La violencia desbordada en Mozambique, el país de la kalashanikov. De los grupos contra revolucionarios a los Takfiríes

Mozambique, como la mayoría de las naciones  africanas, no ha podido escapar de las profundas heridas que han dejado siglos de colonialismo, pústulas que todavía supuran. El país se independizó de Portugal, tras una guerra de diez años (1964-1974) liderada por el Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo), que, tras su triunfo,  estableció un gobierno, que en el marco de la Guerra Fría, se lo podría definir de izquierda, con nacionalización de empresas, ampliación de derechos para sus ciudadanos,  mejoras laborales, en salud, educación y  justicia.

La respuesta por parte de los Estados Unidos, y su principal socio en la región por entonces,  el estado racista de Sudáfrica, no tardaron en llegar y utilizando a Rhodesia, actual Zimbabwe, como base militar, mercenarios y disidentes anticomunistas enmascarados en lo que conoció como el Renamo (Resistencia Nacional Mozambiqueña), sumergió al país en una guerra civil que se extendería desde 1977 a 1992, que además de la destrucción del tejido social y la devastación  de la infraestructura, generó más de un millón de muertos y cinco millones de desplazados internos y más de dos millones de refugiados en países vecinos. Solo el campamento Luwani, en Malawi, alojó a un millón de mozambiqueños que huían del conflicto.

Más allá de 1992, la violencia continuó impulsada por una ingente violencia social, ocasionada por las altas tasas de desempleo, exclusión, desigualdad social, inflación  y graves problemas en la educación y la salud.

Este cóctel ha provocado que desde el 2014, tras peleadas elecciones, alentado por el Renamo, se multipliquen los ataques contra el transporte, infraestructuras y la población civil en general. A esta nueva ola de violencia se la conoció como “la guerra civil invisible”, ya que fue negada por todos los actores e ignorada por los medios de comunicación y organizaciones internacionales como Naciones Unidas.

Los conflictos armados que el país sufre prácticamente sin interrupción desde 1964 y agravados por la guerra civil, a pesar de haberse resuelto en 1992, se han mantenido prácticamente hasta hoy, ya que el Renano sigue activo en el centro y sur del país,

En 2015,  los enfrentamientos entre el ejército y combatientes ultraderechistas del Renamo, en las provincias de Tete, Zambezia y Sofala, obligaron a más de 6 mil mozambiqueños a refugiarse en el pueblo malauí de Kapise, en el distrito fronterizo de Mwanza.

En agosto pasado, el presidente Filipe Nyusi anunció un memorándum de entendimiento con la oposición armada, en vista de las elecciones generales de octubre del próximo año, en el que el Nyusi aspira a presentarse por el Frelimo, partido que ha gobernado Mozambique desde su independencia en 1975.

Durante décadas,  el país apareció en la lista de las naciones más dependientes de la ayuda internacional. A principio de este siglo, consiguió un incremento sustancial de préstamos de los grandes grupos financieros mundiales, tras el descubrimiento de importantes  yacimientos gasíferos en aguas profundas frente a  la costa de la norteña provincia de Cabo Delgado, que podrían convertir a Mozambique en uno de los más importantes exportadores mundiales. Sin duda,  una salida para superar las perennes crisis económicas y su gigantesca deuda externa, incrementada por sus gastos militares y por el intento de alistar una flota atunera, cuya financiación nunca llegó al país y fue directamente a los armadores europeos, para lo que se emitió un dudoso “bono atunero”, que no ha puesto en marcha la industria pesquera, pero si ha incrementado la deuda.

Las exportaciones de gas debieron haberse iniciado este año y por diferentes cuestiones, en la que no escapa la guerra comercial chino-norteamericana,  se ha postergado para el 2022.

China ha mantenido una importante campaña de inversiones de Mozambique, al igual que en otras muchas naciones del continente, desplazando ostensiblemente a las metrópolis y a los Estados Unidos, que ya ha comenzado a reestructurar su presencia vía intervención armada en el continente, concentrándose en varias naciones del Sahel (Mali, Chad y Níger), como banco de pruebas, pero con una rápida expansión hacia la costa oriental de África.

Gas y muyahidines

Dada lo guerra económica que muchas potencias occidentales y China mantienen por el gas mozambiqueño, no es extraña la aparición de grupos armados con apariencia de pertenecer a alguna banda afín al Daesh o al-Qaeda, que desde el año pasado operan con esporádicos ataques a diferentes aldeas de la provincia de Cabo Delgado, que en total ya han dejado cerca de 50 muertos todos civiles. (Ver: Mozambique: El país de la Kalashnikov *)

El jueves 20,  la aldea de Paqueue, próxima al archipiélago turístico de Quirimbas, donde se incendiaron 55 viviendas, 14 personas murieron, tras un asalto en el que diez de los aldeanos fueron acribillados, tres quemados vivos y el último decapitado.

La noche anterior, más al norte de Paqueue, cerca de la frontera con Tanzania, una caravana militar fue atacada por un grupo armado, logrando asesinar a un alto oficial del ejército. Según fuentes mozambiqueñas, “los atacantes vestían uniformes militares y armas de fuego de gran calibre”.

Si bien en apariencia los atacantes podrían ser muyahidines, también podrían aparentarlo y en realidad los ataques apuntan a perturbar las empresas gasíferas que se están instalando en la provincia de Cabo Delgado, pagados por empresas rivales. Existe la posibilidad de que sea un grupo vinculado al integrismo musulmán, ya que, según una investigación de 2015,  se habrían detectado cerca de 100 células en la región.

En la provincia de Cabo Delgado, se asienta la mayoría de los musulmanes mozambiqueños que representan casi el 18% del total de la población del país cercana a los 30 millones. En 2014, en plena irrupción del Daesh, algunos líderes religiosos pidieron a su comunidad que adhieran al wahabismo, la formación más extrema del islam sunita, a la que pertenecen tanto el Daesh como al-Qaeda, y cuyo epicentro es Arabia Saudita.

Para la mayoría de las fuentes mozambiqueñas los atacantes pertenecerían al grupo wahabita conocido como  Ahlu Sunnah Wa-Jama (Seguidores del Profeta), aunque sus integrantes comúnmente son llamados por los lugareños al-Shabaab, por la banda somalí, aunque no hay forma de vincularlos. Se estima que la banda integrista podría contar con uno mil hombres, divididos en 100 células, dirigida por un mullah. Este grupo podría, también, tener presencia en la región de Kibiti en Tanzania, y se cree fueron entrenados tanto en Tanzania como en la República Democrática del Congo.

La mayoría de los muyahidines  de Ahlu Sunnah Wa-Jama, pertenecerían a la etnia Kimwani, una de las más minoritarias y que actuarían fundamentalmente en respuesta a la discriminación política y económica sufrida por decisión del gobierno central, al tiempo que son notorias las ventajas dadas a la Makonde, el grupo tribal al que pertenece el presidente Nyusi.

En la mayoría de los ataques los terroristas utilizaron armas blancas como cuchillos y machetes, lo que sugiere que no tienen la suficiente financiación para lograr acceso a mayor cantidad y calidad de armas o que carecen del suficiente entrenamiento para utilizar armas de fuego y explosivos. Aunque tras las derrotas de las bandas integristas en Siria e Irak, sobra ahora mano de obra entrenada para conformar un nuevo frente. Se teme que también podrían comenzar a recibir financiamiento de aportantes extranjeros (Arabia Saudita o Qatar) y que ellos mismos estén apelando al contrabando de piedras, maderas preciosas y marfil, para armarse.

La ola de incursiones en la provincia de Cabo Delgado, podría generar serios inconvenientes a la industria gasífera, la última esperanza de Mozambique: la inseguridad se sumará al costo de exploración y logística, lo que retrasará los proyectos de extracción de gas.

La estadounidense Anadarko,  un gigante mundial en el campo de la explotación de petróleo y gas, debió evacuar a sus trabajadores en el área y detener temporalmente las operaciones después de que la Embajada Norteamérica en Maputo, diera un aviso  respecto a la inseguridad en la zona y alertara de nuevos e inminentes ataques.

El presidente Filipe Nyusi, tendrá que dilucidar si estos ataques son acciones verdaderas de muyahidines, peleas entre empresas rivales u operaciones  de la oposición para desacreditar su rol en mira de las elecciones de octubre de 2019. Lo que fuera se saldará con más violencias, lo único que parece abundar más que el gas en Mozambique.

(*) Mozambique: El país del kalashanikov

Mozambique es el único país del mundo cuya bandera blande un fusil kalashanikov y eso habla mucho de su historia.

Tras 26 años de paz a destiempo, las bandas armadas wahabitas que han asolado diferentes países del mundo islámico, desde Nigeria a Filipinas, y sus acciones han ensangrentado en demasiadas oportunidades ciudades de Europa y Estados Unidos, están en franco retroceso, a excepción de los somalíes de al-Shabab y el Talibán afgano. Ahora, parece estar surgiendo, una nueva agrupación en el norte de Mozambique, que se autodenomina Ansar al-Sunna. El bautismo de fuego de Ansar al-Sunna (Seguidores del Camino Tradicional o defensores de la Tradición) habría sido el 5 de octubre del año pasado, con un ataque muy bien planificado, contra tres estaciones de policía en la ciudad de Mocimboa de Praia, una capital distrital de la provincia de Cabo Delgado, en la costa del océano Índico. Según versiones habrían muerto una veintena de personas.

Mucho antes que los muyahidines comenzaran sus acciones, vecinos de la región habían denunciados a las autoridades de Maputo, la presencia de un grupo fundamentalista, que había tomado el control de las mezquitas y madrazas existentes en la zona, endureciendo su diatriba antiestatal, llamando a los devotos a adoptar a una versión más estricta del Islam.

En Mozambique, de sus 30 millones de habitantes, los musulmanes constituyen cerca del 18 por ciento de la población, mientras los católicos, que son la mayoría, llegan a un 30 por ciento. El gobierno central que controla la mayor empresa de medios de comunicación del país, habría bloqueado toda información sobre la presencia del grupo terrorista.

La violencia en Mocímboa da Praia, fue escalando rápidamente desde octubre de 2017. Ansar al-Sunna ha lanzado ataques contra instituciones estatales y civiles, mientras que el gobierno, a pesar de haber realizado algunas operaciones, no ha conseguido restaurar la tranquilidad entre los vecinos. Unos 300 hombres han sido detenidos, entre líderes religiosos y extranjeros, en los distritos de Palma y Mocimboa da Praia, que están a unos 100 kilómetros de distancia. Mientras que las autoridades han obligado a los habitantes de varios poblados a desplazarse a lugares más seguros.

Las autoridades temen que el grupo comience a focalizar sus ataques contra las instalaciones de petróleo y gas, en la cuenca de Rovuma, fuente fundamental de los recursos del gobierno. Las empresas gasíferas ubicadas en la costa norte del país dicen que las reservas podrían suministrar energía a Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia por más de 20 años, por lo que Mozambique podría convertirse en el tercer exportador mundial de gas natural licuado.

También se teme que el presidente Filipe Nyusi, en el poder desde enero de 2015, acusado de corrupción y abusos, utilice el fantasma del terrorismo para endurecer la represión contra figuras de la oposición y disidentes.

Además de petróleo y gas, el norte de Mozambique es epicentro de actividades de narcotráfico. Aprovechando la profusión de las playas, calas y puertos al sur de Mocímboa da Praia y el puerto de aguas profundas de Nacala, se introducen importantes cantidades de heroína, provenientes del sudeste asiático, con destino final los mercados de europeos y sudafricanos. La nación africana, se ha convertido en una importante plaza demandante de heroína, que se ha arraigado en las comunidades más pobres, superando al tik (cristal meth) fundamentalmente en Ciudad del Cabo. La heroína que llega a Mozambique también se distribuye en centros turísticos de Zanzibar y Mombasa, alcanzando centros urbanos del litoral de Kenia y Tanzania, generalmente en pellets mezclados con marihuana y ahumados. Informes, no confirmados, señalan que junto a la droga también llegan importantes cantidades de armas.

El norte de Mozambique también se ha convertido en un importante punto de “exportación” de productos ilegales como marfil y otros derivados de animales en peligro de extinción, maderas y piedras preciosas, que producen anualmente millones de dólares.   Se ha detectado que Ansar al-Sunna utiliza los mismos campamentos y rutas que los traficantes, para conseguir evadir los controles militares, por lo que da lugar a pensar que terroristas y contrabandistas, podrían tener lazos vinculantes.

La infraestructura de seguridad de Mozambique, dada sus condiciones económicas y los nichos de corrupción, carece de recursos genuinos, por lo que cualquier formación mínimamente organizada podría superar a las tropas oficiales. Poderosas redes criminales, con protección política, ha convertido a Mocímboa da Praia y al puerto de Nacala, en puertos francos para sus operaciones. Algunas fuentes incluso señalan que tanto las rutas del contrabando de la droga, como la llegada de armas estarían manejadas por hombres de Daesh.

Más de veinte años de actividades ilícitas han permitido a mucho hombres de “negocios”, tanto nativos como extranjeros, convertirse en multimillonarios, por lo que han empezado a blanquear sus fortunas en la construcción de grandes hoteles, además de hacer inversiones en refinerías de petróleo y gas protegidas por compañías de seguridad privadas. Estas suelen cometer abusos de todo tipo contra la población local, que ha permanecido sometida a niveles de pobreza exasperantes, además de ser víctima constante de trata.

El 4 de octubre de 2017 fue asesinado el alcalde de Nampula, Mahamudo Amurane, quien luchaba contra la trata de personas, cuando encabezaba una ceremonia en conmemoración del Día de la Paz, que recuerda el fin de la larga guerra civil 1977- 1992, que dejó más un millón de muertos, 4 millones de desplazados internos y 1700000 refugiados en países vecinos. En enfrentamiento se dio entre dos organizaciones político militares que hoy son los partidos políticos con mayor influencia:  por un lado el Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo) originalmente marxista, hoy socialdemócrata y al que pertenece el actual presidente Filipe Nyusi,  y el Frente de Resistencia Nacional Mozambiqueña (Renamo), un partido que podríamos señalar como nacionalista.

¿Delincuentes o muyahidines?

Las acciones de Ansar al-Sunna parecen apuntar a colaborar con las múltiples bandas de traficantes: desde octubre último la campaña de terror lanzada por los wahabitas ha producido un centenar de muertos. Como ya señalamos,  las acciones comenzaron el 5 de octubre pasado, cuando unos 30 hombres atacaron tres puestos de policía del distrito de Mocímboa da Praia.

Los wahabitas volvieron a atacar el 21 de octubre en el pueblo pesquero de Maluku, a unos 30 kilómetros de Mocímboa da Praia, los que fueron repelidos por las fuerzas policiales, quedando desde entonces la aldea absolutamente desierta. Otro enfrentamiento registrado se produjo pocas horas después, ya en el día 22, en el pueblo de Columbe, a unos 16 kilómetros al sur de una instalación de la corporación petrolera texana Anadarko Petroleum Corporation, cuyos directivos se vieron obligados a evacuar a los trabajadores.

Desde entonces, los incidentes han continuado, siempre en puntos de la provincia de Cabo Delgado, sin demasiadas precisiones se estima que el número total de muertos desde entonces asciende a los cien.

El pasado lunes 28 de mayo, en la localidad Olumbi, diez personas fueron decapitadas en el distrito de Palma de la provincia de Cabo Delgado, cerca de la frontera de Mozambique con Tanzania. Este es el cuarto ataque desde abril, mes en el que fueron atacados los pueblos de Diaca Velha y Mangwaza en el distrito de Palma.

En la pequeña guerra abierta entre el gobierno y Ansar al-Sunna, el pasado domingo 3, la policía habría ejecutado a nueve sospechosos de pertenecer al grupo terrorista, muy cerca de donde aparecieron los 10 decapitados, de fines de mayo, lo que podría significar una simple venganza. Frente a ello, los muyahidines respondieron este último martes matando a siete personas con machetes, quemando 164 casas y destruyeron cuatro autos durante el asalto a la aldea de Naude en el distrito de Macomia, en la provincia de Cabo Delgado.

El sábado, los islamistas atacaron la aldea Mangwaza, en el distrito de Palma, donde mataron a una persona, quemaron cuatro casas y robaron víveres. El domingo, el grupo regresó a Diaca Velha, por lo que la población local abandonó sus hogares, huyendo a la aldea cercana de Awassi, en espera de que se resuelva esta insipiente guerra, a la sombra de un kalashanikov.

(Fuente: Resumen Latinoamericano / Autor: Guadi Calvo)

Francisco Campos

Francisco Campos

Nació en Sevilla en 21 de julio de 1958. Trabaja como administrativo. Es autor del libro "La Constitución andaluza de Antequera: su importancia y actualidad" (Hojas Monfíes, 2017).

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