44º aniversario de los asesinatos de Baena, Sánchez-Bravo, García Sanz, Jon Paredes Txiki, y Otaegui. Ni olvido ni perdón

 

Al alba del 27 de septiembre de 1975, cinco jóvenes antifascistas y patriotas: Ramón García Sanz (28 años), José Humberto Baena (24 años), José Luis Sánchez-Bravo (21 años), pertenecientes los tras al FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota), y Ángel Otegui (33 años) y Jon Paredes, “Txiki” (21 años), ambos militantes de ETA político-militar (Euskadi Ta Askatasuna – Euskadi y Libertad) son asesinados por el Franquismo. Los pelotones de fusilamiento estaban formados por voluntarios de la Guardia Civil y de la Policía Nacional.

El día 26, víspera de los crímenes, Humberto Baena escribía esta carta a sus padres:

“Me ejecutarán mañana de mañana.

Quiero daros ánimos. Pensad que yo muero pero que la vida sigue.

Recuerdo que en tu última visita, papá, me habías dicho que fuese valiente, como un buen gallego. Lo he sido, te lo aseguro. Cuando me fusilen mañana pediré que no me tapen los ojos, para ver la muerte de frente.

Siento tener que dejaros. Lo siento por vosotros que sois viejos y sé que me queréis mucho, como yo os quiero. No por mí. Pero tenéis que consolaros pensando que tenéis muchos hijos, que todo el pueblo es vuestro hijo, al menos yo así os lo pido.

¿Recordáis lo que dije en el juicio? Que mi muerte sea la última que dicte un tribunal militar. Ese era mi deseo. Pero tengo la seguridad de que habrá muchos más. ¡Mala suerte!

¡Cuánto siento morir sin poder daros ni siquiera mi último abrazo! Pero no os preocupéis, cada vez que abracéis a Fernando, el niño de Mari, o a Manolo haceros a la idea de que yo continúo en ellos.

Además, yo estaré siempre con vosotros, os lo aseguro.

Una semana más y cumpliría 25 años. Muero joven pero estoy contento y convencido.

Haced todo lo posible para llevarme a Vigo. Como los nichos de la familia están ocupados, enterradme, si podéis, en el cementerio civil, al lado de la tumba de Ricardo Mella. Nada más. Un abrazo muy fuerte, el último.

Adiós papá, adiós mamá.

Vuestro hijo:

José Humberto”

Las condenas de los últimos fusilados por Franco no han sido anuladas en la democracia

“Escuché los primeros disparos y no sabía si era mi hermano Después, los segundos y los terceros. Hubo un silencio muy grande y vimos bajar riéndose a los miembros de los pelotones de fusilamiento”. Relato de Victoria Sánchez-Bravo en Hoyo de Manzanares el 27 de septiembre de 1975.

“La consulta de los más de dos mil folios de los procesos que se instruyeron contra ellos no deja lugar a la duda: fueron víctimas de un simulacro de justicia que los sentenció antes de juzgarlos”. Carlos Fonseca sentencia en su libro Mañana cuando me maten la “condena macabra” de aquellos últimos Consejos de guerra que terminaron con la vida de cinco jóvenes militantes de izquierdas. “Las pruebas fueron obtenidas mediante torturas o burdamente manipuladas y se les privó de las mínimas garantías de defensa”. Sus familias nunca han recibido ningún gesto de perdón ni de justicia por aquel crimen. Victoria Sánchez-Bravo destaca en el 44 aniversario de los asesinatos a Público que “ninguno de los gobiernos democráticos ha querido pedir disculpas ni anular esta condena”.

En el verano de 1975, había pendientes varios Consejos de Guerra y condenas a muerte en el eclipse del régimen para once militantes, dos de ellos eran mujeres. El primero se celebró en el Regimiento de Artillería de Campaña 63 de Burgos el 28 de agosto. En él fueron juzgados José Antonio Garmendia Artola y Ángel Otaegui Etxebarria, ambos de la organización ETA. Otaegui sería el único ejecutado.

En las dependencias militares de El Goloso, en la capital madrileña, se celebró los días 11 y 12 de septiembre de 1975 un Consejo de Guerra sumarísimo contra militantes del FRAP. De los tres fueron condenados a muerte; solo José Humberto Baena Alonso sería ejecutado en Hoyo de Manzanares (Madrid). Cinco días más tarde había otro Consejo de Guerra sumarísimo contra otros militantes del FRAP. Dos militantes fueron ejecutados, Ramón García Sanz y José Luis Sánchez-Bravo Solla, en Hoyo de Manzanares. El último consejo sumarísimo tuvo lugar el 19 de septiembre en el Gobierno Militar de Barcelona. En él fue juzgado y condenado a muerte Juan Paredes Manot, Txiki, de ETA.

El párroco de Hoyo de Manzanares recuerda el escenario de los tres fusilados antes de ser abatidos en aquel municipio madrileño. Fonseca recoge su testimonio y la estampa dantesca que vivió en aquellos momentos. “Además de los policías y guardias civiles que participaron en los piquetes, había otros que llegaron en autobuses para jalear las ejecuciones. Muchos estaban borrachos. Cuando fui a dar la extremaunción a uno de los fusilados, aún respiraba. El teniente que mandaba el pelotón le dio el tiro de gracia”.

Las sentencias de muerte se conocieron poco antes de las nueve de la noche del 26 de septiembre de 1975. Menos de cuarenta y ocho horas antes del fusilamiento. La noticia la daría en televisión el entonces ministro de Información y Turismo de Franco, León Herrera Esteban.

Fonseca investigador y autor del libro Mañana cuando me maten relata “la estancia de la sala de prensa del ministerio que rebosaba de periodistas españoles y corresponsales extranjeros, sin capacidad para dar cabida”. Esteban Herrera con gesto grave, tomó asiento, y comenzó a leer el “imperturbable el comunicado”. Nadie daba crédito a aquel veredicto. “Entre la confirmación o la conmutación de todas las penas, como había ocurrido en el Proceso de Burgos, el régimen optó por una solución intermedia, con la que entendía trasladaba un mensaje de firmeza en la lucha contra el terrorismo, sin renunciar a la magnanimidad”, relata Carlos Fonseca sobre lo ocurrido. De los once condenados a muerte, se salvaron dos mujeres. Concepción Tristán López y María Jesús Dasca Penelas, sobre las que pesaba una petición de pena de muerte. Las modificaron por treinta años de reclusión por estar embarazadas.

En medio de aquel juicio tuve que gritar “criminales”

Victoria Sanchez-Bravo tenía 22 años en aquella terrible fecha. Recuerda a Público las horas de espera en el juicio, la angustia y el terror que sufrió delante de aquellos jueces militares, en el momento en el que sentenciaron a su hermano José Luis Sánchez Bravo. Tenía solo 21 años de edad. “Estaba con mi madre y no se me olvida como me salió toda la angustia que tenía dentro. En medio de aquel juicio grité criminales”. Recuerda a Público como los representantes de las embajadas ni los periodistas extranjeros entendían el paripé del Consejo sin “ningún tipo de defensa particular y sin admitir pruebas” por parte de sus abogados.

La familia de Sánchez-Bravo nunca pudo dar en el juicio las pruebas por las que se podía dar a conocer que Sánchez-Bravo y su compañera estaban en Murcia el día del lugar de los hechos. “A pesar de los testigos, vecinos y el taxista que los trasladó y quería testificar para confirmarlo, los abogados no pudieron entregar ninguna prueba. No la admitían”.

Victoria recuerda como los abogados les pedían a las familiares recorrer todas las instancias posibles para pedir el indulto. “Incuso fuimos como el padre de Baena, a pedir el indulto al general de Artillería de Estado Mayor, Alfonso Armada, secretario del príncipe de España, Juan Carlos de Borbón. Armada respondería a los familiares “que la solución al problema que plantea se sale de nuestras atribuciones, por lo que nada podemos hacer para favorecerle”. El intento de apoyo por parte del Vaticano, a través del cardenal Tarancón, también fue en vano. “Fue una petición que hicimos para que la Iglesia intercediera pero solo lo hizo a través de la vía diplomática sin luchar por ninguno de los casos”, sentencia a Público.

Victoria destaca como todas las familias de los procesados han quedado en su mayoría destrozadas. En primera mano habla de su madre, de la muerte de dos de sus dos hermanos en plena caída del régimen. “Mi madre ha sufrido, algo indescriptible. Mis tres hermanos pequeños fallecieron en aquellos años. Ella solo pedía que la muerte le llegara lo antes posible”, afirma a Público. Victoria llegó incluso a hacer lo imposible como plantearse acudir ante la casa de Pilar Franco. “Allí estuvimos esperando hasta que llegó y nos atendió. Decía que estuviéramos tranquilas, que nos les iba a pasar nada. Y no hizo nada por salvarlos”.

“Que sea la última que dicte un tribunal militar”

Carlos Fonseca recuerda en su libro la lucha incansable de otros familiares como Fernando Baena que “en aquellos meses viajaba a Madrid solamente para veinte minutos escasos de contacto” con su hijo. José Humberto pudo verse con los suyos antes de la ejecución, como relata su padre en su diario personal. “Llegamos a las seis y media a la puerta de la prisión. Los funcionarios inmediatamente nos llevaron a su presencia y pudimos abrazarnos”.

La carta de despedida de José Humberto fue entregada a su familia el 30 de septiembre, tres días después del fusilamiento: “Me ejecutan mañana de mañana. Quiero daros ánimos. Pensad que yo muero, pero que la vida sigue (…) Cuando me fusilen mañana pediré que no me tapen los ojos para ver la muerte de frente. (…) ¿Recordáis lo que dije en el juicio?: “Que mi muerte sea la última que dicte un tribunal militar”. Ese era mi deseo, pero tengo la seguridad de que habrá muchos más”.

En la mañana de la ejecución Victoria Sánchez-Bravo estuvo acompañada por el abogado Fernando Salas y su familia. “Cuando salimos de la cárcel, los policías nos insultaban. A mi madre le dijeron disparates, como que su hijo era un asesino e iba a recibir su merecido”. El periodista alemán, Friedrich Kassebeer, corresponsal del Süddeutsche Zeitung estuvo en aquellos momentos en Hoyo de Manzanares. En el libro de Fonseca señala que que estaba vigilado por la Guardia Civil, que nos detuvo en dos controles para identificarnos antes de dejarnos continuar”. A pesar de que la ejecución era público, nadie podía acceder a la zona.

Flor Baena, hermana de José Humberto es la única testigo de la familia que sigue con la lucha abierta tras el fallecimiento de sus padres. “Busco justicia, no venganza. La vida no se la va a devolver nadie, pero quiero que al menos se reconozca que mi hermano fue asesinado, y no un asesino”.

En el año 2000 pudo presentar un recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional (TC) para reclamar la nulidad de la condena. Sin embargo, relata a Público como se “rechazó la pretensión alegando que la Constitución no estaba vigente cuando ocurrieron los hechos”. Recurrió en 2015 entonces al Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH). La demanda fue desestimada. Cinco años después se negaría de nuevo el requerimiento ante Comité de Derechos Humanos de la ONU. La resolución indicaba, según aclara Carlos Fonseca en su libro que “los hechos ocurrieron antes de la entrada en vigor del Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos” de este organismo.

Flor presentó el 23 de abril de 2012 una denuncia en el Juzgado número 1 de Buenos Aires y forma parte de la conocida querella argentina. A pesar de haber agotados todas las vías, continua sin perder la esperanza.

Mikel Paredes, hermano mayor de Jon Paredes Manot, Txiki, ha sido “el único familiar testigo directo de su muerte” que presenció aquel 27-S en Cerdanyola (Barcelona). “Ahora da charlas y participo en actividades en escuelas para que los más jóvenes conozcan de primera mano la devastación que produce la violencia”. Merche la prima de Ángel Otaegui, se ha convertido en la principal conocedora del caso y que transmite hoy su legado. Cuando asesinaron a su primo tenía solo doce años de edad.

Txiki y Otaegui fueron los únicos de aquellos cinco fusilados reconocidos en noviembre de 2012 por el Gobierno vasco, como víctimas de la violencia de motivación política al haberse vulnerado su derecho a un juicio justo.

El testimonio del párroco es bastante crudo y concluye cómo los familiares identificaron los cuerpos tras el asesinato. “Las familias recibieron los certificados de defunción firmados por el teniente médico. Se inscribía como causa de la muerte shock traumático, y los de inscripción en el Registro Civil y licencia para dar sepultura emitidos por el juez de paz Juan Egido”.

El fotógrafo Gustavo Catalán Deus recuerda que delante de los féretros “había militares, policías, abogados y algún familiar. La tensión era enorme”. No faltaban ni los temidos agentes de la BPS. Fonseca describe la escena. Y como “desde el famoso comisario Saturnino Yagüe a Billy el Niño vistieron corbatas de colores chillones para la ocasión”.

(Fuente: Público / Autora: María Serrano)

La memoria enterrada

Hay una pregunta que me repiten cada vez que hablo de los crímenes del franquismo: ¿Por qué no lo contasteis antes? Puede haber miles de respuestas –la de cualquiera de los que vivimos esa época– pero, a la vez, no hay repuesta válida. No lo sé. No es el miedo, eso es lo único que tengo claro. Es una mezcla de pudor, responsabilidad y resiliencia. Además, ¿a quién le podía interesar una historia concreta en el mar de historias concretas que habían acontecido? Los historiadores mencionan hechos, personajes notorios, fechas, pero no suelen referirse –ni interesarse– por personas comunes que, sin embargo, son las que hacen la historia (si es que la historia se hace y no se sufre, que es otra cuestión).

La pregunta de marras suele venir, casi siempre, de jóvenes periodistas y de jóvenes asistentes a las entrevistas y conferencias. No alcanzo a entender qué les parece tan relevante de cada una de nuestras historias para que debiera haber sido contada mucho antes. ¿Acaso no se sabía lo que había representado una dictadura? ¿Acaso se desconocía que la tortura formaba parte del régimen dictatorial de forma constante, sistemática y organizada? Bien, quizá ese es mi error. Efectivamente, parece que la mayoría de la gente desconocían y desconocen tales hechos. Y parte de la responsabilidad de esa ignorancia, además de la aplicación de la política de “amnesia, olvido y perdón” con la que los herederos franquistas intentaron tapar su pasado, se debía a nuestro silencio.

Ocurre que la memoria es selectiva, afortunadamente, y el recuerdo de los hechos traumáticos suelen ser arrinconados como forma preventiva y saludable para seguir adelante. Pero hay recuerdos que no nos pertenecen solo a nosotros, hay hechos traumáticos que hay que compartir, aventar, darles alas y que su conocimiento traspase el tiempo y el lugar y llegue a otras generaciones y a otros lugares. Así se construye la historia de un pueblo y precisamente ese es el trabajo que de forma involuntaria hemos olvidado hacer hasta hace poco y que ahora, enredados en el devenir de las luchas continuas contra este poder retrógrado, grosero y soberbio que nos ha tocado padecer se nos han pasado muchos años. Ahora es el momento. Ahora recuperamos nuestra memoria, la de cada uno, la de todas y todos.

Cada 27 de septiembre me inundan los recuerdos, los dolorosos recuerdos, de una mañana fría y soleada en la que fueron fusilados cinco jóvenes antifranquistas (¡antifranquistas! ¡NO terroristas!), militantes del FRAP y de ETA: José Luis Sánchez Bravo, Xosé Humberto Baena Alonso, Ramón García Sanz, Juan Paredes Manto y Angel Otaegui, al final de la larga, oscura e infame noche del franquismo, demasiado larga. Cinco vidas arrancadas de cuajo a sus familias, a sus mujeres, a sus amigos, a sus camaradas, a sus gentes.

Por esas fechas estaba presa en la cárcel de mujeres de Yeserías, en Madrid, y las noticias sobre la ola de indignación internacional, las manifestaciones contra las penas de muerte en España y en todo el mundo, la batalla contrarreloj para conseguir clemencia del infame dictador que estaba con un pie en la tumba, la valentía de los abogados defensores, que incluso fueron amenazados por los militares en la misma sala del juicio y cualquier otro acto de solidaridad nos iban llenando de esperanza a las reclusas. Lo que podríamos decir, agarrarse a un clavo ardiendo. Pero llegó el fatídico día del enterado del consejo de ministros y la confirmación de las penas de muerte.

Dos mujeres habían sido también procesadas en los juicios-farsa de El Goloso: María Jesús Dasca Penelas y Concepción Tristán López, militantes del FRAP. Se les pedía pena de muerte, al igual que a sus compañeros de proceso. Los abogados intentaron que no se hiciera efectiva esta petición presentando informes del ginecólogo de la cárcel, el doctor Ángel Peña, en la que se afirmaba que ambas mujeres estaban embarazadas. No es que los franquistas hubieran tenido el más mínimo reparo en asesinar a mujeres embarazadas como hicieron durante la brutal represión de la guerra y la postguerra –hay muchos ejemplos de su barbarie que ahora han podido ser conocidos–, pero en 1975, condenar a muerte a dos mujeres embarazadas se hacía impensable, al igual que el resto de las condenas. Sin embargo, ocurrió. Franco empezó matando y murió matando.

María Jesús y Concepción fueron detenidas a finales de agosto y duramente torturadas por Conesa, Billy el Niño y todos los demás esbirros de la DGS y en poco más de dos semanas, el 17 de septiembre, se había montado el consejo de guerra sumarísimo que les condenó a muerte, sin tiempo para nada, ni para sus abogados, que apenas tuvieron contacto con los procesados y que acabaron siendo expulsados de la sala de injusticia militar.

Permanecieron en celdas de incomunicación casi todo el tiempo, tan solo unos pocos días se les permitió compartir espacio con el resto de las presas políticas. Cuando salieron de las celdas llevaban la misma ropa con la que habían sido detenidas, como era habitual. Les proporcionamos ropa limpia e intentamos que se sintieran bien, en lo posible. María Jesús tenía 20 años, era de Almenara (Castellón). Había militado en la Unión Popular del Campo y era combativa y muy abierta. Huyendo de la policía, había llegado a Madrid donde continuó su militancia. Concepción tenía 21 años y había nacido en Cádiz, era enfermera y formó parte de los piquetes de sanidad en manifestaciones y acciones que pudieran entrañar riesgo de ser herido (casi todas, la policía franquista era de gatillo fácil, disparaba sin ningún aviso). Hablaba poco, pero su mirada lo decía todo.

Las dos fallecieron jóvenes, demasiado pronto, con apenas cincuenta años, sin poder acceder a la merecida justicia y reparación. Una deuda con ellas que todavía está pendiente.

Las compañeras de José Luis Sánchez Bravo y de Xosé Humberto Baena Alonso también eran militantes del FRAP y estaban presas en la cárcel de Yeserías. Ante la inminencia de los fusilamientos solicitaron permiso para poder estar con ellos en su última noche. Sólo lo obtuvo una, Silvia, porque estaba “legalmente” casada. La otra no tenía ese requisito. Como se solía decir en los partes policiales que publicaba la prensa, vivía “amancebada”. Otra forma de humillación añadida.

Las dos mujeres habían sido valientes, muy valientes. Silvia Carretero, había intentado huir a Portugal y fue interceptada por la guardia civil en un pueblo de la frontera con Extremadura. En la casa cuartel de Badajoz recibió el trato habitual: bofetadas, golpes, amenazas, continuamente esposada,… lo normal para ellos, a pesar de que les advirtió de que estaba embarazada de cuatro meses. En un descuido, huyó del cuartel y cogió un taxi hacia Madrid. Fue de nuevo interceptada a medio camino y devuelta a Badajoz. Ante las amenazas de volver a sufrir torturas decidió decir quién era y se hizo cargo de ella la policía política de Madrid. En unos días entró en la cárcel de Yeserías, extremadamente delgada, cansada y dolorida. La noche previa a los fusilamientos pudo ir a Carabanchel, aunque sin poder estar a solas con su marido, sin compartir espacio, abrazándole solo a través de las rejas. Hablaron, rieron, cantaron, se emocionaron. Él le pidió que su hijo llevara el nombre de los tres militantes. A primeros de noviembre fue puesta en libertad, gracias también a la presión del ginecólogo Ángel Sopeña y poco después escapó a Francia donde dio a luz a una niña a la que puso los nombres de Luisa Humberta Ramona, en homenaje a su padre y a sus compañeros fusilados. Silvia se adhirió a la querella argentina contra los crímenes del franquismo para obtener justicia. Sigue esperando.

Maruxa era una mujer alegre, una gallega de lujo, graciosa y chispeante que había conocido a su compañero, Xosé Humberto, un hombre amable, sensible y cariñoso y estaban muy enamorados. Huyeron de su ciudad en cuanto pudieron, porque allí corrían peligro, y vinieron a Madrid donde continuaron con su militancia. En mayo de 1975, Maruxa fue detenida en una acción y llevada a la DGS donde no dijo nada, a pesar de las torturas. Fue conducida a Yeserías y allí se encontraba cuando detuvieron a su compañero, dos meses después.

La policía gozaba de absoluta libertad para torturar a los detenidos, tan solo debía “respetar” algunas mínimas reglas como la duración de la detención (72 horas), reconocimiento médico de los detenidos (¿y el juramento de Hipócrates de esos “médicos” que ejercían en la DGS y las cárceles y que nunca denunciaron lo que vieron?), y poco más. Pues bien, estas mínimas garantías saltaban por los aires cuando a los Conesa, los Yagüe o los Billy el Niño les parecía. Pero había un problema, no podían entrar en la cárcel a “interrogar” a ningún preso, así que inventaron un truco legal: el juez concedía la libertad condicional al recluso y la policía le esperaba a la salida de la cárcel y le llevaba de nuevo a la DGS. A esto se le llamaba “excarcelación”. Justo lo que hicieron a esta luchadora. De nuevo en la DGS fue torturada para que reconociera su relación con su compañero a lo que se negó. Volvió a la cárcel y allí aguardó los acontecimientos.

La noche del 26 al 27 de septiembre fue terrible, el dolor, la angustia, la impotencia impidieron el descanso a todas, pero a ella todavía más. Los golpes recibidos y el profundo dolor de la pérdida de su compañero le pasaron factura y comenzó a encontrarse cada vez peor. Tuvimos que realizar muchas quejas, plantes y discusiones con el médico de la cárcel y la dirección del centro, para que al fin fuera trasladada al hospital penitenciario de Carabanchel y atendidas sus dolencias. Tiempo después recibió la libertad condicional. Esa vez sí fue real, esa vez no le esperaba la policía. Apenas he vuelto a saber de ella, mi deseo es que la vida le haya compensado de alguna forma.

Cada 27 de septiembre vuelve el recuerdo de aquellos jóvenes entusiastas que luchaban por el fin de la dictadura y fueron asesinados por ello y de aquellas mujeres valientes que arriesgaron todo para acabar con esa lacra de la historia de nuestro pueblo.

Merecen ser conocidas, merecen ser recordadas.

(Fuente: La Haine Lo Que Somos / Autora: Rosa María García Alcón)

Francisco Campos

Francisco Campos

Nació en Sevilla en 21 de julio de 1958. Trabaja como administrativo. Es autor del libro "La Constitución andaluza de Antequera: su importancia y actualidad" (Hojas Monfíes, 2017).

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