Lo que el gobierno de los EE.UU. no dice acerca de esos supuestos “ataques sónicos” a su embajada en Cuba
Cuando la Revista de la Asociación Médica Estadounidense (Journal of the American Medical Association, JAMA por sus siglas en inglés) publicó recientemente una evaluación clínica preliminar de los problemas de salud sufridos por el personal de la embajada estadounidense en La Habana, el Departamento de Estado aprovechó la oportunidad para reiterar una “alerta de salud” a nivel nacional acerca de Cuba. “Discutan el artículo de JAMA con su médico antes de viajar si se sienten preocupados”, informó el departamento el 14 de febrero. “Exhortamos a los ciudadanos estadounidenses que viajan a Cuba y que están preocupados por sus síntomas a compartir este artículo con su médico”.
La alerta refleja un esfuerzo continuo por parte del Departamento de Estado del presidente Trump para asustar a los viajeros estadounidenses y que se mantengan alejados de Cuba. En septiembre pasado, cuando la administración anunció una reducción drástica del 60% del personal de la embajada en La Habana en respuesta a misteriosas enfermedades, el departamento emitió una advertencia categórica a los ciudadanos estadounidenses de “no viajar a Cuba”. A principios de enero, cuando el Departamento de Estado emitió un nuevo sistema de clasificación de seguridad para todas las naciones, Cuba recibió una designación de “nivel 3”: “Reconsiderar el viaje: Evite viajar debido a riesgos graves para la seguridad”. A fines de enero, un portavoz del Buró de Asuntos del Hemisferio Occidental dijo a The Miami Herald que, después de la alerta de septiembre, 19 ciudadanos estadounidenses habían llamado para informar problemas de salud después de viajar a Cuba –de entre los cerca de 620 000 viajeros [de EE.UU.] que visitaron la isla en 2017– a pesar de que los funcionarios del Buró de Asuntos Consulares que atendieron esas llamadas admiten que no tomaron medidas para determinar cuándo, dónde y cómo ocurrieron esas enfermedades, y simplemente refirieron a las personas que llamaron al FBI. Y la semana pasada, cuando el Departamento de Estado determinó que la embajada no sería rehabilitada de personal y “continuará operando con el mínimo personal necesario para desempeñar funciones consulares y diplomáticas básicas”, el departamento publicó una larga lista de advertencias para cualquiera que esté pensando en viajar a Cuba, a pesar de que la isla sigue siendo uno de los países más seguros del mundo que los ciudadanos estadounidenses puedan visitar.
El muy técnico estudio de JAMA, titulado “Manifestaciones Neurológicas en el Personal del Gobierno de EE.UU. que Informa de Fenómenos Audibles y Sensoriales Direccionales en La Habana, Cuba”, sin duda suena aterrador.
El artículo resume los hallazgos médicos iniciales en 21 de los 24 miembros de la comunidad de la embajada estadounidense en La Habana (diplomáticos, familiares y agentes de inteligencia) que sufrieron una serie de síntomas neurológicos de una fuente no identificada entre finales de 2016 y agosto de 2017. “Se observaron disfunciones cognitivas, vestibulares y oculomotoras persistentes, así como trastornos del sueño y dolores de cabeza entre el personal del gobierno de Estados Unidos en La Habana, Cuba, asociados con informes de fenómenos auditivos y/o sensoriales direccionales de origen incierto”, reportó un equipo de médicos del Centro de Lesión Cerebral y Reparación de la Universidad de Pensilvania. “Estos individuos parecían haber sufrido daños en redes cerebrales generales sin un historial asociado de traumatismo craneoencefálico”.
Sin embargo, al informe lo acompañaba una advertencia editorial acerca de que los resultados siguen siendo preliminares e incompletos. “En este punto, una explicación unificadora para los síntomas experimentados por los funcionarios del gobierno de Estados Unidos descritos en esta serie de casos sigue siendo difícil de alcanzar y el efecto de la posible exposición a fenómenos audibles no está claro”, afirma el editorial de JAMA. “Antes de llegar a conclusiones definitivas, se debe obtener evidencia adicional y evaluarla rigurosa y objetivamente”.
No obstante, el estudio de JAMA ha ayudado a aclarar los eventos turbios y tergiversados que la administración Trump ha caracterizado como “ataques sónicos” contra personal estadounidense en La Habana –y una amenaza potencial para los viajeros estadounidenses. El artículo de la revista contiene varias conclusiones importantes:
El mito del “ataque sónico” ha sido científicamente establecido. Los doctores determinaron que los sonidos que escucharon los que enfermaron, descritos como “sonido agudo”, “zumbido”, “chirrido metálico”, “chillidos penetrantes” y “zumbidos”, no pudieron haber causado los síntomas que experimentaron.
“En realidad, no creemos que el sonido audible sea el problema”, dice el doctor Douglas Smith, coautor del estudio, y que dirige el Centro de Lesiones y Reparación Cerebral. “Creemos que el sonido audible fue una consecuencia de la exposición, porque no se conoce que el sonido produzca daño cerebral”.
Al mismo tiempo, el estudio de JAMA arroja dudas acerca de fuentes virales o químicas de los síntomas. Aunque el editorial de JAMA alude a la “enfermedad psicógena masiva” como una posible explicación –una teoría que los investigadores cubanos también han propuesto– después de un año de investigaciones serias por parte de múltiples agencias estadounidenses, la causa de los problemas de salud permanece sin identificar.
Informes sensacionales acerca de daños cerebrales resultan ser noticias falsas. Basándose en filtraciones de funcionarios estadounidenses anónimos que fueron informados acerca de los hallazgos del estudio médico, la Associated Press circuló una primicia aparentemente explosiva en diciembre de que los médicos habían “descubierto anomalías cerebrales” en personal de la embajada de Estados Unidos. “Las pruebas médicas revelaron que los trabajadores de la embajada desarrollaron cambios en los tractos de sustancia blanca que permiten que las diferentes partes del cerebro se comuniquen”, informó AP. Pero ahora se ha revelado que, en el mejor de los casos, esas afirmaciones son incorrectas y, en el peor de los casos, son maliciosas. Según el estudio de JAMA, los 21 pacientes se sometieron a pruebas de IRM (Imágenes de Resonancia Magnética), y “en la mayoría de los pacientes solo se veían imágenes convencionales”. Solo tres mostraron “múltiples focos de T2 brillante en la sustancia blanca”; de ellos, dos fueron “de grado leve y 1 con cambios moderados”. El estudio dejó en claro que no había forma de saber si esos pocos casos tenían algo que ver con los hechos en La Habana o “quizás podrían atribuirse a otros procesos de enfermedad preexistente” o a factores de riesgo.
Los que experimentaron problemas de salud en las habitaciones de hoteles habaneros eran parte del personal estadounidense. El estudio en JAMA se refiere a pacientes del gobierno que experimentaron un “inicio de síntomas en sus hogares y habitaciones de hotel”, lo que ofrecía una confirmación oficial, aunque accidental, de que los incidentes informados en el Hotel Nacional y el Hotel Capri involucraban a empleados estadounidenses, no a turistas. Aparte de los nombres de los hoteles, el Departamento de Estado se ha negado a proporcionar detalles acerca de los tres incidentes que tuvieron lugar en el Nacional y en el Capri. Pero cuando la administración anunció en septiembre pasado el cierre casi completo de la embajada, el Departamento de Estado señaló a los hoteles como evidencia de una amenaza potencial para los turistas estadounidenses y les advirtió categóricamente que no viajaran a la Isla.
“Debido a que la seguridad de nuestro personal está en riesgo, y no podemos identificar el origen de los ataques”, dice la advertencia de viaje, “creemos que los ciudadanos estadounidenses también pueden estar en peligro y les advertimos de no viajar a Cuba. (…) Se han producido ataques en residencias diplomáticas y hoteles frecuentados por ciudadanos estadounidenses”. Un aviso actualizado de viaje que se publicó en el sitio web del Departamento de Estado la semana pasada instruye específicamente a los viajeros estadounidenses a “evitar los hoteles Nacional y Capri”.
Como era de esperar, estas advertencias de viaje han dado lugar a importantes cancelaciones en el Capri y el Nacional, así como un descenso significativo en el total de visitantes de Estados Unidos a la Isla. Ese podría no haber sido el caso si la administración Trump fuera transparente y honesta acerca de lo que sucedió en Cuba, en lugar de explotar esta situación problemática para sabotear las relaciones normalizadas.
“Las filtraciones de información engañosa y falsa por parte de funcionarios del gobierno de Estados Unidos han distorsionado la verdad y han hecho más difícil llegar al fondo del misterio”, señala Collin Laverty, que dirige Cuba Educational Travel (CET) y rastrea el impacto de las políticas de Trump en el turismo y el sector turístico en Cuba. La administración, sugiere, está “ocultando muchos de los hechos”.
CIA: el elefante en la embajada
El estudio de JAMA evaluó a 11 mujeres y 10 hombres que fueron identificados vagamente como “personal del gobierno de Estados Unidos destacados en tareas diplomáticas en La Habana, Cuba”. La prensa dominante a menudo se ha referido a aquellos que informaron lesiones como “diplomáticos”, mientras que funcionarios estadounidenses se han referido a ellos como “miembros de la comunidad de la Embajada”. No se han dado nombres y apellido de un solo miembro de esta “comunidad”, ni mucho menos alguno de ellos ha dado un paso adelante para identificarse a sí mismo.
Han sido los intrépidos periodistas de investigación de la CNN, la AP y, más recientemente, de ProPublica, los que han revelado el eslabón perdido en este misterio: un número importante de los afectados eran miembros de la estación de la CIA en Cuba.
El artículo de ProPublica, basado en una larga investigación de los reporteros Tim Golden y Sebastian Rotella, apareció el 14 de febrero, el mismo día en que se publicó el estudio JAMA. Mientras que el artículo de JAMA fue recogido por los principales medios de noticias como The New York Times y The Washington Post, las revelaciones del largo recuento de ProPublica han sido poco difundidas. El artículo, El sonido y la furia: dentro del misterio de la embajada de La Habana, brinda la primera cronología creíble e integral acerca de cómo se desarrolló la crisis de salud y, lo más importante, denuncia el encubrimiento de la administración Trump acerca de quién fue afectado inicialmente. “Los primeros cuatro estadounidenses que informaron haber sido golpeados por el fenómeno”, según Golden y Rotella, “eran todos oficiales de la CIA que trabajaban bajo fachada diplomática, al igual que otros dos afectados posteriormente”. (Se rumorea que entre los dos últimos se encuentra un médico de la agencia que fue enviado a La Habana para evaluar lo que estaba sucediendo a sus colegas de la CIA y que informó de lesiones acústicas mientras se hospedaba en uno de los hoteles.) Los oficiales de la CIA vieron “un patrón que no era casual”.
De hecho, el artículo deja en claro que tanto los altos funcionarios de la embajada como los de inteligencia creían que los episodios acústicos eran parte de una larga y desagradable historia de “espía contra espía” en Cuba. Entre fines de diciembre de 2016, cuando el primer operativo de la CIA informó sus síntomas, y fines de marzo de 2017, cuando se compartieron los problemas de salud con la comunidad de la embajada, “tanto los oficiales de inteligencia como los diplomáticos de alto rango supusieron que los ruidos eran ‘simplemente otra forma de acoso’ por parte del gobierno cubano “, informó ProPublica. En marzo, el embajador estadounidense de facto, Jeff DeLaurentis, dijo a un colega diplomático que deseaba una reunión completa de la embajada acerca del tema que “él y otros que conocían de los incidentes creían que estaban confinados a un ‘pequeño universo de personas’ de quien los cubanos probablemente sospechaban que hacían trabajo de inteligencia, ya fueran oficiales de la CIA o no”.
The Nation supo que los principales funcionarios de la CIA estaban tan convencidos de que sus agentes estaban bajo ataque que aparentemente ordenaron el cierre de la estación de la CIA en La Habana —una medida que contribuyó a la decisión en septiembre del ex secretario de Estado Rex Tillerson de cerrar el consulado y reducir al mínimo las operaciones de la embajada.
Solo después de que DeLaurentis informara a todo el cuerpo diplomático en la embajada de La Habana, a fines de marzo de 2017, estalló algo parecido a una histeria colectiva. Unos 80 miembros de la comunidad diplomática de Estados Unidos, incluidos familiares y personal no diplomático, marcharon a Miami para que se les realizaran pruebas relacionadas con los síntomas. De ellos, se descubrió que alrededor de una docena tenía experiencias traumáticas similares a los casos más serios del personal inicial de la CIA. Entre abril y agosto, se reportaron otros ocho casos, incluidos los tres en los hoteles Capri y Nacional, al menos uno de los cuales incluía a un empleado de la CIA. En total, se han identificado 24 casos como parte de este misterio de salud. Ninguno involucra a turistas estadounidenses.
“Deber de informar”
El hecho de que un “pequeño universo” de personal de la CIA esté en el centro de lo que ha evolucionado hasta convertirse en un importante punto muerto en las relaciones entre Estados Unidos y Cuba explica el secreto que rodea este misterio; admitir públicamente que existe una “estación de la CIA” en cualquier parte del mundo es tabú para los funcionarios estadounidenses. La naturaleza de alto secreto de las operaciones de la CIA restringe la divulgación de información por parte de la administración, y por senadores y representantes que han recibido múltiples informes clasificados acerca de la situación. Limita el acceso a la información que tanto científicos como médicos necesitan para evaluar completamente lo que podría haber creado esta situación misteriosa.
De hecho, la sensibilidad en torno a las tecnologías de espía contra espía en uso en Cuba también puede impedir una consulta muy necesaria entre las comunidades de inteligencia estadounidense y cubanas acerca de si el equipo relacionado con el espionaje podría haberse combinado inadvertidamente para crear estas condiciones de salud.
Un exhaustivo estudio acústico publicado la semana pasada por un equipo de científicos e ingenieros informáticos de la Universidad de Michigan y la Universidad de Zhejiang en China concluyó que los chirridos metálicos que escuchó el personal estadounidense en Cuba podrían haber sido causados por una combinación accidental de ondas de ultrasonido, lo que aumenta la posibilidad de que varios portadores ultrasónicos, incluidas las tecnologías de escucha e interferencia, chocaran para crear las condiciones para el daño.
“Si el ultrasonido desempeñó un papel en dañar a los diplomáticos en Cuba”, afirma el estudio, “entonces una causa posible es la distorsión de intermodulación entre señales ultrasónicas que sintetizan involuntariamente tonos audibles”. En otras palabras, la interferencia acústica sin intención maliciosa de causar daño podría haber provocado las sensaciones audibles en Cuba”. Es difícil imaginar cómo esta teoría potencialmente prometedora puede ser demostrada sin un diálogo formal y sincero entre las autoridades apropiadas de Estados Unidos y Cuba. (3)
Sin embargo, al ocultar esta parte de la historia, la administración Trump ha creado una falsa impresión de que existe una amenaza más amplia para los viajeros en Cuba, cuando la amenaza, si es que hubo alguna, parece haber evolucionado en torno a un grupo específico de personal estadounidense. Sin este contexto, la alerta oficial de viaje –ordenada por los procedimientos del “deber de informar” del Departamento de Estado cuando hay una reducción del personal de la embajada– es totalmente engañosa para el público viajero.
De hecho, si la administración cumpliera honestamente su “deber de informar”, aconsejaría a los turistas potenciales que los problemas de salud han sido específicos del personal del gobierno de Estados Unidos, que no se han reportado casos desde agosto de 2017 y que, en general, Cuba sigue siendo una de las naciones más seguras del mundo para visitar.
Un honesto asesor de viajes señalaría que en enero la Feria Internacional de Viajes en Madrid acordó otorgar a Cuba un premio a la excelencia como el “país más seguro para el turismo”. Una encuesta reciente del Centro de Viajes Responsables (CREST) de 42 agencias que organizan viajes a Cuba descubrió que ni uno solo de los viajeros que ellas atendieron en 2017 había informado acerca de problemas de salud relacionados con los de la comunidad de la embajada.
“Hemos llevado a Cuba a más de 10 000 estadounidenses en los últimos años, incluidos miles en 2017 y 2018, y ninguno ha reportado ningún problema de salud similar durante o después de su visita”, señala Laverty, de CET, quien también maneja los viajes de The Nation a Cuba. “Por el contrario, una de las respuestas más comunes en las encuestas posteriores al viaje es cuán seguros se sienten los viajeros en ese país”.
CREST y CET se encuentran entre casi tres docenas de agencias de viajes y grupos educativos que pidieron al ex secretario Tillerson que cambie la advertencia de viaje y devuelva al personal a la embajada. Solicitudes similares han llegado de parte de senadores y representantes del Congreso, incluidos el senador de Vermont Patrick Leahy y la representante de la Florida Kathy Castor, quienes visitaron Cuba a fines de febrero y se reunieron con funcionarios cubanos para analizar cómo hacer avanzar las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
En una carta del 28 de febrero a Tillerson, la congresista Castor le instó a “devolver lo antes posible a la embajada a los funcionarios consulares y al personal diplomático” para que Estados Unidos pueda promover sus intereses políticos, culturales y económicos en momentos de una importante transición de liderazgo en Cuba, así como para apoyar al creciente sector privado cubano, que depende de la interacción comercial y el turismo estadounidense.
“También es hora de revertir la excesiva advertencia de viaje del Departamento de Estado de que no es seguro viajar a Cuba”, continuó su carta. “No hay nada en la historia reciente que demuestre que Cuba es insegura para los visitantes estadounidenses”.
Sin embargo, el 5 de marzo el Departamento de Estado comenzó a implementar un nuevo plan de personal que mantendrá a la comunidad de la embajada en niveles mínimos, transformando una reducción temporal en una indefinida. La embajada “funcionará como una misión no acompañada, lo que se define como una misión en la que no se permite residir a familiares del personal”, declaró el departamento la semana pasada. La decisión fue acompañada por otra larga advertencia contra viajar a Cuba.
Pero en momentos en que la administración Trump parece decidida a socavar las mejoradas relaciones de Estados Unidos con Cuba, viajar a la Isla se ha vuelto aún más importante. Si el Departamento de Estado no está dispuesto a participar en la misión de diplomacia, se dejará en manos de los ciudadanos/diplomáticos llenar el vacío y, a nivel de pueblo a pueblo, promover la causa de relaciones positivas.
(Fuente: Rebelión /Autor: Peter Kornbluh)
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