Bielorrusia: Entrevista a K. Kunitskaya y V. Shkurin
Las protestas en Bielorrusia han sido calificadas en muchos medios de revolución de colores prooccidental o de Maidán de Minsk, ignorando las razones profundas del descontento popular con el presidente Alexander Lukashenko. Jacobin ha hablado con personas de izquierdas de Bielorrusia sobre las fuerzas que hay detrás de las movilizaciones y las perspectivas de que el movimiento obrero organizado afirme su propio programa.
A menudo se dice que la brutalidad policial que se ha visto en Minsk no tiene parangón en Europa, cosa que los chalecos amarillos de Francia seguramente negarán. Pero en Bielorrusia está cambiando algo definitivamente, después de que un apoyo popular sin precedentes a candidaturas de la oposición amenazara con poner fin a los 26 años de gobierno del presidente Lukashenko. Cuando las autoridades comunicaron que este había recibido el 80 % de los votos en las elecciones del 9 de agosto y la gente salió multitudinariamente a la calle para protestar, el Estado respondió con el terror policial.
Al principio, las manifestaciones las protagonizaba la juventud urbana, pero como he mostrado en un artículo reciente, la protesta ha cambiado en los últimos días al convertirse en un movimiento más amplio de la clase obrera con amplias movilizaciones en los centros de trabajo. Las acciones que se han producido en la mayoría de los grandes centros industriales del país han implicado a miles de trabajadoras y trabajadores, con asambleas para discutir sobre sus reivindicaciones y la perspectiva de una huelga general.
Así que en Bielorrusia se dice que todo resulta inaudito. Sin embargo, se pueden encontrar precedentes en otros países, como las actividades de Solidarnosc en Polonia o las huelgas mineras en el último periodo de la Unión Soviética, sendos ejemplos de combatividad obrera aliada con movimientos de protesta más amplios que sin querelo allanaron el camino a transformaciones neoliberales. La historia trágica del movimiento obrero en el espacio posoviético reclama por tanto un enfoque cuidadoso y fundado de los recientes acontecimientos en Bielorrusia.
Con el fin de indagar un poco en las contradicciones de la sociedad bielorrusa y las condiciones de su clase trabajadora, he entrevistado a dos representantes de la izquierda bielorrusa, que han pedido guardar el anonimato y por tanto se citan bajo un seudónimo. Ksenia Kunitskaya (KK) forma parte de la redacción de la revista electrónica Poligraf y Vitaly Shkurin (VS) es autor, residente en Bielorrusia, de September, una plataforma mediática de izquierda que cubre el espacio postsoviético. Ella y él mantienen contactos con círculos activistas y están en condiciones de evaluar la situación desde una perspectiva de clase.
Pregunta: Parece que ni los analistas ni las autoridades bielorrusas esperaban disturbios de esta magnitud en torno a las elecciones del 9 de agosto. ¿Qué impulsó la movilización preelectoral y las subsiguientes manifestaciones? ¿En qué coyuntura política más amplia deberíamos inscribirlo?
KK: La primera razón es el cansancio que se ha ido acumulando desde hace tiempo en gran parte de la población a cuenta del cuarto de siglo que lleva Lukashenko en el poder. Su planteamiento se refleja en su estilo de comunicación abrupto tanto con sus oponentes como con sus propios subordinados, que a menudo se asemeja a la grosería involuntaria. Esto se ve agravado por la indiferencia mostrada por autoridades locales, que no atienden al estado de ánimo de la gente, sino al del líder. Estos rasgos se pusieron de manifiesto durante la mala gestión por el gobierno de la epidemia de Covid-19, que irritó masivamente a la población.
Además, el gobierno ha estado desmantelando sistemáticamente el modelo de Estado de bienestar y sus obligaciones sociales para con su ciudadanía. Esto se vio en 2004 con la introducción de los contratos de trabajo individuales en vez de los convenios colectivos; en 2017, con el impuesto sobre el desempleo, y con la exclusión del periodo de servicio militar, de las bajas por maternidad y de los estudios universitarios del recuento de años cotizados para el cálculo de la pensión. La rígida política monetaria de los últimos cinco años también ha dado pie a la congelación de salarios, mientras que los precios han seguido aumentando.
VS: En los últimos diez años hemos asistido a una despolitización de la población bielorrusa. Tras el fracaso de las protestas postelectorales de 2010 y la subsiguiente revolución de los aplausos [cuando la gente aplaudía en la calle para mostrar su desacuerdo, temiendo ser detenida si organizaba manifestaciones], muchas personas que militaban en partidos y movimientos sufrieron la represión del Estado. En 2017, después de que el gobierno introdujera el llamado impuesto sobre el desempleo, en Bielorrusia se produjeron manifestaciones no solo en Minsk, sino también en pequeñas ciudades de provincias, por primera vez en seis años. Aquel impuesto quedó aplazado, pero pareció que tras la derrota de los partidos y movimientos de oposición, la nueva oposición a Lukashenko solo aparecía en la forma difusa de sociedad civil bielorrusa.
Puesto que una parte sustancial de la economía bielorrusa todavía está en manos del Estado, la gente común –los votantes habituales de Lukashenko– está formada por el personal de empresas públicas, maestros o médicas. En los últimos años, el sector público ha sido objeto de desinversión, lo que ha dado lugar al descenso de los salarios, la contracción de la mano de obra, las vacaciones forzosas no remuneradas y el aumento de la edad de jubilación. Está claro que esto ha politizado a la gente común, pero lamentablemente no ha aparecido ningún programa positivo sólido.
KK: Además, las autoridades han prestado escasa atención a su imagen a ojos de la población. Nuestra propaganda oficial es muy débil y muchas veces parece ridícula: “Nunca hemos vivido tan bien como ahora”, dicen. La oposición, a su vez, ha creado un sistema profesional eficaz de medios electrónicos modernos. A través del mismo, denuncia las flaquezas del sistema y hace propaganda a favor de reformas neoliberales y de una política de memoria nacionalista. Esto ha permitido a la oposición liberal-nacionalista movilizar a simpatizantes antes de las elecciones, para pillar a las autoridades amañando resultados electorales y sacar a la gente a la calle.
Por otro lado, la brutal actuación de la policía, con el uso de granadas de aturdimiento, cañones de agua y gases lacrimógenos, además de la tortura de personas detenidas, ha provocado la indignación no solo entre la gente que simpatiza con la oposición, sino de quienes hasta ahora no se interesaban por la política.
Pregunta: ¿Qué sectores de la población bielorrusa ha solido apoyar a Lukashenko? ¿Está declinando este apoyo? ¿Tiene esto que ver con el debilitamiento del pacto por el que se deniegan derechos políticos a cambio de la concesión de derechos de bienestar económico?
KK: Tras la primera victoria electoral de Lukashenko en 1994, su base de apoyo era muy amplia, incluidos sectores que proponían una alianza con Rusia y la reconstrucción de la URSS o se oponían a duras reformas de mercado y portavoces rusos descontentos con la política de bielorrusificación. En el medio rural decían que “es de los nuestros”. En la década de 2000 se ganó apoyos con una política de constantes aumentos salariales, prometiendo elevar el salario medio hasta 500 dólares e incluso 1.000 dólares al mes. Una serie de crisis económicas impidieron que se materializara este sueño. La unión con Rusia también renquea debido a las contradicciones entre las elites rusa y bielorrusa. Y las campañas de aumento salarial fueron sustituidas por una estricta política monetaria, en el espíritu de las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional.
En Bielorrusia están prácticamente prohibidos los sondeos de opinión independientes, y los sociólogos contratados por el Estado no publican sus datos, de modo que es difícil apreciar el apoyo real de que goza el presidente. Sin duda es inferior al de las décadas de 1990 y 2000, y la violenta actuación de la policía seguro que no ha ayudado a incrementar su popularidad. Al mismo tiempo, la opinión de la oposición de que el apoyo popular de Lukashenko es tan solo del 3 % es muy probablemente un mito.
VS: Pienso que el modelo económico de Lukashenko, basado en la reexportación de petróleo ruso, se ha agotado, ya que Rusia ha incrementado el precio que factura a Bielorrusia y los precios en el mundo han caído en picado. Está claro que Lukashenko no puede mantener el nivel actual de bienestar de la población, de modo que para él, el neoliberalismo parece ser la única vía de salida.
Sin embargo, hemos de recordar que el elevado porcentaje del empleo en el sector público implica que los lugares de trabajo también son espacios de control político. Puesto que la tasa de paro oficiosa en Bielorrusia es bastante elevada (alrededor del 10 %) y los subsidios de desempleo rondan los 10 dólares al mes, estar en el paro no resulta muy reconfortante. El personal del sector público ha de participar regularmente en otras actividades para conservar sus puestos de trabajo: sábados de trabajo, votar a primera hora en las elecciones (cuando ocurren la mayoría de falsificaciones) e incluso participar en elecciones como miembros de comités electorales y falsificar los resultados. El empleo en el sector público está basado en contratos de duración limitada, que impiden que la persona pueda dejar el puesto fácilmente, pero permiten que la entidad que la contrata la despida a voluntad. Está claro que en un momento dado muchos trabajadores y trabajadoras del sector público se convencieron de que no tienen otra salida que votar contra Lukashenko.
Al mismo tiempo podemos identificar nuevos sectores que apoyan a Lukashenko: quienes están a su servicio en el campo de la ideología y el poder. Entre los primeros incluyo una nueva generación de expertos públicos progubernamentales, empleados en diversas instituciones del Estado (desde universidades hasta dudosas organizaciones públicas). Los entrevistan regularmente en medios del Estado, independientes o extranjeros, donde promueven el régimen bielorruso. A diferencia del viejo elenco de aburridos funcionarios de tipo soviético, estas personas tienen un discurso brillante y una apariencia moderna. El viejo establishment oficial de tipo soviético también apoya firmemente a Lukashenko, pues fuera de su régimen no sirve para nada.
La policía y los servicios secretos son el segundo estrato de gente que apoya a Lukashenko. Perciben prestaciones especiales que incluyen subsidios para la compra de vivienda, jubilación temprana, atención médica en clínicas especiales, vacaciones en balnearios, etc. En Bielorrusia no se conoce públicamente el número de policías; el ministro del Interior declaró en 2016 que había 405 agentes por 100.000 habitantes, pero según una estimación de Naciones Unidas de 2013, la cifra es de 1.442 por 100.000 habitantes. Este sector también constituye un importante factor de movilidad social: la gente de las ciudades pequeñas que está en el paro puede trasladarse a alguna ciudad més grande para trabajar de policía. A cambio tienen que obedecer ciegamente las órdenes: pudimos ver el resultado en los primeros días de la revuelta, cuando se lanzaron granadas aturdidoras y gases lacrimógenos contra grupos de manifestantes relativamente pequeños y desarmados. La policía y los servicios secretos quedan al margen del control público, y otro dato significativo es que los nuevos ideólogos brillantes están relacionados con ellos.
Pregunta: ¿Cómo describiríais la composición social de la gente que se manifiesta, sus perfiles sociales y de clase, sus ideologías y sus reivindicaciones?
KK: En primer lugar está la oposición tradicional de los años noventa: nacionalistas, liberales y la intelectualidad que simpatiza con ella. En segundo lugar está la juventud urbana, empresarios y especialistas en informática y telecomunicaciones, que se autocalifican de progresistas, occidentales y antisoviéticos. Durante la campaña electoral, las candidaturas de oposición lograron movilizar a un sector un poco más amplio, al menos en las grandes ciudades. En el periodo preelectoral, la sociedad estaba muy politizada. Muchas personas desafectas se implicaron activamente como observadoras electorales.
Ahora se suman sectores más amplios de la sociedad, escandalizados por la violencia policial sin precedentes e indignados por el fraude electoral. Hay quienes están descontentos con su situación económica y que hasta ahora habían apoyado pasivamente a Lukashenko como mal menor en comparación con la oposición de derechas. Los liberales nacionalistas que participaban en el proceso electoral no hablaron abiertamente de su programa, sino tan solo de elecciones justas y más tarde de reducir la violencia policial como un fin en sí mismo.
VS: Aunque muchos comunistas ortodoxos crean que esta es una revolución de programadores hipsters, muchas personas jóvenes que participan en las manifestaciones trabajan en fábricas, o son taxistas o estudiantes. No creo que se pueda atribuir una ideología particular a este movimiento espontáneo. En las manifestaciones se ven banderas oficiales bielorrusas [verdirrojas], así como las antiguas [blanca-roja-blanca, que sirvió de símbolo nacional de 1991 a 1994]. Puesto que predominan estas últimas, hay quien afirma que es un movimiento nacionalista. Pero como he dicho, los líderes de la oposición nacionalista tradicional están en la cárcel y en las manifestaciones no ha habido conflictos en relación con los símbolos. Cuando ha habido respuestas violentas contra la policía, podemos sospechar que provenían de hinchas de fútbol organizados, pero no dejan de ser grupos pequeños.
Pregunta: ¿Son comparables estas protestas con otras movilizaciones anteriores en Bielorrusia y en la región?
VS: Todas las protestas de antes de 2010 tenían un fuerte carácter nacionalista, pero en 2011 la revolución de los aplausos ya no profesaba un programa de esta índole. Tras el Maidán en Ucrania en 2014, el nacionalismo volvió a estar en boga en las manifestaciones: se mercantilizó como marca de bielorrusos nuevos, exitosos, más europeos. Las manifestaciones actuales están todavía más alejadas del nacionalismo y recuerdan más a las de 2017, cuando hubo protestas masivas en toda Bielorrusia contra el impuesto sobre el desempleo.
Las protestas de este año tienen dos peculiaridades: carecen de programa político y social aparte de contestar los resultados de las elecciones, y están dispersas por toda Bielorrusia. Antes de 2017, casi todas las grandes manifestaciones tenían lugar en Minsk y seguían el mismo guion: gran procesión por el centro de la ciudad, confluencia en una gran plaza y los subsiguientes golpes duros de la policía. Salvo en 2006, cuando hubo una acampada en la plaza mayor, las demás duraron un día. Esta vez, las manifestaciones ya se han sucedido durante cuatro días en diferentes ciudades y pueblos, no solo en Minsk. Incluso en la capital, las y los manifestantes no ocupan una plaza, en gran parte porque el centro de la ciudad está bajo control policial desde que cae la tarde. A lo largo de la tarde y la noche pueden producirse manifestaciones en diferentes barrios; la gente escapa corriendo de la policía y vuelve cuando esta se retira.
KK: Es muy significativo que la escala de la violencia sea tal que ya no se percibe como una pintura abstracta en las noticias. Muchísima gente la han visto con sus propios ojos o la han sufrido en sus propias carnes, o tiene víctimas entre amistades o familiares. La oposición no propone formalmente nada que pueda provocar un conflicto de intereses entre diferentes clases o grupos sociales, solo nuevas elecciones; esto se ha convertido en un factor de movilización adicional.
VS: La violencia viene en su mayor parte de la policía: nunca antes se han utilizado en Bielorrusia granadas aturdidoras, gases lacrimógenos ni balas de goma con tanta profusión. Pienso que el Estado quería intimidar a los y las manifestantes, pero esto tuvo el efecto contrario de prolongar la revuelta. Además, la escala de la violencia se refleja también en el número de personas detenidas: nunca antes hemos tenido a tres mil personas encerradas más de una noche.
Finalmente, el cuarto día después de las elecciones vimos una nueva dimensión de la actividad de la gente: declaraciones de colectivos de trabajadores y trabajadoras de todo el país anunciando posibles huelgas. Desgraciadamente, estas declaraciones no incluyen en su mayor parte ninguna reivindicación social, únicamente las demandas de parar la violencia policial, liberar a las personas detenidas y convocar nuevas elecciones. Claro que en Bielorrusia no ha habido huelgas (legales) desde 1991.
Asimismo, por primera vez se ha utilizado Internet como medio de comunicación eficiente, aunque durante los tres primeros días de protesta se interrumpió el tráfico de Internet con el extranjero y la mayoría de la gente utilizó redes privadas virtuales (VPN) y servidores proxy. Así, por analogía con las revoluciones Twitter durante la primavera árabe de 2011, la revuelta en Bielorrusia puede llamarse la revolución Telegram. La aplicación de mensajería Telegram fue creada por Pavel Durov después de emigrar de Rusia, y se popularizó entre un público postsoviético para adquirir drogas (básicamente se parecía a un acceso a una red oscura, solo que no requería grandes conocimientos técnicos por parte del usuario). En 2018, un joven emigrante de Bielorrusia en Polonia lanzó el canal de Telegram Nexta (нехта –en cirílico– significa alguien en bielorruso), y ganó popularidad entre la población bielorrusa porque publicaba informaciones confidenciales sobre autoridades bielorrusas.
Está claro que una sola persona no puede organizar una red de informantes, y se sospecha que hay varias periodistas y especialistas en medios de comunicación que emigraron durante los años del régimen de Lukashenko y trabajan para ella. Nexta y una red de canales de Telegram afiliados han compartido fotos y vídeos de diferentes lugares durante las protestas. Antes de la primera noche de movilizaciones, publicaron unas “instrucciones para manifestarse con seguridad”, pero sin incluir cosas radicales como instrucciones para fabricar cócteles mólotov.
Aparte de esto, Nexta recomendaba lugares para manifestarse que la gente asumió mayoritariamente. Si la primera noche el lugar elegido era una plaza de Minsk y grandes plazas en las ciudades pequeñas, en las dos noches siguientes se proponía el movimiento de pequeños grupos en los barrios dormitorio de Minsk y en grandes avenidas en las ciudades pequeñas. Ocasionalmente, Nexta se mostró realmente provocadora: “Un último empujón, demostremos a la policía nuestra solidaridad”, “[ciudad X] pide ayuda, la policía está golpeando a nuestras mujeres”. Cuando volvió a funcionar Internet, los canales de Telegram perdieron parte de su influencia. Las manifestaciones empezaron a producirse casi siempre durante el día y tenían un carácter excepcionalmente pacífico, sobre todo en forma de cadenas de solidaridad: filas de personas, mayoritariamente mujeres, que desfilaban con flores por las calles principales.
No veo similitudes entre esta revuelta en Bielorrusia y anteriores movimientos de protesta en Europa Oriental. Hay quien pretende ver algún parecido con el Euromaidán de Kiev en 2014, pero se trata de un ardid puramente ideológico para justificar a Lukashenko y mostrar que no hay alternativa posible. En contraste con el Euromaidán, en la revuelta en Bielorrusia no participan grandes grupos de extrema derecha que recurren a la violencia. Tenemos un par de bandas ultras, pero después del Euromaidán, la mayor parte de sus componentes han sido reprimidos por la policía. En Bielorrusia no hay conflictos lingüísticos ni ideológicos como en Ucrania. Finalmente, a diferencia del Euromaidán, la revuelta bielorrusa no tiene líderes: las figuras tradicionales de la oposición están en la cárcel y la candidata a la presidencia, Sviatlana Tijanouskaya, se halla en Lituania. Estoy completamente seguro de que aquí no habrá una guerra como en el Donbás: no hay un conflicto ideológico entre el este y el oeste, como en Ucrania en 2014.
Pregunta: ¿Cuál es la situación actual de la izquierda bielorrusia?
KK: La izquierda está en crisis desde hace tiempo, ya que el propio Lukashenko utilizó lemas socializantes para llegar al poder. Cuando la derecha lo tilda de soviético y comunista, él no parece molestarse. En Bielorrusia se han conservado todos los monumentos, los nombres de las calles y las fiestas oficiales de los tiempos soviéticos. Así, de alguna manera se consideró que era de izquierdas. Además, bajo una dictadura, las fuerzas políticas y los medios no estatales solo pueden sobrevivir si reciben ayuda del extranjero. Es bien sabido que grandes fondos estadounidenses y europeos dan dinero a organizaciones no comunistas.
Debido a ello, no tenemos grandes medios y partidos de izquierda capaces de respaldar por lo menos a una parte de la dirección. Así y todo, tenemos dos partidos comunistas. El primero se denomina Partido Comunista de Bielorrusia y apoya al régimen (incluidas sus medidas antisociales más nefastas); el otro, Un Mundo Justo, apoya a la oposición liberal en sus demandas de cambio del régimen, menos centradas en el programa de clase. También existen iniciativas de base: círculos marxistas, pequeños medios, grupos de interés, pequeñas asociaciones de anarquistas.
VS: El partido de izquierda Un Mundo Justo se escindió del Partido Comunista en 1996, después de que el primer referéndum de Lukashenko alterara la correlación de fuerzas a favor del presidente. Hoy se opone tanto a Lukashenko como a la oposición prooccidental. El Partido Verde de Bielorrusia, fundado en 1994 y contrario a la energía nuclear, ha desarrollado un programa antiautoritario de izquierda. Es bastante fuerte y, en contraste con Un Mundo Justo, se basa menos en los clásicos marxistas-leninistas. Asimismo, tenemos tres partidos socialdemócratas, algunos de cuyos miembros son muy sensibles a la cuestión social, pero la mayoría forman parte del establishment de la oposición prooccidental.
Bielorrusia solía tener un movimiento anarquista amplio y potente, tal vez el más fuerte del espacio posoviético, relacionado con el mundillo hardcore punk. Algunos de sus miembros se infiltraron en el Partido Verde, otros acabaron en la cárcel. Es difícil decir algo sobre la actividad actual de los grupos anarquistas, porque siguen siendo el principal objetivo de la represión. Algunos de estos grupos no dicen ser de izquierda, porque la asocian equivocadamente con los tanquistas prosoviéticos; algunos cuentan con el apoyo de la oposición nacionalista prooccidental.
Finalmente, en los últimos años han llegado a Bielorrusia una especie de YouTube de izquierdas ruso y las krushki marxistas (pequeñas organizaciones de autoeducación). Sin embargo, gran parte de su contenido no tiene que ver tanto con su propio programa como con la crítica a la oposición prooccidental. Tratan de seducir a su público con recuerdos nostálgicos de la época soviética y temas de resentimiento soviético en vez de proponer un programa positivo para construir un amplio movimiento social y democrático. Este YouTube de izquierdas y las krushki no están mal en si mismas, pero no pueden considerarse la única estrategia para la izquierda, como pretenden a menudo.
Pregunta: ¿Qué postura mantienen estos diversos grupos en esta coyuntura política y ante la revuelta?
KK: Parte de la izquierda está dispuesta a apoyar directamente la protesta liberal, sobre todo con la participación de los y las activistas de base y declaraciones de respaldo. Otra parte considera que la gente tiene derecho a manifestarse, que la violencia policial es inaceptable e indignante y que ha habido fraude electoral, pero que no puede tomar partido por la oposición liberal, porque sus objetivos son continuar con la privatización de las empresas, recortar la sanidad gratuita e implantar la flexibilidad laboral en mayor grado que la que ya tenemos ahora.
Recientemente ha surgido un pequeño grupo de base con el fin de incorporar demandas económicas y sociales en la plataforma de movilizaciones obreras, pues hoy por hoy todas las acciones de la clase trabajadora se centran en demandas políticas generales: dimisión de Lukashenko, liberación de los presos y las presas políticas, enjuiciamiento de las fuerzas de seguridad y elecciones justas.
VS: Todos los partidos de izquierda se negaron a participar en la elección presidencial durante la pandemia; y de todos modos no tenían recursos suficientes para movilizar a la gente común y a los y las activistas para transformar el descontento popular con Lukashenko en un programa socialista. Al mismo tiempo, después de que el Estado haya comenzado a utilizar la represión contra candidatos alternativos y sus simpatizantes antes de las elecciones, muchas krushki y activistas de YouTube decidieron no tomar nota. Siguieron rechazando toda oposición a Lukashenko; algunas buscaron similitudes con el Euromaidán, previendo un final catastrófico y la represión por grupos de extrema derecha. Pero en su mayor parte insisten en una artera estrategia de desarrollar el YouTube de izquierdas y las krushki mientras el Estado se las tiene que ver con la oposición democrática prooccidental.
A mi modo de ver, esta posición es un grave error, porque ignora el estado de ánimo en la población bielorrusa. La gente está realmente harta del régimen de Lukashenko, y está claro que la izquierda tiene que partir de ahí y no dedicarse a acusarles de ser un rebaño ciego que llevará el país a una economía de mercado plena. Bajo el régimen de Lukashenko, las organizaciones obreras o populares nunca serán capaces de cambiar la situación. Al mismo tiempo, cuando en el cuarto día de revuelta las masas obreras salieron a la calle y la posibilidad de que se convocaran huelgas parecía real, casi ninguna organización o partido de izquierda se opuso de hecho a esta iniciativa. Todas tratan de organizar un movimiento huelguístico y proponen reivindicaciones sociales y económicas para que estas protestas no se limiten a una cuestión electoral y asuman un programa social.
Pregunta: ¿Hasta qué punto participa la clase obrera en la revuelta y qué papel desempeñan las organizaciones sindicales?
VS: Colectivos obreros de más de veinte empresas y organismos estatales han expresado su deseo de ir a la huelga. Después de las primeras declaraciones despectivas de Lukashenko sobre las huelgas (“ha habido una veintena de huelguistas en alguna fábrica”, afirmó), personal de la Fábrica de Tractores de Minsk marcharon a través de Minsk hasta el Parlamento para demostrar su oposición. A mi juicio, esto no tiene que ver específicamente con la conciencia de clase, pues coincidió con las cadenas de solidaridad contra la violencia. Sin embargo, el 14 de agosto, fuera del Parlamento, pudimos ver a grupos de obreros y obreras con pancartas que decían “Somos trabajadores, no ovejas”.
KK: Solo existe un sindicato nacional importante, la Federación Sindical de Bielorrusia, que forma parte del aparato burocrático del régimen de Lukashenko. Todas sus actividades se reducen a organizar celebraciones de fiestas nacionales y repartir vales para casas de veraneo. Este sindicato no tiene nada que ver con la protección de los derechos de los trabajadores.
Los escasos sindicatos que se formaron al calor de las movilizaciones obreras de comienzos de la década de 1990 fueron disueltos. Tan solo en unas pocas empresas hay células, por ejemplo del Sindicato Independiente Bielorruso. Estos sindicatos independientes se parecen hoy más bien a ONG, viven menos de las cotizaciones obreras que de subsidios extranjeros. Sus actividades se centran en la asistencia jurídica a las personas que la solicitan.
La última huelga importante del personal del metro en 1995 fue aplastada brutalmente por el gobierno de Lukashenko. Desde entonces no se ha vuelto a hablar de ir a la huelga. Actualmente estamos asistiendo a la primera gran movilización de protesta de la clase trabajadora desde entonces. De momento, estas movilizaciones parecen más bien reuniones con la dirección de las empresas, los sindicatos amarillos y las autoridades locales. Nos ha llegado la noticia de que el 17 de agosto, los mineros de Belaruskali [mina de potasa] están planeando una huelga (la célula del Sindicato Independiente ha sobrevivido allí; su presidente casi muere a causa de la paliza que le dieron durante su detención). Colectivos obreros de grandes fábricas han amenazado con ir a la huelga y esto ha forzado a las autoridades, al menos de momento, a frenar la violencia policial.
Hasta ahora, en las movilizaciones obreras solo se han formulado demandas democráticas generales, en línea con la amplia protesta de tipo liberal. Las manifestaciones han marcado sin duda una nueva tendencia: los partidos políticos tradicionales, sean de izquierda o de derecha, prácticamente no han desempeñado papel alguno en ellas. La inspiración ideológica y práctica ha venido más bien de los medios en sentido amplio, entre ellos las redes sociales. Quien dispone de un medio de comunicación potente controla las mentes y actualmente los medios potentes están en manos de quienes promueven el programa liberal y nacionalista. Y si adoctrinan a la clase trabajadora, ¿de dónde puede venir un movimiento obrero con conciencia de clase?
Ksenia Kunitskaya forma parte de la redacción de la revista electrónica Poligraf.
Vitaly Shkurin vive en Bielorrusia y es autor de September, una plataforma de medios de izquierda que abarca el espacio posoviético.
Volodymyr Artiukh es doctor en sociología y antropología social, especializado en la economía política de las sociedades posoviéticas. Es uno de los editores de Commons: Journal of Social Criticism.
Traducción: viento sur
Fuente: Jacobin / www.rebelion.org
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