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30 de marzo de 1781. Es asesinado Diego Corriente, el Robin Hood andaluz

El 30 de marzo de 1781, Viernes Santo, mientras los devotos capillitas de la época seguían a las cofradías en sus recorridos penitenciales, Diego Corriente Mateo, el Robin Hood andaluz, es asesinado por la “justicia” española mediante ahorcamiento en la sevillana plaza de San Francisco, con apenas 24 años de edad.

Nacido en Utrera (Sevilla) el 20 de agosto de 1757 en el seno de una humilde familia de campesinos. Como tantos otros, Diego Corriente se reveló contra la situación de explotación y marginación en que vivían los jornaleros, echándose al monte con 19 años. Se convirtió en ladrón de caballos en los latifundios, asaltante de caminos y contrabandista.

Según lo describió su perseguidor, por orden de Carlos III, el juez Francisco de Bruna, físicamente  era “de dos varas de cuerpo (1,77 m.), blanco, rubio, ojos pardos, grandes patillas de pelo, algo picado de viruelas y una señal de corte en el lado derecho de la nariz”.

Durante su corta vida como bandolero se hizo famosos entre las clases populares, que le apodaron “el bandido generoso”, porque en muchas ocasiones ayudó económicamente a los campesinos y protegía a los desvalidos de los abusos de gobernantes, aristócratas y usureros, lo que le granjeó odio de las élites y grandes simpatías entre las clases populares, que, a su vez, le ayudaban y protegían de las autoridades.

Su perseguidor, por orden del Rey, fue Francisco de Bruna, llamado por los sevillanos “el Señor del Gran Poder” por acaparar todos los resortes de la autoridad en la ciudad y su zona de influencia. Era caballero del Orden de Calatrava, del Consejo de su Majestad, Oidor Decano de la Real Audiencia, Regente interino, Honorario del Supremo Consejo y Cámara de Castilla, Alcaide de los Reales Alcázares… y un largo etcétera que justificaba el apodo popular.

Cuenta la leyenda, recogida por varios autores, entre ellos Bernaldo de Quirós en “El bandolerismo andaluz”, que una tarde de abril de 1780, Fernando Bruna regresaba a Sevilla en un coche de caballos cuando se topó con Diego Corriente, que, apuntándole con sus pistolas, le dijo: “No s’asuste usía. Diego Corriente roba a los ricos, socorre a los probes y no mata a naide. A usía lo han engañao si l’han dicho otra cosa. Lo que Diego jase, cuando llega er caso, es demostrarle ar Señó der Gran Poé qu’está en la Audencia, que él no teme más que ar Señó der Gran Poé que está en San Lorenzo (en referencia a la imagen del Cristo del Gran Poder que se encuentra en dicha iglesia sevillana)”. Y poniendo su pie sobre la portezuela del coche, obligó a Bruna a abotonarle el botín derecho. Desde entonces Bruna se convertiría en su más feroz enemigo.

Bruna emite un edicto contra Diego Corriente, ofreciendo una gran recompensa a quien lo entregara vivo o muerto, por “salteamiento de caminos, asociación con otros, uso de armas blancas y de fuego, y otros graves excesos, insultos a las Haciendas y cortijos y otros graves excesos por los cuales se ha constituido en la clase de Ladrón Famoso”, aunque sin menciones a ningún delito de sangre, condenándolo sin embargo “a que sea arrastrado, ahorcado y hecho quartos (descuartizado)”.

Cuenta otra leyenda que tras escuchar el pregón de su busca y captura, en el que se ofrecían diez mil reales a la persona que lo entregara a las autoridades, se presentó un hombre en la casa del señor juez Bruna, solicitándole una audiencia de importancia. Tras preguntarle el desconocido si era cierta la noticia de la recompensa ofrecida por la captura del bandido, y habiéndoselo confirmado el aristócrata, éste exclamó, amartillando sus pistolas: “Yo soy Diego Corrientes. ¡Los diez mil reales, y pronto!”, marchándose con el botín de su propia recompensa.

Huyó a Portugal, donde fue apresado en Covilha, aunque de este primer arresto logró escapar sobornando a los soldados. No corrió la misma suerte cuando, traicionado, fue capturado en Olivenza, entonces portuguesa. Es rodeado y hecho prisionero por un centenar de soldados en el cortijo de Pozo del Caño, donde se había refugiado. Diego Corriente fue trasladado a la cárcel de Badajoz y posteriormente a la de Sevilla. Era el 25 de marzo. Cinco días después, 30 de marzo de 1781, será ahorcado en la Plaza de San Francisco y posteriormente descuartizado, desperdigándose sus restos entre aquellos lugares en los que había realizado sus actividades.

El texto que se conserva en el sevillano Hospital de la Caridad de su paso por capilla, antes de ser ajusticiado, recoge que la última voluntad de Diego Corriente fue que “se gastaren en un poco de pan que se dio a los presos a pedimento del delincuente 37 reales de vellón” que poseía.

La Otra Andalucía

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