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Cinco lecciones básicas de las movilizaciones antifascistas

Cada nación resiste al fascismo y al neofascismo dependiendo de varios factores de entre los que ahora destacamos, por una parte, su memoria, identidad de clase y conciencia de lucha; por otro lado, su autoorganización propia y su independencia política con respecto al reformismo; además, la implantación de la izquierda revolucionaria en su clase obrera y en el conjunto de su pueblo trabajador; y, por último, la dureza de la crisis contextual y coyuntural. Según esos pueblos sufran o no opresión nacional, y según sea la fuerza en ellos de la mujer trabajadora, estos y otros factores se combinarán de manera particular o singular.
Por ejemplo, las amplias movilizaciones de repudio del fascismo que han recorrido Euskal Herria al menos desde el pasado 9 de abril cuando Ikasle Mugemendua boicoteó la apología del imperialismo español de «izquierda» y organizó un debate en la Universidad de Sarriko sobre fascismo y nacionalismo español, hasta este pasado domingo día 14, se inscriben en la ola al alza de defensa popular del euskara y la cultura vasca demostrada apabullantemente en la Korrika de este año; en la certidumbre del pueblo de que la represión estatal se agudizará con los juicios que empezarán en septiembre contra colectivos democráticos, contra la juventud de Altsasu, etc.; con el deterioro imparable de las condiciones de vida y trabajo, etc. Sin duda, el ciclo electoral que nos sumerge con su márquetin electoral burdo o sofisticado, también ha impulsado esa democracia directa antifascista para demostrar que lo decisivo siempre se juega en la calle. Dicho esto, pasemos a las lecciones.
Primera, se ha demostrado que el pueblo trabajador recupera paulatinamente su iniciativa en la lucha por las libertades y la democracia concretas, no por la telaraña pegajosa que es el parlamentarismo y la legalidad española. Han bastado demostraciones de fuerza a la ira popular para que se desplome en el mayor ridículo la pasiva verborrea de las «instituciones democráticas» que nunca han podido derrotar los ascensos fascistas, sino a lo sumo frenarlos con concesiones represivas. A grandes rasgos, en las situaciones de crisis los parlamentos burgueses nunca han derrotado al fascismo, ni en Italia, ni en Alemania, ni en el Estado español, ni en Chile, ni en Brasil, ni en Ucrania…, por no hablar de aquellos Estados en los que el fascismo, sin llegar al gobierno, si ha sido y es una amenaza temible. Pero esta oleada de resistencia popular ha sido una batalla más en la guerra social abierta desde hace tiempo, que se va a agudizar en el este ciclo electoral.
Segunda, como era de esperar han actuado al unísono la demagogia propagandística con sus engaños e intereses torticeros de barrer para sus intereses electorales, como es el caso del reformismo y de la derecha autonomista, junto a la mentira cínica de la prensa del sistema, y a su amparo indirecto o directo, la represión policial que será seguida de la judicial. Si el parlamentarismo ha quedado en ridículo, de inmediato el reformismo y la «buena» burguesía se quejan de que la autodefensa popular no hace sino alimentar al monstruo, darle carnaza electoral al victimizarlo: nos repiten que la mejor forma de apaciguarlo, que el método más efectivo es acariciarle el lomo, tranquilizarlo y civilizarlo con debates soporíferos, para que acepte las «reglas del juego democrático».
Tercera, una de las lecciones más efectivas de la historia de la lucha antifascista es la que aconseja extender lo más posible las redes de autoorganización popular de las clases trabajadoras, especialmente de las mujeres y de la juventud; de los sectores de las llamadas «clases medias» en proceso de desintegración, de las franjas de autoexplotados, autónomos, de los llamados intelectuales y «trabajadores de la cultura» asalariados que no aceptaban serlo; de la vieja y nueva pequeña burguesía empobrecida y en proletarización…; es decir, de quienes de un modo u otro son el objetivo que la gran burguesía ha impuesto al fascismo: deben obedecer o serán machacados para dejarpaso a la reestructuración salvaje sobre todo de la fuerza de trabajo asalariada directa o indirectamente, para derrotarla, como medida inexcusable para la «salvación nacional».
La lección histórica enseña que la pequeña burguesía ni quiere ni puede dirigir al pueblo trabajador, y menos aún los muy reducidos sectores demócratas de la mediana burguesía: sólo puede hacerlo el proletariado en cuanto cerebro colectivo y quilla del pueblo obrero.
Cuarta, son personas del pueblo las que han salido a parar los pies a la fiera. Algunas o muchas de ellas tal vez no sepan de la necesidad de construir un modelo de sociedad contrario punto a punto al irracionalismo arcaico, machista e implacable del fascismo, o relativicen esa necesidad en sí, reduciéndola a la urgencia –justa- de reivindicación vitales pero aisladas. Sin embargo, si leemos entre líneas los modelos sociales del Cs, PP y Vox vemos que tienen una identidad de fondo que niega todas y cada una de las conquistas que el pueblo ha arrancado al capital con sus luchas. Los programas electores reformistas, hechos con ambigüedad y evanescencia para «caer bien» al infantilizado voto centrista, que sólo exige pan y circo para su egoísmo consumista, no asusta ni vence al fascismo. Lo máximo que logra es detener su avance por un tiempo porque la peste parda sólo se detiene cuando la gran burguesía le ata en corto y le ceba y soborna con carnaza represiva, como a una hiena ahíta, convenciéndole que todavía no son necesarios sus servicios. O cuando es vencida por el pueblo. Pero para eso, es imprescindible una estrategia presente y proyecto de futuro que cohesione en una dirección la necesaria riqueza de la diversidad del pueblo trabajador.
Y quinta, es vital decir la verdad sincera, cruda y pedagógicamente expuesta en toda su profundidad teórica irrebatible. Quienes se han movilizado delante del pasado redivivo que es el fascismo, conocen por militancia toda esa verdad revolucionaria de la unidad y lucha de contrarios como motor de la liberación, o al menos su parte decisiva: además de todo, el fascismo también ancla en lo más hondo de la irracionalidad de la estructura
psíquica atormentada, acomplejada, racista e impotente, ansiosa de la «figura del Amo» protector. La burguesía lo financia, como está demostrado; su Estado –que es la forma política del capital- lo controla y teledirige; la industria cultural lo alimenta y el sistema patriarcal lo refuerza con su violencia sexista. Pero tantas alianzas y ayudas se sostienen sobre el infierno de la miseria moral y ética disfrazada de «grandeza imperial», de modo que sus impotencias se apoyan entre sí en busca de la «reconquista». Frente a esto, las dulces promesas de avances dentro de la legalidad, de reformas lentas y consensuadas, de pasos acumulativos… tienen a la larga el mismo efecto que el sirimiri: para cuando te das cuenta, te has ahogado en la piscina del capital.

IÑAKI GIL DE SAN VICENTE
EUSKAL HERRIA 16 de abril de 2019

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Carlos Ríos

Vine al mundo en Granada en 1977. Soy licenciado en Geografía y trabajador en el sector de la enseñanza. Escribí "La identidad andaluza en el Flamenco" (Atrapasueños, 2009) y "La memoria desmontable, tres olvidados de la cultura andaluza" (El Bandolero, 2011) a dos manos. He hecho aportaciones a las obras colectivas "Desde Andalucía a América: 525 años de conquista y explotación de los pueblos" (Hojas Monfíes, 2017) y "Blas Infante: revolucionario andaluz" (Hojas Monfíes, 2019).

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