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La lucha por la vivienda. Una necesidad urgente para la clase trabajadora

La lucha por la vivienda. Una necesidad urgente para la clase trabajadora

La urbanización y la cuestión de la vivienda y la ciudad han tenido históricamente y tienen hoy cada vez más un papel central en la absorción de los excedentes de capital, generando procesos de desposesión de las clases populares urbanas [1] . Los fenómenos eminentemente urbanos como las burbujas inmobiliarias han sido centralmente ligados a las crisis capitalistas. El problema de la ciudad y el derecho a la vivienda pues, toma un papel central en la lucha de clases, junto a la lucha al mismo puesto de trabajo y la producción, que ha sido el centro de la lucha de la izquierda históricamente.

La acumulación capitalista mediante la urbanización

A lo largo del desarrollo del capitalismo, la humanidad ha pasado a vivir en ciudades, paralelamente al proceso de industrialización. La dinámica del capitalismo, de búsqueda constante de acumulación mediante la inversión que permita la creación de plusvalía en el proceso de producción, ha creado los excedentes necesarios para la urbanización y crecimiento de las ciudades. Al mismo tiempo, estas permiten la absorción de la sobreproducción generada continuamente, así como una salida a los capitales en los momentos de estancamiento y crisis [2] nos los que la producción no es capaz de dar una salida que mantenga una tasa de crecimiento suficiente para el sistema.

El capitalismo necesita una constante expansión: nuevos medios de producción, nuevas formas de explotar los recursos naturales y nuevas tecnologías reducen el tiempo de rotación del capital, y crean al mismo tiempo nuevas necesidades de expansión para recuperar la tasa de crecimiento; cuando un mercado agota la capacidad de compra recurre a la expansión geográfica, a la búsqueda de nuevos mercados; y finalmente, recurre a mecanismos de crédito y financiación mediante el endeudamiento, procesos de especulación y financiarización, en el que el capital ficticio ya no tiene ningún apoyo en la riqueza realmente producida. Esta dinámica supone, cuando al final no es posible mantener la circulación y acumulación ordinaria de capital, el estallido de lo que se llama crisis. El capital se estanca, se devalúa o destruye, se pierden y devalúan empleos, bienes de capital, mercancías, se devalúa el dinero etc.

En este contexto, a lo largo de la historia los procesos de urbanización han tenido un papel destacado en la absorción del excedente de capital, mano de obra y capacidad productiva. Fenómenos de reconfiguración urbana análogos a lo que hoy llamamos gentrificación ya habían sido descritos a raíz de la reforma de Haussman en París el siglo XIX, las grandes transformaciones urbanas en Europa tras las guerras del Siglo XX, la urbanización diciembre suburbios residenciales alrededor de las ciudades estadounidenses después de los años 30, que acabarían con las revueltas urbanas de finales de los 60 de los sectores excluidos, afroamericanos etc, los cambios urbanos a partir de los años 80 y 90 en pleno apogeo neoliberal, los actuales crecimientos urbanos en países emergentes como China , India, Brasil, etc [3] .

La inversión en la ciudad supone que no sólo la vivienda, sino la misma calidad de vida en las ciudades se haya convertido en una mercancía, haciendo de todos los aspectos de la vida en las ciudades no derechos de sus habitantes, de los que con su trabajo lo han creado, construido y enriquecido con su vida, sino productos de consumo que se puedan poner en el mercado. La ciudad se configura y crece en torno a la necesidad capitalista de hacer rentable esta inversión y garantizar la acumulación de capital. Afecta a todos los aspectos de la vida, empezando por la vivienda, al que los trabajadores destinan cada vez más recursos, pero también con la creación de una ciudad de centros comerciales, hosteleros, edificios singulares, fenómenos culturales y estilos de vida convertidos en productos para el consumo. Para todo ello se han de producir procesos de desposesión, mediante los altos alquileres, la expulsión de vecindario de los barrios objetos de los promotores, planes urbanísticos pensados para facilitar estas inversiones, el encarecimiento de suministros, la mercantilización de servicios, de la salud, la educación, del mismo espacio público, hasta de la cultura. También propicia la destrucción de solidaridades comunes para socializar las pautas de aislamiento, individualismo y codicia propias del dogma neoliberal propio de la actual fase del capitalismo.

Pero al mismo tiempo que la inversión urbana supone una salida para el excedente de capital, evitando en primer término la crisis de acumulación, se convierte también en una trampa que alimenta y expande enormemente las burbujas especulativas que acaban finalmente generando un estallido mucho más devastador.

La inversión en la vivienda y el entorno construido, a diferencia de la producción de mercancías, tiene un elevado tiempo de circulación, generando dinámicas de creciente especulación. Este hecho se suma a las políticas desarrolladas las últimas décadas destinadas a desregular los mercados financieros, reducir o liquidar la intervención pública de control o compensación de los desequilibrios y expolio generados, estimular el endeudamiento de personas con rentas cada vez más precarias, multiplicar el apalancamiento financiero basado en la expectativa de ganancias enormes, la creación y proliferación de productos derivados crediticios, y agilizar la creciente interconexión de los mercados. Todas estas políticas confluyeron para crear las condiciones perfectas del desastre económico, como sucedió con la crisis iniciada en 2007.

Así pues, la urbanización es central en la dinámica capitalista, al precio de procesos de destrucción «creativa» y crisis que implican la desposesión de las clases populares, y además, ha estado en la raíz de las crisis capitalistas como la actual.

Este procesos de destrucción suponen un crecimiento de la desigualdad, y la riqueza generada es apropiada y concentrada en cada vez menos manos, mientras excluye un número creciente de personas.

Planificando un futuro global para las oportunidades de acumulación 

En el mundo, y según previsiones de la ONU, la población total pasará de los más de 7000 millones de personas de hoy a 10.000 millones en 20 o 40 años, el 70% de los cuales vivirán en ciudades. El proceso de urbanización, siguiendo el modelo neoliberal, comportará un agudización y aceleración de las tendencias observadas hasta ahora.

Ante este futuro inmediato, las grandes agendas y planes impulsados a nivel internacional están marcadas por la participación de grandes inversores y todo su cortejo de grupos de presión, juristas, académicos y políticos a su servicio, situados siempre en la yema del huevo de las decisiones, con plena información y capacidad de incidencia en la conformación de las agendas y programas, situando los debates bien lejos de las necesidades de la población, de acuerdo con las oportunidades de negocio.

Así se tiran mantras destinados a orientar este inmenso creciente urbano de acuerdo con sus necesidades, poniendo la planificación de crecimiento de las ciudades al servicio de la acumulación capitalista, ensalada con una retórica de transformación y modernidad, desarrollo sostenible y valores. Retórica sin ningún contenido político real, ni la menor intención de emprender ninguna medida que cuestione el reparto cada vez más desigual de la riqueza, ni de garantizar la capacidad real de participación de la población en el diseño y decisiones urbanísticas, ni de encarar el creciente problema del acceso a servicios como agua, energía … al contrario, las líneas apuntadas en las conclusiones de estos «debates» y programas, como es el caso del programa UN-Habitat (dirigido por el inefable ex alcalde de Barcelona Joan Clos), confirman que la tarea de adoctrinamiento al servicio de los intereses inversores ha sido un éxito, ya que declaran, ante los desafíos del futuro previsible, la necesidad de adaptar las ciudades a las oportunidades de negocio e inversión, a configurarlo de cara al negocio turístico y de servicios, intensificando las tendencias urbanísticas que vivimos hoy en día  [4] . Al mismo tiempo, en un ejercicio de mistificación colosal, reducen los conflictos a choques culturales y la adaptación de los migrantes, escondiendo la creciente explotación de clase, la expulsión de los vecindarios de sus barrios, la falta de trabajos dignos, el aumento de los alquileres, la pobreza y exclusión crecientes generadas por su modelo, y atribuyendo la conflictividad a problemas culturales y de identidades. Así el dogma liberal, al tiempo que fomenta la exclusión, se permite descalificar toda oposición a sus políticas, desviando todo crítica a su expolio hacia choques identitarios, que mantengan la clase trabajadora dividida, anulada e incapaz de comprender y combatir el su proyecto, mientras presenta su modelo de explotación y saqueo intensificados como el colmo de la democracia, ejemplo de tolerancia, apertura y modernidad.

No hay que esperar de las grandes escenificaciones, cumbres y programas emanados de las instituciones del poder global, nada más que la agudización y legitimación del modelo de ciudad al servicio de la acumulación de capital.

La clase trabajadora y el conjunto de clases populares debemos tomar pues, como un eje fundamental de nuestra lucha, el problema de la ciudad y el derecho a la vivienda, junto a la lucha puesto de trabajo.

Sindicatos de inquilinos y plataformas por el derecho a la vivienda

En toda Europa, América del Sur y del Norte han aparecido gran cantidad de plataformas y colectivos de defensa de inquilinos, contrarios a los desahucios ya la gentrificación de cada vez más zonas urbanas. Oscilan entre propuestas de carácter anticapitalista hasta grandes estructuras de servicios reconocidas por la legislación y funciones de lobby, su carácter depende de factores como la existencia de una izquierda organizada, legislación de cada lugar, tradición comunitaria, cultura política más de acción directa y de movimientos populares o de servicios y gestión de estado del bienestar, etc.

Los casos más combativos responden a movimientos que organizan gente en barrios de clase obrera y clases populares, de las inmensas zonas suburbanas y periféricas de América Latina, de las minorías negras, hispanas, clases populares expulsadas de los centros urbanos en el caso de los Estados Unidos . Los casos más asistenciales, en que estas plataformas funcionan como lobby corresponden a países del centro y norte europeo, con gran mayoría de población viviendo de alquiler, con marco legal más favorable y protector, incluyen sectores más acomodados, o las mal llamadas ‘clases medias ‘y evitan cualquier planteamiento político de clase. Estas experiencias no buscan ningún enfrentamiento ni tienen una tradición organizativa de lucha.

En los Países Catalanes, una lucha en primer plano

En la última década se ha puesto en primer plano la problemática de la vivienda en las ciudades, especialmente desde unos años con el elevado incremento de los alquileres en lugares como la ciudad de Barcelona y su entorno, Valencia, o gran parte de Mallorca, entre otros. Un incremento que está expulsando cada vez más sectores populares de sus pisos, convirtiendo muchos barrios en áreas gradualmente elititzades para una minoría.

El negocio inmobiliario ha desplazado la especulación desde el modelo de la vivienda de compra y la hipoteca, gravemente afectado por la crisis, la falta de poder adquisitivo de las poblaciones locales y la situación de la banca, hacia el negocio de los alquileres destinados a residentes de gran capacidad adquisitiva, captando inversión en buena parte extranjera y al mismo tiempo creando una nueva burbuja alrededor del turismo, de residentes directivos y ejecutivos, mientras los trabajadores y clases populares locales, que han perdido una gran parte de su capacidad salarial a lo largo del proceso de reconcentración de poder y de capital de la crisis, se ven empujados cada vez más fuera de las ciudades, o en su periferia. Los movimientos de respuesta se habían centrado hasta ahora en la cuestión de las hipotecas, dejando de lado los no propietarios, y eran incapaces de dar respuesta organizativa ni política a un fenómeno social creciente, sufrido por cada vez más vecindario de la ciudad.

El proceso de expulsión y de sustitución de las clases populares para un nuevo vecindario de clase acomodada -también conocido como gentrificació-, ha sido abordado desde el progresismo reformista con tímidas propuestas de reformas fiscales o legislativas en el marco vigente, atribuyendo las causas de esta problemática a “malas prácticas” o “actores abusivos”, o incluso -como ha hecho los gobiernos ‘de cambio’ de ciudades como Barcelona o Valencia-, limitándose a permitir que este proceso se extendiera por la ciudad, sin cuestionar ni la propiedad privada del suelo urbano ni el régimen legal que la protege por delante de los derechos de las personas, e incluso sumándose a las campañas de criminalización de la pobreza. Estamos ante propuestas y modelos explicativos que no aportan ninguna solución real y que están abocados al fracaso, ya que no están dispuestos a cuestionar ni poner en peligro los privilegios de las clases dominantes que verdaderamente controlan la ciudad, y que además se niegan a entender la situación de la vivienda en la medida que invisibilizan la relación entre capitalismo y ciudad como marco de inversión y acumulación de capital.

La incapacidad del reformismo, sea en su forma socialdemócrata, en la evolución socio-liberal, o en la postmoderna «nueva política», para encarar una situación que afecta a millones de personas en los Países Catalanes pone de manifiesto los límites, la falsedad y inviabilidad de su propuesta política de dar un rostro humano al sistema vigente.

Existe el peligro, pues, de plantear formas de lucha y organización que reproduzcan esta incapacidad, se vean anuladas y reducidas, a partir del control de sus liberados y estructura central, grupos de presión y satélites al servicio de gobiernos locales que no plantean ningún tipo de cuestionamiento estructural del modelo urbano actual del capitalismo, que eviten ninguna propuesta que se salga de los límites del actual sistema.

Sin embargo, la izquierda y movimientos populares anticapitalistas catalanes tienen la posibilidad de organizar un movimiento que responda a esta situación, que sea capaz de dar respuesta a las necesidades populares, que plantee una dinámica movilizadora propia y combativa, y que proponga una alternativa al modelo socioeconómico capitalista urbano, más allá de pequeñas reformas del sistema y movimientos satel·litzats por la política institucional reformista. Para La izquierda independentista es pues una prioridad trabajar para impulsar las plataformas y asambleas locales como las que ya están surgiendo en muchos barrios y ciudades, reforzar la movilización y la capacidad de organización de clase para la lucha por la vivienda y por la misma ciudad.

Miquel Rodríguez, militante de Endavant (OSAN) de Barcelona

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[1] David Harvey « Rebel Cities, from the Right to the City to the Urban Revolution» 2013.

[2] Ibidem.

[3] Friedrich Engels, « La Cuestión de la vivienda» . Henri Lefebvre,  «La revolución urbana» , 1970. David Harvey, «The Condition of Postmodernity », 1989. Third World Plannig Review 15/1. 1993. Thomas Campanella, « The Concerete Dragon. China s urban revolution … » 2008. Usha Ramashan,« Illegality and the Urban Poor »2006. Charles Laung « Macroeconomics and Housing, a Review ». Association of American Geographers, « Revisiting the Urbanisation of Capital » 2011.

[4] Juan Uribe, Giusepe Aricó, YA Mansilla. « Towards a New Urban Agenda ¿Las ciudad sometida al valor de cambio? »Marea Urbana Revista de la Mesa vecinal de Urbanismo de Barcelona. Número 1, 2017

www.espaifabrica.cat

http://ppcc.lahaine.org/cat-cast-la-lucha-por

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