Los nuevos andalucismos
Por Francisco M. Campos López
“Los derechos se toman, no se piden; se arrancan, no se mendigan”.
(José Martí, líder independentista cubano).
En los últimos tiempos se está impulsando lo que algunos denominan como: “nuevo andalucismo”, “andalucismo del Siglo XXI”, “tercera ola del andalucismo”, etc., en referencia, no a los patéticos “mini yos” herederos del PA, sino a supuestos impulsos de renovación, actualización o relevo en el andalucismo desde posiciones de la izquierda andaluza. Pero para considerar y sopesar tan siquiera con respecto a conjeturar la necesidad de su vivificación o reajuste y valorar dichas propuestas dentro de un supuesto contexto innovador, potenciador o de reemplazo, habrá previamente que partir desde la raíz del propio proyecto político-social de Blas Infante. Saber de que estamos hablando y sobre que estamos discerniendo cuando lo hacemos sobre andalucismo. También requerirá recapacitar y dilucidar en torno tanto a su historia y desarrollo como a los de esa izquierda andaluza de referencia para sus proponentes.
Para ello permitidme que comience por volver a recordar, por significativa y sintetizadora, no sólo de lo que era el andalucismo de Blas Infante sino de los porqués de la oposición al mismo desde pretendidos postulados de izquierda en su época, la conocida anécdota acontecida en 1933 durante una reunión en Córdoba. En el transcurso de la misma Blas Infante concluyo su intervención con un “¡viva Andalucía libre!”, ante lo cual un diputado local del ala izquierda del PSOE, Joaquín García-Hidalgo, que poco después se pasaría a las filas del PCE, protestó por la utilización de la exclamación, a lo que Infante le contestó con una pregunta retórica: “¿Qué quería Ud. que dijera, viva Andalucía esclavizada?”, y a lo que el citado diputado respondió que: “Bastaba con haber dicho viva Andalucía o viva Andalucía española”. Evidentemente, lo que a García-Hidalgo le molestaba no era que se nombrase a Andalucía, sino el que se añadiera lo de “libre”, de ahí que no le hubiese importado dicha mención a nuestra tierra si no se le hubiese incluido. Y el porqué de su malestar queda plenamente clarificado cuando propone como alternativa sustituir el “¡viva Andalucía libre!” por un “¡viva Andalucía española!”.
La izquierda española frente al nacionalismo
Una de las mayores falacias que desde entonces y hasta la actualidad, desde siempre, mantiene la izquierda española, entendiendo como tal no sólo a la que defiende la existencia de una “nación española”, sino igualmente a la que mantiene la necesidad de un Estado Español o la conveniencia de un proyecto “estatal” español, es su antinacionalismo, o al menos el ser ajenos a todo nacionalismo. Un intelectual socialista andaluz de la época, Antonio Ramos Oliveira, hoy olvidado pero entonces influyente en el PSOE andaluz, definió ese supuesto antagonismo ideológico afirmando que: “El deber de la clase obrera consiste en luchar contra la posición nacionalista, proceda de donde proceda”. La mayoría de “izquierdistas” españoles, incluidos los andaluces, de esos días y de estos, firmarían esas palabras como propias. Y desde las filas “ortodoxas” marxistas españolas sin lugar a dudas se las justificaría añadiéndole la tan manida como tergiversada frase de “los obreros no tienen patria” incluida en el Manifiesto.
Sin embargo esta afirmación contenida en el Manifiesto Comunista, leída en su contexto, adquiere otro significado, precisamente el contrario al que le dan los que intencionadamente la malinterpretan: “Los obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen. Más, por cuanto el proletariado debe en primer lugar conquistar el poder político, elevarse a la condición de clase nacional, constituirse en nación, todavía es nacional, aunque de ninguna manera en el sentido burgués”. Como vemos, si aislada la frase pareciera un alegato contra cualquier tipo de nacionalismo, incluida dentro del párrafo en la que fue escrita se aclara como aquello de lo que Marx reniega es del nacionalismo burgués. De los estados-nación capitalistas, ideados como superestructuras opresivas contra los pueblos y sus clases trabajadoras. Esas “patrias” que “no se les puede arrebatar” porque no las poseen, porque no les pertenecen al ser de propiedad burguesa, y no del nacionalismo libertador de los pueblos, a los que llega a incluir como parte del proceso revolucionario al declarar que “el proletariado debe en primer lugar conquistar el poder político, elevarse a la condición de clase nacional, constituirse en nación”. Es la “patria” entendida como Estado-nación burgués aquello a lo que es ajena la clase obrera. De ahí que no tenga “patria”, esas patrias artificiosas creadas al servicio del Capital y contra ellos. Nada que ver con las patrias populares. Con los territorios en los que vive y en los que convive, de los que se sustenta y en los que se desarrolla un pueblo, aún menos en los que los obreros han logrado “conquistar el poder político”. Aquellas que sí son sus patrias porque en ellas constituyen su “clase nacional”, su clase dominante. En la que el pueblo es la nación, por lo que no son patrias “de ninguna manera en el sentido burgués”.
Pero más allá de la evidente manipulación argumental interesada que de dicha frase ha hecho siempre la “izquierda” española, lo cierto es que dicha “izquierda” es la primera que incumple con ese supuesto mandato marxista antinacionalista que amparados en la misma proclaman, puesto que no reniegan de todos los nacionalismos sino sólo de algunos, precisamente de los populares. Mientras lanzan anatemas contra los movimientos de liberación de los pueblos bajo el yugo del Estado Español, calificando sus nacionalismos libertadores de pequeñoburgueses, contrarrevolucionarios, arcaicos, esencialistas, utópicos, y un largo etcétera, en nombre de una sui géneris interpretación del internacionalismo y de la defensa de la clase obrera, carecen del más mínimo escrúpulo a la hora de la defensa del nacionalismo burgués que representan la misma noción de España y de los Estados Españoles, de los que no sólo no reniegan sino que los consideran como ámbito “natural” o marco adecuado y lógico de las clases trabajadoras en que lograr sus objetivos, incluso alcanzar el socialismo, ya sea por asunción plena del concepto “nacional” español o por la aceptación del Estado único como realidad dada pero positiva.
Verdaderamente nunca han sido antinacionalistas o ajenos al nacionalismo, puesto que ellos también participan de una tipología de nacionalismo, pero precisamente el de los denunciados por Marx en el Manifiesto, el de los ajenos y contrarios a los intereses de los trabajadores, como todos los burgueses, el nacionalismo de estado español. Cuando atacan o menosprecian a los nacionalistas “periféricos” y sus pretensiones independentistas para con respecto a sus pueblos no lo hacen para “luchar contra la posición nacionalista, proceda de donde proceda”, sino en defensa de España y su “unidad indivisible”, ya sea “nacional”, “central” o estatal. Cuando se amparan en el internacionalismo es en nombre de un pseudo-internacionalismo español que abarca exclusivamente las fronteras estatales españolas, y cuando hablan de la unidad de los trabajadores se refieren sólo a una parte de la clase obrera, a la calificada como “española”, a la contenida dentro de dichas fronteras. En definitiva, atacan o menosprecian a unos nacionalismos en nombre o a través del tamiz de su nacionalismo. Pero con ello tampoco se puede concluir la existencia de antagonismo entre nacionalismos, entre nacionalismos tan siquiera comparables, pues mientras los señalados por los españolistas como tales son per se nacionalismos populares, transformadores y emancipadores, el suyo es un nacionalismo estatalista, reaccionario y represivo, ideado por el Capital como instrumento para ejercer su dictadura social sobre las clases trabajadoras de pueblos subyugados. Precisamente ese Estado calificado en el Manifiesto por Marx como “el consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa”, razón por la que “los obreros no tienen patria”, esas patrias-Estado, esos “consejos de administración” al servicio del Capital, como la española, ideadas contra ellos y sin más razón de ser que el facilitar su control, explotación y represión “legal”.
Ese es el motivo de que históricamente las izquierdas revolucionarias, en coherencia con su defensa de las clases populares y trabajadoras, permanentemente hayan luchado no por mejorar los Estados burgueses, esos Estado-nación, sino por su destrucción, diferenciándose entre ellas sólo en el cómo y en el a cambio de qué. En el cómo se termina con los mismos y en el qué construir en su lugar. Puesto que esas “patrias” sólo eran, sólo son y sólo pueden ser maquinarias nacidas y mantenidas contra las clases populares y trabajadoras, el objetivo respecto a los Estados no era y no puede ser el reformarlos, trocarlos en estructuras favorables y benéficas para la “mayoría social”, algo completamente irreal e irrealizable dada su propia naturaleza, sino el combatirlos y derrotarlos. El derribarlos y demolerlos. Acabar con ellos.
En definitiva, el Estado-nación burgués no constituye una nación conformada en estructura estatal sino un Estado parapetado tras una noción de nación, además en casi su totalidad inexistentes. Blas Infante así lo comprendió, de ahí su oposición al denominado “principio de las nacionalidades” impulsado a principios del siglo XX por el presidente estadounidense W. Wilson como fundamento jurídico universal que los reconocía como tales, y así lo afirmaba declarando sobre los estados-nación europeos que “no habían sido las naciones quienes habían constituido los Estados, sino éstos los que habían constituido las naciones (los Estado-nación)”, añadiendo que “el Estado, trabajando sobre la realidad social, fragua un fantasma, La Nación (esa nación-Estado). La Nación (esa falsa nación) no es más que una mentira del Estado”, llegando a hacer suya la conocida cita de Bakunin, tan poco tenida en cuenta por los libertarios “antinacionalistas” o ajenos a todo nacionalismo de que “el Estado no es la patria, es la abstracción, la ficción metafísica, mística, política, jurídica de la patria (de la nación)”. Un texto que continúa afirmando que “la gente sencilla de todos los países ama profundamente a su patria; pero éste es un amor natural y real. El patriotismo del pueblo no es sólo una idea, es un hecho; pero el patriotismo político, el amor al Estado, no es la expresión fiel de este hecho: es una expresión distorsionada por medio de una falsa abstracción, siempre en beneficio de una minoría explotadora” y concluye que “una patria representa el derecho incuestionable y sagrado de cada hombre, de cada grupo humano, asociación, comuna, región y nación a vivir, sentir, pensar, desear y actuar a su propio modo (por sí mismos)”. Una traducción de libertad y de patria en su sentido popular, equivalente a la noción de autonomía y autogestión colectiva contenidos en la Constitución Andaluza asumida por Blas Infante y defendida como su propia concepción del federalismo por el andalucismo. Nada que ver con el ficticio “federalismo” sostenido por regionalistas y reformistas para mantener el Estado único descentralizado. Y por ello los libertarios andaluces deberían ser los más tenaces defensores de ésta y el andalucismo.
Volviendo a Blas Infante y en torno a su pretendida actitud negativa ante el nacionalismo, habrá que aclarar de nuevo que su supuesto “antinacionalismo”, tan del gusto de regionalistas y reformistas pro-españolistas, como en el caso de Marx o de Bakunin, como hemos visto lo es también sólo con respecto a esos Estados-nación burgueses y sus respectivas “patrias”. Incluso su referencia a que su ideario y su proyecto político “antes que nacionalista es humano”, utilizado igualmente por el regionalismo y el reformismo para reforzar sus postulados de un supuesto andalucismo no nacionalista, no es más en realidad que una negación de esa concepción burguesa del nacionalismo estatalista; con sus fronteras, supremacías, exclusiones, imposiciones, etc., así como una inequívoca reafirmación internacionalista. En absoluto una negación del andalucismo como nacionalismo popular. Se trataba, como aclaraba, de reclamar “un nacionalismo internacionalista, universalista, lo contrario de todos aquellos nacionalismos inspirados por el principio europeo de las nacionalidades (el de los Estados-nación)”.
Pero, además, es que en el caso de los estados españoles no estamos hablando de un simple Estado-nación burgués al uso, sino además de un Estado imperialista que somete y esclaviza a los pueblos bajo su dominio tras la tapadera del simulacro de un Estado-nación. No un Estado creado como superestructura de poder al servicio de la plutocracia autóctona en una nación, sino como resultado de la transformación organizativo-administrativa del Imperio Español del antiguo régimen, bajo el dominio de la aristocracia, en imperialismo capitalista bajo el control burgués. Cuando la gran burguesía crecida al amparo del mismo en diversas zonas del Imperio la sustituyo en el monopolio político y socioeconómico como su clase dominante en el XIX, mejor dicho, cuando ambas se fusionaron para compartirlo, pero con la burguesa como clase predominante, ésta accede al mismo sobre los restos de un Reino-Imperio que aún controlaba distintos pueblos peninsulares, insulares y “ultramarinos”. Dado que la argumentación jurídica del “Estado moderno” es la organización administrativa de una nación y la representación de su pueblo a través de sus instituciones, la existencia de esa diversidad de nacionalidades y de poblaciones diferenciadas, algo indiferente durante el antiguo régimen, ahora lo entorpecía. Consecuentemente la burguesía idea crear una única nación y un solo pueblo imaginarios que abarcasen la totalidad territorial y poblacional del Imperio heredado, justificando así el Estado único impuesto. Nacen por ello las nociones de “nación española” y “pueblo español”, cuyos únicos fines era el negar las naciones y pueblos existentes, legitimándose el dominio de todos por el nuevo Estado-nación-imperio, en beneficio de la continuidad del expolio y la explotación sobre sus diversas clases trabajadoras, ahora por el Capital. Por tanto, en el caso de España no estamos sólo ante un Estado-nación burgués sino, además, ante la reconversión y por tanto el mantenimiento del Imperio Español como Estado imperialista capitalista, en el que Andalucía permanecerá como país anulado y esclavizado, antes por el Reino-Imperio ahora por el Estado-Imperio, y en ambos casos como colonia interna al servicio de una élite oligárquica foránea.
Congruentemente con lo expuesto, defender España o cualquier tipología de Estado Español no es sólo amparar una estructura intrínsecamente opresora, como todo Estado burgués, sino, al unísono, también la de un Estado imperialista usurpador, subyugador de las diversas naciones que abarca, así como esclavizador de los pueblos bajo su dominio. Luego las “izquierdas” estatalistas españoles juegan el papel profundamente reaccionario de todos aquellos que amparan la tiranía, colocándose al lado de los intereses del imperialismo. Ese bochornoso papel que representaba y representa esa “izquierda” española simbolizada por aquel diputado al que le molestaba que se exclamase “¡viva Andalucía libre!” y a la que contraponía el “¡viva Andalucía española!”, ya fuese entendida esa españolidad como pertenencia a una “nación” o como parte de un razonable y/o benéfico Estado Español, presente o futuro. Y por esa razón los que postulan convergencias con esas “izquierdas” desde una izquierda andaluza o un supuesto andalucismo, son aspirantes a cómplices, junto a las mismas, del yugo colonial impuesto al pueblo trabajador andaluz. Y es que lo pequeñoburgués es confundir patria popular y “patria” burguesa, nacionalismo patriótico popular libertador y nacionalismo estatal burgués opresor. Y lo contrarrevolucionario alinearse frente a las luchas de los pueblos por su libertad. De ahí que todo movimiento nacionalista popular de liberación de una colonia fuese calificado, a instancias de V.I. Lenin, como “movimiento revolucionario-nacional en vez de movimiento democrático-burgués” por la III Internacional. El papel de los comunistas andaluces está en el apoyo de un movimiento revolucionario-nacional, el andaluz.
La primera etapa del andalucismo
Y es que uno de esos nacionalismos populares libertadores y antimperialistas, uno de esos movimientos revolucionarios nacionales anticolonialistas, además de claramente situado en la izquierda transformadora, era el andalucista liderado por Blas Infante, de ahí su planteamiento de contraposición entre una Andalucía libre y otra esclavizada. Como ya he señalado en otras ocasiones, la meta innegable e indiscutible de aquel andalucismo, según declaró el propio Blas Infante, era alcanzar “una Andalucía soberana constituida en democracia republicana”, o sea, hacer realidad una nación independiente a través de la instauración de una república propia, de carácter popular, como medio de conquista del poder efectivo económico y político por parte del pueblo trabajador andaluz. Exactamente el mismo fin anticolonialista y anticapitalista que con respecto a sus propias patrias y pueblos han poseído todos los movimientos de liberación nacional contemporáneos desde posiciones de izquierda revolucionaria. “Enemigos de la dictadura plutocrática o burguesa” llego a reclamarse Infante con respecto a sí y los suyos. Por eso igualmente la JLA (Junta Liberalista de Andalucía), el grupo político que creó y guió, se organizaba y actuaba no como partido sino como amplio frente libertador unitario de confluencia de las distintas tendencias ideológicas anticapitalistas, “revolución a todo trance contra el régimen capitalista”, obreristas, “inclinémonos siempre con los trabajadores, no con los explotadores”, y anticolonialistas, “Pertenecéis a este lugar de la Tierra y a este grupo de la Humanidad; comenzad por su redención (liberación)”, con el objetivo común de alcanzar la emancipación global, tanto nacional de su país como social de su pueblo, también al igual que el resto de movimientos libertadores del “tercer mundo” colonizado en el que desde su antieuropeísmo (“primer mundo” colonizador) se situaba. Respuesta común ante idéntica situación de negación, expolio y privación de libertad. “Defender la Tierra de Andalucía es defender la base de su libertad, es expresar su primaria aspiración a ser”, afirmaba categórico.
Andalucía es para Blas Infante un país conquistado, ocupado y esquilmado, “esclavizado” según su terminología, por España y Europa. “Andalucía jamás espiritualmente fue un pueblo servil. Fue creada por la Naturaleza pueblo de espíritu, señor”, fue históricamente un pueblo libre, sin “señor”, sin dominador exterior. Ella era su propio señor. ¿Y que la mantiene ahora esclavizada? ¿Quién es ahora su “señor”? “El amo que le puso Europa, España” señala tajante. España es concebida como sinónimo, antes de imperialismo medieval y contemporáneamente de imperialismo burgués, “Europa es el feudalismo territorial e industrial”, y España será “la mandataria secular de Europa con respecto a nosotros”, y lo es “como la influencia (dominio) de Europa a través de España, a contar desde la conquista cristiana (castellano-aragonesa)”. En su actual versión capitalista “Europa (el Capital) es, por su método, la especialización que convierte al individuo en pieza de máquina” (es explotación y alienación), de ahí que diga que “nosotros no podemos, no queremos, no llegaremos jamás a ser europeos. Externamente, en el vestido o en ciertas costumbres ecuménicas impuestas con inexorable rigor, hemos venido apareciendo aquello que nuestros dominadores exigieron de nosotros. Pero jamás hemos dejado de ser lo que somos de verdad: esto es, andaluces”. España y Europa, colonización y capitalismo, son los enemigos identificados, aquellos que intentan hacernos dejar de “ser lo que somos de verdad: esto es, andaluces”, un pueblo libre, “señor” de sí mismo. Determinados los males de Andalucía Infante señala el remedio y el tratamiento. Aquello contra lo que habría que revelarse y por lo que luchar si queremos “volver a ser lo que fuimos”, como nos dejó mandatado nuestro el Himno Nacional: “Andaluces levantaos, pedid tierra y libertad”. Batallar por nuestra tierra (tierra como sinónimos de medio de sustento comunal y patria propia) y por nuestra libertad como pueblo trabajador, para ser dueños de sí mismos y nuestra tierra-patria.
Porque es a las clases populares andaluzas, en especial a la trabajadora, a las que va dirigido su mensaje. “La tierra de Andalucía para el jornalero andaluz, es precisamente el imperativo que actualmente viene a contener la vindicación esencial de un pueblo privado de su tierra por la conquista cristiana o europea… durante dos épocas de esclavitud: en el principio de la medievalidad representada por la dominación germánica o goda (imperialismo aristocrático europeo); la segunda, la actual impuesta por los europeos (imperialismo burgués capitalista), que son los descendientes y continuadores de aquellos bárbaros”. Un jornalero visto como colectivo obrero-popular. “En la clase jornalera podemos incluir trabajadores del campo, oficiales artesanos, obreros de las industrias”. Como pueblo trabajador andaluz, “la inmensa mayoría del pueblo andaluz está formada por jornaleros (trabajadores)”, descendientes de aquellos “felahmengu” despojados y esquilmados tras la conquista, cuya situación se ha mantenido hasta hoy: “los jornaleros, con los campesinos sin campos, que son los moriscos de hoy; con la casi totalidad de la población de Andalucía; con los andaluces auténticos privados de su tierra por el feudalismo conquistador”. Un pueblo trabajador andaluz heredero étnico-cultural y socioeconómico de esos “moros”, y por esa razón, como ellos, objeto de explotación y expolio, sojuzgados por la “ley”, vilipendiados por la historia y cultura españolas, porque son los que conforman la resistencia al “orden establecido”. Los enemigos de clase del ocupante.
Y es el propio Blas Infante el que responde a los que aún mantienen su esperanza, y así se la transmiten a los andaluces, sobre posibles mejores “señores”, sobre factibles futuros estados españoles únicos más beneficiosos y justos: “A quienes diga que en España no hay pueblos esclavizados porque un solo Estado los rige a todos ellos uniformemente yo responderé en la crónica siguiente con la prueba de la esclavitud humillante, fuente de los tremendos dolores de Andalucía”. España, cualquier tipología o forma de Estado Español, no puede ser la solución para nuestro pueblo y nuestra tierra porque constituyen el origen de sus males (“dolores”). Por eso Infante se colocó en contra y en oposición de todos los estados españoles de su época, desde el de la “monarquía parlamentaria” de Alfonso XIII hasta el de la II República Española.
La primera etapa del regionalismo andaluz
El golpe de estado fascista de 1936 no sólo conllevó el asesinato de Blas Infante y muchos de sus compañeros de lucha sino que supuso un final abrupto para el propio andalucismo como movimiento político-social libertador. Los pocos supervivientes de aquella Junta Liberalista no pudieron, no supieron o no quisieron continuar con el proyecto político y el trabajo de concienciación, quedando interrumpidos durante la Dictadura, hasta tales extremos que tanto el propio Infante como su programa anticolonialista para Andalucía quedaron completamente borrados del conocimiento y la memoria popular. Durante cuarenta años nadie les mencionó su figura y mucho menos les volvió a hablar a los andaluces de su propio país como tierra invadida y expoliada, o de ellos como pueblo trabajador anulado, despojado y oprimido.
A mediados de los sesenta un puñado de intelectuales y profesionales liberales, congregados alrededor de Alejandro Rojas-Marcos, miembro de una importante familia de la burguesía industrial urbana sevillana, crean un colectivo denominado Compromiso Político de Andalucía, cuyas aspiraciones no pasaban de un somero regionalismo aderezado de buenismo social. Según sus propias manifestaciones se definían como partidarios de “la democratización política, la socialización económica y la liberalización cultural”. Defendían una “democracia representativa”, un capitalismo “más social” y cierta libertad creativa. A ello se unía una vaga y difusa “defensa de los intereses de Andalucía”, a la que indefectiblemente definían en sus textos como una “región”, parte de una España a la que denominan como su “nación” y su “país”. A esto se limitaban las metas. Nada que ver con Blas Infante, su visión de nuestra tierra o el andalucismo. De hecho, ellos mismos reconocen dicho desconocimiento y la falta de continuidad. “Nosotros no teníamos ni idea de que había existido un andalucismo histórico. La figura de Blas Infante había sido absolutamente silenciada. Nosotros, jóvenes, no sabíamos que había existido Blas Infante, ni la existencia de la Junta Liberalista”, afirmaría años después Luis Uruñuela, uno de sus fundadores. Tan “radicales” y “rupturistas” eran los propósitos del grupo y de su líder, tan coherentemente opuestos eran al régimen, que trabajaran en su presentación como concejal al ayuntamiento fascista sevillano, cargo que logrará y al que accederá, e incluso se llegarán a plantearse su presentación electoral a Procurador en Cortes, como miembro del parlamento franquista y por ello mismo representante de su “legalidad”.
Por tanto, ni Rojas-Marcos ni los que se agrupaban en torno a su figura se proponían levantar el andalucismo político ni continuar con la obra infantista, tampoco eran contundentemente democráticos, partidarios de una confrontación drástica con respecto a la Dictadura. Sus objetivos eran meramente regionalistas y reformistas, dentro siempre de un marco españolista indiscutido y de una “legalidad” franquista acatada. No eran los de liberar una tierra y una clase obrera esclavizados sino la de representar una “región atrasada” con respecto a otras, y a una población a la que simplemente aspiraban a “sacar de la marginalidad” mediante un desarrollo económico mayor y un regeneracionismo social, pero todo siempre dentro de los límites del Sistema. Según reconocieron, a Blas Infante y a su obra se los encontrarían años después, a principios de los setenta, y de forma casual. Para entonces el proyecto regionalista y reformista ya se había concretizado con la constitución de una primera organización política en 1973, la Alianza Socialista de Andalucía (ASA), cuyas siglas eran traducidas con sorna en el ambiente de la izquierda obrera de entonces como “Asociación de Señoritos Andaluces” debido la extracción burguesa y pequeñoburguesa de la práctica totalidad de sus miembros. Y es que lo de “socialista” no pasaba de ser una calificación indispensable si se quería tener cierto arraigo entre aquellas clases populares. Además, la radicalización de aquella izquierda hacía que los que no querían reclamarse entonces como comunistas o libertarios se envolvieran con ambigüedad calculada en el término “socialismo” para camuflar tendencias socialdemócratas bajo el disfraz de un “marxismo no dogmático”, como el PSOE, o como haría el PCE con su “eurocomunismo”. Surge entonces, en el seno de esta tipología de disfrazados, la diferenciación entre un programa “máximo”, mera declaración de principios teóricos finalistas en que incluían su “socialismo”, y un programa “mínimo”, sin conexión efectiva con el anterior, y en el que se vertían las propuestas meramente keynesianas y democrático-burguesas para el presente y el futuro más inmediato. ASA llegaría por ello a hablar en su Manifiesto Fundacional hasta de “socialización de la economía” e incluso de “colectivización” pero, como en el caso del PSOE o el PCE, que también hacían afirmaciones semejantes de “radicalidad” formal, no era sino mera retórica sin relación alguna con la praxis cotidiana. Técnica que por cierto aprenderían, desarrollarían y aplicarían muchos años después algunas izquierdas andaluzas.
En el plano andaluz no se rebasaba un regionalismo españolista que achacaba la situación de nuestra tierra no a la colonización española, al propio Estado Español, sino al “centralismo” del Estado: “La condición de nuestra Andalucía, por sus características sociales y económicas hace que este aspecto regional tenga especial trascendencia por cuanto es quizás la región más necesitada de romper su dependencia de un centralismo discriminador”. Abogando por “fórmulas más cercanas a los problemas” y aclarando que “nosotros buscamos a través del regionalismo una solidaridad, no un separatismo”. Esa propuesta descentralizadora “solidaria” se concretizará en la exigencia de “un estatuto especial, que reconociendo la personalidad política de Andalucía ordene el grado de su autonomía en relación con los restantes pueblos de España”. En contraposición al andalucismo histórico y a un Blas Infante, para los que un Estatuto de Autonomía no será más que una discutible estrategia coyuntural a corto plazo para romper dinámicas en una situación concreta de repliegue político, para ASA se conforma como la meta última: “Alianza socialista de Andalucía, organización política que tiene como uno de sus fines primordiales la constitución de un Poder Andaluz como la única vía posible para que los hombres de Andalucía puedan acabar con la dependencia política y la explotación económica y social que padecen, considera que este Poder Andaluz debe configurarse jurídicamente a través de un Estatuto de Autonomía”, declaraban en su “Manifiesto por un Poder Andaluz” de 1975. El “poder andaluz” para acabar con “la dependencia política y la explotación económica y social” se limitaba a un “Estatuto de Autonomía” que descentralizase la administración del Estado como medio para obtener “fórmulas más cercanas a los problemas” y siempre “dentro de la unidad del Estado español”, como aclaraban después.
Una vez más habrá que aclarar que el “autonomismo” no es ninguna novedosa concepción “federalizante” de la administración del Estado Español, ni un avance al respecto a la admisión de los derechos de los pueblos, incluyendo cierto grado de reconocimiento de los países y de concesión de capacidad de gestión propia, sino una medida ya adoptada en otros periodos históricos y siempre como forma de intentar contentarlos sin dejar de controlarlos. La primera vez en que se propusieron “autonomías” por parte de España a algunos pueblos fue al cubano y al puertorriqueño en 1893, cuando ya poseían un alto grado de conciencia identitaria y una larga trayectoria de lucha por su independencia que ponía en peligro en dominio español sobre ambos. Se les planteó entonces, según los documentos de la época, una “autonomía plena” que atendiese las “necesidades y demandas de la población” pero con el objetivo real de “conservar íntegra la soberanía de la nación española”. En 1897 se les concede sus “cartas autonómicas” (estatutos de autonomía), que incluirán una “Cámara de Representantes” (parlamento), un “Consejo de Administración” (gobierno), y amplias capacidades en gestión en asuntos locales. A grandes rasgos el mismo “autonomismo” concedido a los pueblos bajo su control por el actual “Estado de las autonomías” o el ya otorgado por la II República Española. Por otro lado, el “autonomismo” como trampantojo de apariencia de libertad para con los pueblos sometidos tampoco es un invento español. Otros estados imperialistas ya lo utilizaron y utilizan, como por ejemplo por el francés que lo uso para intentar contener en Argelia el movimiento independentista en los sesenta o lo es ahora por el marroquí como “alternativa” a las reivindicaciones de autodeterminación saharauis. En todos los casos los estados opresores y colonizadores han utilizado la “autonomía” como herramienta de perpetuación de un encadenamiento “legalizado” y “aceptado” por los pueblos mediante artimañas jurídicas que aparentasen fórmulas de libertad parcial ilusoria y ficticia sin consecuencias efectivas.
Para 1975 en ASA ya eran conocedores de la figura de Blas Infante y de la trayectoria tanto del andalucismo histórico como de sus antecedentes decimonónicos, lo cual no les llevará a modificar sus planteamientos sino a utilizarlo y utilizarlos para justificar su regionalismo españolista : “Alianza, así, hace suya, desde una nueva perspectiva, la reivindicación histórica del pueblo andaluz, planteada ya por la Junta Soberana de Andalucía en 1835, reunida en Andújar, para hacer frente a los abusos del poder central; por la Asamblea Federalista, reunida en Antequera en 1883, para aprobar la Constitución de Andalucía; por el congreso andalucista, reunido en Ronda en 1918, para forzar el reconocimiento de la entidad política de Andalucía; y finalmente, por la Asamblea Andaluza, reunida en Córdoba en 1933, que aprobó el Anteproyecto de Bases para el Estatuto de Andalucía”. Llegan al extremo de hablar del “carácter de clase del regionalismo” que defienden: “Ahora Alianza, que no tiene otros intereses que los de la clase trabajadora andaluza, que mantiene inequívocamente el carácter de clase del regionalismo que propugna, y que surge precisamente cuando la explotación de esta región ha llegado a su máximo exponente”, pretendiendo así situar la “reivindicación autonómica”, la descentralización administrativa del Estado Español, como objetivo de los trabajadores para alcanzar sus objetivos de clase, en un clásico ejemplo de utilización por parte de la pequeña burguesía urbana de las clases populares para el logro de sus intereses políticos, como ya venían tradicionalmente haciendo sus sectores “progresistas” desde el XIX.
Una vez transformados en Partido Socialista de Andalucía (PSA) al año siguiente (1976), la mera descentralización del Estado Español a través de un “Estatuto de Autonomía para Andalucía”, equiparado a la existencia de un “poder andaluz”, se convertirá en su programa estrella y finalidad última de su “andalucismo”. En el “bálsamo de fierabrás” vendido a nuestro pueblo para solventar toda problemática política y social, tal y como se sigue haciendo hasta ahora por parte del regionalismo y el reformismo “federalizante”, y además será presentado como el supuesto colofón del proyecto político de Blas Infante y el andalucismo histórico, lo cual ratificarán con la pantomima de la pretendida integración de la Junta Liberalista en el nuevo partido. Los escasos miembros pervivientes de la organización, que durante cuarenta años se habían mostrado incapaces de levantar la bandera de la liberación del país, al menos manteniendo la actividad política nominal de la JLA y la propagación del Ideario infantista, la “resucitan” momentáneamente con el único propósito de traicionar su antigua trayectoria apadrinando como “andalucista” al PSA y uniéndose al partido en 1978, lo que Rojas Marcos utilizará desvergonzadamente proclamando al mismo como “el heredero legítimo del andalucismo histórico”, así como de la propia JLA, y reduciendo a partir de ahí el concepto de “partido andaluz” al ser un partido “de estricta obediencia andaluza”, entendiendo por tal exclusivamente el que sus dirigentes fuesen andaluces y a que no se englobase en estructuras estatales, algo que ellos mismos ya habían incumplido un año antes adhiriéndose a la estatal Federación de Partidos Socialistas y formando parte de una candidatura electoral también estatal: Unidad Socialista; ambas lideradas por ese referente de la “modernidad”, entendida en su sentido más superficial y alienante, Enrique Tierno Galván, y su Partido Socialista Popular (PSP). Recordad al respecto su famosa frase: “el que no esté colocao que se coloque, y al loro”.
A la atribución de dicha “herencia legítima” contribuirá también la familia de Blas Infante, equiparando igualmente el regionalismo autonomista pro-capitalista y españolizante con el movimiento libertador y radical andaluz de su ancestro. Una familia que sin haber poseído ninguna relación intelectual con Infante, se convierte, junto a la fundación que lleva su nombre y crece a su sombra, en pretendidos garantes y transmisores del andalucismo. Hay que tener en cuenta al respecto que la hija mayor apenas contaba con ocho años cuando asesinaron a su padre, con lo cual difícilmente sus hijos pudieron poseer conocimiento de sus ideas en vida, más allá de lo muy superficial y anecdótico en el mejor de los casos. Tampoco la pudieron detentar a través de su madre. María Angustias García Parias, perteneciente a una familia de la burguesía rural sevillana, se había casado con Blas Infante, al cual evidentemente quería y respetaba como pareja, pero con el que no compartía visiones y creencias. Profundamente conservadora y devota católica, tampoco pudo por ello ser transmisora del pensamiento de su marido a sus hijos. “Comprendo tu impaciencia y reconozco que hay afanes en mí que son ajenos al sentido que tienes de la vida… Pero si pudieras, Angustias, comprender esta locura. Y me dices: ¡Tanto defender a los campesinos! ¡Siete vueltas te dan! ¡Fíate de ellos y veras!”, le escribía Infante antes de su matrimonio reconociendo sus diferencias. Ciertamente había luchado hasta el último momento por salvarle la vida y conservó tras su asesinato sus pertenencias personales como recuerdo del ser querido, entre ellas sus libros y manuscritos, aunque sólo en parte pues otra la quemó por miedo, y objetos simbólicos como la arbonaida, todo lo cual sus hijos custodiaron y transfirieron, pero ahí acabó toda contribución familiar. Gracias a su esposa y descendientes conservamos dichos textos y elementos emblemáticos, lo cual merece nuestro reconocimiento y agradecimiento, pero más allá no hay ni pudo haber ninguna especie de albacea ideológica familiar. Los descendientes de Blas Infante no poseen ni pueden reclamar mayor conocimiento o una interpretación más exalta del ideario andalucista de su antecesor que el de cualquier otro andaluz que acceda a sus actos y a sus obras. Sus lecturas y conclusiones, respecto a su vida y sus escritos, sólo son las suyas, no poseyendo necesariamente la más mínima ligazón o continuidad intelectual automática con Blas infante por razones de parentesco, aunque el regionalismo y el reformismo hayan pretendido todo lo contrario, por servir a sus intereses, y que algunos se hayan “dejado querer” al respecto.
La primera etapa de la izquierda andaluza
En cuanto a las principales fuerzas de la izquierda revolucionaria de la época, se encontraban en Andalucía inmersas en un triple hándicap político-ideológico que les determinaba tanto teórica como estratégicamente; por un lado, se encontraban sumidas en la tradición estatalista de la izquierda española, por otro influenciadas por el entreguismo del PSOE y el PCE en la “transición”, y por último estancadas en esa concepción regionalista de lo andaluz impulsada por el PSA. Condicionadas por todo ello, sus partidos y proyectos eran de ámbito estatal, sus alternativas se mantenían dentro de los márgenes más formalistas de “defensa de las libertades”, y su visión de Andalucía no sobrepasaba un regionalismo reivindicador por su concepción de ella como parte de España. Ejemplos de todo lo cual se hayan en sus actitudes ante las “primeras elecciones democráticas”, el primer “Estatuto de Autonomía”, o su juicio equívoco de las problemáticas del país y las alternativas requeridas para sus clases populares.
Para aquella izquierda transformadora en nuestro país, la mezcla de desconocimiento sobre su propio pueblo, la influencia de la “izquierda” españolista y del regionalismo confluían en una visión común de la realidad que les hacía no concebir más “nacionalidades” que las llamadas entonces “históricas” (Galiza, Catalunya y Euskal Herria). El resto eran España y sus “regiones”, entre las que estaba Andalucía. Incluso con respecto a las tres “históricas”, a las que por serlo se les reconocía un vago e indeterminado “derecho de autodeterminación”, se defendía su permanencia dentro de otro futuro y benéfico Estado Español. Algo que, desde su perspectiva, aún era más aplicable y con mayores motivos a nuestra “región”, como parte de esa España a la que pertenecía. Eso sí, con “características peculiares” debido a condicionantes sociales y económicos subsanables mediante políticas y proyectos adecuados. El problema no era España y sus Estados, sino determinadas Españas y formas de Estado. Luego las alternativas eran reivindicar otras Españas posibles mediante la formación de otros Estados Españoles mejores.
El seguidismo en su praxis del reformismo y el regionalismo en lo estratégico y táctico les arrastrará a apoyar y formar parte maquinalmente del mayor engaño sufrido por nuestro pueblo en los tiempos contemporáneos. El del referéndum del 28-F, consecuencia directa del 4-D, pero no como cénit de éste, como mantienen los adeptos al régimen del 78 en nuestro país, sino como su “antídoto”. Tras la muerte de Franco, las clases populares andaluzas habían iniciado una genérica etapa espontánea de auto-reconocimiento y de exigencia como pueblo que desembocó en las gigantescas marchas de aquel 4-D del 77. Por otro lado, el pacto entre franquistas, socialdemócratas y derecha vasco-catalana, con respecto al nuevo-viejo Estado Español a surgir de la “transición a la democracia” incluía un testimonial reconocimiento parcial de dos de estas “nacionalidades históricas”, Catalunya y Euskal Herría, otorgándoles cierto grado de descentralización administrativa con el único fin de que sus élites autóctonas pudiesen detentar poder sobre sus propios territorios. Galiza será añadida a regañadientes debido al pretexto utilizado para la concesión a las otras dos: contar con “estatutos de autonomía” aprobados durante la II República Española. Algo que cumplimentaba, aunque sólo de forma incompleta, pues fue refrendado, pero no promulgado. El regionalismo y el reformismo andaluz reclamarán entrar en un reparto de poder similar para con nuestra tierra en interés propio, púes pensaban ser ellos aquí la élite, sino socioeconómica si administrativa-dirigente, dado que solo aspiraban y siguen aún aspirando a gobernarla no a liberarla. Nace así la propaganda del “agravio comparativo”, la del “no ser más pero tampoco menos que nadie”, el “trato en pie de igualdad con los otros pueblos españoles”, el no ser “españoles de segunda” etc., como justificación de la demanda de que se proporcionase una “autonomía plena”, y además como forma de lograr atraer e inducir a las clases populares a su implicación en ella.
En este contexto, el 4 de Diciembre de 1977 se convocan unas manifestaciones reivindicativas pro “autonómicas” que el pueblo trabajador convertirá de facto en demostración masiva de auto-identificación identitaria como pueblo y de reclamación colectiva de la exigencia de autogobernarse, lo que hace saltar todas las alarmas, pues pone en peligro el proyecto continuista, como colonia interior proporcionadora de materias primas y mano de obra barata, alienada y sumisa, previsto para nuestro país. Un pueblo puesto en pie, actor consciente de sí, conductor de su propia historia y protagonista de la misma en las calles, lo imposibilitaría, constituyendo una peligrosa situación inmanejable. Resultaba imprescindible y urgente volver a los cauces previstos y a una situación dominable. Lo logran, con la complicidad del regionalismo, el reformismo y la mayoría de esa izquierda andaluza seguidista en lo estratégico y cegada en lo programático, a través del llamado Pacto de Antequera. Gracias a él, un año después se habrá acabado con las movilizaciones masivas, el protagonismo pasará del pueblo a sus “representantes”, y el acatamiento al proyecto español del nuevo-viejo régimen pasaría a ser indiscutible e indiscutido, así como la reconducción de las demandas hacía los límites asumibles por el Estado único impuesto por el Sistema. Por su “marco constitucional”. Como parte del espectáculo público se dividen los papeles de buenos y malos dentro de la obra a representar. No entre los partidarios y detractores de la libertad real de nuestro país y el autogobierno efectivo de nuestro pueblo, sino entre los de sus dos sucedáneos; el de una “autonomía plena”, “de primera”, máximo grado de descentralización y gestión administrativa otorgable por el régimen, o el de una “autonomía lenta”, “de segunda”, más pausada y paulatina en su tramitación y con menores niveles de descentralización y gestión. Esa mera descentralización otorgada por el Estado es equiparada a capacidad de acción y decisión propia, a autonomía soberana, y la delegación de parte de la gestión de la administración del Estado es igualada a autogobierno popular. El engaño está servido. Los andaluces participarán en el 28-F creyendo que lo hacían en defensa de sí mismos y su propia dirección, cuando en realidad sólo votaban en torno a dos tipologías de dependencia y esclavitud. El referéndum del 28 de febrero de 1980 recuerda a los organizados por Franco, en los que según el dicho popular, si votabas “si” querías que el Dictador se quedase y si votabas “no” deseabas que no se fuese. En cualquier caso ganaba Franco. Igualmente, se votase lo que se votase, fuese al 151 o al 147, se optase por la cadena más larga y ancha o la más corta y estrecha, ganaba España y perdía Andalucía, pues permanecían y permanecen inalteradas e inalterables sus cadenas.
En cuanto a su actitud con respecto al continuismo del régimen, las izquierdas andaluzas, a pesar de mantener el principio de “ruptura democrática” con el franquismo y señalar la traición pactista de la socialdemocracia (PSOE y PCE) con el sector “aperturista” del mismo, cometió en su práctica totalidad el “pecado original”, determinante hasta hoy, de aceptar de facto la tan criticada “transición” al decidir concurrir a unas “primeras elecciones democráticas” en 1977 organizadas por el franquismo, sin tan siquiera haber sido aún “legalizadas”, dentro de las normas establecidas por la “legalidad” fascista y dirigidas por sus aparatos. Como era de esperar, al verse obligada a hacerlo mediante nomenclaturas confusas de candidaturas y coaliciones improvisadas y desconocidas para presentarse a ellas, el fracaso era esperable y fue contundente. Un fracaso rotundo para ellas, pero para el régimen un enorme triunfo puesto que por un lado lograban que la presencia electoral de los principales grupos de la izquierda real otorgase verosimilitud democrática al proceso y por otro se aseguraban de que no lograsen resultados apreciables, evitándose así la participación de “moscas cojoneras” que entorpecieran la elaboración de una constitución que plasmase lo ya pactado, además de utilizarlo para argumentar su marginación adjetivándolas como “izquierda extraparlamentaria”, que más que una forma peyorativa de clasificarlas constituía un modo de descalificarlas a ojos del pueblo. Una forma de transmitirles el mensaje subliminal de su falta de utilidad, de lo ineficaz de su radicalidad, para que les diesen la espalda y se echasen en brazos de la más “práctica” y “realista” socialdemocracia del PSOE y el PCE. Y el triunfo fue tan concluyente que no sólo logró esos propósitos sino que consiguió que más de grupo se lo creyera, llevándoles a disolverse o a diluirse en el proyecto reformista de IU. Revolucionarios conducidos al sinsentido de un harakiri político por no lograr buenos resultados electorales.
Dos ejemplos arquetípicos
Fuera aparte algunos intentos anteriores de efímera existencia y muy escasa incidencia social, sólo a finales de los años setenta y a lo largo de los ochenta surgen los primeros partidos y movimientos de izquierda nacidos desde una pretendida óptica andaluza, pero por evolución de una parte de esa izquierda real atrapada en el españolismo; lastrados por el regionalismo en lo nacional, el reformismo en lo social y el estatalismo español en lo político, y por ello con planes y propuestas contradictorias y un proyecto muy desligado del libertador de Blas Infante y el andalucismo histórico. Con el tiempo sus propias incoherencias teóricas y paradojas estratégicas y tácticas les harán integrarse a unos en el proyecto regionalista del PSA (el Partido Andaluz), como el PTA, o en el reformista del PCE (Izquierda Unida), como la CUT. A otros a desaparecer ahogados en sus propias auto-invalidaciones teórico-prácticas. Tanto el del PTA como el de la CUT constituyen casos arquetípicos de trayectorias equivocas y finales erróneos originados tanto en carencias ideológicas como en la falta de ligazón entre teoría, proyectos y planteamientos. A creencias socialistas y nacionalistas le agregaban estrategias estatalistas y autonomistas, y una metodología electoralista e institucionalista, obviamente incongruentes con las ideas sustentadas e incompatibles con unos fines transformadores.
El PAU-PTA (Pueblo Andaluz Unido-Partido de los Trabajadores de Andalucía) surgiría a finales de los setenta de la implosión del estatalista PTE (Partido de la Trabajadores de España). Divido en dos fracciones, ya como PTA. Una defendía la disolución del partido con argumentaciones como la superación de los partidos obreros, así como de la misma teoría marxista, o sobre la necesidad de integración en nuevas realidades organizativas “progresistas” más amplias y novedosas centradas en “lo social” (¿no os suena?). Otra apostaba por profundizar en la teoría revolucionaria y la realidad andaluza, a lo que denominaban en conjunto “nacionalismo de clase”, así como por mantener el partido: “un partido marxista-leninista profundamente enraizado en el pueblo andaluz y defensor a ultranza de los intereses nacionales de clase”. ¿El fin?, un “proyecto de clase” para la “construcción nacional de Andalucía”, concretizado en un “avanzar hacia una Andalucía libre en una España socialista y federal”, republicana pero española, por supuesto. Ésta última opción sería la mayoritaria y daría lugar al PAU-PTA.
Apenas unos años después, en 1982, esos “defensores a ultranza de los intereses nacionales de clase” acordarían su integración en el PSA “como medio de fortalecer el nacionalismo andaluz de izquierdas y acelerar la consolidación de la conciencia nacionalista de clase”, primando así la “unidad andalucista” con el regionalismo. Y lo hacían sumándose a un partido que ya entonces se deslizaba visiblemente hacia su declarada derechización, “no existe la más mínima coyuntura revolucionaria de cambiar las cosas… y hemos de contentarnos con pequeñas modificaciones” afirmaban en ese mismo año, así como un descarado interclasismo (“transversalidad” dirían hoy los “actualizados”), representado por el añadido al nombre del partido del término “Partido Andaluz” (PSA-PA). La integración no revertirá el proceso, tan siquiera lo desaceleraría, culminado en el congreso de 1984 excluyendo toda intencionalidad socializante, “hay que aceptar que la lucha de clases ya no es el motor de la historia” decían, y cualquier referencia tan siquiera nominal al socialismo o la clase obrera, simbolizado en la supresión de la “s” en sus siglas y su nueva denominación como Partido Andalucista (PA). Ya totalmente derechizado y en constante declive, sobrevivirá hasta 2015 en que se disolverá.
En cuanto a la CUT (Colectivo de Unidad de los Trabajadores), había nacido asimismo a finales de los setenta como unas candidaturas municipales rurales, principalmente en la Sierra Sur sevillana (Candidaturas Unitarias de Trabajadores) impulsadas fundamentalmente por militantes y simpatizantes del PTE y los movimientos cristianos de base, que en 1976, a su vez, ya habían fundado el Sindicato de Obreros del Campo (SOC) como rama agraria andaluza de la central sindical estatalista CSUT (Confederación de Sindicatos Unitarios de Trabajadores), también patrocinada por el PTE. La CUT se conformaría en la praxis como sección política del SOC (una especie de “correa de transmisión” política del sindicato, en lugar de lo contrario que solía ser lo habitual), y por influencia del PTA adoptaría simbología andaluza, como la bandera, y el “nacionalismo de clase”. La CUT estuvo siempre desprovista de una profundización en la teorización o en la elaboración estratégica, invariablemente lastrada por una visión política determinada por la inmediatez de las necesidades jornaleras más urgentes y próximas, que les condicionaba siempre a llevar a cabo acciones deslavazadas y meramente efectistas, así como a practicar un electoralismo localista cortoplacista. De igual manera, esa actitud genérica de supeditación acomplejada de la izquierda andaluza respecto a la españolista les hacía primar una “unidad de la izquierda” con reformistas y estatalistas que les inducirá a unirse en 1986 a CA (Convocatoria por Andalucía), antecedente inmediato y posterior sucursal “regional” de IU (Izquierda Unida), que igualmente cofundarán, asumiendo así de hecho el proyecto estatalista y socialdemócrata del PCE , y por ello confrontado a esos “intereses nacionales de clase” del pueblo trabajador andaluz. Según el manifiesto-convocatoria del PCE que originó CA y después IU, llamado “documento de las amapolas”, el problema andaluz no era España y sus Estados sino “las peculiaridades sociales, económicas e históricas, que han caracterizado su desigual incorporación al Estado (español)”. Más España como alternativa. A eso se sumó la CUT.
Tras cerca de treinta años tragando españolismo y reformismo en IU desde “posturas críticas”, finalmente en 2014 anuncian su salida “para poner en valor el propio proyecto de la CUT como fuerza andalucista”. Sin embargo, según el contenido de la declaración emitida, su marcha sólo respondía a cuestiones coyunturales, como el pacto de gobierno PSOE-IU en la Junta (tras su finalización ese año no cuando se formalizó en 2012) o los presupuestos elaborados por dicho gobierno, no mencionando discrepancia ideológica alguna. Pero su salida en lugar de propiciar un cambio en el sentido “andalucista” anunciado comportará un “sostenella y no enmendalla”. Aunque en su IV congreso, celebrado poco después, sostenían que perseguían “la consecución de sus derechos nacionales, soberanía y emancipación nacional, en la búsqueda de una República Popular Andaluza”, a través de “contribuir a la construcción de un poder político obrero y popular soberano andaluz”, en 2015 aprueban “una convergencia electoral con Podemos”. A partir de ahí su integración en el proyecto también estatalista y socialdemócrata de Podemos ha sido completo, desapareciendo como entidad propia de la escena política.
Como vemos, la historia nos ha demostrado, si es que ello fuese necesario, a través de estos dos ejemplos paradigmáticos y concluyentes del pasado más inmediato de nuestro país, los del extinto PTA y la CUT, que la estrategia de “unidad andalucista” indiscriminada, incluyendo en ella al regionalismo, no conlleva que el regionalismo andaluz se escore hacia a la izquierda y el andalucismo real sino que el “nacionalismo de clase” de la izquierda andaluza en lugar de mantenerse y avanzar desaparezca. Así mismo, que la “unidad de la izquierda” generalizada, incluyendo al reformismo y al españolismo, en lugar de “poner en valor el proyecto propio” y “contribuir a la construcción de un poder político obrero y popular soberano andaluz”, solo comporta su supresión, dejando en su lugar una izquierda andaluza residual, incapacitada e inhabilitada como instrumento de las aspiraciones del pueblo trabajador andaluz. También que cualquier estrategia de supeditación de lo autóctono a lo estatal, de lo soberanista a lo autonomista, de lo transformador a lo reformista, de lo andaluz a lo español en definitiva, en cualquier grado o situación, además de paradójico y disparatado, de irracional e inadmisible, está abocado al más rotundo fracaso. Por último que el andalucismo no puede ser solo un vestido organizativo que arrope al grupo ideológicamente, para ser real tiene que traspasar su epidermis y determinar visiones y diagnósticos, decisiones y actuaciones en toda circunstancia.
La segunda etapa del andalucismo y la izquierda andaluza
Sólo un puñado de individualidades y unos pocos grupos políticos y sociales de la izquierda andaluza perseverarán en la profundización del análisis de la realidad de Andalucía y en la caracterológica de sus clases populares, en particular las trabajadoras, desde posiciones radicalmente transformadoras y nacionalistas, lo que les hará confluir en unas mismas conclusiones y, como consecuencia, en un primer proyecto común nítidamente andaluz y antisistema, independentista y revolucionario, contrario a cualquier tipología de españolismo y socialdemocracia, y por ello totalmente entroncado con el andalucismo. El organismo resultante, surgido en 1990 como desenlace de dicha convergencia ideológica y concurrencia organizativa en los encuentros realizados, se denominará Nación Andaluza (NA) e iniciará un camino propio, absolutamente alejado y opuesto a la tradición regionalista y reformista, pro-autonomista, pro-estatalista y pro-institucionalista de décadas anteriores, que incluirá la asunción íntegra del proyecto infantista original, esa “Andalucía soberana constituida en democracia republicana”. Desde la Constitución Andaluza y el soberanismo republicano andaluz en ella contenido, pasando por el rechazo a España, Europa y el Capital, e incluyendo la denuncia de la ocupación nacional y la opresión popular, la lucha contra la colonización del país y por la devolución del poder al pueblo, NA asume plenamente el ideario y metas del andalucismo histórico, aunando en la reivindicación sus aspectos y consecuencias nacionales (independencia) y sociales (autogestión y socialismo). Incluso en su propia conformación como frente general de liberación y no como partido estructurado y jerarquizado, ideológicamente unificado, sino horizontalista y abierto a las diversas tendencias revolucionarias, como la JLA.
Es a partir de este punto de nuestra historia más reciente, desde el nacimiento de la izquierda independentista andaluza, así como de los distintos colectivos sectoriales impulsados y/o vinculados con ella, cuando se puede hablar con propiedad racional e intelectual de continuidad en el proyecto andalucista. La segunda etapa del andalucismo no comienza con el pusilánime regionalismo españolista y el reformismo colaboracionista del PSA de los sesenta-setenta, o como consecuencia de una adición superficial de lo andaluz, sólo en el discurso, las siglas o las banderas, por parte de una primera izquierda andaluza. Será a raíz de que se superen todos estos erróneos y engañosos callejones sin salida, además del acomplejamiento y el seguidismo respecto a esa izquierda española subordinada al Sistema. Cuando se niegue y reniegue de cualquier proyecto estatal español en lo político, de capitalismos más “sociales” y “justos” en lo económico, de socialdemócratas caridades laicas en lo social, de encadenadores autonomismos en lo administrativo, de cegadores electoralismos e institucionalismos corrompedores en la metodología, y se haga coherentemente, tanto en los principios, como en las propuestas, las alianzas y las actuaciones, cuando puede subrayarse la existencia nuevamente del andalucismo y puede visualizarse también la de una izquierda andaluza real, revolucionaria y descolonizadora, únicamente al servicio de los intereses del pueblo trabajador andaluz. La de un nacionalismo de clase consecuente. Es 54 años después de su asesinato, cuando puede hablarse del resurgimiento del proyecto militante sociopolítico de Blas Infante.
Una izquierda totalmente autóctona y autónoma, surgida del seno de nuestro pueblo y centrada en él, y que no se limitará a restaurar el ideario de Blas Infante y abanderar un nuevo movimiento de liberación nacional y popular andaluz, a retomar el camino interrumpido en 1936 por el andalucismo histórico, a dar comienzo a su segunda etapa, sino además que lo imbricará finalmente con las doctrinas descolonizadoras y revolucionarias contemporáneas, realizando una constante labor de aclaración, profundización y desarrollo de sus bases ideológicas. Una puesta al día terminológica y clarificadora, pero sin cercenar significados y consecuencias, como hace el revisionismo liquidador tras el que siempre se ha ocultado el regionalismo y el reformismo de “izquierdas” en Andalucía. Independencia y socialismo serán la transcripción al lenguaje actual del ideal de una Andalucía libre, su pretensión global, nacional y social, contra la Andalucía esclavizada. La República Andaluza de Trabajadores la traslación al presente de la meta de una “Andalucía soberana constituida en democracia republicana”. Y el socialismo infantista la traducción al mundo de las ideas del conglomerado de emancipación social, redención nacional y renacimiento sociocultural de su pensamiento.
Como lógica coherencia con los fines enunciados y las estrategias trazadas, las consecuentes tácticas derivadas serán las de un antiespañolismo radical enfrentado a cualquier españolismo, un republicanismo andaluz incompatible con todo estatalismo español, el independentismo libertador como antítesis del autonomismo encadenador, una mediterraneidad étnico-cultural como contraposición al europeísmo, una autogestión popular actuante frente al electoralismo anulador, un autogobierno permanente antagónico con el institucionalismo paralizador, la democracia real directa y permanente en contraposición a las dictaduras de las “democracias” “representativas” o “participativas”, y un socialismo integral anticapitalista y comunitarista como alternativa al sistema inhumano económico, laboral, político, social y cultural impuesto.
La izquierda independentista andaluza aportará al panorama político andaluz actual, además del resurgir de un andalucismo global, tal y como fue concebido y defendió por Blas Infante, la recuperación de la plena concordancia entre teoría, estrategia y táctica. La completa ligazón e interrelación, hasta ahora cortocircuitada por el regionalismo y el reformismo, entre lo que se piensa, se dice, se propone y se hace, igualmente contaminado por ese “realismo” revisionista justificante del abandono y el desprecio de unos principios sólo nominalmente sostenidos. En algunos casos ya ni eso. Una traición a sí mismos y lo que afirman representar que los lleva a algunos al paroxismo de criticar la pretensión de vinculación y trabazón entre idea, dicho y hecho, como algo negativo e incluso perjudicial. Mostrándolo como ejemplo de su supuesto “sectarismo” e “intransigencia”, un ejemplo de su “alejamiento de la realidad”, por parte de la izquierda independentista, puesto que lo “razonable”, lo “maduro”, según el punto de vista de ese revisionismo pequeñoburgués, parece ser la más completa diferenciación y dicotomía, la carencia de cualquier relación entre credo, metas y praxis. Cuando en realidad la intención de plena coherencia entre teoría, estrategia y táctica, según la cual cada propuesta, cada alianza, cada acción, forma parte de una estrategia, de un camino ya trazado y concebido al objeto de lograr finalidades acordes al ideario mantenido, constituye el único camino capaz de permitir alcanzar los objetivos propuestos y hacer realidad las metas ambicionadas. Unas tácticas independentistas y antisistema para hacer efectiva una estrategia independentista y antisistema que permita alcanzar la Independencia nacional y acabar con el sistema capitalista.
Los pretextos usualmente utilizados para mantener lo “beneficioso” de estas prácticas disociativas son comunes a lo tradicionalmente defendido por regionalistas y reformistas: Ser más escuchados, poder acceder a mayores capas poblacionales, dejar de ser “marginales”, dejar de estar “aislados”, poder cambiar las cosas desde dentro, etc. Y lo pretenden conseguir no transformando consciencias sino adaptándose a la inconsciencia. No variando la realidad sino validando la existente, convencidos de que ejercitando esas contradicciones, partiendo de su opuesto, se podrá llegar a obtener lo pretendido: Partiendo de la dependencia colonial la soberanía nacional, partiendo de la dictadura del capital la democracia real y la justicia social, partiendo de las instituciones represivas la libertad popular, etc. Utópicos son los que afirman estos absurdos. O eso o lo hacen porque no creen lo que dicen y no aspiran a lo que pregonan.
¿Tercera etapa del andalucismo o segunda del regionalismo?
¿Se ha alcanzado a través de esta segunda etapa la culminación del andalucismo, o son aún posibles “nuevos andalucismos”, “andalucismos del Siglo XXI”, “terceras olas del andalucismo”, etc. en referencia a hipotéticas renovaciones o innovaciones en el mismo, a una tercera etapa del andalucismo y la izquierda andaluza reales? Claro que sí. La evolución es un principio perpetuo y permanente. Está inscrito en la naturaleza de las cosas. Nada se mantiene atemporalmente inalterado o inalterable. Un día el proyecto actual será superado cuando las eventualidades que lo han producido se superen. Pero el cambio debe ser hacia adelante, no puede implicar degradación o retroceso con respecto a lo precedente sino avance sobre lo existente y respecto a lo existente. Igual que el regionalismo y el reformismo andaluz no son ni pueden ser considerados como evolución o tan siquiera continuidad del andalucismo histórico al no asentarse sobre sus principios ni aspirar a sus fines, no progresando partiendo de la asunción y profundización en ellos, sino a partir de su desfiguración hasta el envilecimiento y su reducción hasta la caricatura, hasta llegar a convertirlo en lo antagónico, una tercera etapa del andalucismo y la izquierda andaluza no puede evolucionar sobre las premisas y ejemplos del localismo pro-españolista del PA o el fiasco de las descabelladas maniobras de la primera izquierda andaluza sino desde los planteamientos y trayectorias de sus dos precedentes reales.
Será desde la asunción y la continuidad de los principios del aquel primer andalucismo histórico y de la izquierda independentista actual, válidos en tanto las circunstancias históricas que los engendraron permanezcan, en tanto la esclavización de Andalucía y el pueblo trabajador andaluz prosigan, a partir de donde se podrá elaborar y hacer realidad una eventual tercera etapa, pero siempre rebasando fronteras, yendo más allá, y no sólo en lo teórico, sino igualmente en propuestas y actuaciones acordes con creencias y metas. Estrategias y tácticas aún más radicalmente anticolonialistas y anticapitalistas concordantes con ideas y fines aún más nítidamente independentistas y revolucionarios, pues de lo contrario no se ambicionará un tercer andalucismo, tan siquiera se formará parte de los anteriores, simplemente no será andalucismo. Si no se parte y avanza desde donde se ésta ¿Dónde está lo novedoso? Si no se asume lo alcanzado ¿respecto a que es superador? Este sería el reto a verificar: Sobrepasar límites no acotarlos, ampliarlos no reducirlos, expandirlos no contraerlos. Ser más, no menos ni igual. Si es menos porque no es, si es igual porque ¿para qué?, solo cabría unirse al que hay.
Este debería ser el debate esclarecedor en torno a lo planteado, sopesar si estos “nuevos andalucismos”, “andalucismos del Siglo XXI”, “terceras olas del andalucismo”, etc., implican un construir asentado sobre los pilares de sus precedentes, un aportar a partir y sobre ellos, un acrecentar el proyecto, o si en lugar de añadir sobre las creencias y coherencias prácticas libertadoras gravitan sobre restauraciones de antiguas propuestas acerca de “moderaciones” autonomistas, “realismos” institucionalistas, “priorizaciones de lo social” socialdemócratas, “unidades de la izquierda”, o aún peor de la “izquierda andaluza”, incluyendo a la españolista y la estatalista, “unidades del andalucismo” abarcando al regionalismo y hasta el estatalismo, etc., ya abogadas por los viejos regionalismos y reformismos obsoletos e inservibles. Si lo que destacan y les determina, lo que consideran más “urgente”, “progresista”, “social” o favorable a la “mayoría”, es el batallar por la liberación de su país y su pueblo, el concienciarlo y ponerlo en pie, es el fortalecer la resistencia andaluza contra la ocupación y el expolio, o si sostienen involucionismos como la importancia de la presencia o carencia de mayorías “de izquierdas” o “de derechas”, parlamentarias o gubernamentales, en Sevilla, Madrid o Bruselas; en definitiva, el entrar en el juego colaboracionista de la cantidad de poder delegado obtenible y del reparto de votos que posibiliten gestionar como manijeros del amo el colonialismo y la alienación. En este segundo caso se nos estará vendiendo como andalucismo lo que sólo sería el remozado del regionalismo y reformismo de siempre: nuevos regionalismos y reformismos, regionalismos y reformismos del Siglo XXI o terceras olas regionalistas y reformistas. El camelo de los nuevos andalucismos bluff y nuevas izquierdas andaluzas light, siempre plegados a España y el Capital, consentidores y contribuidores de la Andalucía y el pueblo trabajador andaluz esclavizados.
Si los ejemplos a seguir y valorar como andalucistas no son el movimiento libertador de Blas Infante o de su sucesora, la izquierda independentista andaluza, sino el de la ruin impostura regionalista falsificadora y desviadora del PA o el de esa errática y fallida primera izquierda andaluza, perdida en el laberinto de sus sinrazones y desactivada por el Sistema, modelos que entrambos, parafraseando al otro Marx, a Groucho, partiendo de la nada han alcanzado las más altas cotas de eso, de nada, en cuanto a su aportación a la lucha contra la colonización o a la brega por despertar y levantar al pueblo contra la opresión, ya puede anticiparse con toda seguridad la entidad e incidencia de dichos proyectos en el futuro de nuestra tierra, otra nada. Ninguno podrá nunca llegar a formar y a ser, como tantas otras propuestas y organismos similares nacidos en los últimos dos decenios, más que fantasmagóricos buñuelos políticos, aparentes pero huecos. Fácil y rápidamente hinchables por la ignorancia, la prepotencia o los intereses creados, pero aún más fácil y rápidamente desinchables por el tiempo y la realidad.
“Si no luchas (por la independencia) al menos ten la decencia de respetar a quienes si lo hacen”.
(José Martí, líder independentista cubano)
Francisco Campos López
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