Libia, el país que destruyó la OTAN “en aras de la libertad y la democracia”

Por Hedelberto López Blanch

Libia se ha transformado completamente, pero no para bien, sino para mal pues sus ciudadanos, que antes de la invasión y destrucción por países occidentales de esa nación árabe, solían disponer de un alto estándar de viva, hoy se encuentran en medio de guerras entre facciones, padeciendo pobreza y desatención económico-social. En 1990 y en 1991 tuve la oportunidad de visitar esa nación árabe, donde encontré un alto nivel de vida con tranquilidad y seguridad para sus pobladores, además de un amplio sistema de atención pública gratuita que abarcaba salud y enseñanza para sus habitantes.

Para comprender mejor los cambios sufridos por esa nación hay que rememorar un poco su historia ya que se convirtió en colonia italiana en 1912 hasta finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando fue ocupada por Francia y Reino Unido.

En 1949 la Asamblea General de la ONU refrendó una resolución por la que se promovía la independencia.

El rey Idris, que apoyaba los intereses económicos y militares anglosajones, proclamó la independencia de algunas provincias recién unidas en diciembre de 1951. Antes de 1969, cuando Mohammar el Gaddafi derrocó a la monarquía del rey Idris, Libia no contaba con escuelas y los graduados universitarios eran 16. De origen libio solo se contaban dos abogados y no existían médicos, ingenieros, topógrafos o farmacéuticos nacionales. Pese a descubrirse en 1963-1964 grandes yacimientos de petróleo y gas, esa riqueza económica no beneficiaba al pueblo.

Con aciertos y desaciertos, Gaddafi llevó a Libia a ser considerada como ejemplo de desarrollo para África y el mundo árabe. Con destreza unificó a todos los grupos étnicos en una sola nación e institucionalizó el país.

Realizó una reforma agraria, y cuando una persona poseía un terreno y lo utilizaba para labores agrícolas, el Gobierno le otorgaba créditos y apoyo en maquinaria, semillas y asesoramiento del Estado.

Asimismo, impulsó un sistema de seguridad social, asistencia médica gratuita y participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas del Estado.

Por sus políticas sociales, el analfabetismo que en tiempos anteriores alcanzaba al 95 % de la población, fue rebajado al 17 %, números nunca antes alcanzado por países de ese continente.

La vivienda se consideraba un derecho humano y los recién casados recibían un bono de 50 000 dólares para adquirirla, mientras la electricidad y el agua llegaban de forma gratuita a todos los hogares.

Para 1970 y 1971, el gobierno nacionalizó la industria petrolera y sacó las bases extranjeras de su territorio lo que no fue bien visto por Francia, Estados Unidos, Gran Bretaña, en sus afanes de controlar el estratégico país que junto a Egipto les darían seguridad marítima plena sobre el Canal de Suez y del mar Mediterráneo, rutas fundamentales para el traslado del crudo desde el mar Rojo.

Gaddafi a partir de 1992 comenzó a cambiar su política y abrió nuevamente los campos petrolíferos a las transnacionales, y se convirtió desde entonces en un “aliado molesto” para las naciones capitalistas.

Para su sobrevivencia (y posterior asesinato) no le sirvió que fuera recibido con todos los honores en diferentes países europeos; que el jefe de Gobierno italiano Silvio Berlusconi, con quien compartió negocios petroleros, le encargara ser “el policía del Mediterráneo”, ni haberle entregado al presidente francés Sarkozy 50 millones para su campaña a cambio de rehabilitarlo ante la comunidad internacional. En 2006, Washington sacó a Libia de la lista de países terroristas.

Aunque esa nación árabe no es clave para la producción mundial de crudo pues solo extrae 1,5 millones de barriles diarios, las transnacionales estaban deseosas de obtener mayores dividendos en sus convenios.

Otra relevante cuestión, casi no mencionada por los grandes medios de comunicación debido a que los intereses monopólicos desean mantenerlas semi ocultas, son los enormes yacimientos de agua potable que posee, estimados en 35 000 kilómetros cúbicos (la capacidad que tiene el río Nilo en 300 años) ubicados en la zona sur de su territorio y que el país árabe comenzó a utilizar a partir de 1984 cuando inició la construcción del llamado Río de la Vida, que lleva el liquido por enormes canales subterráneos hasta las principales ciudades del norte.

El negocio de la venta del preciado líquido a nivel mundial se ha incrementado, principalmente tras el apoyo del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio, que promovieron su privatización y exportación a favor de las empresas transnacionales que ganan miles de millones de dólares.

Los analistas insisten en afirmar que en los años presentes y futuros, la mayoría de las guerras serán por el control de ese imprescindible líquido para la existencia humana.

A esto se sumó que el líder libio propuso no realizar transacciones mercantiles en dólares o euros; emplear el dinar de oro en el comercio internacional y crear un único estado africano con espacio económico común lo cual motivó una violenta respuesta de Estados Unidos y la Unión Europea.

Desde el derrocamiento y asesinato de Gaddafi, Libia se ha convertido en un verdadero caos con dos parlamentos rivales y tres gobiernos diferentes. Ese país ha sido usado por las mafias para el tránsito y comercio de refugiados desde África hacia el continente europeo.

Según el Middle East Monitor más de 5 600 personas han muerto, casi un millón huyó del país, sus exportaciones de crudo descendieron un 90 % y las pérdidas de su PIB se contabilizan aproximadamente en 200 000 millones de euros durante los últimos ocho años.

El que fue el país más desarrollado y próspero del continente africano, con más de 2 000 000 de inmigrantes integrados en su aparato de producción y gran riqueza petrolera, es hoy el centro mundial de la esclavitud, la tortura, la violación y del terrorismo, todo debido a la política occidental y en especial la de Estados Unidos en aras de intentar controlar unilateralmente al mundo.

*Hedelberto López Blanch, periodista, escritor e investigador cubano, especialista en política internacional.

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