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Casi todos los “bobos” votan a Podemos (a diferencia de los “bonobos”)

En 2000 el sociólogo estadounidense David Brooks escribió un libro titulado “Los bobos en el paraíso: la nueva clase alta y cómo lo lograron”, en el que sustituye el término “yupi” de los años ochenta por el de “bobo”.

Los filólogos que gustan de remontar el Amazonas sabrán que el término “bobo” es más bien de origen francés y que sus primeras huellas se rastrean hasta la novela “Bel-Ami” de Guy de Maupassant, escrita nada menos que en 1885, por lo que la sociología sigue sin descubrir nada nuevo.

El “bobo” es el “pequeño burgués bohemio” cuyo hábitat natural es siempre la capital (Nueva York, París, Madrid). Más aún: es el viejo “burgués gentilhombre” de Molière, aquel que hablaba en prosa sin saberlo.

Quizá el “bobo” de hoy tenga un poco más de cultura; quizá sea precisamente un “cultureta”, ese tipo de esponja que absorbe y exuda la ideología dominante a través de los nuevos medios digitales, desde los videojuegos hasta YouTube. Es un gilipollas que ha pasado por la universidad y casi seguro que tiene un máster de esos que se venden y se compran a precio de oro.

“Económicamente está a la derecha e ideológicamente a la izquierda”, dice un experto, en referencia a “la izquierda caviar”, exquisita, ese conglomerado de intelectuales que resumen lo que la contracultura ha impuesto como menú políticamente correcto y saludable: feminista, ecologista, “gay friendly”, animalista, vegano…

El “bobo” es enemigo del menú del día, alguien que se puede permitir el lujo de elegir y luego pagar la cuenta.

Una subespecie del “bobo” es el “lili” (liberal libertario) en donde la “nueva izquierda” que arrastra los pies desde mayo del 68 converge con “la ultraderecha”. Son los “ex” frustrados y fatigados, que reniegan de sí mismos, aunque no lleguen a los extremos de Sánchez Dragó o Paco Frutos. Ya no son lo que fueron. Es posible que no sean nada, pero otros más jóvenes han tomado el relevo de esa nada.

Desde Rousseau, la pequeña burguesía es el patrón de la clase media y, por extensión, de un país o de una época. El “pequebús” es la vara de medir, sobre todo en el terreno ideológico, donde la prensa sepia y las altas finanzas no tienen nada que decir. Al contrario. Los llamados “líderes de opinión” son los “bobos”.

Tienen mucho en común con el “burgués gentilhombre” de Molière. No es que aparenten algo que no son sino que no aparentan lo que son. De ahí que hayan abandonado su universo provinciano para “gentrificar” los barrios del centro de la gran capital, donde conviven de manera cosmopolita con los ancianos al borde del desahucio y los pakistaníes que reparan móviles.

Los anglosajones tienen una batería de expresiones para referirse a ellos: liberal de limusina, socialista champán, “dink” (dos sueldos y sin hijos)… Además de invadir los barrios más castizos, se han apoderado de la gastronomía popular y quieren pagar la cuenta con tarjeta de crédito, aunque eso no es lo peor: antes la cuenta dependía de la cantidad de comida, mientras que ahora es “degustación”, o sea, que pagamos más cuanto menos comemos.

En los ochenta los “yupis” votaban al PSOE. ¿A quién votan hoy los “bobos”? ¡Joder!, ¡vaya pregunta! ¿A quién va a ser? ¡A Podemos! Para tener una imagen exacta de un ”bobo“ no hay más que mirar una foto de Pablo Iglesias, Íñigo Errejon y similares. Son de esos que te los imaginas yendo en bicicleta a la oficina, por mucho que haga un frío del carajo. Pero, ¿hay algo en este mundo peor que la emisión de gases de efecto invernadero?

En las tabernas ya no se puede fumar. Si pides un vino te preguntan si quieres un reserva cosecha de 1998. En los restaurantes tampoco ponen cuchara sobre el mantel. Se acabaron los platos de oreja, riñones o gallinejas. Los clientes son posmodernos, bien afeitados y con gomina en el flequillo. No ves a nadie metiéndose un palillo entre los dientes. Están hipnotizados por su móvil.

Ese paisaje urbano demuestra que, en contra de lo que opinan los sociólogos, los “bobos” no son una clase social sino una tribu urbana, un modo de vida creado por lo que hoy se llaman “comics” y antes tebeos. La realidad imita al arte. A los “bobos” la infancia les dura más tiempo porque pasan el rato entre juguetes y videojuegos.

(Este artículo sobre los “bobos” continuará porque ahora me tengo que ir al foro, pero os prometo que próximamente hablaremos de otra categoría sociológica diferente, los “bonobos”, que son aquellos “burgueses no bohemios”. ¿Os habíais creído que la lucha de clases era algo simple o qué?)

(Fuente: La Haine / Autor: Juan Manuel Olarieta)

Francisco Campos

Francisco Campos

Nació en Sevilla en 21 de julio de 1958. Trabaja como administrativo. Es autor del libro "La Constitución andaluza de Antequera: su importancia y actualidad" (Hojas Monfíes, 2017).

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