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Represión lingüística contra el habla andaluza

María Jesus Montero, portavos del Gobierno de España

No es nueva esta forma de represión cultural. Desde hace más de 500 años a las andaluzas se nos prohibieron nuestras lenguas habladas y escritas, imponiendo el idioma de Castilla. Pero la fonética andaluza no se correspondía con la fonética castellana porque, en palabras de Blas Infante: ” El lenguaje andaluz tiene sonidos los cuales no pueden ser expresados en letras castellanas. Al “alifato”, mejor que al español, hay necesidad de acudir para poder encontrar una más exacta representación gráfica de aquellos sonidos. Sus signos representativos hubieron los árabes de llevárselos con su alfabeto, dejándonos sin otros equivalentes en el alfabeto español. Tal vez hoy alguien se ocupe en la tarea de reconstruir un alfabeto andaluz. Pero mientras tanto, es preciso que nos vengamos a valer de los signos alfabéticos de Castilla”. La forma de pronunciación de las letras castellanas en Andalucía siempre ha sido un caballo de batalla del españolismo con la intención de “asimilar” aún más a la población andaluza, desprendiéndola de sus referentes culturales e idiomáticos, aunque la diferencia cultural de Castilla y Andalucía sea expresada en un “acento” diferente, acento y formas linguisticas mayoritarias por su extensión a América.

Sobre esa forma de represión ya nos habló el periodista y escritor Manuel Rodriguez Illana en sus libros: “Por lo mal que hablais” y “El españolismo sonriente: humoristas al servicio de la colonización” de la Editorial Hojas Monfies. No es nada casual y obedece a una estrategia de inferiorización que facilita la explotación económica de los recursos naturales y humanos del pueblo andaluz.

Blas Infante, consciente de la importancia del habla andaluza y de su valoración, reivindicó la forma dialéctica andaluza y el derecho a hablar de forma diferente a la que Castilla intenta imponernos desde la conqouista: “Las variantes sintácticas, prosódicas y sustantivas o de nombres del lenguaje andaluz le determinan como un organismo en evolución particularizante; como un dialectal rápidamente formado del castellano; no tan castellano como pudiera parecer, pues el romance se inició en Andalucía, como lo tiene demostrado en sus estudios, don Julián Ribera. A los andaluces les prohibieron los conquistadores hablar su lengua hasta en el recinto familiar y emplear su alfabeto. Pero el pueblo conquistado siguió usando de sus particulares sonidos articulizantes de los cuales no se les pudo despojar, porque para esto hubiera sido preciso suprimirle o injertarle la garganta y empezó, en seguida, a transformar el idioma del conquistador adaptándolo a sus condiciones diferentes fisiológicas y psíquicas. Tal vez, se encontrase una prueba complementaria del nacimiento del romance en Andalucía en el hecho estudiado por el sabio patriarca de nuestra hermandad don Mario Méndez Bejarano, de ser, precisamente, la prosodia andaluza, la que se transmite al propagar dicho idioma a las regiones principalmente de ultramar“.

En el fondo, se trata de someter al conquistado, de humillarlo para que el orgullo de pertenecer a una gran cultura no les lleve a considerar el derecho y la posibilidad del autogobierno. España necesita a una Andalucía dormida, insegura, que acepte la inferiorización lingüística y cultural a la que es sometida y que además se autoreprima como hacen algunos periodistas y medios de comunicación andaluces, sacando de paseo al policía que llevan dentro y señalando a aquellas andaluzas que en los “centros de poder” político o cultural se expresan en andaluz. De verguenza ajena está siendo la persecución a la Portavoz del gobierno de España por su acento andaluz,

Se trata de impedir que Andalucía pueda desarrollar una norma linquistica diferente de la de Castilla. El fatídico concepto español de “unidad” por eliminación de lo diferente está en el fondo de todos los ataques al habla andaluza. Por eso es importante defender nuestra lengua, no dejarnos avasallar por el españolismo cultural y por sus representantes en Andaluía. Hagamos realidad el sueño de Blas Infante de Vivir en andaluz: “Yo no he ganado todavía el premio que más me estimularía: el poder vivir en andaluz, percibir en andaluz, ser en andaluz, escribir en andaluz“.

Andalufobia: apuntar alto para golpear abajo

Por Jesús Jurado

El acento andaluz de la portavoz del Gobierno es tema recurrente de conversación y polémica en la atmósfera densa del confinamiento. En redes y medios se hace mofa del habla de Montero pero ¿qué buscan estos ataques?

Se ha convertido en otro de los clásicos del confinamiento. Cada rueda de prensa de Mª Jesús Montero, portavoz del Gobierno, viene acompañada de una avalancha de tweets, comentarios de tertulianos y hasta artículos de prensa que hacen mofa del acento de la ministra sevillana o afirman sentirse ofendidos por su habla. La andalufobia en el contexto de los medios de comunicación no es nada nuevo, por desgracia, como no es nuevo el intento de maquillarla diferenciando, como decía Arturo Pérez-Reverte esta misma semana en un tweet, el “acento andaluz” de “la vulgaridad y bajunería expresiva”.

No deja de sorprender, sin embargo, la facilidad con que dichos argumentos penetran incluso en las intervenciones de periodistas andaluces. Por ejemplo, el pasado 22 de abril, Carlos Navarro Antolín, subdirector del Diario de Sevilla, se mofaba en las páginas de su periódico del acento de la ministra:

[…] Pero al final el Ejecutivo se rajó. Y ha dado una suerte de barra libre con la condición de que los menores vayan con “adurtos”, que es como se refiere la ministra Montero a los mayores de edad. Está claro que no es lo mismo un adulto que un “adurto”.

Ante tales declaraciones, uno se imaginaría a su autor como un perfecto castellanohablante con una entonación tan neutra como la de Ana Blanco en su locución del Telediario 1. Basta, sin embargo, buscar alguna intervención del señor Navarro Antolín en televisión, como ésta en Trece TV -cómo no- para comprobar que no es así. ¿Será que el señor Navarro escucha adurto en la voz ajena y nunca arcarde en la propia?

No se trata aquí de ridiculizar el acento del señor Navarro, ni mucho menos. Se trata de reflexionar sobre qué le conduce a despreciar públicamente la “vulgaridad y bajunería expresiva” (sí, él fue uno de los que compartió entusiasmado el tweet de Pérez-Reverte) de una ministra con la que comparte la misma tendencia a sustituir verbalmente la L por la R cuando aquélla precede a una consonante.

La andalufobia no pretende borrar Andalucía de la faz de la tierra, sino reproducir un orden que la subordina a una posición de inferioridad y dependencia

Una buena respuesta la encontramos en el concepto de autoodio: el sentimiento de rechazo que siente un individuo perteneciente a un grupo social de bajo estatus, ante características propias consideradas inferiores a las de los grupos dominantes. El repudio del habla propia por parte de algunos andaluces estaría motivado, así, por su identificación con (o deseo de pertenencia a) una idealizada élite, de perfecta pronunciación castellana, libre de los estigmas que históricamente han cargado las y los andaluces: incultura, vagancia, falta de seriedad y, ante todo, pobreza.

Dejando de lado el caso del señor Navarro, podemos ahondar algo más en las causas de tanta crítica exasperada a la forma de hablar de Mª Jesús Montero y de muchas otras figuras públicas andaluzas. Podemos dar por descontado que no pretenden, a estas alturas, cambiar el acento de toda una ministra de Hacienda. Quienes tienen una posición de poder y estatus tan consolidada no tienen ya necesidad alguna de impostar un acento neutro para justificar su mérito y capacidad -esto es, para acreditar que no cumplen el estereotipo de andaluz inculto, vago y mísero. ¿Qué buscan entonces estos ataques?

Un acento andaluz escandaliza, rechina o sorprende cuando da una rueda de prensa desde Moncloa, pero no cuando te lee la lista de tapas, te da el precio de los tomates, o te pregunta dónde te lleva el taxi. La andalufobia no pretende borrar Andalucía de la faz de la tierra, sino reproducir un orden que la subordina a una posición de inferioridad y dependencia. Por eso sus dardos, aunque apunten aparentemente a personas visibles y poderosas, golpean a las que no lo son. Cuando repiten mil veces que pronunciar “adurto” o “supermercao” es algo impropio de un cargo de responsabilidad, lo que hacen es recordarte (a ti, que también dices “adurto” o “supermercao”) que no eres merecedor de un empleo mejor. O convencerte de que quienes tienen un acento más cerrado que el tuyo -gente de zonas rurales empobrecidas o de esos barrios que nunca pisas- no pueden vivir de otra manera.

Cuidado con el autoodio, no sea que nos condene a ser, por enésima vez, los perdedores de la reconversión que viene.
En un momento en el que la construcción, el turismo y la hostelería, pilares de la economía andaluza después de décadas de desindustrialización, entran en la mayor crisis de su historia, reproducir o tolerar discursos andalúfobos es hipotecar el futuro de Andalucía. De esta pandemia nacerá una nueva estructura económica, probablemente ligada a algún tipo de relocalización industrial, de transición energética y de impulso a las telecomunicaciones. Sectores que hasta hoy, por su alta intensidad tecnológica y relativo mejor salario, tal vez algunos consideren incompatibles con un acento tan vulgar y chabacano. Cuidado con el autoodio, no sea que nos condene a ser, por enésima vez, los perdedores de la reconversión que viene.

Desde Andalucía tenemos muchas críticas que hacer a la exconsejera y ministra Montero. Muchísimas. Pero no podemos tolerar ni un solo ataque a su acento ni a sus expresiones. Porque esos ataques no atizan el odio al poderoso, sino el desprecio a nuestras abuelas, a nuestros padres, a las enfermeras a las que aplaudimos, a los agricultores y a las cajeras del súper. A todas aquellas que sufren la precariedad y la pobreza, dos elementos que siguen definiendo la identidad andaluza tanto o más que la forma de pronunciar la palabra “adulto”.

Fuente: El Salto diario

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