Crecen las extrañas protestas de Irán: varios manifestantes muertos en un movimiento heterogéneo y sin líderes
El pasado 27 de diciembre, Irán sorprendía al mundo al anunciar que su temida “policía de la moral” (la “Gasht-e Ershad”, o “Patrulla de Guía”) ya no encarcelaría a ninguna mujer por infringir los severos códigos de vestimenta de la República Islámica, sino que simplemente se las penalizaría con la asistencia obligatoria a unas clases de reeducación. Apenas un día después, estallaban protestas en la ciudad nororiental de Mashhad, así como en otras cercanas como Neyshabur y Birjand. La razón oficial es la “mala situación económica” y los “elevados precios” de los productos de primera necesidad. Cuatro días después, las protestas se han extendido por gran parte del país, incluyendo la Universidad de Teherán, y convirtiéndose en disturbios en algunos lugares. Ayer tuvieron lugar nuevas concentraciones, especialmente en la capital.
Al menos dos manifestantes han muerto en la localidad occidental de Dorud. Estas muertes han sido reconocidas por las autoridades, que niegan, sin embargo, que se deban a la actuación de las fuerzas de seguridad. No obstante, los líderes iraníes están tratando de hilar muy fino para no perder el control de la situación. “Aquellos que dañan la propiedad pública, disturban el orden y rompen la ley deben ser responsables de su comportamiento y pagar el precio”, ha afirmado el Ministro del Interior, Abdolrahman Rahmani Fazli, en una entrevista televisiva.
En muchos casos, las concentraciones han tomado un cariz político, de rechazo al Gobierno moderado del presidente Hasan Rohaní, objeto del desagrado de muchos conservadores, pese a lo cual fue reelegido en las elecciones del pasado 19 de mayo. Pero las movilizaciones no parecen tener un liderazgo claro, o ni siquiera unos objetivos comunes. En Mashhad, los manifestantes gritaban: “¡Muerte a Rohaní!”, mientras que en otras localidades se han escuchado todo tipo de reivindicaciones, como eslóganes pidiendo la salida o la muerte del Ayatolá Supremo Alí Jameneí, e incluso cánticos a favor del Sha –derrocado por la revolución iraní de 1979-, algo inédito en el movimiento de protesta iraní, que ha dejado estupefacto a muchos observadores.
El descontento, ciertamente, es real. En un artículo titulado “Irán, el milagro que no fue”, publicado en la New York Review of Books antes de las elecciones de mayo, el escritor Christopher de Bellaigue, ex corresponsal de The Economist en Irán, advertía de que el ejecutivo de Rohaní había invertido un enorme capital político en el acuerdo nuclear de 2015, con la esperanza de que el levantamiento de las sanciones ayudase a paliar la difícil situación económica del país. Esas esperanzas, sin embargo, no se han materializado: “El milagro económico que prometió el Gobierno de Rohaní no ha ocurrido, y la sensación de anticlímax es palpable: una desilusión que se ha extendido a un desdén general por la política, los políticos, y las promesas incumplidas”, afirmaba Bellaigue.
Siete meses después, la calle parece estar dándole la razón. “Hay dificultades económicas en el país. Después del JCPOA (las siglas en inglés del Plan Exhaustivo de Acción Conjunta, como se conoce oficialmente al acuerdo nuclear), muchos iraníes tenían expectativas de que la situación económica mejorase”, coincide Mohammad Marandi, profesor de la Universidad de Teherán, en una entrevista con Al Jazeera. “Todo el mundo está harto de la situación, desde los jóvenes hasta los viejos. Cada año, miles de estudiantes se gradúan, pero no hay trabajo para ellos. Los padres están también exhaustos porque no ganan lo suficiente para proveer para sus familias”, declara un joven llamado Alí en la localidad de Rasht, al diario The Guardian.
“Ha cobrado vida propia”
No obstante, las protestas de los primeros días fueron convocadas a través de un canal secreto de la aplicación para teléfonos móviles Telegram, lo que apunta, como mínimo, a la existencia de un núcleo organizado. “La Administración del presidente Hassan Rohaní cree que sus rivales conservadores están detrás de la inestabilidad”, escribe Mohammad Ali Shabani, analista para Irán de la publicación Al Monitor, quien señala que Mashhad, el foco inicial de la rebelión, es la base del clérigo ultraconservador Ebrahim Raisi (el principal rival de Rohaní en las pasadas elecciones y, se cree, el preferido del Ayatolá Supremo Alí Jameneí) y de su suegro, el clérigo radical Ahmad Alamolhoda, que se niega a acatar la permisividad de Teherán en asuntos como la celebración de conciertos.
Todo apunta, pues, a un movimiento iniciado por los “halcones” del régimen con la esperanza de debilitar a Rohaní –que ven con gran alarma gestos como el relajamiento en el uso del velo anunciado el pasado 27 de diciembre-, pero que habría prendido espontáneamente en otros lugares debido al malestar general en amplios sectores del país. Es lo que parece pensar el propio entorno presidencial. El primer vicepresidente iraní, Eshaq Jahangiri, ha declarado significativamente: “Cuando un movimiento social y político se lanza en las calles, aquellos que lo iniciaron no serán necesariamente capaces de controlarlo al final. Aquellos que están detrás de estos eventos se quemarán los dedos. Creen que dañarán al Gobierno haciéndolo”.
Lo mismo opina Ali Ansari, profesor de Historia de Irán en la Universidad de Saint Andrews. “Creo que han empezado algo y que han perdido el control sobre ello; ha cobrado vida propia. Tenemos que ver si gana tracción. El problema es que no hay organización. No sé cuál será el resultado”, ha dicho a The Guardian. “Se ha extendido muy rápidamente, de una forma que nadie había anticipado. Es la mayor manifestación desde [las protestas masivas de llamada Revolución Verde de] 2009”, asegura.
La situación, de momento, favorece a los conservadores, especialmente si sigue escalando. El comandante de los Cuerpos de Guardia de la Revolución Islámica (los comunmente conocidos como “Guardianes de la Revolución”), el General de Brigada Esmail Kowsari, ha amenazado con un “puño de hierro” a los manifestantes si no se retiran. “Si la gente se echó a la calle por los elevados precios no deberían haber cantado esos eslóganes y quemado propiedades públicas y coches”.
Una vez abierta la puerta de la inestabilidad, de hecho, parece difícil cerrarla: ayer, el grupo radical suní Ansar Al Furqan, que opera en la región de Baluchistán y mantiene vínculos con organizaciones yihadistas de otros países, ha reivindicado la voladura de un oleoducto en Ahvaz, en la provincia de mayoría árabe de Juzestán. El objetivo, según indican, es “infligir pérdidas a la economía del régimen criminal iraní”.
¿Una mano extranjera?
Existe una tercera posibilidad: que se trate de una “revolución de colores” impulsada desde el exterior por alguna potencia extranjera. La coyuntura internacional es sin duda propicia: la Administración Trump parece haber dado vía libre a Arabia Saudí, la principal enemiga de Irán y su gran rival por la hegemonía de Oriente Medio, para iniciar una amplia operación en la región con el objetivo de contrarrestar la expansión iraní. El actual Gobierno estadounidense está embarcado en una cruzada deshacer todas las medidas adoptadas por el presidente Obama, incluyendo el acuerdo nuclear, y varios altos cargos de la Casa Blanca, incluyendo al propio Trump, parecen obsesionados con la supuesta amenaza de Irán. No obstante, la mayoría de los observadores lo consideran muy improbable, puesto que una operación así habría requerido de una penetración por parte de los servicios de inteligencia enemigos casi imposible en un entorno tan vigilado como el iraní.
Eso no es óbice para que esta sea la tesis que manejan muchos iraníes, ni para que el propio Trump haya aprovechado la ocasión para lanzar una advertencia al régimen iraní, asegurando que “el mundo está observando” la forma en la que se responde a las protestas. “El mundo entero comprende que las buenas gentes de Irán quieren cambio, y que, aparte del enorme poder militar de Estados Unidos, al pueblo iraní es a lo que más temen sus líderes”, ha tuiteado.
Por eso, muchos iraníes, no necesariamente partidarios de Rohaní, se quejan de la forma en la que los medios occidentales están tratando de agitar las movilizaciones. “El servicio en persa de la BBC, que pertenece al Gobierno británico, o Voice of Amércia, que es propiedad del Gobierno estadounidense, y otros medios que están financiados directa o indirectamente por Occidente, están mostrando un esfuerzo por expandir las protestas. Están intentando intensificarlas para poder politizarlas”, opina Maradi.
“Cuando miras los videos, ves que en algunos casos hay unidad en los eslóganes y en otros, cuando hay voces radicales, ves que una gran parte de la multitud no los repite. Así que no es tan sencillo. Pero hay un esfuerzo concertado, creo, por parte de los medios occidentales. En Irán, siempre que hay cualquier signo de descontento tienes a los think tanks y los medios occidentales diciendo que el régimen está a punto de implosionar y que el régimen es impopular. Hemos estado oyéndolo durante treinta y nueve años, y no espero que suceda nada similar en el futuro”, asegura el profesor. Como con casi todo lo que rodea a Irán, hay muy pocas certezas.
(Fuente: El Confidencial / Autor: Daniel Iriarte)
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