¿Por qué la RAE no va a cambiar las palabras que siguen ofendiendo a las mujeres?

“Es una evidencia irrefutable que han existido, existen y existirán mensajes sexistas e incluso textos y géneros claramente misóginos. Pero esa misoginia no es propiedad de la lengua, sino de los usos de la misma. […] La Real Academia Española (RAE) está trabajando para la feminización de la lengua y la eliminación de lo excesivo”. El empeño de Santiago Muñoz Casado, presidente de la RAE, por rechazar de esta forma, en una reciente rueda de prensa, la acusación de machismo que su institución soporta de quienes defienden un lenguaje inclusivo choca de nuevo con contradicciones difíciles de entender.

El diccionario continúa recogiendo términos con acepciones que denigran a la mujer. ¿Por qué? Según la RAE, simplemente porque se utilizan: el cambio debe producirse en la sociedad antes que en los salones de la institución, dicen. Pero de esa forma renuncia a una parte esencial del poder de la palabra, porque el lenguaje no solo describe realidades, sino que también las crea.

Los académicos explican sus esfuerzos de feminización con algunos cambios en términos como ‘costurero’, antes un instrumento del que solo se servía la mujer; o en ‘callo’, que ya no solo hace referencia a la mujer fea, sino a cualquier persona poco agraciada. Es cierto que incorpora en el significado de algunas palabras la consideración de ser despectivas o discriminatorias, pero el empeño sigue siendo insuficiente.

Abramos el diccionario por la c y busquemos la definición de ‘cocinillas’:

1. m. coloq. Esp. Hombre que se entromete en las tareas domésticas, especialmente en las de cocina.

2. m. y f. coloq. Esp. Persona aficionada a cocinar. U. t. c. adj.

Según la primera acepción, los trabajos del hogar no son los adecuados para la condición masculina. Vayamos a otro término, ‘putón’:

Del aum. de puta. 1. m. malson. Esp. Mujer de comportamiento promiscuo y de indumentaria zafiamente provocativa.

¿De verdad la Real Academia aún considera que existen indumentarias provocativas utilizadas por mujeres que van pidiendo sexo? Suena a invitación para el acoso y parece juzgar lo zafio y lo provocativo solo como atributos femeninos.

Ese perverso vínculo es el que parece mantener el término de ‘mujer pública’ como sinónimo de prostituta, mientras que los hombres públicos son notorios ejemplos de hombría. El género transforma los conceptos para a menudo mostrar menosprecio hacia la mujer. La palabra ‘asistente’ unifica los sexos en una primera acepción: persona que realiza labores de asistencia. Sin embargo, en su décima entrada, el diccionario emplea el femenino, ‘asistenta’, para referirse a las personas que realizan tareas domésticas. Con ‘gobernante’ hay una distinción de género desde su génesis: el masculino designa a quien gobierna; el femenino, a las empleadas que limpian en los hoteles.

La identificación de la mujer con el mundo animal también continúa creando un bestiario denigrante: zorra, loba y cerda figuran como sinónimos de puta o promiscua. Un gallo demuestra valor, un gallina describe a cualquier cobarde. Son muchas las palabras que convierten el femenino en la explicación de un comportamiento reprobable: ‘bruja’ es una mujer repulsiva o malvada; las ‘sargentas’, individuas corpulentas, hombrunas o de dura condición.

Podría pensarse que excluir algunos de esos términos del diccionario ayudaría a convertirlos en conceptos tan trasnochados como los comportamientos que los crearon. Por tanto, ¿cuál debería ser el papel de la RAE en ese proceso de cambio? El debate está abierto, pero para abordarlo convendría recordar unas palabras (poderosas) de George Orwell: “Si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper el pensamiento”.

Por Hugo de Lucas.

Fuente: El Mundo.

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