El infierno de todos los días: así se sufre el acoso sexual en Marruecos. Represión y segregación sexual en una sociedad machista

Suena el teléfono. Son las 10 y media de la noche de un sábado de hace varios meses. Al otro lado se oyen sollozos. Y una voz impotente, débil, entrecortada: Iba de camino a casa… Tres hombres me seguían con el coche… En cada semáforo que yo me paraba, se paraban ellos… Me decían cosas en árabe que no entendía muy bien. El miedo y las ganas de echar a correr me impedían escucharlo. Era algo así como: “Puta, súbete al coche. Vamos a pasarlo bien”… Después dos de ellos se bajaron y me tocaron las tetas y el culo durante un rato. Volvieron al coche y arrancaron muy rápido.

Era mi amiga Hanna. Volvía de tomar unas cervezas con unas amigas y unos hombres la persiguieron desde el bar a casa. Me entraron ganas de vomitar, de llorar, de pegar. Salí a la calle y fui a su encuentro. Durante el camino, yo también sufrí miradas inoportunas. Oí que me llamaban como si fuera un gato —psssss psssss psssss—, sentí coches que se paraban cerca: ¿para qué?

Una vez en su casa, recuerdo que nos planteamos si poner la denuncia o no. ¡Vaya estupidez! Dudar si denunciar un caso de violencia sexual cuando de sobra sabemos que siempre, siempre, hay que denunciar. Pero en países como Marruecos, y más siendo marroquí, denunciar estos casos supone estigmatizar aún más a la víctima. Cuando todavía te sientes sucia, cuando aún no puedes borrar la imagen de la cabeza, tienes que exponerte a que quizá no te crean, a que se rían de ti, que te digan que hueles a alcohol, que te lo buscabas, que mira cómo vas vestida, que no son horas para que una mujer vaya sola por la calle… Y, sobre todo, sufrir el que, en muchas ocasiones, y más cuando se trata de mujeres marroquíes, los acosadores acaban impunes.

Una ley insuficiente que queda en nada

Seis de cada 10 mujeres sufren acoso sexual en Marruecos. Y por desgracia, la ley 103-13 que sacó el país magrebí el pasado 12 de septiembre en contra de la violencia sexual cae en saco roto. Según informaba esta semana la agencia EFE, hace escasos días en Fez, en el primer caso desde que entró en vigor la ley, el juez acabó absolviendo al acusado, un hombre de 66 años, por manosear y tocar los pechos en el pasillo de un supermercado a una chica de 18. Ella acabó retirando la denuncia y el caso pone en entredicho una ley que las principales activistas feministas marroquíes siempre consideraron insuficiente.

La 103-13 contra la violencia machista, que se presentaba como histórica, contempla penas de hasta seis meses de cárcel y multas de hasta 900 euros para los acosadores. Pero no hace referencia a las violaciones dentro del matrimonio ni a la ‘fatiha’, matrimonios forzosos con niñas menores de edad que se dan sobre todo en zonas rurales y afectan al 12% del total de las uniones.

Ibtissame Lauchgar, conocida como Betty, cofundadora de MALI —Movimientos Alternativos por las Libertades Individuales— y una de las activistas feministas más valientes en la lucha por los derechos de las mujeres y los derechos LGTBI en Marruecos, reconoce que es complicado aplicar esta ley porque “no está clara, usa un lenguaje insuficiente y no está ligada a un proceso de educación”. No somete a un proceso de educación sexual y de género a los ciudadanos, ni a los jueces ni a la policía que, según Betty, “es muy misógina y machista”.

Ella lo sabe bien porque fue víctima de violencia sexual en manos de tres policías en septiembre de 2016 mientras estaba detenida en una comisaría después de un acto reivindicativo. “Querían examinarme para buscar mi teléfono, que no estaba en mi bolso. Yo les dije explícitamente que una mujer no puede ser examinada por un hombre, como dice la ley. Pero dos de ellos me cogieron por los brazos y un tercero me examinó, diciendo después: ya está, ya te hemos visto la vulva”, confiesa esta activista a El Confidencial. Y continúa: “He sido víctima de agresión sexual y violencia sexual desde mi infancia por varios chicos y hombres de mi entorno. También por militantes y periodistas. Somos varias en esta situación, pero es muy difícil presentar denuncias”.

Según un informe de ONU Mujeres publicado a principios de este año, el 63% de las mujeres declara haber sufrido violencia física o mental y el 38% de los hombres asegura que las mujeres merecen ser golpeadas.

Secuestrada y violada durante dos meses

El caso de Hanna y el de Betty son dos historias más de la larga lista de mujeres que sufren y han sufrido violencia sexual en Marruecos. El pasado mes de agosto, las portadas de los principales medios locales recogían el caso de Khadija Okkarou, una joven de 17 años secuestrada y violada durante casi dos meses por 15 hombres. Los agresores la golpearon, tatuaron su cuerpo con esvásticas y otros dibujos y no le daban de comer. Doce personas fueron detenidas. Ella misma denunció las agresiones. Su familia, procedente de Fqih Ben Saleh, una zona rural situada en el interior de Marruecos, dudaba. Esta semana ha tenido lugar la segunda vista del juicio.

Fue un caso que conmovió al país, se hicieron varias manifestaciones, y sensibilizó, en cierta medida, a las mujeres. “Gracias a movimientos internacionales como el #MeToo, estos casos empiezan a tener más visibilidad en Marruecos y la palabra de la mujer empieza a ser escuchada. Estamos cogiendo más conciencia sobre la cultura de la violación en que vivimos”, resume Betty. Y eso se refleja en el número de denuncias: en 2016 se pusieron unas 800 por abusos sexuales y en 2017 el doble, aproximadamente 1.600.

Aunque casos como el de Khadija no ocurran todos los días, la desigualdad en el trato a hombres y mujeres, el machismo y el acoso callejero sí que son constantes en la vida cotidiana. Cuando vives en un país árabe como Marruecos, llevar minifaldas, pantalones cortos y escotes ni se te pasa por la cabeza. Pero si alguna amiga que viene de visita decide ponérselos, acaba por tener que volver a casa a cambiarse de ropa porque las miradas persecutorias son constantes y la hacen sentir incómoda. Es difícil pasear tranquila. Incluso yendo tapada a veces tienes que lidiar con silbidos, susurros extraños, coches que se paran, gritos que te llaman, chicos que te siguen durante un rato u hombres que aceleran el paso para alcanzarte.

Hábitos que te hacen sentir impotente, débil, intimidada, frágil. Y somos muchas las que no podemos evitar sentirnos así. Los bares son de los hombres, las calles son de los hombres, el espacio público es de los hombres. Recuerdo que una vez, al poco de llegar al país, me senté en el poyete a esperar a que saliera una amiga del portal. Un joven marroquí se me acercó y me dijo, educadamente, que me levantara porque no era normal que una mujer se sentase en la calle: podía ser confundida con una prostituta o hacerme “cualquier cosa”. Cinco pasos más adelante, sus amigos le esperaban sentados en la acera.

En las áreas rurales, el acoso es mayor. Una vez, viajando en un tren a Nador, un chico se sentó a mi lado y no parada de pedirme el teléfono, hacerme comentarios ofensivos y proposiciones extrañas. Me cambié de sitio tres veces y las tres él vino detrás creyendo que tenía todo el derecho del mundo a seguirme, a piropearme y a exigir mi contacto. En la siguiente parada me bajé y me cambié de vagón. En el caso de las mujeres marroquíes, es peor. Tomarte una cerveza o un café sola en la mayoría de los locales también supone un verdadero esfuerzo. Casi siempre hay alguien que se sienta a tu mesa para entablar conversación o violentarte. Y en los conciertos y los lugares donde se aglomera mucha gente, son frecuentes los tocamientos y los intentos de meter mano.

Como mujer y periodista, es muy violento que hombres con los que has contactado con un objetivo únicamente profesional aprovechen que tienen tu contacto para proponer verte en otro momento o acribillarte a mensajes inapropiados y humillantes, ya que a un hombre periodista no le pasa cuando habla con otro hombre u otra mujer durante el ejercicio de su profesión.

“Nosotras no tenemos que huir de los sitios”

Safaa El Jazaly, una emprendedora marroquí experta en telecomunicaciones, ha creado Finemchi, una aplicación que recomienda bares, cafés y otros espacios en los que las mujeres pueden sentirse cómodas y no sean violentadas o humilladas. La ‘app’ también contacta directamente con un teléfono de seguridad para la mujer y te mantiene en contacto con un familiar para que sepa dónde has ido. Su creadora explica a El Confidencial que todas las direcciones a las que hace referencia Finemchi son mixtas, ya que no está a favor de los espacios solo para mujeres. “La separación solo amplía la diferencia y las hostilidades”, concluye. Ibtissame Lauchgar está de acuerdo: “Es lo contrario a la lucha feminista, es darle la razón al patriarcado. Los que tienen que aprender a comportarse y respetar a las mujeres son ellos. Nosotras no tenemos que huir de los sitios”.

Las mujeres en Marruecos empiezan a estar más que hartas y cada vez es más común que se organicen para manifestar su rabia y su malestar ante esta situación. La iniciativa artística y ciudadana Zankadialna, ‘la calle es nuestra’ en árabe, nació el 1 de junio de 2018 “para expresar la necesidad de circular en paz y seguridad en los espacios públicos”, explican las chicas del colectivo, que en su grupo de Facebook ya son más de 10.000. El 15 de septiembre de 2018 realizaron un paseo protesta artístico y silencioso en frente del Parlamento de Rabat con el objetivo de “llevar algo de belleza a una sociedad que a menudo la ha olvidado y ha disminuido su lucha”. Con esta ‘performance’, propuesta por una artista y una coreógrafa, ambas marroquíes, estas mujeres exigían su lugar en el espacio público y denunciaban la violencia machista que a menudo sacude a la sociedad marroquí.

La obra de teatro ‘Zanka bla Violence’, del colectivo con el mismo nombre formado por Beatriz Villanueva, Soufiane Guerraoui y Monssef Kabri, viajó por las principales ciudades de Marruecos —Tánger, Rabat, Marrakech, Casablanca y Fez— con el objetivo de poner a los espectadores, tanto hombres como mujeres, en la piel de una mujer que es violentada, acosada o maltratada. “La mayor parte de la sociedad marroquí, sobre todo los hombres, no es consciente de las consecuencias que tienen esos actos y ese comportamiento. De ahí la necesidad de hacerles entender y sentir lo que esas intimidaciones suponen”, explica a El Confidencial Mounssef Kabri. Y añade que él como hombre se siente muy indignado: “Veo muchísimos casos al día. La lucha contra estos comportamientos no es solo de las mujeres. También es de los hombres”, exige.

¿Qué pasa si te violan y te quedas embarazada? Los mujeres embarazadas fuera del matrimonio en Marruecos son repudiadas por sus familiares, amigos, vecinos. Para denunciar los casos y que no se sientan solas, la asociación 100% Mamás de Tánger ha creado una radio. Fatima Tourari, de 26 años, está al mando. Ella misma se quedó embarazada fuera del matrimonio con 22 y su familia la abandonó. La soledad y las miradas de desprecio la llevaron a la depresión. Hoy, gracias a la radio, es feliz y ofrece una plataforma de denuncia para que todas esas mujeres sepan que hay muchas en su situación y juntas pueden superarlo.

Todos estos grupos feministas han surgido porque las mujeres ya no pueden más, pero, según Betty, “los grupos feministas en Marruecos son de nueva generación y tienen demasiado en cuenta la tradición, la religión y la cultura”. “Necesitamos hacer más campañas de acción, provocar el choque en las conciencias”, afirma la líder de este grupo feminista universalista, que durante una acción tiñó de rojo todas las fuentes de Rabat, y que cree que la mujer debe tener los mismo derechos en todos los países del mundo, independientemente de la cultura, la tradición y la religión.

(Fuente: El Confidencial / Autora: Rebeca Hortigüela)

Francisco Campos

Francisco Campos

Nació en Sevilla en 21 de julio de 1958. Trabaja como administrativo. Es autor del libro "La Constitución andaluza de Antequera: su importancia y actualidad" (Hojas Monfíes, 2017).

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