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Para qué sirve la Historia (I de III)

La juventud trabajadora, ellas sobre todo, malvive en una realidad incomprensible para el poder adulto, tanto más en las naciones oprimidas. El gaztetxe de Hondarribia ha planeado al menos tres charlas-debate sobre el tema. El sábado 25 de mayo discutiremos sobre este texto, y más adelante sobre sus efectos en la juventud y por último, sobre las perspectivas. La burguesía fabrica una historia a su medida, la de su poder nacional, patriarcal y adulto, por lo que es decisivo saber qué es y para qué sirve la historia, y qué puede enseñarnos sobre los límites del institucionalismo. El historiador David Armitage sostiene que:

«Desde la Revolución Holandesa de los años ochenta del siglo XVI hasta la Revolución Norteamericana, y desde los Estados Unidos de 1861 hasta la Yugoslavia de 1991, la secesión condujo por regla general a la guerra civil. En el interior de un Estado, un grupo, exasperado por lo que considera la represión de su derecho de autodeterminación, afirma ese derecho como una aspiración a la independencia. En respuesta, el Estado ya existente reafirma su derecho a la integridad territorial y la autoridad sobre la totalidad de sus habitantes y a reprimir las reclamaciones del grupo con violencia coercitiva. La secesión –intento de crear un Estado nuevo- lleva por tanto a la guerra civil; esto es, un conflicto armado en el seno de un Estado establecido. Por cierto que ha habido secesiones pacíficas –por ejemplo la de Noruega respecto a Suecia en 1905, la de Islandia respecto a Dinamarca en 1944, la de Singapur respecto a la Federación Malaya de 1965 y la de Montenegro respecto a Serbia en 2006-, pero son excepciones» (Las Guerras Civiles. Alianza Editorial, Madrid 2018, p. 184.

Incluso aunque hubiese habido más de cuatro «secesiones pacíficas» el problema de fondo que vamos a debatir en la charla-debate de hoy sería el mismo: la incompatibilidad entre el derecho a la libre autodeterminación –a la independencia en su sentido marxista- y el derecho burgués del Estado capitalista. Ambos derechos son hasta tal punto inconciliables que, cuando chocan, decide la relación de fuerzas existente entre ellos: vence el más fuerte, el que en el momento decisivo ha conseguido movilizar a su favor más instrumentos de presión y de fuerza sobre el contrario. Desde la Antigüedad se ha sabido que la capacidad militar no se mide sólo por su poder de destrucción, que puede llegar a ser decisivo en el momento crítico, sino sobre todo por el conjunto de recursos interactivos que doblegan al contrario incluso antes del posible enfrentamiento físico, recursos entre los que destaca la subjetividad, la decisión de lucha y de sacrificio de cada una de las clases, pueblos o personas enfrentadas.
En este sentido sería interesante extendernos sobre la efectividad represora e intimidadora global de los Estados para desviar, agotar o integrar en su lógica de poder a las resistencias de los pueblos que oprime, sin tener que recurrir a altos niveles de represión física, contentándose con un astuto juego de palo y zanahoria, de coacción y consenso, pero lo dejamos para otro momento. Lo realmente necesario ahora es analizar si las cuatro excepciones han sido realmente «secesiones pacíficas» en el sentido habitual, común, de «paz» según la ideología burguesa de «normalidad democrática» basada en el escrupuloso respeto a los derechos humanos abstractos, sin existir presiones, amenazas y violencias contextuales. Veremos que no ha sido así en ninguna de las excepcionales «secesiones pacíficas».
Noruega tenía muchos derechos cuasi-estatales antes de su independencia en 1905, incluso un pequeño pero decidido ejército propio. Su pujante economía exportadora interesaba mucho a Alemania y Gran Bretaña, sobre todo, y su burguesía potente exigía plena libertad de comercio internacional, algo que la más débil Suecia le negaba por los beneficios que expoliaba con su monopolio legal. Los ultranacionalistas suecos pedían la intervención de su superior ejército, la Casa Real comprendió que ceder era más rentable económica, política y militarmente a medio
plazo vista la firmeza y determinación del pueblo noruego y los grandes apoyos internacionales con los que contaba. La fuerte izquierda noruega estaba decidida a una guerra de liberación y el sector sueco menos obtuso sabía que la fuerza no se mide nunca sólo por lo estrictamente militar sino que es el resultado de una conjunción de muchos factores entre los que destaca el subjetivo, la conciencia nacional, que puede llegar a ser el que incline la balanza hacia un lado y otro. Además, en el plano internacional, Suecia veía cómo la oleada revolucionaria de 1905 añadía un inquietante clima de incertidumbre que recomendaba reservar fuerzas militares ante posibles luchas internas.
Justo al terminar la guerra de 1914-18, con una Europa destrozada y con una dura lucha de clases, Dinamarca estaba muy golpeada económicamente por el férreo bloqueo marítimo inglés, pese a su neutralidad. Su recuperación fue lenta: basta saber que en 1925 la producción media europea era todavía un 13% menor a la de 1914. Fue en este contexto cuando en 1918 Dinamarca negoció con Islandia una muy limitada independencia en la que ella seguía controlando la defensa y las relaciones exteriores, dos pilares centrales de toda independencia que se precie. Los daneses compensaron muy rápidamente las pocas pérdidas económicas sufridas al ceder alguna soberanía económica a Islandia, con la integración en 1920 de la rica región de Schleswig-Holstein en Dinamarca.
De todos modos, el gobierno danés mantuvo el dominio militar y de relaciones internacionales sobre Islandia durante 22 años más, justo hasta que Islandia fue independiente de facto, automáticamente, en 1940 por la ocupación de Dinamarca por los nazis pues el ejército, la política internacional y el propio Estado danés habían dejado de existir. En 1944, la renacida Dinamarca no tenía ni fuerzas ni ganas de volver a ocupar Islandia. Sin las dos guerras mundiales, que debilitaron a Dinamarca, Islandia hubiera tenido mucho más difícil su independencia, y podría conjeturarse que tal vez ésta hubiera sido imposible porque una Dinamarca fuerte hubiese seguido «protegiendo militarmente» a la Isla que tenía un fundamental valor geoestratégico para el imperialismo durante la mal llamada «guerra fría»: un valor tan grande que fue el ejército norteamericano el que «protegió» Islandia desde 1951 hasta 2006 con su poderosa y sofisticada base en Keflavik.
Singapur era –es- una «ciudad estado» del imperialismo en Asia, tanto en lo financiero como por su enclave militar. Japón lo comprendió y por eso aplastó a la guarnición británica en 1942. Los sangrientos conflictos interétnicos y guerras de liberación en la amplia zona del sudeste asiático como Birmania, Indonesia, Vietnam…, urgieron al imperialismo a reforzar Singapur mediante su encuadre en Malasia, a la vez que garantizar su «paz social» interna restringiendo los derechos sindicales y democráticos. Pero el plan falló por los lógicos miedos de Malasia a que aumentasen los violentos choques interétnicos –lucha de clases en realidad- por el gran poder acumulado por la población china de Singapur, y Occidente decidió independizarla a la fuerza para abortar potenciales conflictos y asegurarse un enclave vital. El reconocido historiador Joseph Fontana ha escrito sobre las tormentosas relaciones de unidad desde 1963 y posterior separación forzada entre la «ciudad estado» de Singapur y Malasia:

«Una unión problemática, por el temor de los malayos al peso que podía tener en el conjunto de la federación esta entidad de mayoría étnica china, y por los conflictos raciales que se produjeron en 1964, lo que explica que el Tunku expulsase a Singapur de la federación en 1965 y le obligase a constituirse como nación independiente dirigida por ese singular personaje que es Lee Kuan Yew, primer ministro de 1959 a 1990 y algo así como “primer ministro emérito” (minister mentor) todavía hoy: un jefe de gobierno que recibió la noticia de la independencia forzada, caso único de la historia del colonialismo, “lamentando con lágrimas ‘este momento de agonía’” y que ha construido un singular ejemplo de democracia autoritaria» (Por el bien del imperio. P&P. Barcelona 2013, p. 180)

La creación del Estado de Montenegro fue simultánea a la creación del Estado de Serbia, ambos en 2006 tras dar por concluida voluntariamente la federación serbio-montenegrina que mantenían desde 1992, algo parecido a un divorcio consensuado bajo fortísimas presiones. Con la implosión de la URSS, el imperialismo azuzó las graves crisis internas de Yugoslavia, acelerando así el estallido de salvajes guerras que la destrozaron. El imperialismo necesitaba volver a la balcanización reaccionaria para asentarse estratégicamente en el área como una cabeza de puente para ulteriores presiones contra Rusia. Como en todo el bloque del Este y en la ex URSS, el grado de pudrimiento de la casta burocrática que se estaba transformando rápidamente en la muy corrupta nueva burguesía, facilitaron las estrategias de manipulación y provocación del imperialismo. Estallaron guerras, y la OTAN destrozó la Federación en 1999 con bombardeos masivos que recordaban a la II GM, sobre todo contra Serbia porque necesitaba destruir la Federación serbio-montenegrina para imponer la balcanización. En uno de los bombardeos la OTAN lanzó misiles de alta precisión contra la embajada de China Popular en Belgrado, destruyéndola parcialmente: un aviso de lo que vendría al cabo de los años…
La Unión Europea elaboró ese mismo año un plan de 2000 a 2006 por el que inyectaría, bajo condiciones, nada menos que 12.000 millones de euros para reactivar todas las economías excepto la de Serbia-Montenegro. Aun así, en 2002, ambos países intentaron mantener su alianza. En 2004 Putin comenzaba su segundo mandato en Rusia con una política que cada vez inquietaba más al imperialismo porque se negaba a humillarse como lo había hecho el borracho Yeltsin. En 2005 la OTAN intensificó su avance hacia el este, incumpliendo las promesas dadas a un auto derrotado Gorbachov. La Federación serbio-montenegrina tenía acceso al Adriático con la costa de Montenegro, lo que era un peligro para la OTAN porque imposibilitaba una asfixia totalmente terrestre de Serbia. Para entonces, la mezcla de miedo por las guerras y amenazas, y de pobreza por el cerco económico, más las promesas imperialistas, empezaron a debilitar la determinación de un sector montenegrino: su gobierno organizó un referéndum de autodeterminación.
Hay que recordar que en esos mismos años de 2004-05 en Ucrania el imperialismo puso en práctica la primera de las «revoluciones naranja», que luego intentó extender a otros sitios, reforzando el poder de la derecha neofascista. En Montenegro fueron muy fuertes las presiones, promesas y amenazas veladas de la Unión Europea para que ganase el sí a la independencia en junio 2006, como sucedió. Serbia respetó la voluntad montenegrina y ella misma se declaró Estado soberano sin relación alguna con la ya extinta Federación de 1992-2006. En noviembre de 2007 el nuevo Estado de Montenegro en ejercicio de su «soberanía» vigilada a distancia, dio permiso al ejército norteamericano para que se estableciera en su territorio «independiente», iniciando un proceso de sumisión a poderes extranjeros que se ha vuelto absoluta en la mal llamada «crisis de Crimea».
Estas son las cuatro «secesiones pacíficas» excepcionales en la historia, tal cual la presenta David Armitage. Las hemos contextualizado mínimamente para mostrar cómo han estado siempre marcadas por fortísimas presiones múltiples y extremas violencias físicas o psicológicas en ellas mismas o en su entorno inmediato. Por tanto, la excepcionalidad de estos cuatro casos es debida no a que los Estados dominantes sufrieran un súbito ataque de democracia y respeto a los derechos de los pueblos, sino a que sufrieron chantajes, presiones y ataques de toda índole provenientes de sus contextos respectivos, lo que unido a la mayor o menor movilización de los pueblos oprimidos, hizo que no tuvieran más remedio que aceptar la independencia de Noruega, Islandia y Montenegro; mientras que en el caso de Singapur, fueron los temores de Malasia y los intereses de Occidente, los que obligaron a su clase dominante a aceptar una independencia que, en todo caso, estaba protegida por las fuerzas imperialistas, como la de Islandia y Montenegro.

Llegados a este punto, y antes de seguir es conveniente reflexionar sobre qué importancia tiene la Historia –la que rápidamente hemos visto arriba- para nuestro presente y futuro. Nos ahorramos un esfuerzo y a la vez aprendemos, si recurrimos a Terry Eagleton:

«Un esclavo sabe lo que es, pero conocer por qué es un esclavo supone el primer paso para dejar de serlo. Así pues, al describir cómo son las cosas, estas teorías ofrecen también una vía para superarlas y alcanzar un estado más deseable. Pasan de exponer “cual es” la situación a proponer “cuál debería ser”. Las teorías de este tipo hacen posible que los hombres y las mujeres se describan a sí mismos y describan sus situaciones de un modo que controvierte tales realidades, y que, por consiguiente, les permite redescribirse a sí mismos y a sí mismas. Hay, en este sentido, una estrecha relación entre razón, conocimiento y libertad. Ciertos tipos de conocimiento son de vital importancia  para la libertad y la felicidad humanas. Y a medida que las personas actúan sobre la base de tales conocimientos, van adquiriendo una comprensión más profunda de los mismos, lo que, a su vez, les permite actuar conforme a ellos de manera más eficaz. Cuanto más podemos comprender, más podemos hacer. Pero, a juicio de Marx, el tipo de comprensión que realmente importa es el que sólo puede producirse a partir de la lucha práctica» (Por qué Marx tenía razón. Península, Barcelona, 2011, p. 141)

La Historia, es decir la crítica, es decisiva para la felicidad y la libertad humanas porque descubre los límites de nuestra reaccionaria ignorancia o nuestra creencia ilusa, y porque a la vez y si es realmente crítica, nos ofrece pautas que nos ayudan a ser más libres y felices si las aplicamos de manera creativa y autocrítica en nuestras luchas. Por ejemplo, después de lo visto hasta ahora y estudiando las contradicciones en su grado actual y previsible de antagonismo ¿podemos creer en la factibilidad de una transición pacífica a la independencia y al socialismo respetando con obediencia perruna las leyes del capital, de la Unión Europea y de los Estados español y francés?
Si buscamos un poco, a cada instante que transcurre accedemos a noticias, informes y estudios sobre la realidad que, convenientemente debatidos, nos abren perspectivas importantes. Veamos unos pocos de los más recientes:
Según el FMI el costo que la guerra comercial que los EEUU endurecen contra China Popular, es de 0,5 puntos anuales del PIB mundial; ahora bien, y sin enjuiciar este dato, el costo es y será mayor porque la agresión se intensifica y además ya se extiende contra otras economías, como la rusa, la iraní, la venezolana, la cubana…, e incluso amenaza a Alemania y a países europeos.
En una coyuntura de desaceleración mundial que se inserta en el contexto de crisis iniciado en 2007, los efectos del expansionismo yanqui pueden llegar a ser demoledores, sobre todo sabiendo que las 26 personas que tienen la riqueza de 3.800 millones de seres humanos cometerán las peores atrocidades para mantener y multiplicar sus propiedades. Así, por ejemplo, la transnacional Ford va a echar al desempleo al 10% de su plantilla, 7000 personas; el fondo buitre norteamericano Blackstone ya tiene cerca de 30.000 viviendas en alquiler en el Estado español, lo que significa que puede desahuciar impunemente a 30.000 familias cuando quiera para multiplicar sus beneficios.
En Nuestramérica, 40 instituciones financieras en 17 países han congelado 5.470 millones-$ de Venezuela, país que ha sufrido 40.000 muertes provocadas desde que los EEUU endurecieron su asfixia sanitaria, tecno-económica, financiera, energética, militar… desde 2017, según el riguroso estudio de una Fundación norteamericana. Cuantificación que no incluye los asesinatos causados por el neofascismo y la extrema derecha golpista que actúa a las órdenes yanquis. La dictadura hondureña, que desde 2009 asesina mediante goteo selecto, expulsa a las 25  cubanas y cubanos internacionalistas de la sanidad popular y acepta la invasión legal de 1000 expertos israelíes en contrainsurgencia. Con la ayuda británica, Israel penetra en Argentina desde finales de 2017, y ella sola o con la ayuda imperialista extiende sus tentáculos por Paraguay, Colombia, Brasil… En Oriente Medio, Israel –potencia nuclear- bombardea Siria siempre que puede, ayuda a masacrar el Yemen, negocia con la dictadura patriarcal de Arabia Saudí que quiere tener sus bombas nucleares, y además de asesinar y torturar palestinas y palestinos casi a diario, se prepara para destruir Irán y Líbano, si le dejan.
Por su parte, la Unión Europea avanza en la creación de un euro ejército para defender a la burguesía dentro de la UE y fortalecer el euroimperialismo, lo que le está suponiendo más roces con los EEUU que se niegan a conceder cierta autonomía científico-militar a Europa. Parece que Alemania ha logrado salir ligeramente del parón económico que había tenido, pero el Brexit añade incertidumbres que se suman a los efectos de las amenazas de los EEUU de imponer aranceles a la UE. La derecha alemana, que domina en la UE, no quiere enfrentarse con el neo-nazismo que penetra en la burocracia del Estado y del ejército, de modo que la ideología que cimenta sus promesas para estas elecciones europeas del 26 de mayo hace silenciosas concesiones al racismo y al autoritarismo.
Los EEUU presionan para que se acerquen las extremas derechas europeas en lo estratégico, como paso necesario para reforzar el poder yanqui en la UE: el Pentágono y Ucrania sopesan crear bases navales en el Mar Negro para amenazar a Rusia, a la vez que rearma e instala mortíferos cohetes que pueden ser nucleares en fronteras de estos países con Bielorrusia y Rusia, justo cuando el gasto mundial en armas es el más alto de la historia y nunca antes hemos estado tan cerca del holocausto nuclear. En Asia, Japón ha roto con su antimilitarismo oficial desde 1945 y desarrolla un potente ejército reforzado con una ideología militarista que recupera los valores de la superioridad racial nipona, valores que vertebraron su ideología imperialista desde finales del siglo XIX. No hace falta decir que China Popular, Corea del Norte y Rusia son los objetivos prioritarios de ese rearme aplaudido por el Pentágono, y los secundarios: Vietnam y el delta del Mekong. En la India las tensiones político-religiosas y la lucha de clases, que van unidas, propician tanto el ascenso del conservadurismo hindú más violento impulsado por el gobierno, como la masificación de la lucha de clases interna, lo que a su vez recrudece las guerras locales con Pakistán, que, como la India, tiene armas nucleares.
La vida está siendo devorada por el capitalismo mediante dos formas de unidad. Una, la primera fuente de ganancias del capitalismo y de esos 26 hombres más ricos del planeta es la sobre explotación sexo-económica, afectiva, educacional, de cuidados, etc., de los varios miles de millones de mujeres trabajadoras empobrecidas. La «industria de la vagina» y la trata de mujeres es uno de los esclavismos más rentables a la vez que un efectivo sistema de información policial, de narcocapitalismo, de empobrecimiento por el imperialismo sexual, y de gentrificación contra las barriadas populares que se resisten a la omnívora industria del turismo.

El Estado norteamericano de Alabama prohíbe el aborto incluso en casos de violación e incesto, y la derecha yanqui jalea semejante inhumanidad. En el Estado español en los cuatro primeros meses de 2019 se ha duplicado el feminicidio sufrido en todo 2018. La otra forma de destruir la vida, inseparable de la anterior, es mercantilizando la Naturaleza: una superficie de tierra cultivable equivalente a un campo de fútbol se erosiona cada cinco segundos, mientras que tarda 1000 años en crecer un centímetro; nunca ha habido tantos gases invernaderos en la historia de la Tierra y no ha llegado a los cinco meses cuando la Unión Europea ha consumidos los recursos disponibles para un año… y es tal el poder de la industria de la alimentación químicamente tratada que, según la OMS, 5000 millones de personas, más de dos tercios de la población mundial, están –estamos- en riesgo por las grasas trans. Monsanto, la transnacional del cáncer, tiene que hacer frente ya a 13.400 demandas sólo en los EEUU lo que puede terminar arruinando al gigante Bayer, poderosísima corporación de la farmaindustria con siniestra historia que se enriqueció con el nazismo. Los niveles actuales de contaminación reducen en 20 meses la duración de la vida de las y los recién nacidos.

IÑAKI GIL DE SAN VICENTE
EUSKAL HERRIA 23 de mayo de 2019

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Carlos Ríos

Vine al mundo en Granada en 1977. Soy licenciado en Geografía y trabajador en el sector de la enseñanza. Escribí "La identidad andaluza en el Flamenco" (Atrapasueños, 2009) y "La memoria desmontable, tres olvidados de la cultura andaluza" (El Bandolero, 2011) a dos manos. He hecho aportaciones a las obras colectivas "Desde Andalucía a América: 525 años de conquista y explotación de los pueblos" (Hojas Monfíes, 2017) y "Blas Infante: revolucionario andaluz" (Hojas Monfíes, 2019).

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