El estúpido silencio de los medios españoles sobre la despenalización de las drogas en Portugal, desde el año 2001

Algunos pensaron que Lisboa se transformaría en un paraíso turístico de drogas, otros predijeron que ala tasas de uso entre los jóvenes aumentarían.

Quince años más tarde resulta que ambos estaban equivocados.

A más de una década desde que Portugal dejó de etiquetar a los consumidores de drogas como criminales y comenzó a considerarlos personas afectadas por una enfermedad.

Este lapso de tiempo permitió desarrollar estadísticas y con el tiempo hacer de Portugal un ejemplo a seguir.

La jugada de Portugal por la despenalización de las drogas no significa que la gente las pueda llevar a todas partes, usarlas y venderlas sin la interferencia de la policía. Eso sería legalización.

Todas las drogas fueron despenalizadas, es decir, su posesión, distribución y uso aún es ilegal.

Mientras que la distribución y el tráfico todavía constituyen ofensas criminales, la posesión y el uso pasaron a un tribunal especial donde la situación de cada infractor es determinada por juristas, psicólogos y trabajadores sociales.

El tratamiento y la adopción de nuevas medidas se decide en estas cortes, donde los adictos y el consumo de drogas se tratan en los servicios públicos de salud.

El efecto es una drástica reducción de los adictos, con funcionarios portugueses e informes destacando que el número de casos ha disminuido a casi la mitad desde que se promulgó la ley.

De hecho, las tasas de uso de drogas en Portugal están entre las más bajas de los países de la Unión Europea (UE).

Otro resultado significativo es que hay menos gente enferma.

Las enfermedades relacionadas con el consumo, como las de transmisión sexual (ETS) y sobredosis, disminuyeron aún más que las tasas de uso, lo que según expertos es resultado de la oferta de tratamiento del Gobierno sin persecución criminal a los adictos.

Fuente: www.businessinsider.com

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Carlos Ríos

Vine al mundo en Granada en 1977. Soy licenciado en Geografía y trabajador en el sector de la enseñanza. Escribí "La identidad andaluza en el Flamenco" (Atrapasueños, 2009) y "La memoria desmontable, tres olvidados de la cultura andaluza" (El Bandolero, 2011) a dos manos. He hecho aportaciones a las obras colectivas "Desde Andalucía a América: 525 años de conquista y explotación de los pueblos" (Hojas Monfíes, 2017) y "Blas Infante: revolucionario andaluz" (Hojas Monfíes, 2019).

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