Uno de los migrantes encarcelado en Málaga: “En Archidona teníamos mucho miedo a la Policía, pensábamos que nos podían matar”
Mourad (nombre ficticio) pasó en la cárcel-CIE de Archidona los 52 días que duró el fatal experimento de Zoido. Antes de instalarse en Villareal, en un piso para solicitantes de asilo, relata a ‘Público’ el “horror” que vivió allí dentro tras llegar en patera de Argelia a Cartagena y sus dudas sobre el suicidio de uno de los internos, Mohamed Bouderbala.
No se llama Mourad, pero es el nombre que ha elegido para contar su historia. Hace poco más de una semana salió del Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Aluche, en Madrid, con la ropa que llevaba puesta, un teléfono móvil y la tarjeta roja que le permitirá estar en España durante seis meses. Esa tarjeta significa que su solicitud de asilo se está tramitando, aunque no alberga muchas esperanzas de que se le conceda. Mientras la burocracia sigue su interminable curso, espera encontrar un empleo en Villarreal, a donde irá inmediatamente al terminar esta entrevista. Allí le espera un piso de acogida para solicitantes de asilo.
Sólo esto y la ayuda que le han prestado personas y organizaciones de Madrid, como SOS Racismo, le han permitido pasar la oscura página de su vida que el ministro Zoido escribió en Archidona. Pasó 52 días encerrado en esa cárcel de Málaga sin cometer ningún delito. Es uno de los casi 600 migrantes argelinos que han malvivido en este CIE improvisado por Interior ante una oleada de pateras el pasado noviembre. De hecho, él fue uno de los que estrenó el centro penitenciario, que seguía vacío porque aún no estaba del todo preparado para albergar reclusos. Pero Mourad no era un delincuente para las autoridades españolas. Simplemente era un inmigrante irregular, un harraga, como se conoce en Argelia a quienes viajan de forma clandestina a la supuesta Europa de las oportunidades.
“Vine en patera desde Argelia por 500 euros”
“Vine en patera desde Argelia por 500 euros. Sé que no es la mejor decisión, que no es legal, pero es la única forma que tengo que intentar ganarme la vida”, explica el joven de 27 años. Sólo quiere trabajar, ganar algo de dinero, formar una familia y ayudar a su madre y sus tres hermanas pequeñas que ha dejado allí. “Soy el mayor y el cabeza de familia, tengo que ayudarlas porque dependen de mí. Mi padre vino en patera a España hace diez años y no sabemos si llegó, si está vivo o si está muerto. Sobre mí cae toda la responsabilidad de la familia”, se justifica.
Le habría gustado venir de otro modo. Ir en avión directamente a Francia, donde tiene familia lejana y donde domina un poco el idioma. Habría preferido escapar de forma legal del paro juvenil, de la crisis económica y de las escasas perspectivas de cambio que hoy por hoy hay en su país, rico en recursos energéticos y donde la caída de precios del petróleo está causando estragos.
Las razones de su éxodo no son muy diferentes de la de cientos de miles de jóvenes españoles que han emigrado a Londres o Berlín ante la falta de futuro en España. Algunos les llaman “exiliados económicos”, pero ninguno de ellos ha tenido que irse en patera. Les ha bastado con enseñar su DNI, comprar el billete de avión y probar fortuna, pero la vida no es tan fácil en la parte del mundo en la que le tocó nacer a Mourad. “He pedido el visado decenas de veces para buscar trabajo en Europa pero nunca me lo han dado. Me he tenido que jugar la vida en un viaje de 24 horas en patera con otras 60 personas, todas de mi misma ciudad”, relata. Es de Mostaganem, una pequeña localidad costera de poco más de 150.000 habitantes, cercana a Marruecos y punto habitual de salida para desesperados como él. Algunos apenas navegan unas pocas millas hasta que son interceptados por la policía argelina. “Hay mucha vigilancia. Esta era la cuarta vez que lo intentaba”, afirma.
Cuarto intento: de Argelia a la cárcel Archidona
El primer intento fue en 2005 y duró pocas horas. El segundo fue en 2014. Llegó a España, pero fue internado en el CIE de Murcia. Un mes después, volvió a la casilla de salida. La siguiente tampoco tuvo éxito y la última, el pasado noviembre, le llevó al lugar “en el que más miedo he pasado en mi vida”: Archidona.
Su patera fue la última en llegar a España de aquella gran oleada. Fueron “rescatados” por Salvamento Marítimo entre Cartagena y Torrevieja. Dos días después, un juez dijo que su siguiente destino era la cárcel. “Nos dijeron que era un centro como el de Murcia, mejor que el de Murcia, que era mejor ir allí que esperar en comisaría, pero cuando lo vimos desde fuera nos entró el pánico. Era una cárcel y nosotros no éramos delincuentes. No sabíamos qué iba a pasar con nosotros”, relata. Fue de los primeros en entrar y de los últimos en salir, y en 52 días apenas pudo sentirse tranquilo. Nunca olvidará la impresión que tuvo al cruzar la puerta. “No había traductores, no podíamos preguntar nada. Sólo había muchos policías con porras y escudos en las manos, con botas, armadura y cascos. Todo el tiempo así. Estábamos aterrorizados”, recuerda el joven.
Los primeros días fueron los peores. “Sólo había un médico y para que te atendiera tenías estar muy grave. Algunos compañeros llegaron enfermos y por la falta de atención, el frío y el hambre que pasamos en Archidona empeoraron mucho”, asegura. “Los diez primeros días sólo nos daban comida fría, muy poca. No nos dieron ropa hasta más de una semana después. Estábamos con la misma ropa que teníamos en la patera y pasamos mucho frío dentro y en el patio de cárcel”, describe.
“Lo peor eran los policías”
“Lo peor eran los policías. No hablaban, sólo nos gritaban. Nos trataban muy mal y no entendíamos nada. Pensarían que éramos criminales, pero nosotros no teníamos armas, no éramos violentos”, dice.
A los pocos días, Mourad y sus compañeros empezaron a protestar. Desde las ventanas de la cárcel caían sábanas y otros objetos. Se escuchaban gritos de “libertad” y los familiares de algunos de los internos comenzaban a llegar a las inmediaciones de la cárcel, algunos desde Francia, para tener alguna noticia de sus seres queridos. “Sí, protestábamos porque no queríamos estar allí, porque no habíamos hecho nada malo y, sobre todo, porque no había otra cosa que hacer allí dentro”, resume.
La respuesta policial siempre fue violenta, dice. “Desde el primer día. Nos trataban con mucha violencia, nos pegaban con las porras, nos tiraban al suelo. Yo he tenido suerte y nunca me pegaron, pero he visto cómo pegaban a muchos compañeros. Y cuando no te pegaban hacían cosas peores. Cosas inhumanas, humillantes, te quitaban toda la dignidad. Nos veían como animales, nunca sentí que me vieran como una persona”, recuerda Mourad.
El día después de una de estas protestas, siempre por el frío o por la falta de comida, aparecía muerto en una celda Mohamed Bouderbala, uno de los internos, de 36 años. “Nunca hablé con él, yo estaba en el módulo 3 y él en el 4, pero los que estaban en su módulo han contado muchas cosas”. Según el juez y la Policía, Mohamed se suicidó con una sábana tras 18 horas en una celda aislado. Según el ministro de Interior, él era uno de los “cabecillas” y “alborotadores” de la protesta que precedió a su suicidio. Mourad afirma que los policías agarraron y golpearon a cinco personas que protestaban por la falta de comida. “Les pegaron más fuerte que al resto, les desnudaron de cintura para arriba y los sacaron al patio. Los tuvieron allí bastante tiempo, sin comer y muertos de frío. Después los subieron a las celdas y los encerraron por separado. Mohamed era uno de ellos”, detalla Mourad.
“¿Suicidarse? No lo sé. Archidona está construida para que sea imposible ahorcarse. La celda mide 1,80 metros de alto. Creo que si fuera fácil se habría suicidado más gente. Según me contó uno de los internos de su módulo y según cuentan los otros cuatro chicos que fueron aislados, cuando todo el mundo se fue a dormir, los policías entraban de cinco en cinco en sus celdas. Dicen que les golpeaban en la habitación”, relata.
“La gente notaba cosas raras esa noche”
“La gente notaba cosas raras esa noche. Había mucha policía a las cuatro de la madrugada y eso no era normal. A los ocho de la mañana se abrían las puertas de las celdas, pero la de Mohamed no se abrió hasta más tarde. El chico que estaba en la celda de enfrente vio a Mohamed tumbado en el suelo, boca arriba y con sangre saliendo de su oreja. Creen que los policías le pegaron en la cabeza y por eso tenía sangre. Yo no vi nada, pero es lo que contaba la gente del módulo 4. El chico que lo vio pensó que estaba vivo. Después nos enteramos de que había muerto. Si al principio teníamos miedo de la Policía, después de la muerte era auténtico horror. Muchos pensábamos que podían hacernos lo mismo, que nos podían matar”, relata.
El caso de Mohamed está archivado y sobreseído provisionalmente. El juez sólo necesitó seis días para cerrarlo. Para ello, se basó en el extenso informe policial, en el informe preliminar del forense (más de un mes después sigue sin conocerse la autopsia completa) que certifica que murió por ahorcamiento, y las grabaciones de las cámaras de seguridad de esa noche, que, al parecer, no muestran que nadie entrara ni saliera del módulo ni de la celda de Mohamed entre las entre las 15.27 y las 9.25 horas del día de los hechos. El juez no ha querido escuchar a posibles testigos. De hecho, la mayoría de los que pudieron ver u oír algo aquella noche están lejos de España. Algunos, de deportados a Argelia; otros ya están en Francia.
“En Archidona he vivido lo peor. El horror, el miedo a la Policía. Me ha afectado mucho psicológicamente, pero cuando salí en libertad en Madrid me he encontrado con gente que, sin conocerme de nada, me ha abierto las puertas de su casa. Intentaré quedarme sólo con esta última parte”, opina Mourad.
(Fuente: Público / Autor: Jairo Vargas)
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