La comunidad trans en Egipto: entre la represión y la lucha. El espacio de libertades abierto en 2011 aprovechado por el colectivo

Aguardando un tanto incómoda en uno de los sofás de una de las salas de espera que se esconden entre los pasillos abarrotados de la sección de Psiquiatría del popular Hospital Universitario Al Hussein de El Cairo, a Lara se le escapa una tímida sonrisa al usar su propio nombre.

“La situación es demasiado complicada”, arranca. Nacida en Egipto, pero crecida en Arabia Saudí hasta sus siete años, Lara aún se sorprende de que llegase a enviar en el reino del desierto su primera carta sentimental a un niño cuando apenas sabía leer y escribir. “Aún no sabía nada sobre mí”, relata, lo que marcó los próximos años de su vida.

A partir de su regreso al país de los faraones y en especial cuando entró en la adolescencia, la joven pasó ocho años relacionándose con colectivos homosexuales del país, a pesar de que nunca se acabó de sentir cómoda del todo. “[Allí] eran similares a mí y podía expresarme, podía hablar, pero seguía sin ser yo”, recuerda, una situación que dio un gran vuelco cuando conoció a otra chica que le sugirió ir a visitar a un tal doctor Bahary.

Actualmente Lara tiene 23 años y se encuentra al principio del largo y tortuoso proceso que debe llevar a cabo para, en última instancia, poder operarse y reasignar su género. Un camino que, además, debe andar sin apoyo familiar puesto que su padre murió cuando ella era pequeña y su madre falleció apenas hace tres años, lo que le deja solo con el sostén de su hermana, que conoce de su proceso de transición, y algunos de sus amigos.

Entre lo médico y lo religioso

El doctor Hashem Bahary, el psiquiatra más experimentado de Egipto en terapia trans, trató su primer caso hace ya 25 años, tras el cual no volvió a conocer ninguno más hasta al cabo de un lustro, asumiendo que por aquel entonces el desconocimiento era muy fuerte y las personas que daban el paso de hacer la transición salían del país para hacerlo.

Por si la situación no fuera suficientemente complicada, uno de los primeros casos que se hizo público añadió el factor religioso a la ecuación. En aquella ocasión, Sally, una mujer transexual estudiante en la Escuela de Medicina de Al Azhar, fue operada por un médico cristiano, lo que desató la ira de musulmanes conservadores que han embarrancado el proceso hasta hoy: “Aquello transformó lo que es un caso médico en uno islámico” señala Bahary, “y desde entonces estos casos están bajo una gran observación y constricción”.

No fue hasta 2013 que la comunidad trans pudo celebrar una de sus mayores victorias alcanzadas hasta el momento en este terreno, puesto que el Sindicato Médico de Egipto aprobó un nuevo Código Ético que reconoce la disforia de género como una cuestión médica y permite llevar a cabo la cirugía de corrección de género.

Aun así, el camino hasta el quirófano sigue siendo demasiado complicado para muchas personas, ya que, según establece el anterior código, dichas operaciones de corrección solo pueden realizarse con la aprobación unánime previa del comité del Sindicato que se encarga de este tipo de casos. Los pacientes, sin embargo, deben “pasar no menos de dos años de tratamiento psiquiátrico y hormonal” acompañados de un psiquiatra, y solo tras ser diagnosticados con un trastorno de identidad de género pueden presentar su solicitud.

En el caso de aquellos que tienen la fortuna de poder costearse el proceso de al menos dos años, el principal muro se encuentra precisamente en el comité del Sindicato que debe proporcionarles el permiso para tirar adelante con la operación. Concretamente, en uno de los asientos de ese comité: el que ocupa el representante de Al Azhar, considerada una de las instituciones religiosas de mayor importancia entre los musulmanes sunníes.

“No tiene sentido que Al Azhar forme parte del comité porque se trata de una cuestión médica, no religiosa”, carga contundente Bahary, “y no importa si [la persona en cuestión] es religiosa o no; o si es cristiana, musulmana o judía”.

En este sentido, el año pasado estuvo marcado por un fuerte bloqueo por parte del representante de Al Azhar, que es el único del comité que no proviene del mundo médico, y menos de una decena de casos pudieron ser aprobados. Este año el representante sigue sin querer reunirse, de modo que solo se ha dado el visto bueno a menos de 10 solicitudes.

En el caso de recibir permiso, la operación es gratuita, explica Bahary, pero aquellos que no llegan a conseguirlo no tienen demasiadas alternativas, puesto que salir del país para operarse es cuanto menos un sueño debido a la feroz crisis económica que asola a Egipto, de modo que las posibilidades son o no hacerlo o peligrosas operaciones clandestinas, a menudo en espacios inadecuados, con altos riegos de infección y doctores sin experiencia (una práctica que el Parlamento está intentado frenar a base de endurecer la legislación).

Una vez terminada la transición, como es evidente, empieza una nueva lucha, a menudo más complicada que la asumida hasta el momento, y que se ensaña especialmente con las mujeres transexuales. “¿Cómo puede ser que siendo un hombre [decidas] cambiar y ser una mujer?”, formula Lara para explicar el razonamiento de la mayoría de los egipcios.

Organizarse a pesar de todo

La represión de las autoridades egipcias contra la comunidad trans en Egipto, enmarcada en la represión contra colectivos LGBT, está a la orden del día y se combina con batidas cíclicas cada vez que tiene lugar algún acto, por simbólico que sea, que genere polémica.

El último episodio de este tipo se produjo a finales del pasado mes de septiembre, cuando la policía arrestó en tan solo diez días cerca de una sesentena de miembros de colectivos LGBT después de la celebración de un concierto en El Cairo del grupo libanés Mashrua Leila, durante el cual un grupo de jóvenes alzó entre el público una bandera del arcoíris.

En la mayoría de estos casos, las autoridades acusan a los detenidos de “libertinaje”, recurriendo a una ley promulgada inicialmente en 1951 que penaliza esa práctica y la incitación a ella. Aunque el objetivo de la ley era teóricamente perseguir el trabajo sexual, a partir de los años noventa se empezó a emplear con el fin de perseguir a homosexuales, una categoría bajo la cual caen a menudo también las mujeres transexuales.

Asimismo, según recoge un estudio reciente elaborado por Human Rights Watch (HRW), las autoridades egipcias suelen servirse igualmente de otras provisiones del código penal para criminalizar a colectivos LGBT y a gente que los apoya, penalizando la distribución de materiales que vayan en contra de la “moral pública”, la incitación a la “indecencia” y el hecho de cometer en público “un escandaloso acto contra la vergüenza”.

“Todas ellas son nociones bastante vagas, pero son habitualmente extendidas para incluir prácticas homosexuales” comenta Ahmed Benchemsi, investigador de HRW y uno de los autores del anterior estudio, que añade: “Usan [el concepto de libertinaje] sencillamente porque no hay ningún artículo que castigue la homosexualidad, como en otros países”.

Lejos de reducirse a actos en el espacio público, las fuerzas de seguridad egipcias también vigilan aplicaciones de citas y redes sociales frecuentadas por hombres homosexuales y mujeres trans para, en algunos casos, llevar a cabo arrestos. En este sentido, la Iniciativa Egipcia para los Derechos Personales (EIPR, por las siglas en inglés) llegó a documentar que entre finales de 2013 y finales de 2016, de un total de 274 investigaciones contra personas de estos colectivos, 66 estaban relacionadas con el uso de esas aplicaciones.

Una represión que debe enmarcarse en el inexistente marco de libertades en el Egipto de Abdel Fatah Al Sisi, una situación que lleva a algunos a interpretar las batidas contra miembros LGBT como una estrategia para contentar sectores islamistas reprimidos.

Estas altas cotas de represión que invaden tanto el espacio personal como público, sin embargo, no ha conseguido frenar del todo los intentos de la comunidad para organizarse e intentar luchar por sus derechos.

En este sentido, la primera forma de organización de que muchas personas trans disponen son los grupos que se reúnen ya desde el inicio del mismo proceso de transición, y que en el caso de los pacientes de Bahary cuentan con su apoyo y respaldo directos.

“El grupo es una de las mejores maneras para tratar algunos problemas, como la forma de entenderse a sí mismo, cómo tratar con los demás, con la comunidad y cómo lidiar con su sexo antes y después de llevar a cabo la operación”, comenta el doctor. En el caso de Lara, esa ha sido la primera oportunidad para tratar el tema en abierto: “Los grupos de apoyo son muy útiles para desenvolverme como mujer trans”.

A partir de aquí, sin embargo, la situación se vuelve muy complicada, y las formas de organización son a menudo secretas. Gamal, un hombre trans de El Cairo graduado en ingeniería informática, explica su funcionamiento: “Tenemos una comunidad en la que nos ayudamos los unos a los otros, y nos [intentamos] dar trabajo para sobrepasar los obstáculos en el caso de aquellos que son despedidos tras la cirugía”.

Para los que deciden ir un paso más allá, la principal forma de activismo se centra en la red, con grupos y páginas a través de las cuales poder comunicarse, intercambiar experiencias y conocimientos, abrir debates o difundir material para generar conciencia. Para protegerse de la represión de que son víctimas a través de las redes, también existen grupos internos privados e intentos de formarse conjuntamente en seguridad informática.

En estos casos, los colectivos LGBT suelen confluir para unir esfuerzos, aunque existen algunos pocos grupos públicos específicos de la comunidad trans, como Transat. Marawan, fundador de un grupo que cuenta con más de 14.000 seguidores, explica que, con respecto a la cooperación entre personas trans y no trans, “todos nos enfrentamos a la misma lucha, especialmente por el hecho de ser amenazados e intimidados”.

Algunos consideran, no obstante, que las personas trans tienen mejor plataforma que el resto, en particular que los gays, blanco de la mayor represión.

“Las personas trans tienen una muy buena plataforma en los medios ya que a veces son invitadas a programas, donde no siempre se las presenta de manera positiva, pero donde en ocasiones tienen un espacio para hablar y hacer una defensa”, comenta Dalia Abdel Hameed, investigadora egipcia en cuestiones de género. “[También] hay personas muy abiertas en la red abogando por los derechos de personas trans y compartiendo su historia, lo que es impresionante” suma Lobna Darwish, investigadora de género en la EIPR.

Los colectivos LGBT, como tantos otros en Egipto, tuvieron en el proceso revolucionario abierto en 2011 una gran oportunidad para ampliar su base, establecer nuevas alianzas o llevar su debate a otros círculos, y aunque con la llegada al poder de Al Sisi en 2013 todas estas posibilidades se desvanecieron, algunos consideran que los cambios, aunque limitados, son perceptibles, en particular entre sectores jóvenes, politizados y activos.

“Antes predominaba la ignorancia incluso entre la élite intelectual, pero este no es el caso ahora”, asegura Dalia, que agrega: “[los] comprometidos en asuntos públicos son cada vez más conscientes del problema y esto se refleja más adelante en la sociedad”.

Para Lobna, en cambio, argüir un cambio podría parecer precipitado, ya que “nada en el plano legal o social ha cambiado [substancialmente]”, pero sí que coincide en apuntar que “la gente trata de encontrarse y organizarse más desde que existió la oportunidad de hacerlo en 2011”. “Aún se enfrentan a muchos problemas”, admite Dalia, “pero han trabajado mucho durante los últimos años”.

(Fuente: El Salto / Autor: Marc Español)

Francisco Campos

Francisco Campos

Nació en Sevilla en 21 de julio de 1958. Trabaja como administrativo. Es autor del libro "La Constitución andaluza de Antequera: su importancia y actualidad" (Hojas Monfíes, 2017).

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