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Mar
9
Mié
Muerte de Alexandra Kolontái
Mar 9 todo el día
El 9 de marzo de 1952 muere en Moscú la revolucionaria y teoríca marxista y feminista rusa Aleksandra Mijáilovna Kolontái.

Dirigente bolchevique, cofundaría la corriente interna “Oposición Obrera” junto al sindicalista del metal Aleksandr Shliápnikov, que se oponiá a la línea económica del partido y pretendía la entrga de la dirección de la economía de la URSS dirección y gestión de la misma directamente a los sindicatos y los soviet obreros. Sus tesis serán derrotadas.

También fue pionera en torno a una visión feminista de la lucha de la mujer desde una óptica revolucionaria, enmarcada dentro de la lucha de clases, así como de la liberación sexual.

Vídeo de un discurso de Alexandra Kolontái sobre la revolución soviética y la liberación de la mujer:

Mar
10
Jue
Asesinato de José Castro Veiga
Mar 10 todo el día
El 10 de marzo de 1965 es asesinado por la dictadura franquista en San Fiz de Asma, Chantada (Lugo), el último guerrillero antifascista activo en la Península, el comunista gallego José Castro Veiga, conocido como El Piloto. Delatado por un antiguo compañero es abatido a tiros en una emboscada de la Guardia Civil cerca de la presa de Belesar.
Inicio de la dictadura de Batista en Cuba
Mar 10 todo el día
El 10 de marzo de 1952 Fulgencio batista da un Golpe de Estado en Cuba que dará inicio a la dictadura en la Isla que se prolongará hasta el triunfo en 1959 del movimiento guerrillero dirigido por Fidel Castro, el Movimiento 26 de Julio (M-26-7) .
Primera restauración borbónica
Mar 10 todo el día
El 10 de marzo de 1814 los borbones son restaurados en el poder, bajo la figura de Fernando VII, cuyas primeras medidas de gobierno tras ser entronizado serán abolir la Constitución liberal de 1812 y volver a reinstaurar la Inquisición.
Mar
13
Dom
Revolución en la isla de Granada (vídeo)
Mar 13 todo el día
El 13 de marzo de 1979 se produce en la isla caribeña de Granada la revolución socialista dirigida por el líder revolucionario Maurice Bishop. En octubre de 1983 la isla será invadida por los norteamericanos para acabar con el proceso revolucionario.
«Somos un pequeño país, somos un país pobre, con una población descendiente de los esclavos africanos, somos parte del Tercer Mundo explotado, y definitivamente tenemos el desafío de buscar la creación de un nuevo orden económico internacional que dé lugar a una economía al servicio del pueblo y a la justicia social y por todos los oprimidos y explotados del mundo. No creemos en una economía al servicio de una minoría de la humanidad, sino al servicio de los que fueron explotados y de los que son explotados actualmente».

Maurice Bishop, 13 de abril de 1979

Al igual que el 80 por ciento de la población de la isla, Bishop era descendiente de esclavos africanos traídos allí por los invasores europeos. Estudió Derecho en Gran Bretaña. En 1966 se casó con Angela Redhead, con la que tuvo dos hijos, John y Nadia. Angela emigró a Canadá con sus dos hijos en 1981, mientras Bishop era Primer Ministro.

El Movimiento de la Nueva Joya, que lideraba Bishop, derrocó al régimen de Eric Gairy el 13 de marzo de 1979 y lo nombró Primer Ministro de Granada.

Su gobierno popular, conocido como People’s Revolution (La Revolución del Pueblo) implementó programas de desarrollo social integral y estrechó las relaciones con Cuba, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), la Nicaragua Sandinista y otros países opuestos al imperialismo estadounidense.

Bishop comenzó varios proyectos, incluida la construcción de un nuevo aeropuerto internacional en el extremo sur de la isla, con apoyo de Cuba.

El presidente estadounidense Ronald Reagan acusó a Bishop de utilizar el aeropuerto de Granada como base militar soviética. Desde Washington se fomentó el clima de tensión y se le dio apoyo al derrocamiento de Bishop, como antesala a una invasión a la isla. En octubre de 1983, al regresar de una visita diplomática a Checoslovaquia y Hungría, Bishop fue derrocado por los partidarios del viceprimer ministro Bernard Coard, y puesto bajo arresto domiciliario. Una revuelta popular lo liberó, pero el gobierno de Coard y el general Hudson Austin, con el apoyo de la Casa Blanca, ordenaron su asesinato en la base militar de Fort Rupert.

Bishop fue ejecutado junto a la Ministra de Educación y compañera, Jacqueline Creft, y otros miembros del gobierno como Unison Whitman. El 25 de octubre de 1983, Reagan ordenó al Ejército de Estados Unidos invadir Granada, en la llamada Operación Furia Urgente.

Unas semanas después de su asesinato y la invasión de Granada, el comandante Fidel Castro diría en La Habana:

«A decir verdad, la situación económica y social de Granada marchaba satisfactoriamente. El pueblo había recibido numerosos beneficios a pesar de la política hostil de Estados Unidos, y el producto bruto de su economía crecía a buen ritmo en medio de la crisis mundial. 

Bishop no era un extremista, aunque sí un verdadero revolucionario, consciente y honesto. Lejos de estar nosotros en desacuerdo con su política inteligente y realista, la veíamos con plenas simpatías, porque se adaptaba rigurosamente a las condiciones concretas y las posibilidades de su país. Granada se había convertido en un verdadero símbolo de independencia y de progreso en el Caribe». 

Comandante Fidel Castro. 14 de noviembre de 1983, Plaza de la Revolución, La Habana. Cuba.

Mar
14
Lun
Muerte de Karl Marx
Mar 14 todo el día
El 14 de marzo de 1883 muere en Londres Karl Marx. Palabras de Engels junto a la tumba de Marx, pronunciadas junto a su tumba tras su entierro:

“El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde , dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días. Apenas le dejamos dos minutos solo, y cuando volvimos, le encontramos dormido suavemente en su sillón, pero para siempre.

Es de todo punto imposible calcular lo que el proletariado militante de Europa y América y la ciencia histórica han perdido con este hombre. Harto pronto se dejará sentir el vacío que ha abierto la muerte de esta figura gigantesca.

Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza idológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo. Pero no es esto sólo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él . El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas.

Dos descubrimientos como éstos debían bastar para una vida. Quien tenga la suerte de hacer tan sólo un descubrimiento así, ya puede considerarse feliz. Pero no hubo un sólo campo que Marx no sometiese a investigación -y éstos campos fueron muchos, y no se limitó a tocar de pasada ni uno sólo- incluyendo las matemáticas, en la que no hiciese descubrimientos originales. Tal era el hombre de ciencia. Pero esto no era, ni con mucho, la mitad del hombre. Para Marx, la ciencia era una fuerza histórica motriz, una fuerza revolucionaria. Por puro que fuese el gozo que pudiera depararle un nuevo descubrimiento hecho en cualquier ciencia teórica y cuya aplicación práctica tal vez no podía preverse en modo alguno, era muy otro el goce que experimentaba cuando se trataba de un descubrimiento que ejercía inmediatamente una influencia revolucionadora en la industria y en el desarrollo histórico en general. Por eso seguía al detalle la marcha de los descubrimientos realizados en el campo de la electricidad, hasta los de Marcel Deprez en los últimos tiempos.

Pues Marx era, ante todo, un revolucionario. Cooperar, de este o del otro modo, al derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones políticas creadas por ella, contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a quién él había infundido por primera vez la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación: tal era la verdadera misión de su vida. La lucha era su elemento. Y luchó con una pasión, una tenacidad y un éxito como pocos. Primera Gaceta del Rin, 1842; Vorwärts de París, 1844; Gaceta Alemana de Bruselas, 1847; Nueva Gaceta del Rin, 1848-1849; New York Tribune, 1852 a 1861, a todo lo cual hay que añadir un montón de folletos de lucha, y el trabajo en las organizaciones de París, Bruselas y Londres, hasta que, por último, nació como remate de todo, la gran Asociación Internacional de Trabajadores, que era, en verdad, una obra de la que su autor podía estar orgulloso, aunque no hubiera creado ninguna otra cosa.

Por eso, Marx era el hombre más odiado y más calumniado de su tiempo. Los gobiernos, lo mismo los absolutistas que los repulicanos, le expulsaban. Los burgueses, lo mismo los conservadores que los ultrademócratas, competían a lanzar difamaciones contra él. Marx apartaba todo esto a un lado como si fueran telas de araña, no hacía caso de ello; sólo contestaba cuando la necesidad imperiosa lo exigía. Y ha muerto venerado, querido, llorado por millones de obreros de la causa revolucionaria, como él, diseminados por toda Europa y América, desde la minas de Siberia hasta California. Y puedo atreverme a decir que si pudo tener muchos adversarios, apenas tuvo un solo enemigo personal.Su nombre vivirá a través de los siglos, y con él su obra”.

Mar
16
Mié
Abd al-Rahmán I Emir de Al Ándalus
Mar 16 todo el día

Estatua de Abd al Rahman I en Almuñecar.

El 16 de marzo del 756, Abd al-Rahmán I «al-Dājil» (el inmigrado) es proclamado por sus partidarios como emir de Al Ándalus en  Archidona (Málaga), lo que conlleva de facto la primera proclamación de independencia política y administrativa de Andalucía en la etapa andalusí, tras la derrota de los invasores godos y las disputas internas producidas tras la misma. Era entonces la potencia más pujantes del Mediterráneo occidental frente al poder de los idrisíes de Fez y los rustumíes de Tahart. Posteriormente Abd al-Rahman III proclamaría el califato el 16 de enero del 929 afirmando la independencia política andalusí y añadiéndole a esta, con el proclamación del califato, la independencia moral y religiosa.
Mar
17
Jue
Día Nacional de Irlanda
Mar 17 todo el día
Cada 17 de marzo se celebra Día Nacional Irlandés, coincidiendo con el St. Patrick’s Day, el Día de San Patricio, patrón del país. Lo que comenzó como una celebración religiosa para conmemorar la vida de un santo católico, se transformó en una fiesta de orgullo nacional y de resistencia identitaria al imperialismo inglés a partir del S. XVIII, que tras la independencia fue oficializada como fiesta nacional.
Fallecimiento de Ibn Jatima, padre de la epidemiología
Mar 17 todo el día

El 17 de marzo de 1369 muere en su ciudad natal el almeriense Ibn Jatima, padre de la epidemiología moderna. Abu Yafar Ahmad bin Ali bin Muhammad bin Jatima al-Ansari, también llamado Ahmad ibn Jatima o simplemente Ibn Jatima, fue un médico, poeta y filósofo andalusí, nacido en Almería en 1300 y fallecido en la misma ciudad el 17 de marzo de 1369.

Vivió los peores tiempos de la peste bubónica en su ciudad, que fue el puerto de entrada de la enfermedad en la Al-Ándalus, entre ellos la plaga de 1347-1349. A esta enfermedad dedicó su principal obra, «Tahsíl garad al-qásid fi tafsil al-marad al-wafid» (en castellano «Consecución del fin propuesto en la aclaración de la enfermedad de la peste») aparecida en febrero de 1349.  Sabía medicina, aunque no consta que ejerciese como médico y en su trabajo hace un análisis científico de la misma sin caer en explicaciones teológicas. En él se describen otras plagas ocurridas en el mundo conocido, se dan consejos a los andalusíes para que se protejan de la enfermedad y se aventura la teoría de que las enfermedades se transmitan a través de «organismos minúsculos» que pasan de un cuerpo a otro.

Se adelanta así Ibn Jatima a la Europa feudal y católica, junto a su contemporáneo, amigo y primer ministro nazarí Ibn al-Jaṭīb de Loja (1313-1375), en la hipótesis de la infección microbiana y en la importancia del aislamiento en las epidemias. Por ello el Colegio de Médicos de Granada le rindió homenaje en 2013 como una de los andaluces ilustres que desarrollaron en el siglo XIV medidas preventivas contra la peste negra.

Escribió otra obra médica más, que fue traducida al latín como Morbi in posterum vitandi prescriptio et remedia, y una alabanza de su tierra natal titulada «Ventajas de Almería respecto a otros territorios de Al Ándalus».

Es autor además de un diwan de poesías caracterizadas por el artificio poético y la celebración de la vida, compuesto entre 1337 y 1338. Destaca la moderna forma de sus composiciones: incluyó en ellas juegos de sonidos, caligramas, enigmas con números y letras, versos recortados del papel y otras aportaciones que se adelantan a la poesía experimental de siglos después.

Escribió también una historia de Almería que no se conserva, pero que es citada por otros autores andalusíes y un tratado de filología.

Fuentes: www.dbe.rah.es / www.cms.ual.es / www.noticiasdealmeria.com

Mar
18
Vie
Creación de la Comuna de París
Mar 18 todo el día

La creación de La Comuna tuvo lugar el 18 de marzo, el Comité Central afirmaba que los obreros habían decidido “hacerse dueños de su propio destino tomando el poder”. Marx no dudó en consagrar a la Comuna como “un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a dentro de ella la emancipación del trabajo”. El primer decreto suprime al ejército regular y le contrapone “el pueblo en armas”, era la consagración de un nuevo estado sobre la destrucción del anterior. La Comuna era la antítesis del Imperio y una superación de la representación de la democracia burguesa. Se basaba en la democracia de las masas mediante el voto directo por distritos. Se buscó eliminar la burocracia con la rotación y la revocabilidad, reuniendo las funciones legislativas y ejecutivas en una corporación de trabajo que funcionaba públicamente. Cada cargo público pasó a tener un salario de obrero para eliminar toda casta privilegiada. La democracia obrera ponía un punto final a la democracia burguesa donde las masas sólo podían votar cada cuatro años a sus propios explotadores.

La Comuna abría paso a la gestión de los productores en busca de un cambio social expresado en las medidas progresivas sobre alquileres y deudas, la prohibición del trabajo nocturno y la reducción de la jornada de trabajo, y fomentando cooperativas y gestión obrera. Una revolución social requería la expropiación de las grandes fábricas y la confiscación del Banco de Francia donde estaban las arcas de la burguesía. Sin embargo al gobierno obrero le faltó tiempo en el poder y no se pudo consolidar. Sobre todo, porque al no avanzar sobre Versalles no pudo desarticular el estado nacional y extender su poder. Los levantamientos comuneros en las principales ciudades son derrotados y tampoco se desarrolla la lucha de clases en el campo bajo la forma de ‘guerra campesina’ de las capas oprimidas contra los terratenientes. El 20 de mayo la contrarrevolución organizada por Versalles, apoyada por toda la reacción europea y por Bismarck que liberó 170 mil prisioneros, ingresó en París. La lucha dejó un campo tendido de más de 10.000 muertos. El 28 de mayo de 1871, tras meses de lucha, los últimos restos de resistencia obrera de la Comuna de París fueron finalmente derrotados por el Ejército.

A pesar de esta terrible derrota, la lección duradera y profunda de la Comuna es que el proletariado no puede sólo tomar el aparato del estado tal cual es para sí, sino que debe romper esa máquina infernal, destruirla. Con la Comuna la pregunta de por qué tipo de poder podía ser reemplazado el Estado burgués era resuelta. La burguesía inglesa –así lo entendió el London Times– describió la Comuna como “predominio del proletariado sobre las clases pudientes, del artesano sobre el oficial, del Trabajo sobre el Capital”.

Para Marx era ”la forma política al fin descubierta”, la resolución secreta del enigma del poder obrero. Es que desarticular el poder centralizado del estado burgués y contraponerle otros organismos de poder es una precondición para una verdadera revolución que despliegue la iniciativa de las masas. La Comuna fue la primera forma del gobierno obrero, treinta y cuatro años después, con la revolución rusa de 1905, se desarrollaron los consejos o soviets que adoptaron formas similares y heredaron sus enseñanzas. El proletariado en el siglo XX adquirió un desarrollo social superior, que le permitió ya no sólo el uso de la democracia territorial sino articular desde las mismas unidades productivas la hegemonía obrera. Los soviets posibilitaron elevar a la clase obrera al triunfo de la revolución proletaria y construir la dictadura del proletariado como puente de la transición al socialismo.

En su cuarenta aniversario Lenin escribió un artículo titulado «En memoria de la Comuna»:

Han pasado cuarenta años desde la proclamación de la Comuna de París. Según la costumbre establecida, el proletariado francés honró con mítines y manifestaciones la memoria de los hombres de la revolución del 18 de marzo de 1871. A finales de mayo volverá a llevar coronas de flores a las tumbas de los communards fusilados, víctimas de la terrible “Semana de Mayo”, y ante ellas volverá a jurar que luchará sin descanso hasta el total triunfo de sus ideas, hasta dar cabal cumplimiento a la obra que ellos le legaron.

          ¿Por qué el proletariado, no sólo francés, sino el de todo el mundo, honra a los hombres de la Comuna de París como a sus predecesores? ¿Cuál es la herencia de la Comuna?

          La Comuna surgió espontáneamente, nadie la preparó de modo consciente y sistemático. La desgraciada guerra con Alemania, las privaciones durante el sitio, la desocupación entre el proletariado y la ruina de la pequeña burguesía, la indignación de las masas contra las clases superiores y las autoridades, que habían demostrado una incapacidad absoluta, la sorda efervescencia en la clase obrera, descontenta de su situación y ansiosa de un nuevo régimen social; la composición reaccionaria de la Asamblea Nacional, que hacía temer por el destino de la República, todo ello y otras muchas causas se combinaron para impulsar a la población de París a la revolución del 18 de marzo, que puso inesperadamente el poder en manos de la Guardia Nacional, en manos de la clase obrera y de la pequeña burguesía, que se había unido a ella.

          Fue un acontecimiento histórico sin precedentes. Hasta entonces, el poder había estado, por regla general, en manos de los terratenientes y de los capitalistas, es decir, de sus apoderados, que constituían el llamado gobierno. Después de la revolución del 18 de marzo, cuando el gobierno del señor Thiers huyó de París con sus tropas, su policía y sus funcionarios, el pueblo quedó dueño de la situación y el poder pasó a manos del proletariado. Pero en la sociedad moderna, el proletariado, avasallado en lo económico por el capital, no puede dominar políticamente si no rompe las cadenas que lo atan al capital. De ahí que el movimiento de la Comuna debiera adquirir inevitablemente un tinte socialista, es decir, debiera tender al derrocamiento del dominio de la burguesía, de la dominación del capital, a la destrucción de las bases mismas del régimen social contemporáneo.

          Al principio se trató de un movimiento muy heterogéneo y confuso. Se adhirieron a él los patriotas, con la esperanza de que la Comuna reanudaría la guerra contra los alemanes, llevándola a un venturoso desenlace. Los apoyaron asimismo los pequeños tenderos, en peligro de ruina si no se aplazaba el pago de las deudas vencidas de los alquileres (aplazamiento que les negaba el gobierno, pero que la Comuna les concedió). Por último, en un comienzo también simpatizaron en cierto grado con él los republicanos burgueses, temerosos de que la reaccionaria Asamblea Nacional (los “rurales”, los salvajes terratenientes) restablecieran la monarquía. Pero el papel fundamental en este movimiento fue desempeñado, naturalmente, por los obreros (sobre todo, los artesanos de París), entre los cuales se había realizado en los últimos años del Segundo Imperio una intensa propaganda socialista, y que inclusive muchos de ellos estaban afiliados a la Internacional.

          Sólo los obreros permanecieron fieles a la Comuna hasta el fin. Los burgueses republicanos y la pequeña burguesía se apartaron bien pronto de ella: unos se asustaron por el carácter socialista revolucionario del movimiento, por su carácter proletario; otros se apartaron de ella al ver que estaba condenada a una derrota inevitable. Sólo los proletarios franceses apoyaron a su gobierno, sin temor ni desmayos, sólo ellos lucharon y murieron por él, es decir, por la emancipación de la clase obrera, por un futuro mejor para los trabajadores.

          Abandonada por sus aliados de ayer y sin contar con ningún apoyo, la Comuna tenía que ser derrotada inevitablemente. Toda la burguesía de Francia, todos los terratenientes, corredores de bolsa y fabricantes, todos los grandes y pequeños ladrones, todos los explotadores, se unieron contra ella. Con la ayuda de Bismarck (que dejó en libertad a 100.000 soldados franceses prisioneros de los alemanes para aplastar al París revolucionario), esta coalición burguesa logró enfrentar con el proletariado parisiense a los campesinos ignorantes y a la pequeña burguesía de provincias, y rodear la mitad de París con un círculo de hierro (la otra mitad había sido cercada por el ejército alemán). En algunas grandes ciudades de Francia (Marsella, Lyon, Saint-Etienne, Dijon y otras) los obreros también intentaron tomar el poder, proclamar la Comuna y acudir en auxilio de París, pero estos intentos fracasaron rápidamente. Y París, que había sido la primera en enarbolar la bandera de la insurrección proletaria, quedó abandonada a sus propias fuerzas y condenada una muerte cierta.

          Para que una revolución social pueda triunfar, necesita por lo menos dos condiciones: un alto desarrollo de las fuerzas productivas y un proletariado preparado para ella. Pero en 1871 se carecía de ambas condiciones. El capitalismo francés se hallaba aún poco desarrollado, y Francia era entonces, en lo fundamental, un país de pequeña burguesía (artesanos, campesinos, tenderos, etc.). Por otra parte, no existía un partido obrero, y la clase obrera no estaba preparada ni había tenido un largo adiestramiento, y en su mayoría ni siquiera comprendía con claridad cuáles eran sus fines ni cómo podía alcanzarlos. No había una organización política seria del proletariado, ni fuertes sindicatos, ni sociedades cooperativas…

          Pero lo que le faltó a la Comuna fue, principalmente tiempo, posibilidad de darse cuenta de la situación y emprender la realización de su programa. No había tenido tiempo de iniciar la tarea cuando el gobierno, atrincherado en Versalles y apoyado por toda la burguesía, inició las operaciones militares contra París. La Comuna tuvo que pensar ante todo en su propia defensa. Y hasta el final mismo, que sobrevino en la semana del 21 al 28 de mayo, no pudo pensar con seriedad en otra cosa.

          Sin embargo, pese a esas condiciones tan desfavorables y a la brevedad de su existencia, la Comuna adoptó algunas medidas que caracterizan suficientemente su verdadero sentido y sus objetivos. La Comuna sustituyó el ejército regular, instrumento ciego en manos de las clases dominantes, y armó a todo el pueblo; proclamó la separación de la Iglesia del Estado; suprimió la subvención del culto (es decir, el sueldo que el Estado pagaba al clero) y dio un carácter estrictamente laico a la instrucción pública, con lo que asestó un fuerte golpe a los gendarmes de sotana. Poco fue lo que pudo hacer en el terreno puramente social, pero ese poco muestra con suficiente claridad su carácter de gobierno popular, de gobierno obrero: se prohibió el trabajo nocturno en las panaderías; fue abolido el sistema de multas, esa expoliación consagrada por ley de que se hacía víctima a los obreros; por último, se promulgó el famoso decreto en virtud del cual todas las fábricas y todos los talleres abandonados o paralizados por sus dueños eran entregados a las cooperativas obreras, con el fin de reanudar la producción. Y para subrayar, como si dijéramos, su carácter de gobierno auténticamente democrático y proletario, la Comuna dispuso que la remuneración de todos los funcionarios administrativos y del gobierno no fuera superior al salario normal de un obrero, ni pasara en ningún caso de los 6.000 francos al año (menos de 200 rublos mensuales).

          Todas estas medidas mostraban elocuentemente que la Comuna era una amenaza mortal para el viejo mundo, basado en la opresión y la explotación. Esa era la razón de que la sociedad burguesa no pudiera dormir tranquila mientras en el ayuntamiento de París ondeara la bandera roja del proletariado. Y cuando la fuerza organizada del gobierno pudo, por fin, dominar a la fuerza mal organizada de la revolución, los generales bonapartistas, esos generales batidos por los alemanes y valientes ante sus compatriotas vencidos, esos Rénnenkampf y Meller-Zakomielski franceses, hicieron una matanza como París jamás había visto. Cerca de 30.000 parisienses fueron muertos por la soldadesca desenfrenada; unos 45.000 fueron detenidos y muchos de ellos ejecutados posteriormente; miles fueron los desterrados o condenados a trabajar forzados. En total, París perdió cerca de 100.000 de sus hijos, entre ellos a los mejores obreros de todos los oficios.

          La burguesía estaba contenta. “¡Ahora se ha acabado con el socialismo para mucho tiempo!”, decía su jefe, el sanguinario enano Thiers, cuando él y sus generales ahogaron en sangre la sublevación del proletariado de París. Pero esos cuervos burgueses graznaron en vano. Después de seis años de haber sido aplastada la Comuna, cuando muchos de sus luchadores se hallaban aún en presidio o en el exilio, se iniciaba en Francia un nuevo movimiento obrero. La nueva generación socialista, enriquecida con la experiencia de sus predecesores, cuya derrota no la había desanimado en absoluto, recogió la bandera que había caído de las manos de los luchadores de la Comuna y la llevó adelante con firmeza y audacia, al grito de “¡Viva la revolución social, viva la Comuna!” Y tres o cuatro años más tarde, un nuevo partido obrero y la agitación levantada por éste en el país obligaron a las clases dominantes a poner en libertad a los communards que el gobierno aún mantenía presos.

          La memoria de los luchadores de la Comuna es honrada no sólo por los obreros franceses, sino también por el proletariado de todo el mundo, pues aquella no luchó por un objetivo local o estrechamente nacional, sino por la emancipación de toda la humanidad trabajadora, de todos los humillados y ofendidos. Como combatiente de vanguardia de la revolución social, la Comuna se ha ganado la simpatía en todos los lugares donde sufre y lucha el proletariado. La epopeya de su vida y de su muerte, el ejemplo de un gobierno obrero que conquistó y retuvo en sus manos durante más de dos meses la Capital del mundo, el espectáculo de la heroica lucha del proletariado y de sus sufrimientos después de la derrota, todo esto ha levantado la moral de millones de obreros, alentado sus esperanzas y ganado sus simpatías para el socialismo. El tronar de los cañones de París ha despertado de su sueño profundo a las capas más atrasadas del proletariado y ha dado en todas partes un impulso a la propaganda socialista revolucionaria. Por eso no ha muerto la causa de la Comuna, por eso sigue viviendo hasta hoy día en cada uno de nosotros.

          La causa de la Comuna es la causa de la revolución social, es la causa de la completa emancipación política y económica de los trabajadores, es la causa del proletariado mundial. Y en este sentido es inmortal.

Primera edición: En Rabóchaia Gazeta, núm.4-5, 15 (28) de abril de 1911.