Millones de euros sobre las espaldas de las mujeres rifeñas cruzan cada día la frontera marroquí con Ceuta

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Cada día, miles de “mujeres de carga” cruzan la frontera hispano-marroquí con pesados fardos. Son explotadas y ponen en peligro sus vidas.

Ceuta, un enclave español en Marruecos, se extiende hasta las colinas. Desde la parte superior, la valla que separa África y Europa se puede ver fácilmente, como una cicatriz surgiendo desde el mar Mediterráneo. Corta la playa en dos y se escabulle a través de las colinas.

Eran las 5 de la mañana cuando Soad, de 22 años, y su hermana Umeima, de 20, salieron de un taxi. Vinieron de Fnideq, una aldea marroquí a pocos kilómetros de la valla, y esperaron en la oscuridad para que el paso fronterizo se abriera para poder cruzar a Ceuta. No eran las únicas. Aunque la puerta fronteriza de El Tarajal no abre hasta las 7 de la mañana, cientos de mujeres ya estaban esperando a la fresca brisa de la mañana.

La policía marroquí se instaló cuando la puerta estaba a punto de abrirse. Como Umeima me dijo después, esta era la calma habitual antes de la tormenta.

Soad entonces habría tropezado todo el camino de vuelta a la frontera, donde otra estampida era probable. Sus piernas bien podrían haber cedido bajo el peso de su carga y el agolpamiento. Una vez de vuelta en Marruecos, ella habría entregado la mercancía al cliente que esperaría en un aparcamiento a 500 metros de la frontera y que le habría pagado 20 euros por sus molestias.

“Todo el mundo comenzó a empujar y empujar, tratando de saltarse la cola”, explicó. Algunos hombres literalmente saltaron sobre la multitud, tratando de situarse los primeros en la puerta; El enjambre humano se convirtió en una fuerza imparable, y empujó a Soad y Umeima hacia la policía, que usó las porras y las hebillas de los cinturones para tratar de restablecer el orden. Los policías golpearon a las hermanas, pero las mujeres no pudieron parar; no porque no estuvieran dispuestas a hacerlo sino que la multitud dictaba sus movimientos.

Entre el sudor y el polvo, Soad no entendía lo que estaba sucediendo. Cuando la multitud arrancó su chilaba, ni siquiera su hijab deshecho pudo enmascarar el miedo en sus ojos. Perdió de vista a su hermana. Su nariz estaba pegada a la espalda de alguien.

“Estaba atrapada entre dos cuerpos”, dijo Umeima. “Entonces la policía cerró la puerta y comenzó a soltar golpes sobre cualquier cosa que se movía.” Esto empeoró las cosas. Soad trató de correr, pero cayó y fue pisoteada; su cabeza golpeó el hormigón.

Si Soad no hubiera caído esa mañana, habría cruzado la frontera y caminado dos kilómetros y medio hasta llegar a los almacenes que rodean Ceuta. Después de negociar con el dueño de la mercancía, habría utilizado cinta adhesiva para asegurar algunos zapatos de fabricación china a su cintura, tal vez una manta brillante contra su pecho, muy probablemente ropa interior femenina a su muslo izquierdo y todos los calzoncillos que pudiera a su pierna derecha.

Ella entonces lo habría cubierto todo con su chilaba y habría transportado un enorme fardo de 50 o 80 kilos, ya embalado por el dueño, sobre su espalda, lleno de bienes de consumo, incluyendo paquetes interminables de patatas fritas y pañales. Con un paño frágil manteniéndolo todo en su lugar.

Sin embargo, nada de eso ocurrió el 23 de marzo; Soad no llegó a Ceuta. Después del golpe en la cabeza, las hermanas se fueron a casa.

“Nos detuvimos en el médico”, dijo Umeima. A Soad le dieron una inyección, le hicieron una radiografía de la cabeza y le dijeron que estaba bien. “Cuando llegamos a casa, sin embargo, el dolor continuó. No podía dormir por el dolor de cabeza.

Al día siguiente del incidente, Soad y su hermana regresaron al consultorio del doctor. No dijo nada definitivo, pero insistió en que tenía que ser llevada al hospital de Tetuán. Los ojos oscuros de Soad ya estaban más oscurecidos por el dolor. Su madre le estrechó la mano en la ambulancia; su pulso era irregular. Otros miembros de la familia la siguieron en un coche. Soad fue declarada muerta a su llegada al hospital.

Soad tenía un hijo de cuatro años y estaba divorciada. Según la familia, había estado trabajando en la panadería de un tío antes de convertirse en una “mujer de carga”. Ella había estado haciendo esto durante un mes cuando la multitud la pisoteó a ella y al futuro de su hijo.

Después de la autopsia, el Ministerio de Salud de Marruecos dijo que Soad había muerto debido a las complicaciones de un ataque al corazón que sufrió en la frontera. La familia no lo cree. “Las imágenes de rayos X del mismo día en que fue pisoteada nunca nos fueron entregadas”, insistió Umeima. “Tampoco lo fue el informe del Coroner. Nunca estaba enferma y no tenía problemas cardíacos.”

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Principal fuerza motriz económica

Soad es una de las cinco mujeres que oficialmente han perdido la vida en 2017 como resultado de las estampidas diarias en el lado marroquí de la frontera. Las últimas dos víctimas murieron el 28 de agosto. No oficialmente, sin embargo, los porteadores insisten en que este año la frontera se ha tomado la vida de muchas más mujeres. “El gobierno marroquí y la policía amenazan a las familias para no hablar”, dijo un portavoz. A veces los funcionarios ofrecen a las familias apoyo económico a cambio de su silencio; un apoyo que nunca les llega.

Es legítimo preguntarse por qué no existen medidas para prevenir estas muertes. ¿Por qué las mujeres trabajan como bestias de carga en la frontera de la Europa del siglo XXI?

La respuesta es simple: a pesar de que esta forma atípica de comercio (como se suele describir) es la principal fuerza motriz económica en esta parte de África, no está regulada. No es ni ilegal ni totalmente legal, lo que resulta en una total ausencia de medidas de seguridad.

¿Por qué no regularlo para proporcionar seguridad laboral y seguridad física para los porteadores? Como lo explica la Asociación de Derechos Humanos de Andalucía (APDHA) en su informe de 2016, es porque la frontera entre Ceuta y Marruecos no es realmente un cruce comercial. Sólo está ahí para que la gente pueda cruzar a pie o en vehículos, pero no bienes. Cuando España se unió a la UE en 1986, exigió que Ceuta fuera excluida de la Unión Aduanera de la UE, para dar al enclave ventajas arancelarias. Además, Marruecos se niega a reconocer la soberanía española sobre Ceuta, al menos oficialmente.

Por lo tanto, existe un comercio no regulado, realizado sobre las espaldas de las porteadoras o en automóviles individuales o incluso en motos. Marruecos considera que tales bienes son llevados por un individuo como efectos personales.

También es importante tener en cuenta que, desde el siglo XIX, como puerto abierto, Ceuta ha estado exenta de la mayoría de los impuestos nacionales españoles. Eso significa que no hay IVA (entre 4 y 21%), sino un Impuesto sobre Productos, Servicios e Importaciones (IPSI), a una tasa mucho más pequeña entre el 0,5 y el 10%.

Por lo tanto, es mucho más barato para los comerciantes obtener sus productos en Marruecos a través de Ceuta, en lugar de, por ejemplo, Tánger, donde tendrían que pagar el IVA marroquí del 20% más un arancel nacional del 20%. Pasando por Ceuta sólo pagan el IPSI, la carga del transportista y un soborno a las autoridades marroquíes locales y la policía, por lo general no más de un 10%.

Hay, por supuesto, una manera legal de conseguir mercancías en Marruecos, pero es más caro que el comercio no regulado, y la única manera de hacer esto último es tener un porteador para llevar las mercancías a través de la frontera, un fardo a la vez, como efectos personales. Por lo tanto, las “mujeres de carga” son una parte clave del comercio entre Ceuta y Marruecos: este comercio atípico representa el 70% de la actividad económica de Ceuta. Ferrer-Gallardo, investigador independiente en la materia, aporta datos complementarios: en 2015, el 25,7% de los ingresos de la ciudad proviene del impuesto IPSI sobre las importaciones y el 46% de las importaciones de Ceuta fueron exportadas posteriormente a Marruecos. Eso representa 405 millones de euros al año.

Es obvio que este comercio permite a los comerciantes españoles evitar los derechos de aduana y los impuestos, pero ¿qué pasa con Marruecos? Sería razonable pensar que estas importaciones de bajo costo constituyen una competencia desleal por los propios productos del país, pero se cree que Marruecos los tolera porque proporcionan ingresos básicos a muchos en el norte del país, una región que está descuidada por el gobierno de Rabat. La Cámara de Comercio Americana en Casablanca estima que 45.000 personas viven directamente de este comercio, mientras que otros 400.000 pueden beneficiarse de ella indirectamente. Si se eliminara el comercio atípico, podrían precipitarse tensiones sociales significativas.

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La parte más dura de este valioso comercio cae, literalmente, sobre las espaldas de las mujeres

Aunque los comerciantes de la zona industrial de Ceuta son casi todos hombres, al igual que los clientes en el otro lado de la frontera y los trabajadores portuarios que descargan las mercancías, la mayoría de los porteadores son mujeres. La parte más dura de este comercio por valor de millones de euros cae, literalmente, sobre las espaldas de las mujeres.

La Asociación por los Derechos Humanos de Andalucía (APDHA) dice que, según la ONG marroquí Nadha, “el 80% de las mujeres de Fnideq (Marruecos) trabajan en Ceuta, el 25% de ellas como servicio doméstico y el otro 75% como porteadoras o prostitutas”. Predominantemente mujeres de entre 35 y 60 años; la mayoría son madres solteras, divorciadas o viudas; algunas están casadas. La mayoría no tienen educación y no tienen otra forma de entrar en el mercado de trabajo. De hecho, más del 80% de las mujeres de esta parte de Marruecos son analfabetas, según cifras de 2013 de CEAR Marruecos. Sin duda, lo principal que estas mujeres tienen en común es su dificultad para encontrar otra fuente de ingresos y el hecho de que son el principal sostén de sus familia en casa.

Ese es el caso de Asma, una porteadora de 24 años que va a la frontera todos los días desde su casa en Tetuán. “He dejado mi número de teléfono y mi CV en todas partes”, me dice, “pero nadie me ha llamado.” Asma se formó como estilista, pero ya no tiene trabajo, así que intentó suerte en la frontera. “Estoy casada y tengo tres hijas, esto es lo único que me permite pagar el alquiler de 100 euros y pagar un préstamo que tomé para comprar los muebles”.

Para la mayoría de las mujeres en Marruecos, es difícil conseguir un trabajo de cara al público, ya que sus maridos no aceptarían tal “exhibicionismo”. Para muchos, el trabajo fuera del hogar está mal visto; es el marido el que se supone que debe proveer a su familia. Esto, afirma Asma, no siempre es lo que sucede. “En Marruecos, los hombres se quedan en casa y esperan que sus mujeres trabajen y les proporcionen el sustento. Mi esposo está desempleado, así que soy la que provee a la familia. No tiene pasaporte para cruzar la frontera. Podría solicitar uno, pero no lo hará. El problema no es tanto que no trabaje, sino que a veces me insulta y me golpea. Lo dejaré cuando mis hijas sean mayores. “La mayor parte de los productos transportados por las mujeres proceden de almacenes ilegales”

Asma camina lentamente, apoyándose en una muleta, pasando por los almacenes de la zona industrial de Ceuta. Ella cojea debido a un tobillo que se le torció en una de las estampidas diarias en el lado marroquí de la frontera. “Estoy feliz hoy, porque pagan entre 25 € y 35 € por fardo, y no son demasiado pesados”, dice. Ella negocia un precio con los comerciantes y lo hace, percibo, siempre sonriendo. “Sólo en el lado marroquí de la frontera hay caos, todo está muy bien organizado aquí”.

Eso es verdad hasta cierto punto. En el lado español de la frontera, la policía estableció áreas de cola, demarcadas por cercas portátiles, y así estirar las líneas para evitar grandes multitudes. Eso no detiene por completo las estampida cuando la cola es demasiado lenta, sin embargo. Cuando eso sucede, la policía no duda en usar sus porras.

Dado que la zona industrial de Ceuta está situada en terrenos privados, la policía sólo interviene en determinadas situaciones; los dueños del almacén están obligados a contratar su propia seguridad. Los 12 guardias privados se organizan en parte a través de las asociaciones de comerciantes. Eso no es mucho teniendo en cuenta que unos 4.000 porteadores cruzan la frontera todos los días.

“La mayoría de las mercancías transportadas por las mujeres proceden de almacenes ilegales, por lo que no es justo esperar que el resto de nosotros paguemos por la seguridad privada”, insiste Alí Ayad, uno de los comerciantes.

Según el informe de la APDHA, algunos almacenes “no son más que depósitos no registrados para empresas de importación, pertenecientes a comerciantes de Casablanca, Tánger, Barcelona, Bruselas o Shanghai. Los compran a través de sus hombres de confianza para almacenar las mercancías, pero no para ningún comercio legítimo. Una vez que las mercancías están al otro lado de la frontera, seguirán su camino a través de África, sin haber pagado ninguna tarifa, sin tener que formalmente contratar a los porteadores o pagar impuestos por sus negocios.”

La APDHA insiste en la urgente necesidad de implementar medidas para proteger a las porteadoras: se debe permitir que los carros o cintas transportadoras en el cruce fronterizo lleven las mercancías; debe haber un límite de peso superior, digamos, de 20 kilos, para los fardos; y también deben construirse salas de descanso, bancos y zonas sombreadas para mejorar las condiciones de trabajo y de seguridad de las porteadoras y para satisfacer sus necesidades básicas. Por último, debe revisarse y controlarse el estatuto jurídico de los comerciantes y, sobre todo, regular el trabajo de las porteadoras, garantizando así sus derechos laborales básicos.

“He hecho todo este camino para ganar dinero; no puedo volver a casa con las manos vacías”

Cuando Asma se une a la cola para volver a Marruecos, ésta es corta y ordenada. Una hora más tarde, se ha convertido en una gran multitud. Cuando se abre la puerta, grupos de mujeres tratan de saltarse la cola; Asma se les une. “He hecho todo este camino para ganar dinero”, murmura. “No puedo volver a casa con las manos vacías.” Dos hombres discuten sobre quién es el primero. La policía grita para que todos se calmen, pero nadie está escuchando. La multitud se inquieta, hasta que se vuelve incontrolable. La policía cierra la puerta, aplastando a todos en la primera fila, mientras que los de la parte posterior continúan empujando. Asma no puede respirar y cae al suelo. El fardo se cae de su espalda y ella se tira a su lado mientras alguien llama a una ambulancia.

Ha tenido suerte hoy; sólo se ha desmayado. Mañana puede que no tenga tanta suerte mientras este comercio siga sin ser regulado.

(Fuente: Monitor de Oriente / Autor: Fernando del Berro)

Francisco Campos

Francisco Campos

Nació en Sevilla en 21 de julio de 1958. Trabaja como administrativo. Es autor del libro "La Constitución andaluza de Antequera: su importancia y actualidad" (Hojas Monfíes, 2017).

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