Gran Bretaña: La propuesta de pacto de salida con la UE de Theresa May fracasa, su gobierno sobrevive, y el Brexit sigue siendo un enigma
Dos días para la historia parlamentaria y política británica; dos días en los que no se ha decidido nada, pero se han aprendido muchas cosas. El 15 de enero, tras las presiones de la oposición, el gobierno May se vio obligado por la oposición a presentar su propuesta para el Brexit. El 16 de enero, al perder estrepitosamente, se enfrentó a una moción de censura; que sí consiguió sobrevivir.
A partir de esta derrota, aumenta la posibilidad de un segundo referéndum, después de que varios diputados laboristas hayan defendido, antes y durante la moción, que la segunda consulta era un paso consecuente si no se lograba la salida de May de Westminster y la convocatoria de elecciones.
La propuesta del 15 de enero, dos años y medio después del referéndum del Brexit, no satisfacía a nadie. Más que los arreglos sobre la “multa” debida a Bruselas y la libre circulación de trabajadores; la cuestión de la frontera norirlandesa hacía imposible un acuerdo. Irlanda del Norte, como parte de Reino Unido, se vería obligada a levantar una frontera con la República Irlandesa. Algo intolerable para esta última, una postura que los países de la Unión en pleno han defendido.
Sin embargo, Londres se negaba a que esta parte integral del país recibiese un trato distinto: concretamente, el partido unionista DUP que sostiene al gobierno. A su parecer, esto solo aceraba más al Ulster a los brazos de la reunificación.
Los negociadores de la Unión Europea ofrecieron un compromiso: que May introdujese un seguro en el acuerdo; por el cual Reino Unido en su conjunto seguiría dentro del Mercado Único y la Unión Aduanera mientras no se encontrase una solución que implicase una frontera “suave” entre ambas Irlandas. Algo intolerable para el sustancial número de brexiters con los que el gobierno contaba para aprobar el acuerdo del Brexit.
Y, como era de esperar, el acuerdo perdió. Perdió en la mayor derrota para un gobierno en la historia de Westminster: 432 votos a 202. Corbyn, el líder de oposición laborista, planteó una moción de censura al día siguiente; que, quizás paradójicamente para algunos, ha perdido. Por 19 votos: 325 a 306.
¿Cómo entender esta aparente contradicción? Todo radica en cómo el Partido Conservador británico y el establishment han trazado su estrategia para culminar la transformación que Margaret Thatcher comenzó hace cuatro décadas.
May vive. La lucha sigue
En la práctica, hay un motivo muy sencillo para que May haya sobrevivido la moción: Jeremy Corbyn es el líder de la oposición. En otras circunstancias, con un líder laborista al estilo de Tony Blair, este gobierno habría tirado la toalla hace tiempo. De hecho, la Constitución no escrita de Reino Unido establece que ya habría razones más que suficientes para cambiar el gobierno. Pero no pueden arriesgarse a que el “Gobierno en la Sombra” de Jeremy Corbyn entrase en los gabinetes de Whitehall.
Sea exageración o sea verdad, John McDonell, el lugarteniente de Corbyn, afirma que un eventual gobierno laborista llevaría a cabo la mayor transformación desde los años 40. Nacionalización de recursos estratégicos, gratuidad de la educación universitaria, banca pública, obligación a que los trabajadores se sienten en consejos de administración… sobre el papel, es cierto que estas medidas supondrían una reversión, al menos, al consenso keynesiano de después de la Segunda Guerra Mundial. Por todo ello, es natural que los mismos conservadores que defenestraron a May el día 15 la apoyasen el 16.
El problema de la configuración parlamentaria actual es que impide cualquier coalición clara en favor de una dirección u otra. Tras la derrota, May ha convocado a los líderes de todas las fuerzas políticas a reunirse con ella y elaborar otro plan que pueda satisfacer a un número suficiente de parlamentarios.
Pero, muchos se preguntarán ¿por qué no hizo esto desde el principio? Se puede ahondar mucho en la personalidad de Theresa May, pero la realidad es que esto responde a la persistencia de una estrategia “fallida” de los conservadores. Es decir, su fracaso en las elecciones de 2017 ante el inesperado empuje de Jeremy Corbyn. De haberse cumplido los pronósticos de las encuestas, May habría obtenido mayoría absoluta, con multitud de parlamentarios fieles a su proyecto.
Esto le habría permitido trabajar cómodamente durante dos años en un plan que solo respondiese a los deseos de este partido político. Es decir, asegurar un acuerdo con la Unión Europea que recortase todo lo innecesario (protecciones laborales y medioambientales) y garantizase lo esencial (patente de corso para actuar en la UE hecho a medida a la City financiera).
Alguna mente malvada pensará que tanto a Merkel como a Macron no les habría importado facilitar unas Islas Británicas todavía más comprometidas con el proyecto neoliberal. Después de todo, fue la atlantista Thatcher la que logró en los 80 cambiar el rumbo de la Unión hacia un modelo económico mucho más liberal. Pero May no obtuvo la mayoría absoluta y, como dicen los británicos, lleva dos años alentando a un caballo muerto. El problema no es el Brexit, son las élites que han perdido el control
La ambigüedad laborista
El pueblo británico demostró en 2017 tener apetito por el socialismo; o al menos, la versión corbynista del socialismo. Y, al mismo tiempo, el asediado liderazgo laborista supo mantener el control de una coalición que agrupaba clases medias remainers, excluidos brexiters y una gran masa de indecisos. De hecho, así, el Partido Laborista ha conseguido mantenerse como un ambiguo espejo en el que se reflejan todos los progresistas. Aunque es cierto que, conforme se acerca la decisión final, tendrá que posicionarse sobre la pertinencia de un segundo referéndum.
Si algo no le falta a Corbyn, es habilidad para negociar. Ahora, antes de sentarse a hablar nada con los conservadores, exige que la opción de un Brexit “duro” (es decir, sin acuerdo) esté fuera de la mesa. Esta amenaza ha sido siempre una de las grandes bazas de Theresa May: “o votáis mi acuerdo, o no hay acuerdo”. Por tanto, es tanto justo como inteligente para los laboristas y el resto de partidos en la oposición pedir que May renuncie a ella.
Resulta imposible predecir en estos momentos lo que resultará de ese hipotético debate; como mínimo, habrá que alargar el plazo de negociación para evitar que el Brexit “duro” se materialice a fuerza de cronómetro.
¿Y qué querrá el partido que empezó todo esto? No el Partido Conservador, por supuesto. Los “conservadores” en su sentido amplio, el partido que detenta el poder en las islas remontándose a varias generaciones. La alianza de capital inmobiliario y poder político que lleva gobernando Reino Unido desde los años 70 solo está de acuerdo en una cosa: un gobierno de Jeremy Corbyn sería el apocalipsis. De hecho, este revival del socialismo les ha pillado desprevenidos.
En los años 70 y 80, estas élites se encargaron de desmantelar el país y desplazar a la vieja clase de managers que se habían hecho cargo de las empresas nacionalizadas. Las nuevas (des)regulaciones permitieron tomar el control a través de las privatizaciones, para después saquear y malvender los recursos para obtener el máximo rendimiento; incluyendo despidos masivos. Lo que William Lazonick llamaría “máximización del valor del inversor”.
Todos sabemos cómo continúa la historia, porque la misma estrategia se aplicó país a país. Aceptado el consenso, el mundo caminó hacia la crisis. Y, en principio, estas élites lograron lo que necesitaban: que la masiva deuda acumulada por su mala gestión la pagaran los ciudadanos.
Pero hubo una sección que no se conformó: las viejas élites, como Jacob Rees-Mogg o Borish Johnson. Estos conservadores, con legados centenarios y una visión idealizada del pasado, pensaron que podrían empujar al país un poco más. La semilla inicial (y financiación) del proyecto Brexit, aunque después apoyado por diversos motivos, fue el deseo de aumentar la penetración del mercado en las vidas británicas.
Irónicamente, y si Corbyn juega bien sus cartas, el resultado final de este proceso podría ser un Marxista declarado al mando del Ministerio de Economía británico. En su última comparecencia antes de descansar de estos dos días de derrotas y victorias, Theresa May ha mantenido su mensaje: los partidos deben respetar la voluntad del pueblo. Pero, a estas alturas, ¿quién sabe cuál es esa voluntad? Los límites del parlamentarismo liberal se tensan más que nunca en la tierra que lo vio nacer. Veremos si el resultado de todo esto será devolver la voz a los votantes con otro referéndum.
(Fuente: El Salto / Autor: Roy William Cooby)
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