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Bullicio (acerca de las detenciones del 23S)

A partir del momento en el que los líderes independentistas se entregaron a la justicia española –legitimando, en consecuencia, que el estado pudiera vindicar el 1-0 en los tribunales– era previsible que la maquinaria del estado complementara la represión a los presos políticos con detenciones puntuales y delirantes de ciudadanos. En el caso de lo de Sabadell (y de los muchos que vendrán, mucho me temo), la intención de los aparatos ideológicos y de la cloaca es de sobras conocido: kaleborrokizar el movimiento indepe a ojos de parte de la sociedad española y atemorizar las posibles movilizaciones espontáneas de la población tras la sentencia del Supremo, un anhelo castrador al que –tristemente y para nuestra vergüenza– también se han sumado los Mossos y el conseller Miquel Buch, que se ha apresurado a convertirse en el español del año y ha comprado a nuestros agentes de la benemérita un poquito de gas pimienta por si a nuestras abuelitas les tienta eso de pasarse de la camiseta a la trinchera.

Con su acumulación inaudita de mentiras y negligencia política, Puigdemont y Junqueras son los responsables primordiales de haber arrojado a la ciudadanía a la arbitrariedad de una judicatura que, como pasa en cualquier estado jacobino, primero parece lenta de reflejos pero que cuando se pone manos a la obra adquiere la fuerza de una trituradora. Esto de Sabadell, insisto, es solo la puntilla, porque desde hace muchos años (concretamente, desde el PP de Mayor Oreja) una parte de la política española, y de sus correspondientes mayordomos mediáticos, viene equiparando las intenciones del soberanismo a la táctica de ETA. A partir de ahora, tener una sartén en casa, haberse quemado el dedo pulgar haciendo el sofrito o guardar un producto químico en el armario puede convertirte en sospechoso de haber heredado el turbante de Bin Laden. La rendición de la clase política independentista nos ha llevado hasta aquí: vivimos con las nalgas al aire.

El problema más profundo del asunto, por si fuera poco la gravísima detención abusiva de ciudadanos a quienes se regalará compulsivamente la presunción de culpabilidad, será ver como la progresiva folclorización a la que los partidos han condenado al soberanismo lo acabe transformando en un movimiento impotente, de manifa y bullicio en las calles. Al Estado ya le va bien que el independentismo sea básicamente un fenómeno que se muscula en la vía pública: primero, porque eso le permitirá venderlo fácilmente como un nuevo estallido filoetarra a su parroquia, pero sobre todo porque así el españolismo catalán podrá hacerle el juego a Madriz reclamando unos políticos más cuerdos que mantengan la seguridad en las calles. La colonización, como ya sabemos, funciona básicamente cuando es el propio territorio ocupado quien acaba importando de forma inconsciente los deseos secretos del enemigo y sus procesos represores.

En este sentido, el Estado se lo tendrá que currar más bien poco, porque ya tiene a Buch con la policía dispuesta a castrar manifestaciones y a una panda de aspirantes al hombre-de-seny (Astuto, Pere Aragonès, etc) en la cola de aspirantes a líder de una Generalitat que mantenga el orden en las calles para que nadie puede decir que no somos gente de paz. Sea como fuere, España ya ha conseguido que los políticos catalanes bailen a la música de su relato. No es sorprendente como noticia, pero no deja de ser una constatación muy dolorosa. Espero que los detenidos salgan pronto de su cautiverio.

(Fuente: El Nacional.cat / Autor: Bernat Dedéu)

Francisco Campos

Francisco Campos

Nació en Sevilla en 21 de julio de 1958. Trabaja como administrativo. Es autor del libro "La Constitución andaluza de Antequera: su importancia y actualidad" (Hojas Monfíes, 2017).

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