África Occidental: La batalla silenciosa que se sigue librando cada día sin que a nadie le importe

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A medio camino entre el Sahara y las sabanas, un gran sector de África Occidental, particularmente en el arco que  entorna el Golfo de Guinea y donde convergen el África negra y animista con los pueblos árabes musulmanes, está al borde de un colapso social y cultural, político y económico que puede convertir a todos los países afectados en una  cinturón de Estados Fallidos.

Con fronteras tan permeables como indefinidas, que posibilitan las filtraciones de traficantes de drogas, de armas y de personas, contrabandistas de hidrocarburos, oro y uranio. En muchos casos, también se dedican al secuestro y la extorsión, que ya les ha dejado cerca de 120 millones de dólares pagados fundamentalmente por empresas norteamericanas y europeas. A este estado de situación hay que agregarle el permanente arribo de oscuros predicadores wahabitas, financiado por Arabia Saudita y otras monarquías del Golfo Pérsico, que han instalado el fundamentalismo religioso como única salida.

Esta vasta geografía, convertida en una de las regiones más convulsas del mundo, santuario de terroristas, que en muchos casos también son los mismos traficantes, que mudan de actividad, nombre y fronteras de manera constantes, haciendo muy difícil su persecución.

Toda la región está inmersa en la pobreza extrema, devastada por la explotación de los consorcios occidentales, la crisis ambiental y la desocupación. Con una población en que más de la mitad tiene menos de 15 años y el promedio de natalidad es de seis hijos por mujer, para millones de jóvenes es la emigración o enrolarse en las organizaciones fundamentalistas es la única salida.

En barrios de Bamako y pueblos del interior de Mali siguen estableciéndose mezquitas, madrassas y centros religiosos financiados desde Riad; lo mismo sucede en Mauritania, Burkina Faso, Costa de Marfil, Camerún y Ghana, donde la radicalización de los sectores populares es cada vez más fuerte, en contrapartida de la disminución de las viejas  comunidades sufíes, una escuela mucho más abierta e integradora establecida en África Occidental, desde hace siglos que van perdiendo miembros frente al despliegue del wahabismo, impulsado por los petrodólares sauditas.

En África Occidental, los ataques y atentados por partes de bandas integristas se suceden de manera constante. En cada uno de ellos los muertos se cuentan por decenas. Prácticamente no hay semana en que en algún punto del Sahel y la costa occidental del continente, no se registre alguna operación desbastadora contra la población civil, cada vez más indefensa, cada vez más abandonada, no solo por sus gobiernos ineptos y corruptos, sino también por las grandes organizaciones internacionales, que parecen tener un solo objetivo: impedir, a como dé lugar, la llegada de más refugiados a Europa.

En el norte de Mali, que desde abril del 2012 la virulencia terrorista no ha cesado a pesar de la presencia de las tropas francesas de la Operación Serval, a la que siguió la Operación Barkhane. Son más de 3 mil militares franceses que operan también en Chad, Mauritania y Burkina Faso, que a pesar de que ya han eliminado a centenares de muyahidines e incautado más de 250 toneladas de armamento y explosivos, no consiguen controlar el espiral de violencia. En 2016, se registraron más de un centenar de ataques y atentados y por lo que va de este año la cifra no será menor.

Esto deja en evidencia la torpeza tanto de las operaciones de los efectivos franceses, el ejército de Malí y los integrantes de las tropas de La Misión de las Naciones Unidas en Malí (MINUSMA), unos 12 mil hombres de 50 países, entre Francia, Reino Unido, Alemania, Suecia y Estados Unidos, aunque la mayoría de la tropa procede de países africanos, con pésimo entrenamiento. Desplegados en Gao, Kidal, Tombuctú y Mopti, norte y centro de Malí, esta misión se ha convertido en una de las más letales para los cascos azules, ya que ya son más de 130 las bajas mortales desde 2013.

El terrorismo no solo resiste, sino que sigue con la iniciativa y ánimo combatiente, a principios de esta semana se produjeron dos ataques contra efectivos de la ONU. El lunes 14, en la ciudad de Douentza en la región de Mopti al sur del país dos miembros de los cascos azules fueron asesinados, al tiempo que era atacada la base de la ONU en la ciudad sagrada de Tombuctú, donde seis guardias de seguridad privados murieron a mano de otro grupo wahabita.

Estos dos episodios se suceden apenas horas después de un mortal ataque contra el restaurante turco Aziz Istanbul en pleno centro de Uagadugú la capital de Burkina Faso, frecuentado por gran cantidad de extranjeros. Dos hombres llegados en moto abrieron fuego contra los asistentes, resultando 18 personas muertas y otras 20 heridas.

El local atacado se ubica en la Avenida Kwame N’kurumah, a 200 metros del centro gastronómico, que junto al hotel Splendid, en enero de 2016, fueron el foco del peor atentado en la historia del país, en el que habían muerto 30 personas.

Si bien ninguno de los muchos grupos que operan en la región se han adjudicado los ataques, los especialistas coinciden en que podrían ser hombres a las órdenes del legendario Mohktar Belmokhtar, líder de al-Murabitun, organización que desde marzo pasado, se integró junto a Ansar Dine, el Emirato del Sáhara de Yahya, las Brigadas de Liberación de Macina, Ansarul Islam, Sariat al-Ansar, en Jamaât Nasr al islam wa al-mouminin (Grupo para la Defensa del Islam y los musulmanes), vinculados a al-Qaeda global.

Lo que sucede en el norte de Malí, ya nada tiene que ver con las reivindicaciones del pueblo tuareg, que en 2012, se rebelaron contra Bamako, exigiendo la independencia de su ancestral territorio: Azawad, extremadamente rico en uranio. Tras los acuerdos de Argel, firmado en 2015, por la Coordinadora de Movimientos del Azawad (CMA) y el gobierno de Mali, las organizaciones terroristas siguen intentando enmascarase con la lucha de los tuareg, a pesar de que el pueblo azul, adjura de los principios del wahabismo.

Es Arabia Saudita, el principal comprador de armas europeas y norteamericanas, quien sigue financiando centenares de mezquitas y madrassas en África intentado expandir el wahabismo basamento filosófico del  fundamentalismo de al-Qaeda y del Daesh.

A pesar de la guerra que los gobiernos de Nigeria, Chad, Níger, Camerún y Costa de Marfil llevan contra el grupo integrista Boko Haram, está decidido a no rendirse y responder golpe por golpe.

Una cadena de atentados se produjo el último martes dejando una treintena de muertos y más de 90 personas heridas. Tres ataques simultáneos, realizados por mujeres suicidas, en diferentes sectores de la localidad de Mandari, a unos 30 kilómetros de la ciudad de Maiduguri  capital del norteño estado de Borno.

Esta operación fue como respuesta a las acciones del gobierno que se ha lanzado a localizar y detener al líder del grupo Abubakar Shekau.

Boko Haram ha dado muestras de su irreductible fanatismo y no será vencido hasta que no se logre una acción conjunta de los gobiernos de la región y la comunidad internacional que a pesar de conocer que es Arabia Saudita y las monarquías del Golfo Pérsico, quienes financian y alientan estos grupos, siguen haciendo grandes negocios con ellos, permitiéndoles que sigan expandiendo el rigorismo religioso que arrastra a miles de jóvenes a una muerte segura.

La batalla silenciosa en el occidente de África se sigue librando cada día, sin que al parecer a nadie le importe demasiado resolverla.

(Fuente: Resumen de Medio Oriente / Autor: Guadi Calvo)

Francisco Campos

Francisco Campos

Nació en Sevilla en 21 de julio de 1958. Trabaja como administrativo. Es autor del libro "La Constitución andaluza de Antequera: su importancia y actualidad" (Hojas Monfíes, 2017).

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