Todo vale: las excusas de Estados Unidos para intervenir

Cuando  Estados Unidos decide intervenir en un país primero debe “crear” la causa; no importa si será real o justa, lo importante es que exista una que mueva a los medios, que movilice las conciencias y que finalmente convenza a sus propios políticos y ciudadanos de  las razones por las cuales su gobierno debe mandar miles de fuerzas militares a “allí”, a ese país del que poco habían oído hablar, en  el que se imaginan que solo hay muerte y destrucción hasta que llega el ejército de Estados Unidos para devolverles “la paz y la democracia”.  

De esta forma, a grandes rasgos, han repetido la historia en Afganistán,  Iraq, Libia y Siria. Sin embargo, la mayoría de las causas que crearon han sido sobre la base de mentiras que, una vez descubiertas,  ya no servían de mucho, pues los conflictos habían comenzado. Inventar los pretextos les ha llevado meses a los órganos de inteligencia de Washington,  pero las guerras les han costado años a Estados Unidos y el doble de tiempo para su reconstrucción a las naciones que decidieron intervenir.

En esta investigación nos adentramos en el making off de las justificaciones de la Casa Blanca para atacar a otro país, y el “after”, como quedan esos países cuando Estados Unidos deciden partir.

Afganistán y su error de ayudar a  Osama Bin Laden 

El 11 de septiembre de 2001 marcó el inicio de una triste temporada para muchas naciones del Medio Oriente.  Mientras, a miles de kilómetros de distancia,  la población  civil de esos países se enteraban por las noticias del ataque terroristas contra las Torres Gemelas, en la capital estadounidense se comenzaba a trazar el diseño de enfrentamiento a un enemigo abstracto  que ellos mismos habían denominado: el eje del mal.  Siete días después, el 18 de septiembre de 2001, la Cámara de Representantes de Estados Unidos votaba para autorizar la entrada de Estados Unidos  en guerra, pero Afganistán era solo el punto de partida.

El primer paso fue ir tras el autor intelectual de los ataques, Osama Bin Laden, líder del grupo terrorista de Al Qaeda que se encontraba en suelo afgano. Sin embargo, el propio presidente George W. Bush indicó a los miembros del Congreso en una sesión conjunta el 20 de septiembre de 2001 que el conflicto podría durar mucho tiempo:

“Nuestra guerra contra el terror comienza con Al Qaeda, pero no termina ahí. No terminará hasta que cada grupo terrorista de alcance global haya sido encontrado, detenido y derrotado (…) Los estadounidenses no deben esperar una batalla, sino una larga campaña, como ninguna otra que hayamos visto”, aseveró  Bush.

Y tenía razón, la guerra ha sido larga, pero los objetivos están lejos de haberse cumplido. Veinte años se mantuvieron las tropas estadounidenses en  Afganistán, pero al salir en 2021, no dejaron un país más democrático e inclusivo.

Los talibanes tomaron el poder días después para recordarle a Washington que la derrota que sufrieron dos décadas atrás, representó para ellos,  solo una larga tregua.  Osama Bin Laden fue  asesinado durante un operativo estadounidense en Pakistán en mayo de 2011, pero para ese momento, ya Washington había extendido el área de enfrentamiento al terrorismo a Iraq, aunque se mantenía en Afganistán. Aniquilar al líder de Al Qaeda fue lo mismo que matar a una hidra, proliferaron las organizaciones extremistas en varios países y la Casa Blanca también le sacó provecho financiando a varias de ellas para usarlos luego, cuando surgiera la oportunidad.

Luego del anuncio de Joe Biden de retirar las tropas de Afganistán, muchos medios comenzaron a exponer el recuento de cifras  que ayuda a visibilizar el costo total de una guerra donde nadie ganó pero sí hubo un perdedor a todas luces: el pueblo afgano. De acuerdo con informes oficiales,  dos mil 455 miembros del servicio estadounidense murieron en la guerra. La cifra incluye a los 13 soldados estadounidenses que fallecieron a manos del grupo terrorista ISIS-K en el ataque al aeropuerto de Kabul el 26 de agosto de 2021.

Del otro lado,  más de 46 mil civiles han sido asesinados por todos los bandos en el conflicto de Afganistán, según la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Afganistán.

Además de estas cifras,  Estados Unidos tuvo una pérdida millonaria que se queda en el simbolismo de lo que pudo ser. Poco se habla de los recursos naturales de Afganistán pero sus tierras contienen una riqueza mineral increíble donde se puede encontrar hierro, cobre, litio y  cobalto. En total asciende a unos 3 billones de dólares, incluyendo los combustibles fósiles, según un reporte de  2017, realizado por el gobierno afgano. La mayor parte de esos yacimientos no ha sido explotada. 

En cuanto al cobre, por ejemplo, se calcula que los depósitos conocidos suman aproximadamente 57,7 millones de toneladas métricas.  El país también cuenta con reservas de mineral de hierro, con depósitos estimados en dos mil 100 millones de toneladas métricas, lo que ubica a Afganistán entre las 10 principales naciones del mundo en hierro extraíble.

De ahí que es fácil predecir los propósitos no oficiales de Estados Unidos en su larga presencia en Afganistán más allá de reconstruir el país y sentar las bases de una democracia al estilo occidental.

Iraq  “las tiene” pero no las encontramos 

Aunque Afganistán fue el primer centro de atención para la Casa Blanca, después de los ataques del 11 de septiembre, por albergar supuestamente al líder de Al Qaeda, Iraq también formaba parte de los planes de Bush.

“Para legitimar el ataque, el gobierno de Estados Unidos trató de movilizar a la opinión pública global apelando a principios fundamentales, como los derechos humanos de los iraquíes, la justicia y la ley universales, de la misma forma que ya había hecho en la Guerra del Golfo. Además, como novedad, empleó el concepto de los intereses nacionales al afirmar que Iraq era una base de operaciones para organizaciones terroristas islamistas. Otro argumento que tuvo más peso que el anterior entre la comunidad internacional fue la afirmación desde Washington de que aquel país estaba violando una resolución de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) de 1991 y poseía armas de destrucción masiva que podían ser utilizadas contra Estados Unidos”.[1]

Un año después de las Torres Gemelas, Reino Unido había comenzado una investigación de inteligencia donde aseguraban  tener una fuente interna  de Iraq, la cual afirmaba que el gobierno de Saddam Hussein había acelerado la producción de sus armas químicas y biológicas, así como la construcción de nuevas instalaciones. El entonces jefe del MI6, Richard Dearlove, estaba seguro de que esa fuente efectivamente tenía el acceso y que en unas pocas semanas crearía un  informe completo.

Políticos británicos y estadounidenses empezaron a sentenciar que las armas de destrucción masiva sí estaban en poder del gobierno iraquí, pero las evidencias concretas nunca formaron parte del discurso.

Tony Blair, primer ministro de Reino Unido, afirmaba en septiembre de 2002 que “permitir a Saddam usar las armas químicas que tiene o conseguir las armas que quiera sería un acto de gran irresponsabilidad”Donald Rumself, entonces secretario de defensa de Estados Unidos afirmó el mismo año : “no puedo decir si el uso de la fuerza en Iraq durará 5 días o 5 semanas o 5 meses, pero con seguridad no va durar más que eso”.

Se equivocaba, la guerra duró siete años. La invasión comenzó el  20 de marzo de 2003, con una coalición liderada por Estados Unidos junto a países aliados como Reino Unido y España, que atacaron la nación iraquí. El gobierno fue derrocado. Sin embargo, nunca se encontraron armas.

En 2016 se hizo público el informe Chilcot sobre la participación de Reino Unido en la guerra de Iraq . La investigación, que abarcó de 2003 a 2009, analizó la decisión de ir a la guerra de Iraq y cómo se gestionó la situación tras el derrocamiento de Saddam Hussein.

“La investigación que ha dirigido el ex alto funcionario John Chilcot subraya que la invasión se basó en informes de Inteligencia carentes de rigor y en ‘evaluaciones equivocadas’. Y afea que los ministros británicos ‘eran conscientes de los planes inadecuados de EEUU’ y, sobre todo, que la supuesta posesión de armas de destrucción masiva -cuestionada por los propios inspectores de la ONU- ‘se presentó con una certeza injustificada’”.[2]

Para desgracia del MI6, su “fuente” nunca aportó evidencias concretas. Algunos reportes incluso reconocen que la fuente mintió. Al parecer, eran más los deseos de imaginar que dichas armas existían, aunque la realidad  fuera en sentido contrario.

Otro dato interesante que arrojó la investigación dirigida por Chilcot es que “no se habían agotado las alternativas pacíficas” en el momento en el que Reino Unido decidió sumarse a la guerra de Iraq. El 18 de marzo, cuando se produjo la votación parlamentaria, todavía quedaban vías diplomáticas por explorarse, la acción militar no era la única opción existente.

Por si esto no fuera ya suficiente muestra del fracaso diplomático de Londres, la investigación muestra lo que  los hechos y el contexto actual validan que Reino Unido no planificó la estrategia para hacer frente a la situación post conflicto, en otras palabras, cómo ayudar al país para aportar estabilidad y seguridad, luego del derrocamiento del gobierno.

Estados Unidos y sus aliados querían “salvar al mundo” de las armas de destrucción masiva de Saddam y brindarle al pueblo iraquí otra oportunidad. ¿Qué sucedió? Habrá que preguntarle a los familiares de los cientos de miles de muertos civiles, cuya cifra concreta aún es desconocida.

Un estudio de la Organización Mundial de la Salud publicado en 2008 evita dar números definitivos, pero sugiere cerca de 400 mil muertos. Una tercera medición de 2008 realizada por la encuestadora  Opinion Research Business, con sede en Londres, arroja más de un millón de muertos.

Lejos de traer estabilidad, luego de la invasión vinieron los conflictos sectarios y el terreno fértil para los actos de terrorismo que provocaron la muerte de decenas de miles de civiles y el gasto de miles de millones de dólares.  En ese mismo entorno surgió el grupo terrorista Estado Islámico (DAESH).

Se dice que Tony Blair pidió perdón por la guerra, al conocer los resultados de la investigación Chilcot. El premier  admitió que estos errores propiciaron que las consecuencias fueran más hostiles, prolongadas y sangrientas de lo imaginado. Sus disculpas llegaron muy tarde para el pueblo de  Iraq.

“Los verdaderos motivos que llevaron a Washington a vulnerar la legalidad internacional estaban relacionados con las reservas petrolíferas de Iraq y el control del Golfo Pérsico. El gobierno de George W. Bush, en connivencia con el lobby de las corporaciones petroleras estadounidenses, buscaba ejercer Balance en Iraq tras la retirada de Estados Unidos, una influencia directa sobre la producción y, por consiguiente, sobre los precios del combustible. Para lograrlo, había que romper la disciplina de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Los planificadores de la táctica identificaron a Iraq como el eslabón más débil en la organización. Con la invasión a dicho país, las corporaciones petroleras estadounidenses y británicas lograrían acceso directo a la explotación del recurso.”[3]

Esas siempre fueron las causas reales, que escondieron tras la bambalina de su enfrentamiento al “eje del mal”.  Previamente al momento de la invasión, ya Estados Unidos había sofocado durante varios años la economía iraquí con sanciones y un bloqueo internacional en el que también participaron otras potencias. Para sortear las limitantes de esa guerra económica, Iraq había firmado contratos con corporaciones petrolíferas rusas y europeas que les concedían en exclusiva la explotación de importantes recursos fósiles del país. Washington, con la invasión, también quiso evitar esa competencia.

Las sanciones: el castigo previo a las  guerras 

Antes de las intervenciones, Washington adereza el contexto con otros ingredientes que pongan al país en cuestión  en  una situación de crisis total. Desde la teoría lo llaman el caos constructivo. Dicha estrategia hace uso de los procedimientos de Sherman Kent, que en su texto «Inteligencia Estratégica para la política mundial norteamericana», escrito en 1949 señala:

“Las próximas guerras implicarán armas no convencionales como bloqueos, congelación de fondos, boicot, embargo, ingreso en la lista negra de países forajidos. Todo esto por un lado, y por el otro subsidios, empréstitos, tratados bilaterales, trueques y convenios comerciales”.

Iraq vivió el efecto de las sanciones previo a la invasión de 2003, la historia se repite con Siria e Irán, en esta última nación, Washington no ha logrado construir su excusa para la intervención a pesar de los múltiples intentos que  incluyen desde salirse del acuerdo nuclear conocido como Plan de Acción Integral  hasta asesinar al general Qassem Suleimani.

El profesor iraní  de la universidad de Teherán y experto en sanciones internacionales, Aboumuhammad Asgarkhani, explica las causas de las cuales se vale Estados Unidos para justificar su derecho a intervenir en otra nación. “Los Estados Unidos sostienen que si hay algún país que viola los derechos humanos, la comunidad internacional -por supuesto con ellos  (EE.UU.) a la cabeza- tiene el derecho de intervenir, una segunda intervención ocurre con la excusa del terrorismo. La tercera categoría es cuando ellos argumentan la existencia de armas de destrucción masiva y la cuarta es cuando  hay protestas y la posibilidad de una guerra civil. Todas estas  categorías son acusaciones que se ciernen sobre la República Islámica de Irán”.

De la misma forma que lo aplicaron en el pasado, las pruebas reales no es lo que verdaderamente interesa.  Sobre este tema el profesor iraní agrega: “A ellos no les importan las evidencias concretas, con respecto a  mi país,  Estados Unidos y varias potencias occidentales, no tienen evidencias concretas de que Irán esté tratando de producir armas nucleares pero ellos dicen que en el futuro esto va a ser una realidad. A lo largo de 34 años, Estados Unidos, su Congreso, su Departamento de Estado y la Oficina de Control de Activos  Extranjeros, han desarrollado bibliografía en contra de Irán en forma de sanciones, pero no han sido eficaces”.

El experto opina que la primera estrategia para hacer frente a las sanciones es hacer públicos los incentivos políticos que tienen  Estados Unidos y una segunda ofensiva sería desarrollar legislación antiboicot que proteja a dichos países. “Si usted verifica las resoluciones y tratados internacionales entiende que las sanciones son ilegales porque violan los derechos humanos y el derecho al desarrollo. Estados Unidos ha interpretado la conducta de Irán como una violación de la carta de naciones unidas, parece que los incentivos políticos  están altamente involucrados, no el derecho”.

Siria: la nación que no han logrado destruir

En el caso de Siria, cuyo gobierno ha sabido voltear el balance de victorias a su favor, el tiempo  de la guerra se mide por el número de veces que Estados Unidos ha inventado pretextos para atacar, mientras que financia clandestinamente a los mismos grupos extremistas que dice combatir. Comenzó todo en 2011 y aún no termina.

Recientemente  la cadena británica BBC reconoció que el documental difundido en su canal (Radio IV) en noviembre de 2020 sobre el presunto ataque químico en 2018 en la ciudad de Duma (a unos 9 kilómetros al este de la capital Damasco) contenía mentiras e informaciones falsas y peligrosas que carecen de fundamento. Este reconocimiento se produjo después de que el escritor y periodista Peter Hitchens comprobara que su colega, la periodista de investigación de BBC Chloe Hadjimatyo, no cumplió con las normas editoriales y publicó informaciones falsas.

“Después de investigaciones intensivas que duraron meses, se demostró que las imágenes supuestamente grabadas en el hospital de Duma en el día del presunto ataque químico eran fabricadas”, tuiteó Riam Dalati, corresponsal de BBC.

Siria  había informado mediante decenas de cartas dirigidas al Secretario General de las Naciones Unidas, sobre el acceso de organizaciones terroristas a armas químicas que se utilizaron contra civiles y el ejército árabe sirio, con apoyo de los regímenes turco y saudita.

Sin embargo, ese falso montaje fue suficiente para que Donald Trump ordenara un ataque el 13 de abril de 2018 en conjunto con el Reino Unido y Francia contra las supuestas “capacidades de armamento químico” del gobierno de Bashar al Assad en Siria.

Como este son varios los ejemplos de las incursiones militares estadounidenses, desde 2011, cada vez que la guerra marca puntos a favor del gobierno sirio.

Bouthaina Shaaban, asesora política y de Información del presidente sirio Bashar Al Assad, revela las razones reales de la permanencia de Estados Unidos en territorio sirio. “El pretexto es combatir el terrorismo y, por supuesto, establecer la base de Al-Tanf que es la base militar de la coalición militar internacional liderada por Estados Unidos, la que se estableció en 2014 con un objetivo declarado y es enfrentarse a DAESH (ISIS) en Iraq y el Levante (ISIS), atestiguando que fueron ellos quienes impidieron que el ejército sirio pueda completar la liberación de la región de Al-Tanf y la apertura de la frontera entre Iraq y Siria”.

Lo cierto es que  Washington ha atacado en territorio sirio, contradictoriamente, puntos donde rara vez están los terroristas.  Sin embargo, vigila de cerca el apoyo militar de Irán de la Resistencia libanesa Hizbullah y de Rusia, aunque con este último existan cierto nivel de dialogo diplomático.

Si miramos los antecedentes, antes de 2011, Washington conocía los vínculos diplomáticos y comerciales entre Siria, Iraq e Irán. En 2010 los tres países firmaron un acuerdo para establecer un gasoducto, valorado en diez mil millones de dólares y con un recorrido de mil 500 kilómetros, para exportar gas desde Irán  a ambos países, pero también para llevarlo hasta el mar Mediterráneo, a la espera de poder exportarlo a Europa, luego de un eventual levantamiento de las sanciones por su programa nuclear.

Al comenzar el conflicto sirio, estos proyectos se quedaron congelados y no por gusto los grupos terroristas como ISIS tomaron el control de los yacimientos de petróleo y gas situados en Hasakeh, Deir Ezzour y Raqqa. “Estos llegaron a extraer, respectivamente, 40 mil y 35 mil barriles diarios de manera artesanal en las épocas de bonanza. El ISIS también se hizo en dos ocasiones con el control de Palmira, que era “el paso obligado entre las zonas de extracción o distribución de prácticamente toda la producción de gas de Siria y las plantas de procesamiento y de energía del oeste, que suministran electricidad y gas para uso doméstico e industrial a las zonas más densamente pobladas.”[4]

En 2019  el entonces presidente Donald Trump anunció la salida de las tropas estadounidenses de Siria “Es hora de que nos retiremos de estas ridículas guerras sin fin, muchas de ellas tribales, y devolver a nuestros soldados a casa”, sostuvo Trump en un mensaje en su cuenta de Twitter. “Lucharemos donde sea por nuestro beneficio y solo lucharemos para ganar”.   

Aunque  parezca una forma simplista de verlo, la esencia del mensaje muestra el pensamiento imperialista que siempre ha primado en la Casa Blanca de ver esos conflictos como “guerras tribales internas” donde ellos llegaron para “ayudar y traer libertad”. Todas las administraciones desde el 2001 saben que fabricaron y motivaron  dichos enfrentamientos y en algo tenía razón el mandatario. No han ganado ninguna de esas batallas.

Solo han ido dejando a su paso estados fallidos; con Siria la historia aún está en desarrollo, pero por el momento no lo han logrado gracias al apoyo popular con el cual cuenta el presidente Bashar Al Assad.

En parte, por eso anunciaron en discurso que retiraban las tropas, pero en la práctica se han quedado. Al menos 12 bases fueron establecidas por Estados Unidos, en su mayoría en los campos de petróleo y gas, principalmente en Hasakeh, mientras mantienen una instalación en la zona de Tanef, en la frontera con Iraq, para impedir cualquier comunicación terrestre entre estos dos países. Esta presencia militar garantiza el saqueo del trigo y el petróleo, lo cual ha sido denunciado en repetidas ocasiones por Damasco.

En las últimas dos décadas  Washington ha aportado a la historia reciente, un manual de excusas para intervenir, acompañados de fracasos bélicos y, contradictoriamente, ganancias millonarias en la industria armamentista.  De estos últimos veinte años, vale la pena aprender las lecciones para interpretar las técnicas  que hoy aplican sin disimulo en varios países de  América Latina.


[1] Aleksandro Palomo Garrido, Balance en Iraq tras la retirada de Estados Unidos, Revista de Relaciones Internacionales de la UNAM, núm. 113, mayo-agosto de 2012, pp. 165-178
[2]  Editorial, Las mentiras de la Guerra de Iraq que hoy siguen causando daño, periódico El Mundo,  07/07/2016 
[3] Aleksandro Palomo Garrido, Balance en Iraq tras la retirada de Estados Unidos, Revista de Relaciones Internacionales de la UNAM, núm. 113, mayo-agosto de 2012, pp. 165-178
[4] Ignacio Álvarez-Ossorio Alvariño ,El conflicto sirio y la distribución de hidrocarburos en Oriente Medio.

Fuente: Almayadeen.

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