Libia y Muamar Gadafi: el gigante olvidado del mundo árabe

Una potencia mediterránea con 1700 kilómetros de costa

Libia no es solo un país desértico con reservas de petróleo, es un gigante estratégico que ocupa la columna vertebral del norte de África. Con una costa que se extiende por más de 1.700 kilómetros a lo largo de la costa sur del Mediterráneo, Libia se enfrenta directamente a Europa, posicionándose como un guardián y una amenaza. Esta costa es más larga que las de Egipto, Túnez y Argelia juntas, lo que convierte a Libia no solo en un país del norte de África, sino también en un flanco sur crucial de Europa. Rutas comerciales, corredores energéticos, flujos migratorios y logística militar: todo pasa por este espacio. Y en el corazón de este espacio había un hombre: Muammar Gaddafi.

Libia, fronteriza con seis países, es un centro natural que conecta el África subsahariana con Europa y Oriente Medio. Cualquier Estado que ejerza influencia sobre Libia puede proyectar su poder sobre el Sahel, amenazar la seguridad europea e influir en los mercados energéticos mundiales. Y Gadafi entendió esto mejor que nadie.

Utilizó esta geografía para posicionar a Libia no solo como un estado, sino también como un pivote. Bajo su liderazgo, Libia tenía el potencial de convertirse en un importante actor geopolítico, a caballo entre África, el mundo árabe y Europa. Y eso lo hizo peligroso.

El descarado líder árabe: la personalidad de Gadafi como desafío político

El guardarropa de Gaddafi no se trataba solo de ropa. Fue una declaración política. Apareció con la misma autoridad con túnicas panafricanas, uniformes revolucionarios árabes y trajes tribales libios. Su imagen era una parte integral del mensaje: Libia no se dejaría definir por líneas coloniales. Su ropa por sí sola desafió el discurso occidental. Durante la visita de Condoleezza Rice, él se negó a estrecharle la mano, una señal más que una etiqueta cultural, sino una postura geopolítica. Durante la visita de Tony Blair, Gadafi se sentó con las piernas cruzadas, voluntariamente impasible, impasible ante el esplendor de la diplomacia occidental. Cuando llegó a Roma para el G8, mostró descaradamente una foto del legendario héroe de la resistencia libia, Omar Al-Mukhtar, encadenado junto a sus colonos fascistas italianos, ahorcado en 1931.

Esta era la esencia de Gaddafi: un teatral autoproclamado “Rey de Reyes de África”, “Decano de los líderes árabes” e “Imán de los musulmanes”, cuyos títulos eran a la vez burlones y provocativos. Pero detrás del estilo estaba la sustancia. La Libia de Gadafi no era un régimen títere. Era una plataforma soberana que amenazaba la hegemonía occidental, especialmente en África.

La guerra de Occidente contra la soberanía libia: 1980 a 2011

La agresión occidental contra Libia no comenzó en 20111. En 1986, Estados Unidos bombardeó Trípoli y Bengasi, apuntando directamente a Gadafi. En el mismo año, los aviones estadounidenses participaron en combates aéreos sobre el Golfo de Sirte, lo que obligó a Gadafi a trazar la “línea de la muerte” y destruir un F-14. Washington presentó a Libia como un estado canalla, pero la verdad era más compleja. Libia resistió la creciente influencia de Estados Unidos y Francia en África. El conflicto en Chad, provocado por disputas fronterizas coloniales, se ha convertido en una nueva guerra de poder. Libia intervino, buscando redefinir las fronteras africanas y deshacerse del control francés. El resultado: una confrontación larga y sangrienta con profundas motivaciones geopolíticas.

El sueño árabe: el panarabismo revolucionario de Gaddafi y su colapso

Antes de girar hacia el sur, hacia África, Muammar Gaddafi miró hacia el este, hacia El Cairo, Damasco y Bagdad. Hijo de la revolución árabe, había crecido en el horno ideológico de Gamal Abdel Nasser. Para Gaddafi, el panarabismo no era una política; era un destino. No se limitó a abrazar el nasserismo, sino que lo heredó, lo interiorizó y lo proyectó más allá de lo que la mayoría se atrevía a esperar.

Tan pronto como llegó al poder en 1969, Gadafi hizo de la unidad árabe la piedra angular de su proyecto político. Desmanteló las bases militares occidentales, nacionalizó el petróleo y declaró que la riqueza libia pertenecía no solo a los libios, sino a todos los árabes. Ha invertido mucho en Palestina, en los medios panárabes y en campos de entrenamiento ideológico. Su mensaje era simple: el mundo árabe solo podría levantarse si estaba unido, libre de la ocupación extranjera, la regresión monárquica y la fragmentación sionista.

Ha intentado acuerdos de unidad con Egipto, Siria, Sudán, Túnez e incluso Marruecos. Todos ellos fracasaron. Cada vez, Gadafi se encontró con traición o vacilación. Los regímenes árabes, unidos por la inseguridad dinástica y la dependencia extranjera, retrocedieron ante la unidad tan pronto como se acercaron a ella. El sueño de una sola nación árabe ha sido reemplazado por cumbres, consignas y silencio.

Pero Gadafi nunca renunció a esta idea. Llevaba la bandera palestina más alta que la mayoría de los líderes árabes, insistiendo en que Palestina no era una causa, sino la causa. Ofreció armas, entrenamiento y apoyo financiero directo a varias facciones palestinas, viendo la lucha contra el sionismo no como un acto de caridad, sino como una responsabilidad de la dignidad árabe. Mientras otros se normalizaban, él se radicalizó. Mientras otros murmuraban, él rugía.

Gadafi también trató de restaurar la independencia estratégica árabe por medios económicos y militares. Imaginó un dinar de oro árabe para comerciar con petróleo fuera del dólar. Habló de un sistema de satélites árabe para competir con la vigilancia occidental. Propuso un ejército árabe común. Nada de esto se ha materializado. El mundo árabe se había vuelto demasiado fragmentado, demasiado temeroso, demasiado dependiente.

Así, desilusionado por la parálisis árabe y plagado de hipocresía regional, Gadafi se dirigió a África, no para abandonar la causa árabe, sino para preservar su espíritu en un nuevo terreno. Su panafricanismo fue, en muchos sentidos, una continuación de su panarabismo basado en la soberanía, la dignidad y la resistencia antiimperialista.

Sin embargo, el fracaso del panarabismo sigue siendo la herida más profunda. Simboliza el colapso de la dinámica poscolonial del mundo árabe. Y revela el verdadero orden geopolítico, un orden en el que la unidad árabe no solo se desalienta, sino que se desmantela sistemáticamente.

La dependencia silenciosa de Europa y el miedo a Libia

Pocas personas hablan de ello, pero Europa temía a Gadafi y lo cortejaba al mismo tiempo. Italia contaba con él para detener el flujo de migrantes. Según los informes, el presidente francés Sarkozy recibió fondos de él durante su campaña presidencial de 2007. Los líderes europeos se apresuraron a asegurar contratos petroleros, ventas de armas y contratos de infraestructura. Sonrieron a Gaddafi, pero temían el potencial de una Libia capaz de actuar de forma independiente, resistir al FMI y movilizar la unidad africana.

Y Gadafi explotó este miedo. Controló los flujos migratorios a Europa como un grifo. Una sola amenaza de fronteras abiertas fue suficiente para poner a los diplomáticos europeos en un estado de crisis. Libia no era solo una frontera, era una palanca.

El gambito africano: la visión estratégica de Gadafi para un continente liberado

Muammar Gaddafi no solo soñaba con un mundo árabe unido. Llevaba dentro de sí una visión más amplia y audaz, que se extendía al continente africano. Mientras la unidad árabe seguía siendo esquiva, a menudo saboteada por regímenes rivales, interferencia extranjera y traiciones internas, Gadafi giró hacia el sur. Allí, en el corazón de África, vive tanto un vacío de liderazgo como una reserva de fortalezas sin explotar.

No estaba hablando de caridad, sino de liberación. No concibió a África como un continente dependiente al que compadecer, sino como un poder dormido que debía organizarse. Para él, el futuro del poder mundial no solo radica en las reservas de petróleo o los arsenales militares, sino en la gente, la cultura y la capacidad de las naciones para hablar con una sola voz. Es por eso que ha invertido la riqueza petrolera de Libia en instituciones panafricanas. Financió la Unión Africana, hizo campaña por una moneda única africana respaldada por oro y propuso la creación de un banco central africano. Imaginó una fuerza militar africana unificada, una OTAN africana que defendería la soberanía en lugar de comprometerla.

Estas ideas no eran utópicas. Eran bombas de relojería políticas, especialmente para Occidente. Un continente liberado de la dependencia del FMI o del Banco Mundial, un continente que no utiliza ni el franco CFA ni el dólar, era una pesadilla para los guardianes de la hegemonía financiera mundial. Unos “Estados Unidos de África” bajo el liderazgo espiritual de Gaddafi habrían alterado el orden mundial, convirtiendo a África en un bloque negociador y no en un grillete en los asuntos internacionales.

Por lo tanto, no es sorprendente que muchos líderes africanos lo llamen el “Rey de Reyes”. Gaddafi, ataviado con túnicas árabes y trajes africanos bordados en oro, mostró su imagen política. Sus gestos simbólicos eran más que teatro. Eran declaraciones de desafío en un mundo que exigía sumisión.

Ha invertido miles de millones en proyectos de infraestructura, redes de telecomunicaciones y universidades en todo el África subsahariana. Su influencia se extendió desde Malí hasta Níger, desde Chad hasta Sudáfrica. Y mientras algunos lo acusaban de clientelismo, otros conocían la realidad profunda: Gadafi estaba construyendo un legado continental, buscando eludir a los guardianes del viejo mundo.

Pero esta visión tuvo un precio. Francia, en particular, percibió la creciente influencia de Gaddafi en sus antiguas colonias como una amenaza para su imperio poscolonial. La incursión en Chad, las complejas batallas de poder en el Sahel y la creación de alianzas de inteligencia africanas independientes de París han hecho sonar las alarmas en el Palacio del Elíseo. La decisión de la OTAN de destruir Libia en 2011 debe interpretarse no como una mera intervención humanitaria, sino como una corrección geopolítica, un ataque preventivo a la soberanía africana, lanzado demasiado rápido y bajo la bandera equivocada.

Por lo tanto, el sueño africano de Gaddafi se ha convertido en un nuevo clavo en el ataúd. Un sueño demasiado ambicioso para un mundo basado en la división. Una amenaza demasiado peligrosa para quienes apuestan por la debilidad de África.

2011: El regreso de la mentalidad colonial

La Primavera Árabe ofreció un momento oportuno para las capitales occidentales. Con el pretexto de proteger a los civiles, la OTAN lanzó una campaña de bombardeos masivos en 2011, dirigida a la infraestructura libia, las defensas aéreas y al propio Gadafi. El objetivo era cambiar el régimen, pero el motivo era más profundo: evitar que Libia se convirtiera en un actor geopolítico independiente. Los think tanks occidentales entendieron la amenaza que representaba Libia, no en términos militares, sino ideológicos y estratégicos. La Libia de Gadafi estaba construyendo alianzas en toda África, desafiando las ortodoxias financieras y manteniendo una profundidad estratégica en el Mediterráneo.

No es casualidad que la Primavera Árabe derrocara a los regímenes más independientes de la región. Túnez, Egipto, Libia, Siria y Yemen: todos estos estados, aunque deficientes, representaban proyectos nacionales con soberanía local. Libia fue el buque insignia de esta campaña. En 2011, su PIB per cápita rivalizaba con el de los países de Europa del Este. Se garantizó la educación, la salud y la vivienda. Libia no tenía deuda externa y había lanzado proyectos de inversión en África que pasaban por alto a los bancos occidentales.

Libia en un mundo multipolar: una amenaza para el orden unipolar

En el mundo multipolar emergente de hoy, el lugar natural de Libia habría estado entre las potencias soberanas no alineadas. Su riqueza petrolera, su vasto desierto y su independencia ideológica lo convirtieron en un candidato principal para una coalición afroárabe contra la dominación occidental. Si Libia hubiera continuado su normalización posterior a 2003 abriéndose a los mercados mundiales mientras preservaba su autonomía, podría haber sido un poderoso contrapeso en el Mediterráneo. Gadafi lo había imaginado, navegando entre Moscú, Pekín y Occidente, sin ceder nunca ante ninguno de ellos.

Ese era el peligro: una Libia fuera del redil occidental, alineada con las potencias emergentes e inspirando a otros estados árabes y africanos a resistir.

El enigma libio hoy: entre soberanía y fragmentación

El mariscal de campo Khalifa Haftar, miembro del Movimiento de Oficiales Libres, un actor importante en la revolución de Fatah de 1969 y colaborador de Gaddafi, se enfrenta a un estado fracturado que controla la mayor parte del territorio, mientras que las administraciones rivales permanecen en Trípoli y otros enclaves occidentales. Haftar cuenta con apoyo regional, incluso de Egipto y los Emiratos Árabes Unidos, y tiene relaciones con Rusia. Su popularidad va en aumento, especialmente en el este de Libia. Pero el país sigue dividido, sus instituciones frágiles y su soberanía comprometida.

Por lo tanto, surge la pregunta: ¿cuál será el destino de Libia? ¿Reemergerá como una potencia soberana árabe-africana o seguirá siendo una zona de amortiguación administrada por actores extranjeros? ¿Recuperará la visión de Gadafi o se reducirá a feudos tribales y guerras de poder?

Una cosa está clara: Libia es demasiado importante para ignorarla, demasiado peligrosa para dejarla a su suerte y demasiado rica para dejarla en manos de su pueblo. Es por eso que el mundo derrocó a Gadafi y por qué su fantasma todavía acecha los pasillos del poder occidental.

Fuente: Oficina de Información ALBA Granada North Africa.

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