El hogar de los desposeídos: La realidad de los “sin techo” en la Casa de Cádiz de Barcelona que el Ayuntamiento gaditano pretendía desalojar (vídeo)
La antigua Casa Cádiz de Barcelona acoge un proyecto de okupación impulsado y gestionado por personas en situación de indigencia o sin hogar. Provenientes de todos los rincones del mundo, se encuentran excluidas por la saturación de albergues municipales y la lentitud de los protocolos de atención de servicios sociales.
“Yo alquilaba una habitación a un piso de San Andreu. Un día, llegué a casa y me la encontré precintada. A los juzgados me dijeron que había sido desahuciado: que la mía casera no había pagado desde hacía meses. No me permitieron entrar al piso ni coger mis cosas hasta que no se solucionara la cuestión del propietario. Estábamos en medio de la ola de frío, los albergues estaban todos llenos y estuve tres días en un cajero automático. 72 horas podan no parecer mucho, pero por alguien a quienes nunca le ha faltado un hogar, se pueden hacer muy largas. Son 72 horas a pelo. Y durante las que estás constantemente pensante en el porque, como me saldré, donde tengo que ir, si seré capaz de volver a trabajar… y sintiéndote culpable por una cosa que no es culpa tuya y preguntándote qué he hecho mal con mi vida?”.
Después de estos tres días de peregrinaje errante, redirigido a mil y un albergues y oficinas de emergencia social y habitacional, Josep llegó a Casa Cádiz por la mañana del 31 de diciembre de este año. “Me dieron ropa, me duché en uno perol y me metí a cocinar”, recuerda. Este vecino de Huerta Guinardó, cocinero de oficio, consiguió recomponerse en este hogar; hoy en día vuelve a trabajar como chef en un restaurante y ha conseguido alquilar una habitación en un nuevo piso. Aun así, continúa viniendo día si y día también para cocinar uno de las dos comidas diarios -comida o cenar- que prepara para los 25 comensales que hay alojados en Casa Cádiz.
“A través de servicios sociales, entras en una rueda de hámster, que no te permite recuperarte. Aquí la gente que llega afectada por la situación puede sentarse, reflexionar y coger un papel en blanco y empezar a escribir de nuevo”, nos explica emocionado mientras pela alcachofas, uno de los muchos productos que vecinas y comercios entregan como muestra de apoyo al proyecto. “Yo paseaba un día por el barrio y vi que aquí buscaban ropa, toallas… Llevé el que pude de casa, después leí el libro de Lagarder y enseguida simpaticé y entender el proyecto. Y desde aquel día doy clases de idiomas”. Lo explica Henriette, vecina del barrio de origen suizo. “Creo que organizar esto es impresionante, algo tan empática y muy hecha, que funcione. Que gestionen los baños, la fontanería, el asesoramiento legal, toda esta solidaridad que ha concentrada aquí… Y me hace pensar mucho sobre como vivo yo, que vivo de otro forma, cómodamente. Me ha abierto un mundo”.
En el Estado español hay 30.000 personas sin hogar, 3.000 de las cuales se encuentran en la ciudad de Barcelona. De estas, 956 duermen directamente a las calles. Según la Red de Atención a Personas Sin Hogar (XAPSLL), cerca de 600 lo hacen en asentamientos irregulares y unas 2.000 dependen de las equipaciones municipales o de los recursos residenciales de varias entidades sociales. La esperanza de vida por estas personas se sitúa en los 58 años, 22 años menos que el resto de habitantes de la ciudad. Según la Fundación Raíces, 59 personas sin hogar murieron durante el año 2018 en la ciudad de Barcelona.
Un espacio para la reconstrucción de una vida
Una de las peculiaridades de Casa Cádiz es la de ubicarse en pleno coro de Barcelona, al antiguo barrio del Poblet, hoy Sagrada Familia, uno de los territorios de la ciudad más sacudidos por la expulsión de vecindario y la turistificació ininterrumpida. El inmueble, que hacía catorce años que estaba en desuso, es propiedad del Ayuntamiento de Cádiz. El alcalde de la ciudad andaluza, José María González Santos Kichi (Podemos), presentó una denuncia por “ocupación ilegal” ante los Mossos el pasado 16 de noviembre, a pesar de que desde el consistorio gaditano aseguran que no tienen intención de desalojar el inmueble, sino de encontrar una solución negociada.
“Vivo en este barrio desde el año 1942. He vivido la guerra, la posguerra, la transición. Pero ahora todo ha cambiado. Me parece que solo quedo yo”. Lo explica Enric, un yayo entrañable y residente histórico en los bajos adyacentes a la okupación. Con sus 85 años a las espaldas ha sobrevivido a los episodios más descarnados de la historia de este país. Hoy sufre mòbing inmobiliario y pobreza energética, la versión moderna de la guerra de la despossessió.
Enric, quién había estado dibujando de la Editorial Bruguera, vive ahora rodeado de iconografía de todo tipo, enfundado en una larga bata y bien cerca de un radiador que le han autofabricat sus nuevos vecinos okupas para sobrevivir en invierno. Con la amenaza de un eventual desalojo por parte de la propiedad, a Casa Cádiz, Enric ha encontrado apoyo, compañía y un plato caliente cada día. “La palabra okupa era uno susto, porque tenía una imagen de precedentes en que dominaba la droga… Pero gracias a esta gente, todo ha cambiado para mí. Con él ha entrado la luz y el sol a mi vida. Hemos conectado muy bien”.
Enric se refiere a Lagarder Danciu, uno de los impulsores del proyecto, a quien coge la mano con simpatía mientras se limpia la sangre que le brota de la nariz fruto de un edema. Lagarder es un trabajador social y activista político de origen rumano, y ha participado en proyectos como la extinta Corrala Dignidad a Sevilla o la okupación de plazas y campamentos a Madrid y Barcelona por parte de los sin techo. Hoy en día, ha dejado aparcada la mochila y la denuncia nómada (experiencias recogidas al libro Sin Techo, Editorial Descontrol) para establecerse y echar raíces a través de un proyecto más estable, centrado en el acompañamiento a personas sin hogar. “Aquí se ayuda a todo el mundo; somos refugiadas, gente sin papeles, pensionistas de Cataluña…”, explica. “A diferencia de lo Hogar Social Madrid, una organización neofascista que ayuda la persona según su DNI, Casa Cádiz es un proyecto sin fronteras, que acoge y cuida la persona según la necesidad, no la nacionalidad”.
Lagarder es igual de contundente con cómo cree que se tiene que autogestionar este espacio. “Las empresas que trafican con la pobreza, utilizan las personas como mercancías, porque prosperen sus negocios, mientras estas personas se van degradante. La caridad es humillante. Para nosotros, el camino es la solidaridad, el apoyo mutuo y la autogestión, puesto que es la misma persona que sufre un problema la que se implica directamente al buscar una solución, valora sus capacidades, mejora su autoestima y que voz que hay un camino, y que lo están haciendo ellos mismos”, apunta. “Por mí es un proyecto muy especial, somos un equipo y aprendo muchas cosas de gente de diferentes nacionalidades. Gente que tiene objetivos y que quiere seguir adelante”, añade Alseny, un joven refugiado de Guinea, que llegó a Casa Cádiz rebotado por Cruz Roja y Cáritas. Aun así, alerta de los retos y riesgos que percibe en el proyecto: “El más difícil es como llegar a controlar a esta gente, todos los conflictos que se generan y encontrar la manera de sobrevivir con pocos recursos económicos. Queremos abrir algo para mantenernos y ser independientes. Porque la gente que hoy nos está apoyando quizás un día se cansará”.
Servicios sociales contra las cuerdas
“Sufrimos una privatización progresiva de los servicios sociales, que antes eran responsabilidad de los ayuntamientos y han pasado a ser de gestión privada”, critica Lagarder. “Así que se meten a gestionarlo inmobiliarias, ONG, fundaciones, constructoras y empresas como Clece, de Florentino Pérez, que hacen marketing y un negocio suculento con el tema de la pobreza. El problema se cronifica y los servicios van perdiendo calidad”, sentencia.
Según los últimos estudios hechos públicos por la fundación Raíces, “en el Estado español no existe una política clara y efectiva para luchar contra lo sensellarisme y prevenirlo”. El año 2015, el Consejo de Ministros aprobó la Estrategia Nacional Integral para Personas Sin Hogar 2015-2020, con el objetivo de ser un instrumento para crear un marco de actuación verso lo sensellarisme. “Las comunidades autónomas también la firmaron pero esta estrategia nunca se ha puesto en marcha ni se ha dotado de presupuesto”, critican.
En Barcelona existe el plan de lucha contra lo sensellarisme 2016-2020, según el cual el gasto municipal anual en los servicios de atención a personas sin hogar ha pasado de los 26,85 millones de euros en 2015 a los actuales 34,21 millones. Sin embargo, el informe de la XAPSLL apunta que, desde el año 2008 hasta la actualidad, “el número de personas que se ven abocadas a dormir en la calle no ha parado de aumentar, como pasa en otras ciudades europeas, en un contexto de incremento y enquistament de la pobreza y de la desigualdad social”.
Antes de marchar le preguntamos al chef Josep si, como “superviviente” y actual activista en el espacio, quiere añadir algo más, trasladar un mensaje a la “sociedad”, aquel cuerpo-espectador que mira distando los efectos progresivos de la devastación social, pero también de la vida en sus márgenes. Y lo añade: “Yo no sabía nada del movimiento okupa, pensaba que estas cosas eran montadas para pasar el rato y para tomar cervezas con los colegas. Pero cuando te encuentras con esto, el barrio tiene que saber el que estamos haciendo, hacia donde vamos y que su pequeña ayuda es esencial. Y que si hay un desalojo, pues que vengan y nos defiendan, porque esto es nuestro, es de todos, solo nos salvaremos nosotros mismos, no unos servicios sociales politizados ni una iglesia arcaica”.
(Fuente: Directa.cat / Autor: Guille Larios / Vídeo: Andreu Tarrés)
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