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8 de enero de 1892: La insurrección jornalera que ocupó Jerez

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La Restauración Borbónica de 1874 había consolidado el poder de las antiguas clases dirigentes y de sus bases económicas: la gran propiedad. Esta circunstancia era muy clara en el Jerez de 1892, pues aquella ciudad -con más de 60.000 habitantes- estaba antagónicamente dividida, grosso modo, entre dos realidades: la de los grandes propietarios aristocráticos y la de los jornaleros desposeídos. La riqueza de la ciudad de Jerez era de sobra conocida. Como prueba de ello, cabe decir que era la tercera población española a la hora de contribuir en el erario público del Estado, una riqueza que, sin embargo, no se reflejaba en una mejora de las condiciones de vida de los jornaleros de la zona, motivo por el cual no debe extrañarnos que el hambre siempre acechara a estos grupos y que, al final, esta situación estallara en una rebelión campesina.

A comienzos de ese año, el 8 de enero, se celebraba un banquete en homenaje al duque de Almodóvar en Jerez, diputado liberal de la zona, pero esa misma noche centenares de jornaleros se concentraron en los llanos de Caulina, a 4 km al norte de la ciudad. Procedían de puntos de toda la provincia: emplazamientos entre los que cabe citar a Jerez, Arcos, Grazalema, Puerto de Santa María, Sanlúcar, Puerto Real, Bornos, Espera, Trebujena, Lebrija, Benaocaz, Algar, Ubrique o Puerto Serrano.

Entre las 11 y las 11 y media este grupo se abalanzó sobre la ciudad con el objetivo de tomarla. Su plan consistía concretamente en ocupar el ayuntamiento y los cuarteles -contando con que parte de la guarnición se uniría- para luego entrar en la cárcel y liberar a los presos. Entraron por el paseo de Capuchinos y, al llegar a la Alameda Cristina se les unió otros grupos. El grueso de ellos fue hacia el ayuntamiento y los cuarteles, donde serían rechazados, por lo que el desaliento comenzó a cundir, ya que la tropa no se había unido a los asaltantes. Deciden ir a la cárcel, pero allí también son recibidos con disparos. Sin una dirección ni una idea clara sobre lo que había que hacer, estaban desorientados debido a que nada de lo previsto había salido bien y bajo estas circunstancias cunde el caos en la ciudad.

En la calle Porvera un grupo de insurrectos encuentra a José Soto Morán, un joven de 22 años empleado en una casa de vinos, al que toman por un enemigo y, por ello, lo asesinan. La otra víctima sería Manuel de Castro Palomino, un joven oligarca que se encontraba fumando un puro en la calle Lancería y que termina siendo asesinado con doce heridas distintas en su cuerpo. Las crónicas de la época no dieron especial atención a las muertes entre los asaltantes pero hubo al menos uno, un tal Montenegro, de 32 años y muchos heridos entre los asaltantes.

Los periódicos dan cifras muy dispares, en base a su ideología, de la cantidad de insurrectos que hubo. Los hay que dicen que hubo trescientos y los que señalan los varios miles. Finalmente se da un mínimo de seiscientos y la hipótesis de Villagran será que hubo entre mil quinientos y dos mil asaltantes aquella noche del 8 de enero. Las masas serían dueñas de la ciudad durante hora y media, tiempo durante el cual, la guardia municipal estuvo refugiada en el ayuntamiento, así como la Guardia Civil y el ejército en sus cuarteles. Sólo desde las 12 y media, la caballería apareció para dispersar y detener a los grupos desorientados que recorrían las calles.Los líderes anarquistas, posteriormente, dirían que aquel golpe, fracasado, no sería definitivo sino una mera demostración de fuerza. Esperaban de hecho, que la guarnición se les uniera pues un soldado lebrijano les afirmó que 50 compañeros del cuartel de caballería y un cabo estaban dispuestos a facilitar su entrada, pero el problema vino con que su servicio era el día siete de enero y no el ocho, momento del ataque.

Por otro lado, cabría preguntarnos: ¿por cuánto tiempo hubieran podido mantener el control de la ciudad si hubieran prevalecido? Esperaban que la revolución se contagiara pero para ello, probablemente, hubiera hecho falta contar con una estructura organizativa que, en el fondo, no poseían. Esto, igualmente, muestra que Jerez era un gran foco de anarquismo y que el levantamiento de 1892 no es más que una explosión violenta ante el descontento y la frustración debidos a unas paupérrimas condiciones de vida. El resultado fue el siguiente: tres muertos, varios heridos y decenas de detenidos. Estos aumentarían en los días sucesivos hasta llegar a dos Consejos de Guerra. La represión no tuvo precedentes.

Unos Consejos de Guerra plagados de irregularidades que recuerdan a los procesos de La Mano Negra, en los que además de buscar a los causantes de las muertes y de la insurrección, se planteaba un juicio de tinte marcadamente político. Algunos importantes dirigentes, hayan o no participado en los delitos, serán acusados y la ciudad vivirá bajo un auténtico estado de sitio debido a la inestabilidad generada tras el asalto.  Sin embargo, estas medidas no logran controlar la situación, pues en los días sucesivos arderá un cortijo perteneciente al coronel Primo de Rivera, hermano del general del mismo nombre, y habrá saqueos en Puerto Serrano, por lo que seguirán dándose detenciones a lo largo del tiempo.

Por otra parte, estos sucesos se hicieron eco más allá de las fronteras españolas, pues en París, el día 13, se celebró un mitin anarquista en solidaridad con las víctimas de Jerez y con la asistencia de quinientos obreros. Hubo también manifestaciones en ciudades como Milán, Messina, Roma, Nueva York, etc. Tampoco podemos olvidar que este suceso llenó portadas de periódicos de todo el mundo.  Sin embargo y, debido a su gran interés, hemos visto conveniente compartir lo dicho por un diario local, El Guadalete, en un artículo titulado “Sedición anarquista”:

“La verdadera causa de este tristísimo acontecimiento se ignora hasta el presente, según creemos; porque aunque la fiebre anarquista parece que es el origen de esta brutal explosión, que nadie esperaba, es racional presumir que algún motivo especial y algún impulso secreto, comunicado por los elementos extraños a la localidad, han determinado el crimen odioso que el pueblo contempla lleno de consternación.

Lo que sí juzgamos cierto es que lo que ha sucedido no tendrá trascendencia, y lo pensamos así porque aquí las ideas anarquistas no predominan en la inmensa mayoría de las clases obreras: solo en una parte de los trabajadores de campo es donde, según opinión general, hacen sus estragos; y a estar casi circunscritas a ellas, debe atribuirse que se ignorase, hasta la última hora, el absurdo y horrible plan que concibieran los autores del motín. El proyecto fue acariciado con predilección entre los que la mayor parte del tiempo residen en la campiña, seres cuya falta de ilustración explica, en parte, sus abominables delirios”.

Los señalados como cabecillas fueron juzgados en un consejo de guerra que condenó a muerte a cuatro de ellos. Fueron ejecutados mediante garrote vil el 10 de febrero (foto adjunta). Desde entonces serán conocidos entre los libertarios como los mártires de Jerez.

Durante estos juicios el caso de Fermín Salvochea suele tomarse como un ejemplo de la represión política y de las irregularidades cometidas tras los sucesos, ya que este fue una figura popular entre los anarquistas de la zona que -aunque en el momento de los sucesos estuviera en la cárcel- acabaría siendo alcalde de Cádiz. El acusado declarará en los periódicos de la época que no estaba nada conforme con los tribunales burgueses y escribirá artículos tales como “El comunismo es igualdad” en el tiempo que transcurre todo el proceso del que quedará un oscuro recuerdo. Así lo retrata Gerard Brey: “Las cuatro ejecuciones a garrote vil de principios de febrero de 1892 impresionaron a la opinión pública y rodearon de un fuerte dramatismo el recuerdo que se fue transmitiendo”.  Entre los condenados a prisión se encontraría el propio Fermín Salvochea, con doce años de prisión.

Aunque la miseria continuara azotando la región de forma estrepitosa, este suceso quedará marcado en la conciencia colectiva llegando incluso a ser el tema de célebres obras literarias como “La Bodega” (1905), de Vicente Blasco Ibánez. Esta contribuirá de manera notable a construir una representación romántica del hito y de los “mártires” y las circunstancias que lo rodearon.

(Fuente: La Voz del Sur / Autores Emilio Ciprés y Sebastián Chilla)

Francisco Campos

Francisco Campos

Nació en Sevilla en 21 de julio de 1958. Trabaja como administrativo. Es autor del libro "La Constitución andaluza de Antequera: su importancia y actualidad" (Hojas Monfíes, 2017).

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