¿Qué dicen los autores marxistas sobre la cuestión nacional?

A) Marx y Engels

Marx y Engels fueron los primeros en unir la liberación de las clases y sectores oprimidos por la explotación económica y la liberación de las naciones subyugadas. Muchos anticomunistas malinterpretan la frase del Manifiesto Comunista: «Los obreros no tienen patria. No se les puede quitar lo que no tienen« (El Manifiesto Comunista. Hay muchas ediciones disponibles. Hemos utilizado el de las Obras escogidas de Editions du Progrès, Moscú, 1973, p. 127).

Bajo el capitalismo, los trabajadores no tienen patria, ni poder, ni medios de producción, ni nada; Son la clase oprimida y para liberarse deben «ante todo conquistar el poder político, elevarse a la condición de clase nacional, constituirse como nación, elevarse a la condición de clase nacional«. Marx y Engels aspiraban a sociedades en las que la nación no se identificara con las castas gobernantes o con las oligarquías poderosas, sino con la clase obrera. Volvió a repetir esta idea central en otra de sus obras: «El desarrollo del proletariado industrial depende, por regla general, del desarrollo de la burguesía industrial. Sólo bajo el dominio de este último alcanza esta existencia de alcance nacional que le permite ELEVAR SU REVOLUCIÓN A UNA ALTURA NACIONAL» (Les luttes de classes en France de 1840 à 1850, ed. du Progrès, Moscú, 1979, p. 38).

Al abolir el capitalismo explotador, se suprime la opresión nacional: «En la misma medida en que se suprime la explotación de un individuo por otro, se abolirá la explotación de una nación por otra. Al mismo tiempo que el antagonismo de las clases dentro de las naciones, la hostilidad de las naciones entre sí desaparecerá«. Estas brillantes frases colocan a sus autores entre los más eminentes pensadores de la libertad nacional. Pero no se limitaron a escribirlas. Lucharon activamente durante toda su vida contra la opresión de las naciones subyugadas de su tiempo a manos de los grandes imperios. En un congreso de la Primera Internacional Obrera en 1866, Marx defendió una Polonia independiente de Rusia. Engels escribió en 1882 que Polonia debe dejar de ser subyugada y dividida para que su clase obrera se desarrolle.

El escritor comunista inglés Ralph Fox, que murió luchando heroicamente contra los franquistas españoles en las Brigadas Internacionales, escribió que «ningún historiador burgués ha ofrecido jamás una visión tan real y terrible de este proceso de despoblación de todo un país (Irlanda), el intento de exterminio completo de una gran nacionalidad, como lo hizo Marx… ¿Qué pasó en Irlanda? Marx lo explica muy claramente. Un nuevo y gigantesco proceso de saqueo. En el siglo XVII, los irlandeses estaban siendo saqueados por los colonialistas ingleses de sus propiedades en sus propias tierras. A mediados del siglo XIX seguían siendo saqueados y, además, a finales de siglo, más de la mitad de ellos se vieron obligados a abandonar su país para siempre…

En la década de 1950, Marx dio a conocer ampliamente la posición de Irlanda a través de sus artículos en la prensa alemana y norteamericana. Prestó especial atención a la atención a favor de los derechos de los agricultores, denunciando todo el sistema de propiedad de la tierra inglés«. (Marx, Engels y Lenin sobre Irlanda, VOSA, Madrid, 1985, pp. 22, 25, 29).

Marx y Engels distinguen en sus planteamientos dos nacionalismos diferentes: el de la burguesía explotadora que busca perpetuar su dominación sobre otra nación o que busca impedir la lucha revolucionaria de la clase obrera; y la de los trabajadores oprimidos y explotados. El sociólogo marxista francés Henri Lefebvre (que visitó Bilbo hace años como invitado del IPES) estudia en una de sus obras la distinción irreconciliable entre nacionalismo burgués o fascista y patriotismo revolucionario (Nacionalismo contra las naciones, primera edición en 1939, última conocida en 1988).

El sentimiento nacional es ambivalente: tiene una interpretación revolucionaria y otra reaccionaria. Lefebvre, siguiendo a Marx, interpreta el reaccionario: «la deificación de la nación permite evitar un análisis preciso y objetivo de la realidad nacional y de los intereses nacionales en el contexto europeo y mundial, y confundir los intereses de la reacción política con los del país«. Estudiando el caso francés, encuentra que la propaganda fascista sobre la nación se ha impuesto a la solidaridad de clase en ocasiones porque la conciencia de clase ha sido presentada a menudo por los marxistas de una manera idealista, como una conciencia espontánea cuando en realidad debe construirse mediante una lucha incesante contra el individualismo y el nacionalismo.

La necesidad de comunidad es más amplia y está más extendida que la solidaridad de clase debido a las supervivencias biológicas, místicas y patriarcales. Su tesis central es que la lucha de clases se identifica con la construcción de la comunidad popular nacional. Pero que sea el destino de las clases medias, que se han empobrecido sin lograr proletarizarse, lo que le da a la nación una realidad sustancial inequívoca. Una reflexión útil para el caso vasco.

Henri Lefebvre simpatizaba con la solución de la revolución bolchevique a la cuestión nacional. Pero al insistir en Marx, ya denunció el uso demagógico que en su tiempo (también en este tiempo) hizo de las grandes potencias imperialistas del derecho de autodeterminación, de los derechos nacionales o de lo que en su tiempo se conocía como el «principio de las nacionalidades« para asegurar su dominación.

El jesuita vasco Gotzon Garate escribió en un tratado sobre el tema: «Marx observa con ironía que el principio de las nacionalidades sirve de excusa para que Rusia no se inmiscuya en los asuntos de las nacionalidades eslavas, y finalmente estas últimas afirman su condición de hermanos de raza para formar un gran imperio paneslavo bajo las órdenes de Moscú«. (Marx y los nacionalismos separatistas, San Miguel, Bilbao, 1974, p. 126).

Hoy el «principio de las nacionalidades» es utilizado arbitrariamente por el imperialismo yanqui y alemán para debilitar la independencia de los pueblos e imponer estados satélites.

El secretario de la Internacional Comunista y primer presidente de la Bulgaria socialista, Jorge Dimitrov, recordaba ya en 1935 el verdadero sentido que Marx daba a la cuestión nacional: «Los intereses de la lucha de clases del proletariado contra los explotadores y opresores de la patria no están reñidos con los intereses de un futuro libre y feliz de la nación. Al contrario: la revolución socialista será la salvación de la nación. Y le abrirá el camino a un desarrollo más espléndido… Tampoco podrán los comunistas de la nación opresora hacer lo necesario para educar a las masas trabajadoras de su nación en el espíritu del internacionalismo si no libran su lucha resuelta contra la política opresiva de su «propia« burguesía, por el derecho a la completa autodeterminación de las naciones esclavizadas por ellos… porque, como enseñó Marx, las personas que oprimen a otros pueblos nunca pueden ser libres«. («Informe ante el VII Congreso de la Internacional Comunista«, Realitat, nº 3 y 4, Barcelona, 1987, pp. 97 y 98).

Es cierto que la única referencia de Engels a los vascos no es muy halagüeña. Citando lo que él considera «los restos de naciones pisoteadas sin piedad por la marcha de la historia« nos incluye a nosotros «los vascos en España, seguidores de Don Carlos« (Citado por Gotzon Garate, p. 167).

Creemos que es necesario un correcto análisis materialista de las insurrecciones populares vascas lideradas por los carlistas del siglo pasado. Este análisis ya fue correctamente realizado por ETA hace muchos años: «Las masas campesinas, pequeñoburguesas y preproletarias veían a los Fueros de la clase dominante como una cosa propia y podían sentir el liberalismo español como una verdadera invasión extranjera y a los liberales bilbais y donostiares como traidores, como beltzaks… El verdadero contenido de esta lucha, lejos de ser la preservación de la independencia nacional vasca, estaba condenado a ser el de un fuerismo profeudal, inseparablemente unido a la suerte de los representantes más reaccionarios de la corona española extranjera… Si la lucha de los actuales patriotas vascos es una LUCHA REVOLUCIONARIA, la de los combatientes carlistas fue contrarrevolucionaria con todas sus consecuencias«. («Hacia una estrategia revolucionaria vasca«, K. De Zunbeltz, Iraultza, n°1, Bruselas, pp. 60 y 65).

Esta es precisamente la razón por la que la lucha actual se inspira en las verdades universales formuladas por Marx y Engels, y por la que Engels no veía con buenos ojos la dirección de este último.

B) Lenin

El luchador más incansable por los derechos nacionales de los pueblos (y, además, por la unidad indestructible de todo el proletariado mundial) de todas las épocas ha sido Vladímir Ilich Lenin. Es cierto que Marx y Engels no profundizaron en una visión abstracta y completa de la cuestión nacional (ni hicieron una definición científica de las clases sociales, y nadie duda de su compromiso con la emancipación de la clase obrera y de todos los explotados).

Sin embargo, Lenin prestó gran preocupación teórica y política a este tema y se impuso en duros debates a otros camaradas revolucionarios de gran mérito, pero que se equivocaron al no darle a la cuestión la importancia que tiene. En 1912 Lenin observó en su exilio en la ciudad polaca de Cracovia, cuando Polonia era un estado vasallo del Imperio ruso, la dominación nacional sufrida por los polacos e hizo este comentario a su compañero Stalin: «Los polacos odian a Rusia y no sin razón. No podemos ignorar la fuerza de su sentimiento nacional. Nuestra revolución tendrá que tratarlos con gran atención e incluso permitirles romper con Rusia si es necesario«. (Citado por el autor trotskista Isaac Deutscher en su obra Stalin, Gallimard, París, 1953, p.156).

Lenin sugirió a Stalin en ese momento que escribiera su obra El marxismo y la cuestión nacional, de la que hablaremos más adelante. Lenin refinó sus posiciones en polémicas con otros revolucionarios de su tiempo. En 1912 escribió Notas críticas sobre el problema nacional en las que argumentaba que el programa marxista sobre este tema incluía dos puntos principales: «En primer lugar, defiende la igualdad de derechos de las naciones y las lenguas (y también el derecho a la autodeterminación…) y considera inadmisible la existencia de cualquier privilegio en este aspecto; en segundo lugar, defiende el principio del internacionalismo«. (Notas críticas sobre el problema nacional, Progreso, Moscú, 1979).

Lenin estableció una posición dialéctica y correcta que unía los dos principios y abordaba la cuestión nacional desde el punto de vista de la lucha de clases. Dice también: «Si el marxista ucraniano se deja llevar por su odio, que es muy legítimo y natural, hacia los opresores rusos, hasta el extremo de extenderse, aunque sea sólo una partícula de este odio, aunque sea sólo a cierta distancia, a la cultura proletaria y a la causa proletaria de los obreros rusos, este marxista acabará en el estanque del nacionalismo burgués. De la misma manera, el marxista ruso caerá en el estanque del nacionalismo no sólo burgués, sino también ultrarreaccionario, si olvida, aunque sea por un momento, la reivindicación de la plena igualdad de derechos para los ucranianos o el derecho de estos últimos a constituirse como Estado independiente» (ibíd., pp. 19 y 20).

Este análisis es fácilmente extrapolable al País Vasco del año 2000, en el que hay unos cuantos patriotas vascos vadeando en el estanque citado, mientras el conjunto de Izquierda Unida-PCE navega con las velas desplegadas en los repugnantes pantanos del españolismo reaccionario.

En 1917, Lenin escribió el folleto Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación en lucha dialéctica con la revolucionaria Rosa Luxemburgo (cuya memoria como mártir de la clase obrera europea alemana asesinada por la socialdemocracia traidora) saludamos, que no consideró oportuno luchar por el derecho citado. Lenin expone claramente la posición sobre este tema: «Por autodeterminación de las naciones entendemos su separación estatal de las colectividades de nacionalidad extranjera, entendemos la formación de un Estado nacional independiente«. (Sobre el derecho de las naciones a la libre determinación, Progress, Moscú, 1975, pág. 7).

En esta obra, Lenin ajusta cuentas con Trotsky, quien desde 1903 había atacado sus posiciones y lo acusaba de ser un «burócrata«: «Trotsky realmente está haciendo un flaco favor a ciertos admiradores de Rosa Luxemburgo cuando…«… Los marxistas polacos consideran que el derecho a la autodeterminación nacional carece absolutamente de contenido político y debe ser eliminado del plan de estudios«. ¡El servicial Trotsky es más peligroso que un enemigo! En ninguna parte, excepto «en conversaciones privadas« (es decir, simplemente en chismes, de los que Trotsky todavía vive) ha podido encontrar pruebas para incluir a los «marxistas polacos« en general, entre los partidarios de cada artículo de Rosa Luxemburgo. Trotsky presentó a los «marxistas polacos« como personas sin honor ni conciencia, que ni siquiera saben respetar sus convicciones y el programa de su partido. El servicial Trotsky… Nunca, ni siquiera en un solo problema serio del marxismo, Trotsky tuvo una opinión firme, siempre entró por la hendidura‘ de tal o cual divergencia, pasando de un campo a otro« (ibid.), pp. 53 y 54.

En 1916 respondió al trotskista ucraniano Piatakov, que rechazaba el derecho a la autodeterminación, en el artículo «Sobrela caricatura del marxismo y del economicismo imperialista«, en el que escribió: «La autodeterminación de las naciones es lo mismo que la lucha por la completa liberación nacional, por la completa independencia«. (Compilado en Contra la guerra imperialista, Progreso, Moscú, 1978, p. 216).

Cuando triunfa la Revolución, el brutal dominio del imperialismo zarista ruso es reemplazado por la liberación nacional y social y la plena aplicación del derecho a la autodeterminación. Prueba: El gobierno revolucionario en 1918 hizo esta declaración «A todos los trabajadores musulmanes de Rusia y del Este«, que lleva la firma de Lenin y Stalin: «Musulmanes de Rusia, tártaros del Volga y Crimea, kirguises y kazajos, turcos y tártaros de Transcaucasia, chechenos y montañeses de Ingushetia y todos aquellos cuyas mezquitas y centros de oración han sido destruidos, cuyas creencias y costumbres han sido burladas por los zares y opresores de Rusia: vuestras creencias y costumbres, vuestras instituciones nacionales y culturales son ahora libres e inviolables. Organicen su vida nacional con la más completa libertad. ¡Es tu derecho! Sabed que vuestros derechos y los de todos los pueblos de Rusia están bajo la poderosa protección de la revolución y de sus órganos, los Soviets de Obreros, Soldados y Campesinos«.

Después de la revolución, Piatakov continuó destrozando los pies de Lenin diciendo que la autodeterminación era una «consigna burguesa«. Lenin respondió con otra frase brillante: «Nos dicen que Rusia se dividirá, que se dividirá en repúblicas separadas, pero no hay razón para que esto nos asuste. Por muchas repúblicas independientes que hay, no tendremos miedo; Lo importante para nosotros no es por dónde pasa la frontera del Estado, sino que se preserve la unión de los trabajadores de todas las naciones para la lucha contra la burguesía de cualquier nación«. Esto es lo que repetimos hoy a los españoles progresistas que tiemblan porque la vieja España monarco-reaccionaria se está desmoronando. La independencia de Euskal-Herria dará paso a una unidad más estrecha de la clase obrera combativa de los dos pueblos (libre de la desconfianza, la división e incluso el odio que generan las relaciones de dominación) y mayores derrotas de la burguesía imperialista y rapaz.

C) Stalin

Abordamos este tema con la brillante ayuda de un gran historiador francés y amigo de la causa vasca, Pierre Vilar, que estuvo presente en el gran cincuentenario del bombardeo de Gernika en 1987, organizado por el MLNV junto a otras fuerzas sociales y políticas:

«Un terrorismo intelectual clandestino nos empuja a pedir perdón para citar a Stalin. Esto puede ser explicable, pero lo que no tiene explicación posible es que uno debe enfrentar cualquier texto de Stalin con el ceño fruncido. El peor método a seguir si se quiere juzgar a un hombre es tomarlo por idiota y no es justo, en ningún caso, transgredir las reglas elementales de la crítica en beneficio propio, como hace el historiador norteamericano Richard Pipes… Según él, cuando Lenin, en diciembre de 1912, encargó a Stalin que escribiera un artículo sobre la nación, fue por casualidad y en ausencia de Shumian, el verdadero experto, ya que Stalin no había escrito nada sobre el tema en ese momento. Y la mayoría de los historiadores… ¡Estoy de acuerdo con Pipes al gritar su estatura como erudito! Basta con abrir las Obras Completas de Stalin -que no son imposibles de encontrar (están en la Biblioteca Central de la UPV en el campus de Leioa; nota nuestra)- para encontrarse… con un largo artículo fechado en 1904 y titulado: ¿Cómo entiende la socialdemocracia la cuestión nacional? Y, en consecuencia, preguntarnos cuál es el método de trabajo de los historiadores. Este es un artículo fundamental que explica por qué Lenin, en una carta a Gorki (febrero de 1913), le habla de un «georgiano maravilloso« que trabaja en el problema nacional…»

«Sus apreciaciones coinciden con las de Lenin: es necesario luchar contra la opresión del Estado y no a favor de la ideología nacionalista. El derecho al «divorcio» debe ser proclamado, no la obligación de divorciarse. Corresponde a las nacionalidades demostrar su madurez. No hay nación propiamente dicha, sino conciencias en formación según diversos grados de exigencias políticas«.

«Frente a tales observaciones, ¿no es de extrañar que en 1913 Lenin acusara a Stalin de un artículo «teórico» sobre la «nación», refutando a los «austromarxistas»? Sigue siendo, según Pipes, una banalidad decir que Lenin no estaba muy satisfecho con el artículo, y hay varias pistas al respecto. Pero hay una cosa que se olvida: en 1917, Lenin confió a Stalin el ‘Comisariado de las Nacionalidades’» («Sobre los fundamentos de las estructuras nacionales«, Realitat, nº 3 y 4, Barcelona, 1987, pp. 38, 39 y 40).

Y en 1917, Stalin, actuando como Comisario del Comisario del Pueblo para las Nacionalidades, dijo a los socialdemócratas finlandeses: «Damos a los finlandeses plena libertad para determinar sus propias vidas, así como las de los demás pueblos de Rusia». En 1921 Stalin reconoció un alto grado de autonomía, la restitución de las tierras arrebatadas por los zares a los campesinos y a la «sharia» musulmana a los pueblos musulmanes del Cáucaso Norte, y crearon recíprocamente la República Montañesa soviética, que incluía la actual Chechenia (masacrada por el neozarismo capitalista de Yeltsin-Putin), Ingushetia, Osetia y otros territorios.

Nos gustaría subrayar que los intelectuales progresistas más serios, que son los menos serviles al totalitarismo burgués, consideran que la obra de Stalin, El marxismo y la cuestión nacional, es una contribución clásica y, por lo tanto, de relevancia permanente. Además de las citas de Henri Lefebvre y Pierre Vilar, dos sociólogos vascos comprometidos con la izquierda abertzale reconocieron que «nadie duda de la personalidad de Stalin en los asuntos concernientes al problema nacional« y de su «reputación de autoridad respetable en esta materia« Paulo Iztueta, Jokin Apalategi, (El marxismo y la cuestión nacional vasca, Itxaropena, Zarauz, 1977, pp. 41, 43, 44).

El historiador inglés Eric Hobsbawn (hoy el más prestigioso) reconoce que la obra citada de Stalin «ejerció una gran influencia internacional, no sólo entre los comunistas, sino especialmente en el mundo dependiente« y cree que la definición de nación de Stalin «es probablemente la más conocida« (Naciones y nacionalismo desde 1780, Crítica, Barcelona, 1997, pp. 10 y 13).

La definición en cuestión es la siguiente: «La nación es una comunidad humana, estable, históricamente constituida, de lengua, territorio, vida económica y formación psíquica que se traduce en una comunidad de cultura«.

Hay otra posición de Stalin que nos parece útil en el momento actual. La que se refiere a la necesidad de que «el proletariado de las naciones dominantes preste un apoyo decidido y activo al movimiento de liberación nacional de los pueblos oprimidos«. Stalin se pregunta si es necesario apoyarlos a todos indiscriminadamente. Su respuesta es sólo «aquellas que tienden a debilitar y derrocar al imperialismo y no a mantenerlo y consolidarlo« (Principios del leninismo, Ediciones en lenguas extranjeras, Pekín, 1969, p. 75).

Está claro que los movimientos mafiosos y fascistas que han tomado el poder en las antiguas repúblicas socialistas, como los llamados «frentes populares» bálticos de hace 10 años, los fundamentalistas procapitalistas en Chechenia y Bosnia, el dictador pro-OTAN de Georgia Shevarnadze (ex líder del PCUS en la era Gorbachov), los neonazis en Croacia o Ucrania, los terroristas respaldados por la OTAN del antiguo «Ejército de Liberación de Kosovo», etcétera. y otros movimientos de extrema derecha como el Bloque Vlaams flamenco y la Liga Norte italiana y el movimiento archifeudal y oscurantista del Dalai Lama tibetano, utilizado como ariete contra la República Popular China, no sólo no merecen el apoyo sino el rechazo más activo de todos los antiimperialistas y antifascistas.

Por otro lado, auténticos movimientos de liberación como el Frente Polisario, el Frente Popular para la Liberación de Palestina, el Frente de Liberación Nacional Canaco y Socialista, los patriotas libaneses antisionistas, el movimiento republicano irlandés en sus diversas vertientes, los patriotas comunistas gallegos y catalanes, el movimiento corso, el movimiento revolucionario para la liberación de los negros norteamericanos, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, La Revolución Cubana, las masas antiimperialistas yugoslavas e iraquíes, los movimientos indígenas y campesinos del Ecuador, los lumumbistas congoleños, el Nuevo Ejército del Pueblo de Filipinas y muchos otros, merecen un apoyo activo y solidario. También hemos observado cómo los antiguos movimientos de liberación optan, por diversas razones, por el camino de la capitulación y el paso a las filas enemigas. Es el caso de un ex guerrillero colombiano (M-19), la burguesía palestina en torno a Arafat y recientemente el triste caso del PKK y su líder Öcalan. Sobre este tema, véase el esclarecedor artículo «El doble drama del pueblo kurdo« publicado en Resumen Latinoamericano n° 45, enero-febrero de 2000.

Cuando esto sucede, automáticamente dejan de ser sujetos de solidaridad internacionalista. Lamentamos que, a pesar de la experiencia de los últimos años, esta simple y clara reflexión no haya calado aún en el conjunto de la izquierda abertzale, lo que la ha llevado a tropezar, aislarse y a menudo cometer errores.

Fuente: Haize Gorriak.

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