El Pueblo contra el Estado: Autonomía en Tiempos de Abandono
«La Comuna debe ser el espacio sobre el cual vamos a parir el socialismo”
Hugo Chávez
“La peor lucha es la que no se hace”
Karl Marx
En los márgenes de la tragedia, cuando el barro y el agua atenazan nuestra capacidad de reflexión y los cimientos de la sociedad moderna crujen bajo el peso de una catástrofe aún difícilmente cuantificable, emerge, imparable, la capacidad de autoorganización popular para paliar el sufrimiento de un pueblo herido. Los barrios, las comunidades y las calles valencianas se convierten hoy en un espacio de resistencia y subsistencia, reclamado y reinventado por todos aquellos que han decido actuar al margen del poder establecido por la burguesía. En estos momentos, cuando el Estado se muestra incapaz, ineficaz o sencillamente ausente, la clase obrera responde en su propio beneficio, activando un poder verdaderamente democrático, siempre latente y revolucionario. No estamos ante un fenómeno marginal, ante una excepción inusual o ante un milagro, las experiencias de autoorganización y solidaridad obrera son una realidad, una respuesta de autonomía que debe guiar la lucha de una izquierda que aspira a la auténtica transformación social. La tarea de una izquierda verdaderamente revolucionaria no es la de proteger o democratizar el Estado burgués, sino fortalecer este tipo de iniciativas populares y aprender de ellas, para lograr construir un mundo nuevo.
La subordinación de gran parte de la izquierda al parlamentarismo, como única senda factible para moldear la realidad que nos abarca, ha dejado una profunda huella en sus estrategias y prioridades. Confiando ilusamente en que las transformaciones se pueden conquistar desde los recintos legislativos burgueses, gran parte de estos organismos políticos y militancias se han distanciado de la vida cotidiana de la clase trabajadora y de las necesidades de esas comunidades. En lugar de luchar para lograr construir proyectos de autoorganización que transformen el poder desde la base, se ha apostado por una integración en las instituciones que legitiman el orden burgués, incapacitando cualquier oportunidad real de defender nuestra propia voz y soberanía como clase social. En muchos casos, la izquierda parlamentaria ha desatendido de este modo la preparación fundamental del pueblo en la senda revolucionaria: construir su autonomía, su soberanía real y, más importante aún, su capacidad para sostener un proyecto colectivo que no dependa del beneplácito de las élites y que no va a nacer espontáneamente, sin un trabajo previo de formación y organización.
El lema “Só o pobo salva ao pobo” no implica un llamado a un liberalismo extremo ni una exaltación de la autonomía individual frente al abandono estatal, como algunos interpretan, sino que nos convoca a organizarnos como clase para tomar el poder político y ser dueños de nuestro futuro. El verdadero poder popular no se construye desde la competencia individual, ni desde la autogestión limitada a salvarnos cada cual por su cuenta, sino desde una organización de clase sostenida y consciente que permita una soberanía real. No se trata de una “Doctrina de Shock” donde el abandono del Estado obliga a la gente a sobrevivir de manera aislada; se trata de forjar un proyecto colectivo que devuelva al pueblo el control de sus vidas y necesidades. Frente a cada crisis y catástrofe, la autogestión y la solidaridad que florecen no son síntomas de un individualismo radical, sino la expresión de una colectividad organizada que se prepara para desafiar y transformar el orden burgués.
Las experiencias de autoorganización que surgen en cada catástrofe revelan una verdad urgente: la autonomía no se improvisa ni surge por instinto, sino que resultan necesarias décadas de organización, aprendizaje colectivo y estrategias que requieren una preparación y dirección. No basta con esperar que el pueblo se organice en momentos de crisis, no basta con congratularnos ante la inmensa capacidad de un pueblo que se niega a perecer ante la incompetencia y la agresión de una burguesía organizada, la izquierda revolucionaria debe trabajar en la construcción de estos lazos de clase y en la propagación de una conciencia crítica que fomente una senda revolucionaria para la clase trabajadora. Se trata de una educación política y práctica que apunte a que las comunidades sean capaces de resistir y de responder con sus propios recursos y formas de poder, sin depender únicamente de la estructura estatal, especialmente en un contexto de neoliberalismo desatado, en donde el Estado responde cada vez más a los intereses del mercado y no a los de la ciudadanía.
El neoliberalismo ha moldeado al Estado a su imagen y semejanza, transformándolo de este modo en una herramienta que garantiza las ganancias del capital en lugar de responder a las necesidades de la población. Por ello, pese a conocer los riegos para la vida de los trabajadores en las horas previas a la DANA, los empresarios contaron con el beneplácito del poder político para enviarlos a la muerte. En este sentido, el camino parlamentario ha fracasado no solo en términos de resultados, sino también porque ha neutralizado las aspiraciones más profundas de emancipación popular. La resistencia y la solidaridad que surgen en tiempos de catástrofe son el ejemplo vivo de cómo las personas pueden y deben organizarse al margen de la lógica del estado burgués y las estructuras impuestas bajo la desmedida coerción de esa clase social.
En la raíz de estas acciones colectivas late precisamente una visión que desafía la visión capitalista del poder. A diferencia de las estructuras autoritarias de la burguesía, estas nuevas formas de organización no necesitan un aparato coercitivo, sino que responden a necesidades y relaciones sociales directas. Cuando el Estado falla, ya sea por desinterés, corrupción o burocracia, las comunidades responden mediante una lógica propia, construyendo sus propias estructuras, rescatando a los desaparecidos, levantando los obstáculos que bloquean sus calles, organizando comedores comunitarios improvisados. En lugar de sentarse a esperar la asistencia de un sistema que nunca llega, se crea una forma de organización que devuelve el poder a lo colectivo.
El poder popular, cuando se forja de manera sostenida y consciente, no solo desafía al Estado burgués, sino que supone a su vez una amenaza real al orden capitalista y a su hegemonía. El sueño de una sociedad libre del dominio estatal y capitalista no es una utopía ingenua, sino la culminación de un proceso de lucha organizado y consciente que debemos comenzar a construir paso a paso. En lugar de ver la organización sin Estado como una fase primitiva o espontánea, tal y como el marxismo más anquilosado y eurocéntrico ha hecho durante años, debe ser vista como una tarea urgente que requiere de un esfuerzo deliberado y sostenido. Esta posibilidad, lejos de ser un ideal romántico, se revela cada vez que la autoorganización toma el control en momentos de crisis, demostrando que el sentido de justicia y solidaridad que nace de la comunidad es más fuerte y efectivo que cualquier aparato estatal burgués, pero que solo florece cuando existe una preparación para sostenerla y fomentarla de cara a construir alternativas de futuro.
La izquierda no debe ser tutora del pueblo, sino su aliada incondicional, la principal fuerza que fomente y eduque en la construcción de una soberanía popular real. Esto implica romper con la pasividad que impone el parlamentarismo y apostar por un proyecto de educación revolucionaria, de organización popular en cada barrio y en cada comunidad, para crear el suelo fértil donde las semillas de la autonomía puedan crecer y resistir ante cualquier agresión burguesa. Debemos trabajar para lograr establecer la semilla de una sociedad distinta, en la que el Estado burgués no sea necesario porque las necesidades se satisfacen a través de una organización verdaderamente democrática y autónoma. Frente a los desastres y la crisis ecológica que avanza, la autoorganización no es solo una necesidad urgente, sino el amanecer de un mundo donde la solidaridad es la ley y el Estado burgués sea historia.
Debemos abandonar el fetichismo parlamentario y apoyar el poder popular que nace en nuestras calles, en los barrios y en la resistencia organizada, incluso en la peor de las tragedias. Solo a través de una preparación constante y una educación revolucionaria, el pueblo podrá construir su propia soberanía y defenderla, desbordando las instituciones y creando una alternativa real al neoliberalismo y a la crisis sistémica que se avecina. La solución no pasa por militarizar nuestras necesidades, ni por someternos al sainete parlamentario en el que siempre se diluyen las culpas. La autoorganización obrera no es solo una respuesta necesaria, sino la esperanza de un futuro liberado del dominio burgués.
Por Daniel Seixo.
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