El Estado Español crea su primer campo de refugiados. El de Crinavi, situado en tierras andaluzas, en la bahía de Algeciras
Yves tiene 43 años y habla un español perfecto. Casi 15 años de su vida pertenecen a una granja en Lérida. Llegó en 2003, tuvo un hijo con una chica colombiana y regresó hace unos meses a Camerún para reunirse con su otra familia, una mujer y tres niños. Hasta que quiso volver. Por eso, se subió en una lancha “de tres metros cuadrados con 15 personas” y se propuso cruzar el Mediterráneo. “Esto es vender la vida. Si me quiero morir, toma mi dinero y mátame”, comenta a este diario. Y, ni siquiera así, se le borra la sonrisa de la cara.
Yves es sólo uno de los centenares de inmigrantes que esperan su destino en pabellones y polideportivos tras su llegada al Campo de Gibraltar, la comarca gaditana que abarca los algo más de 40 kilómetros de costa entre Tarifa y La Línea de la Concepción. Y eso que el viento del Levante ha dado una tregua en los últimos días a la llegada de pateras. “El viento y el dinero a Marruecos”, desliza un agente de la Guardia Civil en la puerta de uno de los centros.
Muchos de ellos acabarán en las instalaciones del Centro de Acogida Temporal de Inmigrantes de Crinavis, una especie de campo de refugiados cerca de la localidad de San Roque, que el Ministerio del Interior ha habilitado y ha fijado como punto de recepción. Un muelle de carga que da paso a una explanada de tierra sin asfalto donde se han improvisado unas tiendas de campaña para resguardar del sol a los inmigrantes en una zona donde apenas existe rastro de vegetación que lo aminore. Ése será su destino en cuanto toquen tierra firme después de enfrentarse a las aguas del Estrecho. Salir del encierro en pabellones deportivos, para vivir la libertad condicionada de estos campos. Los “centros cerrados de acogida” de los que Pedro Sánchez y Emmanuel Macron hablaron el pasado 23 de junio en París ya son una realidad en suelo español.
Los traslados dieron comienzo este viernes con los más de 500 inmigrantes desplazados desde el polideportivo de Los Cortijillos, pero aún así las palabras que más se siguen oyendo en la zona son “caos”, “falta de previsión” y “falta de recursos”. Y la situación irá en aumento cuando los autobuses sigan llegando cargados con los inmigrantes que aún se agolpan en las localidades de los alrededores a la espera de saber dónde estará su futuro. Mujeres con sus hijos, adolescentes sin familia y personas adultas en busca de un lugar para empezar una vida, que empieza en cautiverio.
“Todo son parches. Conforme van quemando un polideportivo se mueve a los inmigrantes a otro. Es una improvisación absoluta”, denuncia Andrés de la Peña desde la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA). Una visión de la que apenas difiere José Encinas, representante de la Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC): “Si la Administración hubiese tomado conciencia antes, quizás ahora no estaríamos tan desbordados”, destaca.
La tierra sin asfaltar de Crinavis, su enorme nave industrial y las improvisadas haimas recuerdan a las imágenes del verano de 2016 en Grecia. Un campo de refugiados en plena provincia de Cádiz al que se irán desviando todas las pateras que crucen el Estrecho para evitar que lleguen a los puertos de Algeciras, Tarifa o Barbate. “Las condiciones en las que está esta gente son inhumanas”, afirma Pepe Villahoz, de la asociación Algeciras Acoge. “Lo peor de todo es que ni siquiera saben qué va a pasar con ellos”, destaca.
En lo que gran parte de los consultados por este diario coincide es en que esta situación no es nueva y que desde las Administraciones “nunca se han establecido protocolos ni destinado recursos para ponerle solución”. “En noviembre se cumplen 30 años desde que apareció el primer cadáver de un inmigrante en la costa de Tarifa. ¿No ha habido tiempo desde entonces para buscar una solución al problema?”, se pregunta Villahoz.
El fenómeno de la llegada de inmigrantes lleva años siendo habitual en la costa sur de España, pero el cierre de fronteras de Italia ha provocado que esta se convierta este verano en una de las rutas principales de entrada a Europa. Sin embargo, en la zona, descartan que exista un efecto llamada. “Éste no es un fenómeno nuevo. En 2014, ya tuvimos un repunte similar y la situación que se vivía aquí era la misma que ahora. Esto va a seguir pasando”, confirma Encinas, al mismo tiempo que alerta de que la situación en la zona empieza a ser “preocupante” para las fuerzas de seguridad porque “se encuentran desbordadas” ante la falta de agentes.
“En todos los sitios que haya inmigrantes tenemos que tener agentes y los efectivos del Campo de Gibraltar no son suficientes”, reclama Encinas. Para ello, recibirán como refuerzos un sargento, un cabo y 38 agentes más de la Guardia Civil adicionales. “Con eso no se resuelve nada. Si tenemos que destinar un 80% de nuestros efectivos a la inmigración, con el 20% restante no se puede cubrir la seguridad ciudadana”, advierte. Y recuerda que en la región existe también otro problema al que tienen que hacer frente: el narcotráfico. “Es verdad que hay unidades específicas como el EDOA o la Policía Judicial que siguen luchando contra el narcotráfico, pero lo que es el día a día a pie de calle o en la playa esas patrullas no están”.
Pero las protestas no se reducen sólo a las asociaciones y a las fuerzas de seguridad, los vecinos de la zona también se unen a mostrar su rechazo con la situación que viven los inmigrantes. “Todos hemos sido inmigrantes alguna vez, es nuestra historia. Tengo 55 años y con todo lo que he vivido esto es absolutamente inhumano. Cuando vengo con mis hijos y mi mujer tengo que evitar pasar porque se nos encoge el corazón”, relata Moisés, un vecino de la localidad de San Roque, que tampoco oculta que hay vecinos que se posicionan en contra de los propios inmigrantes. “Eso es algo inevitable, siempre va a haber discursos de odio hacia ellos, pero no podemos olvidar que son personas que huyen de guerras o de situaciones duras”.
¿Y por dónde pasa la solución a un problema humano que lleva años azotando las costas del Estrecho? “Ahora mismo esto tiene una solución muy complicada. Detrás de esto existen ambiciones económicas y políticas a las que es muy difícil poner freno, pero no podemos olvidar en ningún momento que quienes más lo sufren son los propios inmigrantes”.
Inmigrantes como Yves, con casi 4000 kilómetros sobre sus espaldas, con vivencias “para olvidar” cruzando países donde “te tratan como a un perro y te tiran en el desierto”. Siempre en busca de “una vida mejor” o de recuperar una vida anterior. “Quiero ver a mi hijo de cuatro años. Lo único que tengo es su foto”. Enseña su móvil y la sonrisa crece en la cara de este hombre de 43 años que ha tocado tierra. “Pensaba que iba a morir”. Por ahora, aún le queda la esperanza de una vida.
La primera petición de todos los inmigrantes llegados a las costas del Campo de Gibraltar es clara: un teléfono móvil. “Sólo queremos llamar a nuestras familias para que sepan que estamos vivos”, solicita Ousmane, un joven senegalés de apenas 20 años. La explicación es simple: “Quieren llamar a su país para que sepan que están vivos y sus familias no tengan que seguir pagando dinero a las mafias”, explica uno de los voluntarios. Mientras no reciben ese aviso, la familia de los inmigrantes que se suben en pateras para llegar a Europa debe seguir pagando una cantidad de dinero a las mafias que los embarca para que lleguen a su destino a salvo.
Todos viajan con sus móviles y tratan de buscar la forma de comunicarse, pero las tarjetas que tienen no sirven para hacer llamadas en Europa. “Déjame tu móvil”, piden con discreción ante la mirada de los agentes que les vigilan.
(Fuente: El Mundo – Andalucía / Autor: Pablo R. Roces)
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