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De Trump a Biden. Breves notas sobre lo que pasó y lo que puede pasar

Por Antonio Torres

Estados Unidos cambiará de presidente en una situación interna especialmente convulsa: la pandemia del COVID 19 y sus consecuencias no solo sanitarias, con unos datos escalofriantes en los EEUU, sino también económicas y sociales, con más de 40 millones de pobres y con una pobreza infantil que en el caso de afroamericanos y latinos alcanza el 32% y el 26% respectivamente; con sucesivas manifestaciones antirracistas y contra la brutalidad policial que están poniendo de relieve como el racismo está ligado a razones estructurales; y con el crecimiento cualitativa y cuantitativamente de milicias armadas supremacistas y racistas fanatizadas por teorías a cual más disparatada. Como colofón tenemos al presidente en funciones, Donald Trump, que no acepta su derrota, abandonado ya por un sector importante de la elite económica, especialmente la mediática que lo encumbró en 2016 a la presidencia, pero no, de momento, por el Partido Republicano; por mucho que  denuncie, sin pruebas, un fraude masivo y que anuncie una batalla legal sin precedentes, Trump sabe que no va a conseguir nada excepto tiempo, un tiempo que le es vital para hacer frente a la avalancha de demandas judiciales que le esperan  cuando deje el cargo.

Más allá de estos graves problemas, los EEUU, la gran superpotencia imperialista, no tiene visión estratégica no ya solo de puertas para adentro, es decir, en las elites no existe un consenso sobre qué proyecto de país se quiere, como tampoco sobre el papel de EEUU en el mundo. La cuestión es que la administración Trump ha agravado esta situación de incertidumbre en las elites; más allá de explicaciones de consumo interno para los adeptos a Trump, y que por desgracia a veces son sumidas por determinados sectores de la izquierda antiimperialista que narran la lucha de un Trump honesto enfrentando al “Deep State” (Estado Profundo) y al complejo militar-industrial, la verdad es que Trump ha fallado a esas elites que le apoyaron para que contuviera a China fundamentalmente, disciplinase el “patio trasero”, apoyase sin fisuras al Estado de Israel  y descabezara  el “Eje de la Resistencia”.  Trump ha fracasado estrepitosamente porque su administración no tenía proyecto ni visión más allá de algunos golpes de efectos aislados y de apelar  continuamente a una América que no consigue ser grande otra vez.

El discurso no tiene el poder mágico de crear realidades, por mucho que algunos insistan en ello. No se puede negar que los adeptos de Trump se han movilizado como nunca, pero también es evidente que Trump  ha perdido significativos apoyos y que ha ganado otros. Trump no ha hecho absolutamente nada por toda esa base de votantes trabajadores de la América desindustrializada, fueran blancos o no, fueran mujeres u hombres, que en el 2016 pusieron sus esperanzas en él, para toda esa gente, Trump ha fracaso en hacer grande América otra vez; mientras curiosamente, el apoyo a Trump de sectores no blancos anglosajones y en las mujeres ha crecido, quizá no espectacularmente, pero sí ha demostrado lo equivocado que es   aislar las identidades étnicas o de genero de las estructuras socioeconómicas.

Desde la izquierda antiimperialista debemos de dejar de lado esa visión de un Trump apático hacia la acción exterior por el solo hecho de que durante su administración no se han vivido agresiones como la de Libia en 2011.  No es ni real ni correcto. La perspectiva inicial de un Trump no predispuesto a grandes aventuras internacionales por “liderar el mundo libre” hay que matizarla e incluso hasta desterrarla.

El mandato de las elites a Trump estaba claro: reposicionar a los EEUU en el contexto mundial y consolidar el consenso interno conservador y neoliberal que a su vez ayudase a esa recolocación de los EEUU en el mundo, para ello un perfil como el de Trump era aparentemente el ideal.  Desde prácticamente los 70 del siglo pasado, los EEUU ante la imposibilidad de hacer frente a la vez a los dos gigantes socialistas, la URSS y la República Popular China, optó por la opción de enfrentarlos por separado,  cuando se era especialmente duro con uno, se trataba de ser “blando” y hasta cooperativo con el otro, aunque se persiguiera la caída y destrucción en última instancia de ambas. De alguna manera, desde hace años, llevamos presenciando como la elite norteamericana trata de enfrentar por separado el desafía euroasiático, ya vimos como Obama fue especialmente duro y virulento con la Federación Rusa mientras era “blando” y cooperativo con China; con Trump, vimos cómo se relajaban las relaciones con Rusia y se cargaban las tintas contra China. Por supuesto, esto es en términos generales, a esta visión se le pueden hacer matices, precisiones y naturalmente excepciones, ya que por ejemplo, las sanciones contra Rusia impuestas por la administración Obama se relajaron, pero no se levantaron, también cabría recordar las quejas de Trump sobre la dependencia de gran parte de Europa occidental del gas ruso o cómo, sorprendentemente varias “revoluciones de colores” han estallado en diferentes ex repúblicas soviéticas desde Bielorrusia hasta Kirguistán pasando por Armenia.

En definitiva, de la administración Trump debemos destacar:

Endurecimiento de las guerras comerciales. Decimos endurecimiento, porque las guerras comerciales por un lado con la Unión Europea y por otro con la República Popular China, ya venían de antes, como no podía ser de otra manera, por ejemplo, la administración Obama ya impuso fuertes aranceles a productos chinos, un caso especialmente llamativo fue la carga de un 35% a los neumáticos importados de China que se impusieron en 2009. También cabría recordar el proyecto de TTIP y como sus negociaciones generaron importantes tensiones a un lado y al otro del Atlántico.

Disciplinar el “patio trasero”. Venezuela ha sido una auténtica obsesión para la administración Trump que ha recuperado la tradición de entender el continente americano como una prolongación subordinada de los Estados Unidos.  No es solo petróleo, aunque también, se trata de dos cuestiones fundamentales: una,  Venezuela como un gran mercado a repartir, y dos,  acabar con un ejemplo de soberanía e independencia en la región. Igualmente capítulo aparte merecen Bolivia, donde se patrocinó el Golpe contra Evo Morales y el MAS o Cuba, cuando se rompieron los avances diplomáticos de la administración anterior. Se refuerzan los roles de gendarme de Colombia y del Brasil de Bolsonaro.

IVÁN DUQUE (COLOMBIA) Y JAIR BOLSONARO (BRASIL)

Reforzar al Estado de Israel. Desde el Acuerdo del Siglo  hasta la normalización de relaciones,  pasando por los diferentes planes de anexión más o menos explícitos y los delirios del Gran Israel, Trump ha reforzado el rol de Israel como punta de lanza colonial de los intereses imperialistas, pero junto a Israel, cabe destacar otro actor reforzado: Arabia Saudí. Realmente, la guinda al pastel de la administración Trump habría sido la normalización oficial  de relaciones entre Israel y Arabia Saudí, pero no pudo ser. Junto a la apuesta por el tándem sionista/saudí, hay que destacar la continuación de la senda tomada por Obama de utilizar a las SDF, a las YPG kurdas y a la administración autónoma del Norte de Siria como una prolongación de su propio ejército y administración, cuyo objetivo no es otro que impedir la integridad territorial de la República Árabe Siria y el acceso a los recursos energéticos de esta región. 

Realmente, a estas alturas, negar que ha faltado poco para un conflicto abierto entre EEUU e Irán, especialmente cuando con total y absoluta impunidad los EEUU cometieron un verdadero acto de guerra asesinando al comandante iraní de las Fuerzas Quds, Qasem Soleimani, es negar lo evidente. La guerra se evitó por la templanza de la República Islámica de Irán no por un Trump poco interesado en los conflictos exteriores y enfrentado a un “Deep State” con ganas de sangre.

Ante este panorama, ¿qué podemos esperar de Biden? El regreso de la injerencia imperialista envuelta en la retórica de los derechos humanos y las libertades.

Realmente, en lo que al continente americano se refiere habrá un cambio de orientación tendente a rebajar la tensión y a procurar la reconducción de los gobiernos de izquierdas y de Cuba, desactivándolos utilizando la seducción, la cooptación y la retórica de los “derechos humanos” más que la mano dura que, como se ha visto en los casos de Venezuela y Bolivia, han acabado fracasando estrepitosamente.  Quizá con Cuba se retomen las conversaciones donde se quedaron con la administración Obama, pero el fuerte apoyo a Trump manifestado por la comunidad cubano-norteamericana de Florida pesará bastante  y quizá pueda complicar  una vuelta a la situación previa a 2016. Pasamos del palo a la zanahoria.

KAMALA HARRIS Y BENJAMIN NETANYAHU

En cuanto a Asia occidental, todo hace pensar que Biden y su segunda la fanática sionista Kamala Harris, seguirán sin ninguna duda con la política de normalización de relaciones con Israel heredada de Trump. Cabe esperarse también un giro a favor de los países  cercanos a la Hermandad Musulmana, en detrimento del eje wahabita saudí; hay que recordar que la Hermandad Musulmana fue la apuesta fundamental de Obama para reordenar el espacio árabe y musulmán desde el Magreb a Yemen pasando por Siria. Por tanto, cabe esperar  un acercamiento especialmente a Qatar, en cuanto al otro puntal de la Hermandad Musulmana, Turquía, las relaciones se antojan más complicadas, y más si recordamos las acusaciones de Erdogan a Obama de estar detrás del intento de Golpe de Estado del verano de 2016 y de apoyar al clérigo disidente Fetullah Güllen. Esto tampoco quiere decir que las relaciones con Arabia Saudí se vayan a deteriorar, en absoluto, Arabia Saudí es estratégico para los intereses de EEUU gobierne quien gobierne, ¿por qué? Estados Unidos obtiene a través de su control del petróleo saudí mucho dinero para cubrir los déficits derivados de su enorme gasto militar y apuntalar el dólar vía el comercio petrolero, además, Arabia Saudí es el principal cliente del complejo militar-industrial norteamericano. Hablemos claro, la guerra en Yemen es ante todo un gran negocio para los EEUU. Y no se trata solamente del ejército saudí, muchas de esas armas acaban en manos de los grupos fanáticos patrocinados por los saudíes, principalmente el Estado Islámico.

En cuanto Siria, igualmente podemos esperar que se siga apoyando a las SDF y a las YPG implementando los mismos objetivos antes descrito, pero además, cabría esperar cierta recuperación de los contactos con  los grupos fanáticos ligados a la Hermandad Musulmana, especialmente el HTS y el Partido Islámico del Turkestán, aunque surge, de nuevo, la incógnita sobre cómo se desarrollarán las relaciones con Turquía, valedor de estos grupos.

Finalmente, se puede prever que con la República Islámica de Irán se vuelva a la senda del diálogo, pero lo dicho respecto a los frentes abiertos en el continente americano puede valer para el caso iraní: seducción, reconducción, cooptación y retórica de los derechos humanos  frente a la mano dura; en concreto, promoción de aquellos actores políticos y sociales de la propia República Islámica que puedan estar próximos a los planteamientos de Washington. Otra vez,  del palo pasamos a la zanahoria.

Para finalizar, cabe esperar una reactivación del conflicto en Ucrania y el apoyo a más “revoluciones de colores” en el espacio post soviético, incluida la propia Rusia. Puede que incluso, aunque de momento se ha cerrado el conflicto en Nagorno Karabakh, los EEUU se decidan a intervenir de alguna manera en un conflicto del que ha estado especialmente ausente, ya sea por presión del lobby armenio-norteamericano o, por el contrario, de Turquía.

Insistimos, las guerras comerciales van a continuar, que éstas se desarrollen de distinta manera no las elimina, en absoluto; sentimos decirle a todo  el sector agropecuario andaluz que había puesto sus esperanzas en Biden que las sanciones no se van a eliminar de un día para otro, y se tendrán que negociar por delegaciones muy  ajenas a los intereses de los agricultores y ganaderos andaluces.

Contener a China es una necesidad vital para el imperialismo norteamericano, eso no ha estado nunca en duda ni para Trump ni para Biden, la cuestión es el cómo hacerlo y es aquí donde las elites norteamericanas chocan y se atascan, y más cuando tienen la sensación de que Trump no ha hecho más que perder el tiempo mientras China ha ido ganado terreno.  La posibilidad más allá de Hong Kong de llevar a cabo una “revolución de colores” tan del gusto de las administraciones demócratas, es muy complicado, así como cooptar y seducir a sectores del Partido Comunista también, al menos en esta coyuntura.

Puede que Biden culpe a Trump y a su nefasta gestión de la pandemia por los EEUU que va a recibir, pero lo cierto es que la economía norteamericana ya venía desde el pasado año resintiéndose, a la vergüenza de que el país más poderoso del mundo se esté llenado de pobres  por todas las esquinas habrá que añadir el lamentable espectáculo que todavía nos quedará por ver hasta llegar a Biden jurar su cargo, mientras, las elites norteamericanas seguirán exprimiendo sus modelos ya caducos y fracasados de dominación. La oportunidad socialista para los EEUU se tiene que abrir y se tiene que manifestar, pero todo nos hace indicar que esa oportunidad no vendrá ni de Sanders ni del “squad” de Alexandria Ocasio Cortez, con sus excesos de pose y carencia de perspectivas, quizá esa oportunidad se esté incubando en todas las luchas populares, antirracistas y sindicales que se están desarrollando a lo largo y ancho de los EEUU, pero analizar esa cuestión tocará en otro momento.

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