La muerte de Immanuel Wallerstein es una pérdida irreparable para las ciencias sociales. Fue, sin lugar a dudas, el sociólogo estadounidense más notable del siglo XX y el más destacado a nivel internacional. Su mayor mérito fue que llevó a sucesivas generaciones de sociólogos a dejar atrás la unidad de análisis en la que se habían capacitado (las sociedades nacionales) y examinar el sistema-mundo (la economía mundial y el sistema de Estados soberanos). A raíz de Fernand Braudel, Wallerstein estaba convencido de que las crecientes dependencias e interdependencias en el sistema mundial lo convertían en la unidad de análisis a partir de la cual generar mejores hipótesis de trabajo para el estudio de las propias sociedades nacionales. Esta ruptura analítica ha creado muchos malentendidos en los Estados Unidos. Pero debido a que era un intelectual global que leía las ciencias sociales en varios idiomas, a diferencia de la mayoría de sus compatriotas, le influyó poco. Trabajó con casi todos los líderes de los movimientos de liberación contra el colonialismo antes y después de la independencia, y organizó proyectos con los científicos sociales de esos países para ayudar a construir nuevas comunidades científicas. Recordemos un caso particular, el del Centro de Estudios Africanos de la recientemente creada Universidad Eduardo Mondlane, coordinado por Aquino de Bragança.

Era un sociólogo comprometido con el destino del mundo y, sobre todo, con el destino de las poblaciones más vulnerables, cuya liberación solo sería posible en una sociedad poscapitalista y socialista. Por esta razón, nos acompañó desde la primera hora en el Foro Social Mundial, de 2001 a 2016, el último año que estuvimos juntos.

Su actitud científica lo llevó a cuestionar todo el pensamiento occidental eurocéntrico, una de las muchas afinidades que nos unieron. Aprecio la generosa lectura de Immanuel de un folleto de reflexiones epistemológicas que acababa de publicar desde el comienzo de nuestras relaciones: Un discurso sobre las ciencias (1987). Inmediatamente se propuso publicar en Review, la prestigiosa revista del Centro Fernand Braudel, de la cual era entonces director, en la Universidad de Nueva York Binghamton. Poco después, dirigió un importante proyecto internacional con profundas preocupaciones epistemológicas anti-eurocéntricas financiadas por la Fundación Calouste Gulbenkian, que tituló “Para abrir las ciencias sociales”.

La relación de Immanuel Wallerstein con el Centro de Estudios Sociales de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra fue muy intensa. Uno de nuestros profesores e investigadores, Carlos Fortuna, ya había hecho su doctorado en Binghamton bajo su dirección. En una de las primeras visitas de Wallerstein al CES, discutimos extensamente la relevancia del concepto de semiperiferia para caracterizar a países como Portugal. Resulta que este y otros países de Europa tenían características sociales muy diferentes de las de los países semiperiféricos en otros continentes. Luego comenzó nuestro trabajo de reformular la teoría de la semiperiferia para adaptarla a nuestra realidad, lo que resultaría en una de las formas más fructíferas de analizar la sociedad portuguesa.

La mejor manera de honrar la memoria de Immanuel Wallerstein es continuar nuestro trabajo sin olvidar el entusiasmo, la profesionalidad y la forma brillante en que logró combinar la objetividad científica y el compromiso con la tierra desheredada, una actitud que siempre ha buscado inculcarnos a todos.

Boaventura de Sousa Santos

* Publicado en ciranda.net.