Militares de EEUU que limpiaron Palomares piden a su Gobierno una indemnización por su actuación en el accidente nuclear

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Un grupo de militares veteranos de EE UU, que formaron parte del personal que retiró los restos de plutonio e hizo pruebas de radiación tras el accidente ocurrido en la localidad almeriense de Palomares en 1966, ha pedido a su Gobierno una indemnización por los daños que les causó el accidente termonuclear ocurrido en la localidad almeriense de Palomares en 1966, según figura en una demanda interpuesta el lunes y enviada este martes al Ejecutivo.

Los hechos se remontan al 17 de enero de 1966, cuando el choque entre un bombardero estadounidense y un avión de reabastecimiento se saldó con la muerte de 11 tripulantes y con la caída de 4 bombas en Palomares. Ninguna llegó a explotar, pero sí lo hicieron los detonadores de dos de ellas, cargados con plutonio, y liberaron material radiactivo que contaminó la costa de Almería.

EEUU lanzó entonces un amplio dispositivo de limpieza que implicó  “aproximadamente a 1.600 efectivos”, responsables de rastrear el lugar donde se estrellaron los aviones y de retirar el terreno  contaminado. Los veteranos sostienen ahora que no disponían de los equipos de protección adecuados y quedaron expuestos a “niveles de radiación que excedían de lejos los límites actuales”.

La demanda, presentada ante el Tribunal de Apelaciones para Reclamaciones de Veteranos en Washington, está encabezada por el sargento Victor B. Skaar. Skaar, que entonces contaba con 29 años,  fue uno de los 1.600 estadounidenses que se encargaron de limpiar los restos de las cuatro bombas termonucleares que cayeron sobre Palomares

“Durante años, la Fuerza Aérea negó la existencia de ninguna muestra biológica. Cuando finalmente admitieron su existencia, era obvio que mostraban que habíamos estado expuestos a niveles peligrosos de plutonio”, ha explicado Skaar, que tenía 29 años cuando participó en la operación. “Más de 50 años después, el Departamento de Asuntos de los Veteranos sigue negando que la exposición a la radiación en Palomares hubiese afectado a nuestra salud”, ha añadido.

La documentación presentada ante el juzgado recoge que los militares han sufrido en las décadas siguientes al siniestro enfermedades relacionadas con la radiación, “entre ellas cáncer y desórdenes sanguíneos”.

Durante los meses que estuvieron trabajando en Palomares, según los demandantes, el Gobierno de EE UU “no proporcionó la protección adecuada” a los soldados, que en los años posteriores desarrollaron graves enfermedades, desde cáncer hasta problemas sanguíneos. Con su demanda, los militares retirados buscan que el secretario del Departamento de Veteranos, David Shulkin, declare que el incidente de Palomares estuvo relacionado con “riesgos de radiación nuclear” y reconozca que sus enfermedades son fruto de su servicio a EE UU, lo que abriría la puerta a indemnizaciones.

El líder de la demanda, Skaar, ha sido diagnosticado con cáncer de piel y de próstata, según figura en el escrito judicial. Los militares retirados están siendo representados legalmente por la Clínica de Asistencia para Veteranos de la prestigiosa Universidad de Yale, cuyos estudiantes son los que han comenzado con el litigio.

En un comunicado de la Universidad de Yale, el senador demócrata Richard Blumenthal, miembro de los comités de Veteranos y Servicios Armados de la Cámara alta, afirmó que el Departamento de Veteranos debe “revisar las reclamaciones” de los litigantes “de forma minuciosa y justa”. “Estos veteranos estuvieron expuestos a radiaciones peligrosas mientras servían con lealtad a nuestra nación en la limpieza del accidente de la bomba de hidrógeno”, agregó Blumenthal.

En octubre de 2015, los entonces secretario de Estado de EE UU, John Kerry, y ministro de Exteriores de España, José Manuel García-Margallo, firmaron una declaración de intenciones en la que Washington se comprometió a limpiar las tierras contaminadas. Esa declaración de intenciones fue firmada bajo el Gobierno del presidente Barack Obama (2009-2017) y con el nuevo Ejecutivo de Donald Trump aún no se ha materializado.

(Fuentes: Noticias de Almería / La Voz de Almería)

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Salen a la luz las consecuencias ocultas del accidente nuclear de Palomares

Documentos desclasificados y testimonios de testigos han puesto de relieve las nefastas consecuencias del accidente de Palomares, encubiertas por la Fuerza Aérea de EEUU, informa Dave Philips en su artículo para The New York Times.

Una noche de invierno de 1966, un bombardero estadounidense cargado de armamento colisionó contra un avión cisterna sobre la costa española. Perdió cuatro bombas de hidrógeno que cayeron sobre Palomares, pueblo de Almería ubicado al sureste de la península ibérica.

Según el autor, Frank Thompson, que entonces tenía 22 años, no llevaba ropa especial que lo protegiera de la radiactividad, como tampoco los demás soldados obligados a recoger los componentes tóxicos.

“Nos dijeron que era seguro e imagino que fuimos suficientemente tontos para creerlo”, recuerda. Ahora, a los 72 años, Thompson tiene cáncer de pulmón, hígado y riñón. Además, paga 2.200 dólares al mes por un tratamiento que le saldría gratis en un hospital de veteranos si la Fuerza Aérea reconociera que fue víctima de la radiación, constata el periodista. Sin embargo, durante medio siglo, la institución ha asegurado que en Palomares no hubo contaminación y que los 1.600 soldados que trabajaron en el lugar estaban protegidos.

Pero después de entrevistas con docenas de hombres como Thompson e informes desclasificados, la historia puede ser escrita de nuevo, señala el autor.

Según Philips, muchos de aquellos soldados ahora dicen que sufren los efectos de la contaminación por plutonio. El periodista logró ubicar a 40 veteranos que trabajaron tras el accidente: 21 padecieron cáncer y nueve ya murieron.

Muchos de los estadounidenses que limpiaron las bombas siguen intentando conseguir cobertura sanitaria y una compensación por discapacidad del Departamento de Asuntos de los Veteranos. “Pero esa oficina trabaja con la información que proporciona la Fuerza Aérea y, como en sus archivos no figuran heridos en Palomares, el departamento rechaza las peticiones una y otra vez”.

El autor lamenta que los hombres no puedan demostrar que resultaron afectados por la radiación para que se les cubran todos los costos sanitarios y se les pague una pensión por discapacidad. “Presento una reclamación y la rechazan, presento una apelación y la rechazan. Ya no puedo hacer más. Dentro de poco todos habremos muerto y habrán logrado encubrir todo aquello”, confesó Ron Howell, de 71 años edad, al que acaban de extirpar un tumor cerebral.

El día que cayeron las bombas

John Garman, policía militar, acudió al lugar del accidente pocas horas después del accidente de aviones, el 17 de enero de 1966. Tenía 23 años. Fue uno de los primeros en llegar a la escena y se sumó a media docena de personas que buscaban las armas nucleares perdidas, señala el periodista.

“Una de ellas acabó intacta en un banco de arena cerca de la playa. Otra cayó en el mar, donde la encontraron sin daños tras dos meses de búsqueda frenética”. Las otras dos explotaron y dejaron cráteres del tamaño de una casa a ambos lados del pueblo, según un informe secreto de la Comisión de Energía Atómica que ha sido desclasificado. A pesar de que las bombas llevaban mecanismos de seguridad que impidieron la reacción nuclear, los explosivos extendieron una fina capa de plutonio sobre el campo, cubierto de tomates ya maduros.

Al llegar pronto a Palomares, los científicos de la Comisión de Energía Atómica se llevaron la ropa de Garman, porque estaba contaminada, pero le aseguraron que no le pasaría nada. Doce años después tuvo cáncer en la vejiga, observa Philips.

El plutonio no tiene consecuencias inmediatas sobre la salud. Los científicos creen que las partículas alfa del plutonio no hacen demasiado daño fuera del cuerpo. Pero en caso de ser absorbidas, normalmente por inhalar polvo, lanzan una especie de lluvia continua de partículas radiactivas cientos de veces por minuto. Dave Philips señala que un microgramo —una millonésima de gramo en el cuerpo— es considerada potencialmente dañina. Según los informes de la Comisión de Energía Atómica desclasificados, las bombas de Palomares soltaron más de 3.000 millones de microgramos.

Para demostrar la seguridad de los habitantes de Palomares, la Fuerza Aérea de EEUU envió allí a soldados jóvenes con detectores de radiación portátiles. Peter Ricard, cocinero que entonces tenía 20 años, sin formación para utilizar el equipo, recuerda que le ordenaron que escaneara todo lo que pidieran pero con el detector apagado.

“Teníamos que simular que medíamos para no causar problemas con la población local”, confesó durante una entrevista. “Aún pienso mucho en eso. No era demasiado listo en aquella época. Te decían que lo hicieras y solo respondías ‘Sí, señor’”.

Análisis descartados

Para calcular la cantidad de plutonio que absorbía el personal que hizo la limpieza, un equipo médico reunió más de 1.500 muestras de orina. El autor menciona que los resultados mostraron que solo 10 hombres absorbieron más de lo considerado seguro y que el resto, hasta 1.500, salieron sanos. No obstante, los médicos que hicieron esos análisis, reconocen que no seguían las normas.

“¿Seguimos un protocolo? Por supuesto que no. No teníamos ni el tiempo ni el equipo necesario”, declaró Victor Skaar, de 79 años, quien trabajó en el equipo que hizo las pruebas. Añadió que la orina de muchos soldados nunca fue analizada. Asimismo, el autor comenta que el plutonio en los pulmones no tenía por qué aparecer en los análisis de orina y que, incluso con pruebas limpias, un hombre podía estar contaminado.

Tras la limpieza, la enfermedad

Philips observa que los soldados comenzaron a sentirse mal poco después de terminar de limpiar. “Hombres sanos de 20 años caían redondos por dolor en las articulaciones, en la espalda y por debilidad. Los médicos les decían que era artritis. Un policía militar tenía una sinusitis tan fuerte que se golpeaba la cabeza contra el suelo para que algo le distrajese del dolor. Los médicos le dijeron que era alergia”. Uno de los soldados, Arthur Kindler, llegó a estar tan cubierto de plutonio que le hicieron bañarse en el mar y se llevaron su ropa. Cuatro años después del accidente, tuvo cáncer de testículos, una extraña infección pulmonar, que estuvo a punto de terminar con su vida, y sufrió cáncer en los ganglios linfáticos tres veces, cuenta el autor. El seguimiento español EEUU prometió pagar el seguimiento del estado de salud del pueblo, pero durante décadas solo costeó el 15% y España tuvo que hacerse cargo del resto, de acuerdo con un resumen desclasificado del Departamento de Energía. En un memorando de 1976, los científicos españoles que estudiaban el estado de la población le dijeron a sus contrapartes estadounidenses que, debido a los casos de leucemia, Palomares “necesitaba algún tipo de seguimiento médico de la población para identificar enfermedades y muertes”. Pero nunca sucedió.

A finales de los 90, después de que España presionara durante años, EEUU aceptó incrementar la financiación. El pueblo se sometió a estudios que revelaron cifras altas de contaminación que no habían sido detectadas, incluyendo zonas en las que la radiación multiplicaba por 20 el nivel permitido en zonas no habitadas. En 2004, el Gobierno español levantó vallas alrededor de las zonas contaminadas cerca de los cráteres que dejaron las bombas. Después de años de presión, en 2015, EEUU acordó con España retirar el plutonio que queda, pero no hay calendario ni plan aprobado para que eso suceda.

(Fuente: Sputnik – News)

Francisco Campos

Francisco Campos

Nació en Sevilla en 21 de julio de 1958. Trabaja como administrativo. Es autor del libro "La Constitución andaluza de Antequera: su importancia y actualidad" (Hojas Monfíes, 2017).

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