meticulosa investigación. Pero ­como de costumbre- el interés de la prensa decayó rápidamente, y no se vio sostenido por campañas de información palestinas o árabes ni por acusaciones formales de crímenes de guerra. No hubo por parte árabe intentos oficiales de llevar a cabo un recuento del número de víctimas, ni de solicitar la creación de un tribunal de crímenes de guerra. Desde Damasco, Yasir Arafat acusó de mala fe al emisario norteamericano Habib, que había garantizado la seguridad de los civiles palestinos, pero en ningún lugar quedó tan llamativamente de manifiesto la ausencia de la OLP como en el de la masacre. Mientras que desde 1969 hasta aquel mismo momento, la OLP siempre había hecho acto de presencia para ayudar a la reconstrucción, atender a los heridos, honrar a los muertos e indemnizar a los supervivientes, esta vez, como consecuencia de la matanza, parecía totalmente impotente. Chatila y los barrios de los alrededores ofrecían escenas de caos y desolación, llenos del olor de la muerte, de mujeres que lloraban y maldecían a los gobiernos árabes, de periodistas en busca de testigos, de cuerpos y brigadas de enterramiento. Las excavadoras, con letras hebreas perfectamente visibles, traídas para demoler las casas sobre los cuerpos, permanecían como testigos mudos. Entre las organizaciones que se dedicaron a enterrar a los muertos se encontraba la Cruz Roja Internacional y la libanesa, así como la Defensa Civil. El recuento de cadáveres varió en cada caso. Por lo que respecta a los enterramientos en masa, hubo muchos aparte de la enorme tumba colectiva situada en la encrucijada entre la calle Abu Hassan Salamremeh y el bulevar del aeropuerto, donde se impediría posteriormente a los palestinos levantar un monumento. El ejército libanés, que ha vuelto a instalarse en torno al campo, no permitió que la gente se acercara a otros enterramientos próximos a la embajada de Kuwait, el campo de golf y la Ciudad Deportiva (es posible que hubiera otro más cerca de Sidón). Muchas familias se llevaron los cadáveres de sus deudos para darles la debida sepultura y muchos supervivientes abandonaron la zona. Pero el mayor obstáculo para un recuento completo de las víctimas es que muchas personas, hombres sobre todo hombres, fueron trasladadas en camiones para no regresar jamás. En esas condiciones se hizo imposible llevar a cabo un recuento preciso de muertos y desaparecidos.

Entre las razones más importantes por las que el número total de víctimas nunca llegará conocerse se cuenta en primer lugar que ni los israelíes ni los libaneses tenían interés en elaborar un recuento preciso; en segundo, la matanza no concluyó el 18 de septiembre a las 10 de la mañana, como se cuenta la mayoría de las veces, sino que prosiguió de forma discontinua por todo Beirut oeste y por el sur con asesinatos y secuestros aislados, hasta que se quebró la dominación de las milicias cristianas en febrero de 1984. Este progrom fue obra de milicias antipalestinas que se movían libremente por zonas de las que se habían visto excluidas hasta 1982. De forma paralela, el ejército libanés (reestructurado para garantizar la dominación del Kata´eb) llevó a cabo una campaña de detenciones masivas de palestinos, hombres y mujeres, así como de deportaciones de extranjeros que trabajaban con los palestinos.

Un examen de la cobertura de la matanza por parte de Newsweek resulta revelador como ejemplo de la forma en que los medios occidentales destacaron sus aspectos más macabros, pero echando tierra sobre sus implicaciones políticas y legales. En el número correspondiente al 27 de septiembre (más de una semana después de que se transmitieran las noticias de la masacre por los teletipos de las agencias) aparecía Grace Kelly en la portada con un pequeño titular en una tira: «Masacre en Beirut». En páginas interiores se encontraba un artículo de dos páginas ilustrado con fotografías de los cadáveres, y una de un soldado israelí con el siguiente pie de foto: «un error espantoso». Al artículo sobre la matanza le seguía otro sobre el holocausto nazi. Se citaba a un funcionario israelí que afirmaba que «se nos debería conceder cierto crédito (por haber detenido la matanza), aunque fuera un poco tarde». En el siguiente número de Newsweek (del 4 de octubre) el editorial lleva por título «Israel atormentado: un momento para pensar»; un subtítulo establece el motivo conductor para que se recuerde en el futuro, «Cadáveres en Beirut, protestas en Israel. Mientras que el corresponsal sobre el terreno, Ray Wilkinson, realizó una excelente labor informativa (incluyendo pruebas de la cooperación entre las fuerzas israelíes y libanesas), los editoriales reconducen la atención hacia Israel con titulares como «El alma angustiada de Israel», haciendo que la masacre pase de ser un crimen a convertirse en un asunto interno israelí. Tras esto, Newsweek olvidó la masacre hasta el 6 de diciembre: «Israel: investigación sobre la matanza» (filtraciones de la Comisión Kahan que apuntan a Sharon); en el número del 3 de enero de 1983, una imagen de archivo de uno de los cadáveres de la masacre es elegida como una de las «Imágenes del 82», y el 21 de febrero («Sharon paga los vidrios rotos») la portada muestra un retrato fotográfico de Sharon superpuesto sobre parte de la imagen de un cadáver. En páginas interiores se alaba el informe de la Comisión Kahan como «una descripción valiente y meticulosa del papel de Israel en la matanza de Beirut», lo cual se contrapone a «la indiferencia moral del Líbano». La preocupación moral de Israel queda bien ilustrada por su aceptación a la ligera de las cifras de la matanza de «unos 700 o más».

Investigaciones oficiales y oficiosas

Tan necesarios como las excavadoras para enterrar los cadáveres resultaron las investigaciones oficiales para echar tierra sobre la matanza misma, relegándola a la historia, y asegurándose de que sus responsables no fueron puestos a disposición de la justicia. Hubo dos investigaciones oficiales, una israelí y otra libanesa. Creada a regañadientes por Begin (que había tomado parte él mismo en la matanza de Deir Yassin en 1948), el principal objetivo de la Comisión Kahan consistió en pacificar a los israelíes escandalizados por la matanza, así como en impresionar a la opinión pública norteamericana. Dejó a salvo a Begin imputando a Sharon, a quien juzgó culpable de «responsabilidad indirecta» por negligencia. Sin embargo, el Informe Kahan se quedó corto al no acusar a Sharon de introducir deliberadamente a las fuerzas libanesas en los campos con el fin de que llevaran a cabo una matanza, y no puso en cuestión la veracidad de la afirmación de Sharon de que habían quedado «2.000 terroristas» en el campo. No investigó las relaciones previas entre el ejército israelí y quienes perpetraron la matanza, algunos de los cuales habían recibido entrenamiento en Israel. También alentó la política libanesa de Israel singularizando la culpa de la Falange libanesa y exonerando a las milicias de Haddad, pese a que existían testigos oculares y pruebas periodísticas de que los haddadistas habían estado presentes. Por ende, algunas de las pruebas presentadas a la Comisión fueron declaradas «secretas» (Apéndice B), y siguen siéndolo a fecha de hoy. Según Newsweek (21 de febrero de 1983), se pensaba que el anexo de 10 páginas contenía detalles sobre las relaciones de Israel con el Kata´eb, y acaso también las notas del Mossad sobre un encuentro entre Sharon, Amin y Pierre Gemayel celebrado el día antes de que comenzara la matanza (15 de septiembre). Tal vez un problema más básico del informe sea que al centrarse en el episodio de Sabra y Chatila, lo cual tenía por objeto «concluir» obligando a Sharon a dimitir, la Comisión Kahan desvió la atención de la invasión de 1982 en su conjunto, lo que no sólo carecía de justificación sino que incluía crímenes de guerra como el bombardeo de refugios civiles, la utilización de armas prohibidas y la tortura de los detenidos. Los hallazgos de la Comisión Kahan respondían asimismo por tanto a las necesidades de la política norteamericana: cerrar un «lamentable episodio».

El fiscal militar Assad Germanos fue puesto a cargo de la investigación oficial libanesa. El 5 de enero de 1983, la prensa libanesa informó de que Germanos había realizado dos o tres visitas a Sabra y Chatila y que se esperaba que su informe estuviera listo para marzo o abril. En agosto de 1983 la agencia de noticias del Kata´eb, al-Markazieh afirmó que el informe «exoneraba al Kata´eb de toda participación y que no habría procesamientos». El informe Germanos jamás se publicó. Dada la identidad de los autores de las masacres, no era predecible otro resultado

Además de las mencionadas, hubo dos investigaciones internacionales independientes, la Comisión Internacional de Investigación (International Commission of Enquiry) y la Comisión Nórdica, organizada por el Palestinafronten y EAFORD. Ambas celebraron sus sesiones en Oslo a fines de 1982 (5). El informe de la CII difería del de la Comisión Kahan en algunos aspectos cruciales. Analizaba lo sucedido durante la guerra, y no sólo las masacres de Sabra y Chatila, y estimaba que justificaba un tribunal de crímenes de guerra que siguiera las líneas maestras del de Nuremberg. Subrayaba la responsabilidad de Israel, de acuerdo con las convenciones de Ginebra, como «potencia ocupante» que controlaba por completo la zona en la que se produjeron las masacres, y señalaba las lagunas de las alegaciones israelíes sobre la ausencia de complicidad, presentando pruebas de la presencia de israelíes dentro de la zona de los campos (6). También confirmaba la condición abrumadoramente civil de los residentes de la zona en vísperas de la masacre y concluía con acusaciones contra Israel de intencionalidad, ayuda y control. Otra investigación, menos conocida, fue la de la Comisión Nórdica, cuyo informe incluye testimonios de testigos oculares. A diferencia del informe de la Comisión Kahan, que recibió tantas alabanzas de la prensa norteamericana y se reprodujo en el New York Times, los informes de la CII y la Comisión Nórdica apenas si fueron recogidos por los medios de información occidentales. Ninguna de estas dos investigaciones independientes sirvió de base para un tribunal de crímenes de guerra al estilo del de La Haya, aun cuando los crímenes de guerra israelíes en el Libano sobrepasaran con diferencia cualquiera de las actuales acusaciones contra Milosevic.

La reconstrucción de Amnon Kapeliouk de los tres días de la matanza y los dos días siguientes es un «visto y no visto» destinado a una rápida publicación, pero resulta valiosa por venir de un periodista destacado sobre el terreno que estuvo en contacto tanto con las Fuerzas de Defensa israelíes como con supervivientes del campo. Su relato confirma lo que también asevera Ray Wilkinson, reportero de Newsweek: que hubo soldados que dieron cuenta de haber informado a sus superiores de que se estaba produciendo una matanza ya desde el jueves, el día en que comenzaron las muertes. El libro de Kapeliouk apareció en hebreo, francés e inglés y tuvo buenas críticas. Sigue siendo posiblemente el relato más leído sobre la matanza.

Investigaciones palestinas

Casi ignoradas por el resto del mundo quedaron tres investigaciones palestinas. Aunque llevadas a cabo por activistas e investigadores ligados al movimiento nacional, no fueron convocadas ni financiadas por la OLP. La primera de la que tuve noticia, poco después de la matanza, en el curso de mis visitas a Chatila, la realizaban miembros locales de la Unión General de Mujeres Palestinas. Lo sucedido en este caso ejemplifica los obstáculos que hubieron de afrontar los palestinos entre septiembre de 1982 y febrero de 1984 para poder realizar cualquier tipo de trabajo organizado. Los voluntarios que rellenaban formularios se vieron a menudo interrumpidos e interrogados por el ejército. Con el tiempo, otras tareas urgentes como distribuir ayuda a quienes carecían de hogar se hicieron prioritarias por encima del registro de víctimas de la matanza. Los documentos recogidos se destruyeron finalmente, bien en la Batalla de los Campos (que comenzó en mayo de 1985), bien cuando el ejército arroló los archivos del GUPW por las calles durante uno de sus registros en Fakhany. Ninguno de los que contribuyeron a esta labor conserva en la actualidad documento alguno.

Entre las instituciones nacionales que sobrevivieron a la marcha de los combatientes de la OLP se encontraba el Centro de Investigación Palestino, saqueado por las FDI durante su invasión de Beirut occidental. Su director, Jaber Suleiman, puso manos a la obra para restaurar el conjunto de archivos saqueados por las FDI. Otro investigador presente en el CIP en aquella época se dedicó a reclutar a colegas y vecinos de Chatila para llevar a cabo una investigación de la matanza. Su objetivo consistía en reconstruir exactamente lo sucedido a través de relatos de testigos oculares, y calcular el número de muertos y desaparecidos. Entrevistaron a más de 120 testigos antes de verse obligados a interrumpir su labor por la explosión que se produjo en el Centro de Investigación el 5 de febrero de 1983. Tras su destrucción, la mayoría de los empleados del CIP fueron detenidos y deportados. Hay distintas versiones sobre lo que sucedió con los documentos. Hay quien dice que quedaron destruidos durante la explosión, quien afirma que el ejército se los llevó en camiones y quien cuenta que Jiryis consiguió poner a salvo algunos, llevándoselos con él a un nuevo exilio.

Los iniciadores de investigación sobre la matanza elaborada por el CIP llegaron a publicar sus resultados preliminares en dos números de Shu´oon Filastiniyyeh (números 132/133, de 1988, y 138, de 1983. En el primero de éstos, los investigadores incluyeron diecinueve testimonios breves de testigos oculares. No se daba el nombre completo, aunque sí la edad, ocupación y residencia. Partiendo de sus respuestas, da la impresión de que estos investigadores se preocuparon sobre todo de establecer la identidad de los autores de las matanzas, por medio de sus uniformes, insignias o acentos. La evidencia proporcionado por los testigos oculares corrobora las crónicas de los periodistas según las cuales los hombres de Haddad participaron en la masacre. Varios testigos sostuvieron que podían encontrarse «judíos» (es decir, israelíes) entre los atacantes. Una mujer, por ejemplo, afirmó: «Me di cuenta… por su mal acento árabe». Otra describió a un comandante que hablaba con los soldados (atacantes): «Su árabe era muy limitado. Era rubio y alto, israelí». Testimonios similares se los escuché a supervivientes de la masacre al iniciar mi trabajo de campo en Chatila (octubre de 1982). Vale la pena hacer notar que ninguna de las demás investigaciones ­israelíes, libanesas, o internacionales- registró declaraciones de testigos del lugar.

De especial interés resulta el relato escrito en inglés por un palestino de Chatila que estuvo presente durante la matanza y que trató de resistir a los atacantes junto a un puñado de camaradas. Sus declaraciones transmiten el horror desde dentro, de no saber lo que estaba sucediendo, los esfuerzos por llevar a los heridos al hospital, el dolor por los amigos muertos, el rescate ­casi demasiado tarde- de su propia familia. En un episodio surrealista, un oficial israelí se dirigió a los hombres concentrados en el Estadio Deportivo, una vez acabada la masacre, a fin de comunicarles que los israelíes habían llegado «para impedir cualquier matanza». Los testigos oculares afirmaron que los hombres señalados por un delator encapuchado fueron apartados y no ha vuelto a saberse de ellos.

Otra investigación fue la dirigida por la profesora Bayan al-Hot, junto a un equipo de trabajadores de campo, que comenzó a finales de 1982. En 1985, la Dra. Bayan suspendió la publicación de su trabajo, pendiente de verificar el análisis de los datos. Su impresión es que su investigación tuvo éxito en lo que se refiere a contabilizar la mayoría de los muertos, aunque no todos los desaparecidos.

El destino de los supervivientes

Al visitar Chatila después de la matanza me impresionó la energía con la que la gente ­sobre todo las mujeres- reconstruían sus hogares antes de la llegada del invierno. Se inscribió a los niños en el colegio y se trasladó a los heridos y enfermos para que pudieran recibir tratamiento. Los colegios y las clínicas trabajaban a toda velocidad para recobrar la normalidad. Umm Nabil, una de las supervivientes a las que conocí en ese primer invierno, se dedicaba a reconstruir su casa con sus propias manos, mientras sus tres niños pequeños dormitaban en un carricoche. Su vivienda se encontraba en uno de los caminos principales utilizados por los agresores para entrar en la zona del campo. Se habían marchado a primera hora del jueves debido al bombardeo, pero el marido de Umm Nabil regresó para recoger la leche en polvo del pequeño Nabil, de dos meses. Posteriormente encontraron su cuerpo entre las fauces de las tenazas de una excavadora. En la primavera de 1983, su casa reconstruida fue demolida con excavadoras por una unidad del ejército libanés, y Umm Nabil se vio obligada a mudarse a un edificio que la OLP había construido como escuela. Allí sigue todavía.

Beit Atfal al-Summood, fundado en su origen por la Unión de Mujeres para atender a los huérfanos de Tal al-Za´ter, se encargó de los huérfanos de estas matanzas, después de su regreso a Beirut en 1984. Beit Atfal no es un orfanato al estilo occidental y desde 1984 ha evolucionado hasta convertirse en una ONG de múltiples actividades, entre las cuales se encuentra la asistencia a los huérfanos y a sus familias naturales, incluyendo formas de patrocinio, visitas y ayudas a la educación y formación. Rebautizado con el nombre de Institución Nacional para la Atención Social y la Formación Vocacional, ha ayudado a criar a 17 huérfanos de la matanza. No se trata desde luego de un registro completo. Llevaría tiempo y recursos hallar a todos los niños a quienes los periodistas o el personal médico encontraron sin padres después de la masacre. Así, por ejemplo, Ray Wilkinson, del Newsweek, encontró a un niño de 11 años, Milad Farouk, cuyo padre, madre y hermano habían sido asesinados. Jack Relden, reportero de la UPI, relató a la Comisión MacBride el hallazgo de una niña de 13 años que fue la única superviviente de su familia. Durante el invierno de 1982, tomé fotos de un niño de unos ocho años que empujaba una carretilla cargada de contenedores de agua. La gente me decía que había perdido a sus padres y se ganaba así la vida para ayudar a sus hermanos más pequeños. ¿Qué ha pasado con estos niños supervivientes? No hay una respuesta inmediata.

El 8 de marzo de 2001, el canal de televisión Al-Jazira emitió el episodio sobre la matanza que forma parte de su actual serie sobre la guerra civil libanesa, mostrando una larga entrevista con Suad Srour y su hermano Maher. Suad fue a la vez víctima y superviviente de la matanza, y se ha hecho célebre gracias a su presencia en foros como el Tribunal de Mujeres (Beirut, 1996) y la Conferencia de Beijing, a pesar de estar semiparalizada a causa de cinco balazos, uno de cuyos proyectiles se encuentra todavía alojado en su columna. Su padre, tres hermanos y dos hermanas fueron muertos a tiros al mismo tiempo que ella; sólo quedan vivos su madre, su hermano y su hermana. La historia de la rehabilitación de Suad y de sus actividades como miembro de una cooperativa de discapacitados revelan un valor y una resistencia asombrosos, sobre todo teniendo en cuenta que fue violada por las fuerzas libanesas en uno de sus puestos de control, mientras era transportada en una ambulancia de la Media Luna Roja para ser tratada en el extranjero. No ha habido ningún olvido gradual para esta familia que se ha visto recientemente obligada a regresar a la casa del Horsh en la que se produjo la matanza. Suad reconoce que le hace falta atención psiquiátrica, así como píldoras para poder dormir, y que deberían extraerle la bala de la columna vertebral.

Entre el campo de Chatila y el Bulevar del Aeropuerto, el Horsh (el bosque) es una zona en la que los palestinos y libaneses desplazados por los combates en el sur ha construido casas de «okupas». El Horsh fue uno de los centros de la carnicería. Hasta hace bien poco se impedía volver allí a los palestinos, puesto que la zona está dominada políticamente por el movimiento de Amal. Los palestinos obligados a regresar a falta de otra vivienda se sienten amenazados por sus vecinos y recurren a veces a la «protección» siria. Entre las víctimas de la matanza del Horsh encontré a Samiha Hijazi. En la masacre perdió a su hija recién casada y a su yerno. Viuda, pasada la cincuentena, con las dos piernas terriblemente hinchadas como consecuencia de heridas de metralla durante la guerra de 1975-76, Samiha se ve obligada a trabajar como limpiadora para ganarse la vida en un colegio no muy próximo. De nacionalidad libanesa, su familia rompió con ella al casarse con un palestino. Durante la Batalla de los Campos, los milicianos de Amal descargaron su furia contra ella matando a su único hijo. El apartamento en el que vive no es de su propiedad y cuando regrese su propietario tendrá que buscarse otro lugar para vivir.

Estos tres son sólo algunos de los cientos de supervivientes de la matanza, muchos de los cuales viven todavía en los barrios del sur de Beirut deficientemente dotados de servicios. No se ha creado ningún comité que pueda representar a gente como Umm Nabil, Suad o Samiha, o que presione en favor de indemnizaciones. Si Suad fuera bosnia, tendría alguna esperanza de que sus agresores comparecieran ante el Tribunal de la Haya, pero hasta ahora ni la Autoridad Palestina ni el Estado libanés parecen dispuestos a embarcarse en ese rumbo. Por ende, las vidas de la gente de Chatila se ven todavía más empobrecidas e inseguras de lo que eran en 1982. Visitar la zona hoy en día supone verse sorprendido por la total ausencia de mejoras. Por el contrario, lo que se encuentra es una comunidad agobiada por el paro, un hábitat degradado, unos servicios en decadencia y un futuro desconocido, es decir, una matanza por otros medios.

¿Qué pasó con los agresores?

Las memorias de Robert Hatem, apodado «Cobra», guardaespaldas del comandante Elie Hobeika de las fuerzas libanesas, ni son honestas ni son historia. Su intento de exonerar a Sharon de su culpabilidad en las matanzas apunta al grupo de presión israelí o libanés en Washington como posibles iniciadores. La Asociación para un Libano Libre coopera estrechamente con Israel, y el libro de Hatem concluye con un llamamiento a los cristianos libaneses para que se alineen junto a Israel en contra de Siria. Aunque dista de ser «un relato verídico» de la matanza, el libro de Hatem contiene ciertos detalles que no eran ampliamente conocidos con anterioridad como, por ejemplo, los nombres de los dirigentes de algunas de las unidades asesinas: Joseph Asmar, Michel Zouein, George Melco, Maroun Mashaalani. También da los nombres de los dirigentes de las fuerzas libanesas que «llegaron para inspeccionar la carnicería: Fadi Frem, Fuad Abi Nader (ambos se convirtieron posteriormente en comandantes de las fuerzas libanesas), Steve Nakkour, Elie Hobeika. Se cita a Hobeika como autor de la orden: «Exterminio total… arrasad los campos». Se menciona a Sharon comunicando a los jefes de las unidades que no debe haber ataques contra los civiles. Y se omite hablar de la milicia de Haddad, otra señal de la influencia de Israel.

Lo que resulta interesantísimo en el libro de Hatem es la descripción que proporciona de las luchas internas y la fractura de las fuerzas libanesas tras la muerte de Bashir Gemayel, así como los sórdidos tratos y latrocinio gracias a los cuales hubo quienes ­ sobre todo, Elie Hobeika- se hicieron inmensamente ricos. Hatem da algunas pistas sobre la actual situación de los combatientes de a pie de las fuerzas libanesas cuando declara «Siento… tener que sacar a colación detalles tan sórdidos, pero debo hacer justicia a los milicianos que nunca exigieron ninguna retribución ni miramientos. (Hoy) viven en la pobreza y el temor…» Se queja de que hombres como él se ven obligados a subsistir con 400 dólares al mes y viven con el constante temor de ser detenidos. Al transferir su lealtad de Israel a Siria, Hobeika traicionó a la comunidad cristiana y a patriotas honrados como él. Hatem concluye su libro apremiando a los libaneses a que cambien esa elección.

La desilusión cristiana respecto a las milicias antecedió por supuesto a las revelaciones de Hatem, y se remonta a las contiendas y asesinatos de los ochenta. Fue entonces cuando las milicias comenzaron a quedar desacreditadas en su propia tierra como una «mafia», como traficantes de drogas, en lugar de héroes. Hoy nadie quiere saber nada de ellos ni admite tampoco haberlos conocido. Probablemente, muchos han seguido el camino de Hatem al exilio. Si los sitios en la red de las fuerzas libaneses elaborados en Washington y Detroit valen de muestra, hay muchos que viven en los Estados Unidos. En el Líbano de hoy nadie se jactaría de haber participado en la masacre, como hicieron en aquel entonces varios milicianos ante los periodistas extranjeros. A los cristianos libaneses no les gusta que les recuerden la existencia de un episodio tan digno de descrédito, ni tampoco que los combatientes cristianos fueron sus primeros ejecutores.

Por supuesto, el mismo Hobeika sigue todavía en escena. Desde el final de la guerra civil libanesa ha sido ministro de tres gobiernos, una vez con Omar Karameh y dos con Hariri, y responsable sucesivamente de Asuntos Sociales, Recursos Eléctricos e Hidráulicos y Personas Desplazadas. Sin embargo, no consiguió ser elegido en las últimas elecciones parlamentarias y no ocupa ningún puesto en el actual gobierno. Cierto «Middle East Intelligence Bulletin» colocado en Internet por el US Committee for a Free Lebanon advierte que el año pasado (febrero de 2000) el fiscal del Estado, Addoum, ha reabierto el sumario del asesinato de 1984 contra el Dr. Saalim al-Hoss, en el que se cree que Hobeika estuvo implicado. Hasta ahora no ha habido avances en este caso, pero careciendo de una base de apoyo real es posible que sus días de poder estén llegando a su fin.

Ni justicia ni indemnizaciones

Hay que preguntarse, en conclusión, por qué los autores de una de las matanzas más brutales del siglo XX nunca han sido llevados a juicio. O por qué los parientes de las víctimas no han podido encontrar justicia ni han recibido compensación alguna. Hay que admitir que ninguna entidad oficial árabe ­la OLP, los gobiernos árabes, las asociaciones de derechos humanos árabes- ha dado pasos legales en esa dirección, pero una razón de más peso es que la OLP nunca ha trabajado en serio sobre los aspectos legales de la cuestión palestina y tenía escasos conocimientos de derecho internacional. Hasta las numerosas víctimas libanesas fueron ignoradas por el gobierno de Amin Gemayel, lo que no resulta sorprendente, dado su tinte sectario. A los gobiernos árabes les preocupaba solamente seguir iniciativas ilusorias de los EE.UU. como el «Plan Reagan». Los grupos de derechos humanos de aquella época estaban todavía en su infancia. Otro factor crucial es que los medios de información árabes estaban en 1982 mucho menos desarrollados que hoy en día, y su cobertura de la matanza no fue lo bastante sólida como para ejercer una presión pública sobre los gobiernos para que éstos actuaran. No obstante, lo que en última instancia hizo imposible que se organizara un tribunal de crímenes de guerra como el de Nuremberg fue la jerarquía del orden internacional. Sin el respaldo de un Estado fuerte, llamamientos como el de la Comisión Internacional Independiente cayeron en saco roto. Los gobiernos del bloque oriental y los abogados progresistas hicieron campaña para arrojar luz sobre la masacre pero ningún gobierno occidental fue más allá de la condena y el olvido.

Los lugareños no olvidaron a sus víctimas. 40 días después de la matanza tuvo lugar una marcha, principalmente de mujeres, hasta el más conocido de los enterramientos masivos. El ejército libanés las acosó, deteniendo a varias de sus dirigentes. También hubo intentos de limpiar y vallar la zona, y el fotógrafo japonés Riyuchi Hirowaki diseñó un monumento destinado a honrar a las víctimas. Pero el emplazamiento de los enterramientos masivos queda en el Horsh, lejos del campo de Chatila, de modo que durante muchos años, las marchas conmemorativas tuvieron que limitarse a los confines del campo. Sin embargo, en 1988 hubo una procesión con velas, y en septiembre pasado tuvo lugar una gran marcha en la que participaron varios partidos libaneses y una importante delegación italiana. Hay planes para crear un memorial permanente en este lugar. Como nos recuerda la campaña armenia para el reconocimiento de su holocausto, los crímenes de guerra nunca quedarán enterrados del todo mientras un «pueblo» viva.

Publicado en la revista Al-Majdal, 15 de marzo de 2001. (Traducción para CSCAweb de Pablo Carbajosa)

Fuente: Rosemary Sayegh, Nodo50.org

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