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Tu morro me suena – 3 mitos sobre el antiespecismo respondidos desde el feminismo

La máxima de lo personal es político y la mirada interseccional frente a la jerarquización entre luchas refuerzan el cuestionamiento del supremacismo humano.

El antiespecismo es el rechazo a la discriminación de los demás animales por motivo de su especie. Rechazar el especismo tiene implicaciones prácticas importantes. Por una parte, exige que renunciemos a participar de todas aquellas prácticas que supongan el sufrimiento y la muerte de animales no humanos. La primera implicación práctica del antiespecismo es, así, el veganismo. Por otra parte, debemos no sólo dejar de dañar a les demás animales, sino igualmente impedir que ese daño ocurra, ya sea causado por otros seres humanos o por eventos de otro tipo. Por ese motivo, rechazar el especismo implica, además del veganismo, volverse activista en defensa de los demás animales, trabajando para que otres dejen de causarles daño y buscando ayudarles cuando lo necesitan.

#1 El antiespecismo es una cuestión personal

En innumerables discusiones sobre justicia más allá de la especie se sigue asumiendo que las decisiones que afectan a los individuos no humanos caen bajo la categoría de decisiones típicamente personales. A la hora de acoger las implicaciones de rechazar el especismo, se sigue pensando que, por ejemplo, el veganismo es una cuestión de la esfera personal (privada), una esfera separada y distinta al resto de la vida social y política (pública). Esto explica por qué, por un lado, muches consideran el veganismo un estilo de vida opcional tan legítimo como sus alternativas y, por otro, una parte significativa de las personas veganas no reconoce la urgencia moral y política del activismo antiespecista.

Cuando Carol Hanish acuñó “lo personal es político”1, aunque estuviera lejos de imaginar el alcance de sus palabras, respondía a un problema estructuralmente idéntico. Por una parte, que ninguna cuestión típicamente del ámbito personal (por ejemplo, el trabajo doméstico, los cuidados, la decisión reproductiva) puede carecer de relevancia política. Dado que afectan a la organización de la sociedad en su conjunto y a las dinámicas de poder, las cuestiones tradicionalmente relegadas al ámbito privado tienen un lugar legítimo en la agenda social y política en el espacio público.

Del mismo modo, cuestiones aparentemente personales como qué comemos, qué vestimos, cómo empleamos nuestro tiempo libre, etc., en la medida en que afectan a otros individuos y contribuyen a una configuración del mundo más o menos justa, tienen relevancia política. La decisión de ser vegane no es una cuestión personal, sino estrictamente política. Con nuestra decisión nos acercamos o alejamos de un mundo más o menos discriminatorio e igualitario para todos los seres sintientes. Por esa razón, el antiespecismo no pertenece a la esfera personal, sino que posee una dimensión política. Debe ocupar, pues, el espacio que le corresponde en la agenda pública.

Por otra parte, el eslogan apuntaba a que los principios que rigen nuestra acción política en el espacio público tienen que ser aplicados con igual fuerza en los espacios privados y ser tenidos en cuenta en aquellas decisiones consideradas típicamente personales, dado que no hay ninguna diferencia moralmente relevante entre una injusticia que se produce dentro o fuera de la esfera privada, cometida por desconocidos de la esfera pública o por las personas que nos son cercanas. De modo similar, pues, si defendemos el antiespecismo en el espacio público, debemos defender lo mismo en nuestro espacio privado, e impedir conductas incompatibles con tales principios. Ello incluye tanto nuestras propias conductas como las de las demás personas con quienes compartimos dichos espacios.

#2 El antiespecismo es una cuestión secundaria

Muchas personas, aunque reconozcan cierta legitimidad política al antiespecismo, siguen considerando que se trata de una causa secundaria. Una cuestión que, como mucho, debería ser tratada después de que la lucha social logre neutralizar injusticias entre los seres humanos, consideradas prioritarias. Esta jerarquización impuesta de causas tampoco resulta nueva. En eso consiste el privilegio: en considerar que algo no es un problema porque no es un problema para ti 2. Les feministas nos hemos enfrentado desde siempre a diferentes intentos de subordinar la lucha feminista a otras cuestiones consideradas socialmente más urgentes como, por ejemplo, la lucha de clases. En ‘Teoría King Kong’, Virginie Despentes lo sintetiza de forma clara:

Los hombres denuncian con virulencia las injusticias sociales o raciales, pero se muestran indulgentes y comprensivos cuando se trata de la dominación machista. Son muchos los que pretenden explicar que el combate feminista es secundario, como si fuera un deporte de ricos, sin pertinencia ni urgencia. Hace falta ser […] asquerosamente deshonesto para pensar que una forma de opresión es insoportable y juzgar que la otra está llena de poesía3.

Esta es una estrategia, a menudo, efectiva. Si buscas desarticular un movimiento, trivializa sus demandas y clasifícalas de sibaritismo moralO bien asócialo con rasgos socialmente menospreciados, como la sensibilidad extrema. En una palabra: feminízalo. No resulta pues sorprendente que exactamente el mismo patrón de razonamiento se utilice para relegar el antiespecismo a la segunda división de la política. Aunque resulte preocupante cuando son determinados sectores feministas quienes lo preconizan.

El fragmento de Despentes podría, entonces, ser reconstruido de la siguiente forma:

Las feministas denuncian con virulencia las injusticias de género, pero se muestran indulgentes y comprensivas cuando se trata de la dominación especista. Son muchas las que pretenden explicar que el combate antiespecista es secundario, como si fuera un deporte de ricos, sin pertinencia ni urgencia. Hace falta ser […] asquerosamente deshonesta para pensar que una forma de opresión es insoportable y juzgar que la otra está llena de poesía.

Una vez nos liberamos del sesgo especista, es innegable que, tanto por el número de individuos afectados como por la gravedad de los daños que sufren, el combate antiespecista merece un lugar central en la agenda política. Para quienes ocupamos un lugar de privilegio, el dilema siempre consiste en, o bien usar ese privilegio para ocultar y perpetuar los sistemas de poder que garantizan la discriminación y la desigualdad que afectan a les demás, o bien usarlo para abolir tales sistemas. No hay ninguna razón que no sea arbitraria para considerar de forma distinta el privilegio que nos es concedido simplemente por el hecho de nacer humanes.

#3 El antiespecismo es colonialista

Una de las ideas más extendidas contra el antiespecismo es que se trata de una forma de colonialismo, es decir, una imposición a otras culturas de valores morales típicamente occidentales. Como evidencia de ello, argumentan algunes, basta con mirar la composición del movimiento antiespecista, sobre todo su liderazgo, encabezado por el varón cis, blanco, heterosexual, neurotípico, de clase media-alta. La realidad es que el movimiento antiespecista, tal y como está configurado actualmente, resulta a menudo hostil, inseguro y con un discurso ajeno a una parte muy significativa de la población humana. Sin embargo, eso no parece ser un problema del antiespecismo en sí como posición ética y política. Más bien es un problema de cómo están configuradas las relaciones de poder en el seno del movimiento y su estrategia, determinada por personas en situaciones de múltiple privilegio.

Al contrario de lo que se suele pensar, parece existir un trasfondo ético compartido bastante amplio entre la defensa de los intereses no humanos y ciertos valores defendidos por determinadas culturas históricamente no hegemónicas. En el caso de ciertas comunidades aborígenes de Norte América, por ejemplo, se comparte el valor básico del consentimiento, según el cual las relaciones entre humanos y no humanos deben estar basadas en la negociación y no en la dominación4. Por otra parte, ciertas culturas reconocen derechos individuales a la autonomía y la integridad, lo que implica reconocer el derecho de los demás animales a resistir a prácticas dañinas5. De hecho, y a pesar de las diferencias entre comunidadesla renuncia a considerar a los demás animales como propiedad y así a abrazar un sistema de domesticación más explotador se identifica como una de las principales fuentes de conflicto entre las comunidades indígenas norteamericanas y los primeros colonizadores europeos6, quienes abanderaban la concepción humanista eurocéntrica del ser humano en la cúspide de la jerarquía de especies.

Como señalan les autores antiespecistas con enfoque decolonial, lo correcto sería, entonces, reconocer que es la discriminación y la opresión especistas y el supremacismo humano, no el rechazo a los mismos, lo que nos acerca más a la lógica de dominación colonialista. Margaret Robinson, por ejemplo, proponente del Veganismo Indígena, afirma: “La carne, como símbolo del patriarcado, en realidad, nos une más a la cultura colonial blanca, que prácticas como el veganismo.”7

Una vez más en la historia, el análisis feminista interseccional, preconizado por Kimberlé Crenshaw8, apunta la dirección a seguir. La opresión y la discriminación basada en el género, el color de piel, la clase, las capacidades, la orientación sexual o la especie siguen patrones opresivos semejantes y, a menudo, interdependientes, contribuyendo a la construcción y mantenimiento de injusticias estructurales, fuente de daño para humanos y no humanos.

En esto se viene trabajando desde hace tiempo, desde los sectores más críticos en el antiespecismo, en particular, las perspectivas antiespecistas negras e indígenas, críticas con el statu quo en el movimiento y que incorporan, a la vez, el proceso de descolonización del mismo. Ejemplos resonantes de ello se encuentran aquíaquíaquíaquíaquíaquí. Y también aquí. Y aquí y aquí..

El hecho de que tales perspectivas sean normalmente ignoradas como producción antiespecista legítima debería ponernos en alerta. Hacernos reflexionar sobre si la supuesta perspectiva decolonizadora – incluso cuando llevada a cabo por un feminismo que, aunque sensitivo a la cuestión colonial, es marcadamente blanco – no necesite ser, quizás, también ella urgentemente decolonizada.9


1 Carol Hanish, 1969, The Personal is Political

2 David Gaider

3 Virginie Despentes, 2009, Teoría King Kong, Barcelona, Melusina, p. 24.

4 Donaldson & Kymlicka, 2015, Animal Rights and Aboriginal Rights.

5 Donaldson & Kymlicka, 2015, Animal Rights and Aboriginal Rights.

6 Virginia Anderson, 2004, Creatures of Empire: How Domestic Animals Transformed Early America, OUP.

8 El término “interseccionalidad” aparece por primera vez en Kimberlé Crenshaw, 1989, Demarginalizing the Intersection of Race and Sex: A Black Feminist Critique of Antidiscrimination Doctrine, Feminist Theory, and Antiracist PoliticsUniversity of Chicago Legal Forum, 139–67.

9 Gracias a Dani, Gaba, Laura, Madga, e Yadri por las discusiones que han dado lugar a la versión final de este artículo.

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